Cada inicio de año, con el día primero, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Paz. El Mensaje del Papa Francisco para el Año 2023 lleva por título “Nadie puede salvarse solo”, refiriéndose a la necesidad de la solidaridad, al establecimiento de relaciones humanas sólidas, basadas en la sinceridad y el respeto, y al desarrollo de un tejido social orgánico que responda a la propia naturaleza humana.
Con frecuencia resulta más fácil definir las cosas por lo que no son y caemos, de esta forma, en una especie de lenguaje encriptado, en el uso excesivo de eufemismos, o en la vida en la mentira. Damos vueltas a los conceptos para no llamar a las cosas por su nombre. Resulta más cómodo, pero es más claro hablar en positivo, llamar a las cosas por su nombre. Digo esto porque para muchos la paz es la ausencia de guerra, lo contrario a la turbulencia, el ajetreo, la violencia, la desestabilización. Y es eso cierto, pero pensar así nos podría mantener en un análisis muy sencillo, cuando en realidad el concepto es mucho más amplio, serio y profundo.
La paz es el estado que se alcanza, tanto a nivel personal como a nivel de la sociedad, cuando logramos la estabilidad y el equilibrio necesario para el buen funcionamiento del cuerpo como una unidad psicosomática y la sociedad como un corpus integral.
La paz no es solo que predomine la ausencia de conflictos o de violencia en cualquiera de sus manifestaciones. Ella va más allá para suponer un elevado grado de aceptación de las diferencias, el desarrollo consciente de una capacidad para el diálogo, el reconocimiento de la primacía de la persona humana, la promoción de los valores, el respeto a la diversidad y la unidad que cuente con esa condición anterior.
A su vez, la paz se nutre de un cúmulo de valores humanos y actitudes cívicas que permiten alcanzar en la vida ese grado de estabilidad por los caminos del bien.
La fidelidad, por ejemplo, se encuentra entre las principales raíces de la paz. La verdad y la justicia también son dos raíces de la paz que se juntan para propiciar una vida equilibrada, en armonía con nuestro yo interior y para alcanzar que, en el plano social, se pueda construir un ethos cívico sano y fecundo.
La vida en la mentira no genera paz. Si no nos encontramos en paz con nosotros mismos, y no meditamos previamente nuestros actos, por mucho que pregonemos la paz, o nos vanagloriemos de haber alcanzado ese estado, no estamos siendo sinceros con los demás ni con nosotros mismos.
Para ser fieles a los demás, debemos ser primero fieles a nuestro proyecto de vida, es decir, a nosotros mismos. Esto supone evitar los autoengaños, las poses, los mensajes con doble sentido, el mantenimiento de una vida para el exterior y otra hacia lo interno de nuestra humanidad. Eso no es paz. Eso genera más desestabilización, quizá, que un acto de violencia verbal, seguido de unas disculpas o una reconciliación para siempre. ¿Por qué? Porque nadie vive en paz si no se deshace, primero, de sus propias “guerras” internas.
Benedicto XVI, el Papa Emérito recientemente fallecido, como parte de su magisterio recordado fervientemente en estos días, nos habla de la paz en el sentido personal: “El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda” (Mensaje, 8 de diciembre de 2012).
En la medida que la persona humana se sienta realizada, feliz con las decisiones tomadas y actúe en consecuencia, podrá estar en paz consigo misma y, por ende, más disponible para los demás, al servicio del prójimo, la familia y la sociedad.
Esa paz en cada uno de nosotros parte del supremo respeto a la dignidad plena del hombre. Nos decía Benedicto XVI: “No se puede hablar de paz allá donde el hombre no tiene ni siquiera lo indispensable para vivir con dignidad” (Discurso, 9 de enero de 2006).
Abundar en esa ausencia de paz en Cuba merecería un análisis más detallado de causas, consecuencias y daños permanentes en el alma del cubano. Solo desearía reafirmar que, la vida en la zozobra diaria, la cotidianidad trastocada en una fila de pollo o detergente, no es la paz verdadera, no es el equilibrio emocional y mental que necesita toda persona para poder crear, edificar y en general vivir.
Si nos referimos a la paz social, que debe partir de una paz personal, habría que promover la tolerancia, la solidaridad, la compasión, el respeto a las diferencias y a los derechos de las minorías, para crear una cultura global de paz. Una educación basada en estos valores debe implementarse en todo el mundo.
No quisiera terminar esta columna sin sugerir algunas acciones y proyectos que podrían edificar la paz en Cuba.
En la base y el principio de toda acción de paz debe existir un proyecto educativo que forme a las nuevas generaciones en una cultura de paz.
Otro principio generador de paz es el respeto, promoción y defensa de todos los derechos humanos para todos los cubanos sin excepción, al mismo tiempo que se promueva un desarrollo económico, social y humano integral y sostenible (Cf. Benedicto XVI, Discurso 8 de diciembre de 2006).
Fomentar una participación libre y democrática con responsabilidad ciudadana, comprensión, tolerancia y solidaridad, es otra de las acciones edificadoras de paz.
Creo que al iniciar este año 2023, reflexionar sobre la paz y sobre nuestra contribución personal y social a ese noble empeño, es el mejor homenaje que le podemos ofrecer al Santo Padre Benedicto XVI, de feliz memoria.
Seamos todos constructores de la verdadera paz en Cuba.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.