Por Juan C. Fernández
Los orígenes del diálogo son tan antiguos como el ser humano mismo. Ha estado presente en la historia de la humanidad desde los primeros tiempos.
Por Juan Carlos Fernández Hernández.
Los orígenes del diálogo son tan antiguos como el ser humano mismo. Ha estado presente en la historia de la humanidad desde los primeros tiempos.
Ha sido el vehículo, herramienta o estrategia por excelencia del ser humano. Ninguna otra criatura en el universo tiene la capacidad de resolver sus cuestiones fundamentales a través de este regalo con el que ha sido premiado el hombre.
La historia está llena de diálogos que han trascendido su tiempo hasta el punto de llegar a convertirse en paradigmas para la humanidad dadas sus grandes repercusiones directas o indirectas, en lo que hoy somos o seremos en el futuro.
El documento más elocuente de esto es la Biblia, el libro más leído, todavía, en el mundo. Dios siempre acude al hombre, su creación, para conversar, negociar, entenderse, y viceversa, el hombre le arranca a su Creador, a través de la negociación, entiéndase el diálogo, las ventajas que lo van a apuntalar en su crecimiento, aprendizaje y prosperidad que necesita para ser él mismo, nutriéndose de los valores que le son transmitidos y que debe poner en práctica precisamente para cumplir el cometido que Dios le encargó en su primer diálogo: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”. Gen8, 17.(1)
A partir de este poético momento de nuestra protohistoria ensalzado por el biblista para transmitirnos la plena confianza que el Creador puso en su creatura, el diálogo pasa a ser método y herramienta, conociendo de sobra la fragilidad del ser humano, pero mostrándonos de manera magistral la pedagogía de Dios puesta en manos del hombre, de la que hablaba San Ireneo, cuya meta es hacer crecer a la persona llevándola a la edad adulta.
En el devenir de la humanidad, siendo ya más terrenal, y hasta nuestros días, nos topamos con infinidad de pueblos que han aprovechado y aprovechan al máximo las ventajas del diálogo para sus múltiples necesidades, sean estas de carácter filosófico adentradas en las marañas del ser, puramente comerciales, políticas o culturales. Grecia, es sin dudas, el ejemplo más ilustrativo de la utilización de este como herramienta propiciatoria para dirimir cualquier tipo de conflictos presentes en la sociedad y de la cual bebe hasta nuestros días, nuestra cultura.
Pero este valor no nace por sí solo, necesita esfuerzo, pedagogía, entrenamiento. Una persona dialogante es, ante todo, una persona madura que busca capacitarse constantemente en la búsqueda de la aceptación, comprensión y entendimiento con los demás, consigo mismo y con los acontecimientos de la vida que le ha tocado vivir. Es en este diálogo consigo mismo y con los demás que el ser humano descubre las razones para su propia superación, el esfuerzo y el sentido mismo de su vida 2.
De esta afirmación se puede inferir que, cuando un pueblo lo aprecia en su justa medida, lo utilizará las más de las veces y esta actitud creará un hábito que con el tiempo pasará a ser parte de su identidad como tal, y con este valor lo identificarán los demás pueblos pasando ya a formar parte de la cultura, o sea, del ser mismo, del alma del pueblo en cuestión.
En nuestra historia particular no ha sido el diálogo nuestro mejor aliado. Todo lo contrario.
Las personas que proponían o practicaban este método eran, muchas veces, criticadas despectivamente y por ende discriminados. En la etapa colonial, por ejemplo, se aplaude a Antonio Maceo por no aceptar el Pacto del Zanjón y encabezar una irresponsable guerra que no condujo a nada, o sí, a pérdidas innecesarias de vidas; sin embargo, la mayoría que sí aceptó esta necesaria tregua son llamados poco patriotas, los autonomistas corrieron similar suerte. Más tarde, ya en la república, los sectores de la sociedad que siempre abogaban por el diálogo, ante los serios conflictos que vivió nuestra nación, eran tildados de flojos, cuando menos.
Pero cuando verdaderamente fue desterrado de cualquier entorno de nuestra sociedad fue a partir de 1959. Las nuevas fuerzas que coparon todos los estratos sociales en nuestro país le colgaron al diálogo el cartel de: “Enemigo Público No.1”
La palabra en cuestión perdió todo significado social y todo aquel o aquellos que la propusieran como método eran crucificados y fusilados civil y moralmente. Pasaban a ser no cubanos y por demás ausentes, desaparecían del escenario público para pasar al penitenciario.
Pero el ser humano no puede desarrollarse plenamente como persona aislada, tiene, por fuerza mayor, que comunicarse, avanzando en amor y amistad con los otros. Por tanto fue preciso que recuperáramos la capacidad de relación, pasando de la crispación y el odio, a la flexibilización y la generosidad, a través de un necesario aprendizaje y constante ejercitación en el arte de dialogar.
