¡entonces a “cambiar todo lo que debe ser cambiado”!
Las más trascendentales reformas no han sido más que millares de pequeños cambios. Tarde o temprano ha de cambiarse lo que tiene que ser cambiado.
Por Jesuhadín Pérez Valdés
Al preguntar qué debería cambiar en Cuba la gente responde: “Yo lo que quiero es que me dejen pescar; “yo, vender perejil en un carrito”, o que aumenten los salarios, poder dar clases particulares, hospedar amigos extranjeros en la casa, tener un negocio, una parabólica, internet, un carro con traspaso, una casa propia, que quiten la tarjeta blanca, más transporte, comida, teléfono, agua corriente, unas vacaciones en Varadero…
Solo en contadas ocasiones me he encontrado con alguien que vaya directamente al meollo y me diga: ¡la fórmula, compadre, el procedimiento es el que yo quiero que cambie!
Hay que ser verdaderamente atrevido para –en la Cuba de hoy- reconocer de manera franca las culpas y las responsabilidades actuantes. La gente ve -o quiere ver- el cambio solo a través de sus propias necesidades cotidianas. Lo “ve” porque lo cotidiano es lo inmediato al individuo en su devenir histórico social, y cuando lo “quiere ver” es por el miedo de reconocer a los responsables directos; llámense hombres, métodos o modelos político-económicos.
Por eso no comprende -o no reconoce- que todos estos pequeños cambios no pueden hacerse sin afectar las propiedades del modelo empleado. No se arriesgan a decir de manera clara que la mayoría de las limitaciones o inconformidades que sufren y que desearían que cambiaran, son el resultado de la aplicación de las propias políticas del aparato gubernamental. Manejos que están intrínsecamente ligados a su naturaleza centralizada, totalitaria e igualitarista.
Y en medio de este ir y venir de palabras, deseos e inculpaciones a medias, me encuentro en estos días con una afirmación pública que me estremeció hasta los huesos… ¡Bárbaro! un tipo que reconoce de forma clara y sin cortapisas que “nuestro modelo no funciona ni para nosotros…” ¡vaya, una afirmación honesta y contundente! ¡Debió sacudir todos los ladrillos de las más altas estructuras! Más aun venido de una fuente tan autorizada como el líder de la revolución cubana. Un tipo de ese calibre debe saber lo que dice, porque ha sido -entre otras cosas- el protagonista de un proceso que se ha tomado más de medio siglo.
¡Fortísimo el arranque! Se lo confesó al periodista norteamericano Jeffrey Goldberg de The Atlantic; “El modelo cubano ni siquiera funciona para nosotros” 1 dijo, y fue publicado para el pueblo norteamericano y para el mundo. Entonces, si lo dice tal personalidad supongo que no lo dice por gusto ni por nada. Y si lo dice de nosotros y de nuestro modelo no existe una sola voz en Cuba ni en el mundo que pueda desautorizarlo. Es –de hecho- una declaración muy seria. Imaginemos la pregunta que se escurre: ¿qué sentido tiene que defendamos y apoyemos algo que no funciona?
Algunos creen que lo dijo para respaldar –de alguna manera- las nuevas reformas económicas lanzadas por su hermano, el actual presidente cubano, medidas que vienen “chapeando bajito” en los centros de trabajo, y que dejarán sin empleo a centenares de asalariados estatales. Y es que al nuevo dirigente le ha tocado enderezar un poco los idealismos empresariales socialistas, aplicados con anterioridad y que han dejado al país en la ruina económica, según criterios autorizados.
Imaginemos el costo político-social de estas nuevas disposiciones, especialmente cuando acá, de lo que se ha presumido siempre, es del humanismo revolucionario de nuestro sistema socialista. Ahora la crisis –que venía incubándose desde hace años- pretenden sofocarla con medidas de rudo corte capitalista, y esta “papa caliente” que quedó en manos del ejecutivo actual es -tal vez- lo que pretende enfriar el ex mandatario cubano con tal afirmación a The Atlantic.
Sus intenciones las desconozco; no sé si trata de justificar los despidos en ejecución y planificados -además de otras medidas ajenas a nuestras tradiciones “sociopaternalistas” – o ha sido un error político del octogenario líder, lo cierto es que ha puesto sobre la mesa un asunto que es importante para todos los cubanos: “el modelo vigente en Cuba no funciona”; y punto.
No hay que ir con medias tintas de ahora en adelante. Si un modelo no funciona se cambia, o ¿acaso se puede cambiar la metodología aplicada a un modelo sin que esto perturbe su configuración global? Eso fue lo que intentaron hacer en la Unión Soviética en los 80 del siglo pasado, pero se les fue de la mano el asuntito. Además -según el marxismo- los modelos son proporcionales a sus procesos internos, llámense relaciones de producción, intercambios mercantiles, o métodos político-administrativos. No puede existir un divorcio entre el contenido de un modelo y su forma.
El modelo socialista no puede aplicar indiscrimina-damente recursos capitalistas y presentarse como socialista porque no lo es, o viceversa. Por otra parte, un modelo que no funciona -y que de hecho se reconoce que no funciona- carece de legitimidad para seguir sosteniéndose, ¿o no es así? De ahí que las declaraciones hechas a Jeffrey Goldberg resulten muy interesantes.
Soy un defensor de lo que funcione, y funcione bien, llámese como se llame. Las terminologías la inventaron los hombres para meter a otros hombres en estantes. Para etiquetar y dividir la sociedades. A nosotros los cubanos lo que nos debería interesar ahora -en este momento de la historia- es echar a andar, pero que se note el movimiento, porque estamos cansados de la espuma de los viejos discursos; pero esto de reconocer públicamente que nuestro actual modelo socialista no funciona, constituye –reconozcámoslo- una verdadera novedad, un gran paso que no debemos desaprovechar.
Si nuestro modelo no funciona, pues es hora que apliquemos la tan presumida formula del término Revolución: “¡… a cambiar todo lo que deba ser cambiado!”, empezando –claro está- por aquello que no funciona.
(1) Fuentes: Theatlantic.com, www.cubaencuentro.com (8 de septiembre de 2010), elpais.com (9 de septiembre 2010), Granma. (11 de septiembre 2010)
Jesuhadín Pérez Valdés (1973)
Miembro fundador del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Reside en Pinar del Río.