Hemos ido, como pueblo, rescatando, no sin penas, las inmensas tradiciones, subvaloradas durante demasiado tiempo, de Varela, Luz y Caballero, Martí; los constitucionalistas del 40 del pasado siglo hasta los actores sociales actuales que han brindado y brindan un inestimable aporte para nuestra cultura fomentando en pequeños espacios, eclesiales unas veces, en medio de la sociedad, otras, la joya cívica que es en sí misma el diálogo. Es, sin dudas, una meta ambiciosa y repleta de obstáculos. Aunque esto último hace más atractiva la tarea, también la dilata.
Así que… para arribar a este puerto tan ansiado por todos es preciso crear entre todosunos mínimos de condiciones que favorezcan el debate civilizado.3 El diálogo no es algo que uno aprehende y se apodera de él, por el contrario, se fortalece cuando una multiplicidad se suma y participa, entiéndase trabajo de equipo, otro tremendo desafío que tenemos como tarea pendiente y no debemos dejar para el futuro sino encararla ahora a través del diálogo.
Ya lo decían los obispos católicos cubanos en su mensaje “El Amor Todo lo Espera” de 1993. Señalaban nuestros pastores en aquel entonces: “… rechazar el diálogo es perder el derecho a expresar la propia opinión y aceptar el diálogo es una posibilidad de contribuir a la comprensión entre todos los cubanos para construir un futuro digno y pacífico”3
El diálogo es un arte y como tal debe ser tratado por todas las partes que intervengan en él, no se debe pretender acudir a un encuentro si se está predispuesto y prejuiciado, con respuestas preelaboradas sin siquiera haber escuchado los argumentos del otro. Esta actitud abortaría posibles futuros encuentros, demostrando con ello que no se acepta la diversidad de opiniones o pareceres, presupuesto fundamental para el diálogo.
Cuba está necesitada, desde hace mucho tiempo, de un profundo diálogo social en donde el Estado-Gobierno cubano se acabe de quitar su camisa de superioridad y comience a establecer una relación horizontal con la sociedad civil y la oposición política y en conjunto buscar soluciones consensuadas a la grave situación por la que hace demasiado tiempo atraviesa el país. A través de la concertación social amplia e incluyente es que debe caminar la sociedad cubana. Animando un entorno público deliberativo y comunicativo es que se ganará confianza llevando esto a compartir información y estrategias de un lado y de otro y consultarse mutuamente antes de tomar cualquier decisión que afecte una de las partes, propuestas y estrategias que siempre tienen que estar abiertas a la crítica.
La sociedad civil cubana y la oposición política, como actores fundamentales de nuestra realidad e interlocutores del gobierno cubano, aunque hasta ahora no les da crédito, no pueden darse el lujo de cansarse de proponer, fomentar y potenciar hacia afuera como para sí mismas, el diálogo social como herramienta y camino para lograr la paz, la reconciliación y el progreso para un país, que aunque en el tiempo vive en el siglo XXI, parece estar anclado en otro tiempo ya superado por la humanidad y específicamente por la sociedad y cultura occidentales de las que somos herederos.
Ir contra el diálogo que nos lleve a la reconciliación de todos los cubanos, es un grave pecado social que puede tener tristes consecuencias para un pueblo que, aunque no se le ha entrenado para la negociación, ha sabido ver, mediante la prueba y el error de todos estos años, que es la única vía para salir ganando todos. El cubano ha ido aprendiendo que con la fuerza se puede vencer a un adversario, pero se pierde a un amigo. Quiera Dios que el gobierno de la Isla empiece a pensar como su gente y no mire a otro lado. No se debe llegar a puntos sin retorno como la antigua Yugoslavia o la actual Siria, tampoco a situaciones de guerra civil como la que por medio siglo ha vivido y sufrido el pueblo colombiano, por citar tres ejemplos. Nadie en Cuba con dos dedos de frente desearía ninguno de estos escenarios, pero es imprescindible que comience a cambiar la dinámica de las relaciones Estado-Sociedad dándole el protagonismo al que merece ser nuestro mejor aliado para la paz: el diálogo entre todos los cubanos. No hay otra…
El Beato Juan Pablo II nos lo recordaba en su encíclica CentesimusAnnus: “… los complejos problemas se pueden resolver por medio del diálogo y de la solidaridad en vez de la lucha para destruir al adversario y en vez de la guerra” 4.
Referencias:
1 Biblia Latinoamericana. Gen 8,17.
2Ciclo 25 Valores humanos. Tema: El Valor del Diálogo.
3Mensaje de los Obispos Católicos de Cuba: “El Amor Todo lo Espera”, sept-1993.
4Encíclica CentesimusAnnus de Juan Pablo II. (párr. 22 y 23)