Testimonio de Dagoberto Valdés Hernández, Diócesis de Pinar del Río
Han transcurrido 25 años desde que el Papa, polaco y santo, viniera a Cuba y abriera para todos los cubanos una ventana de luz y libertad. Era la primera vez que la Isla encerrada sentía, vibraba, se movía por un Espíritu nuevo y renovador.
Un arco simbólico y elocuente podría resumir el alma de la visita. Un arco desde la Plaza Cívica José Martí hasta la despedida en el aeropuerto. El viento de la Plaza inspiró a San Juan Pablo II a improvisar diciendo: “Este viento de hoy es muy significativo porque el viento simboliza al Espíritu Santo. “Spiritus spirat ubi vult. Spiritus vult spirare in Cuba” (El Espíritu sopla donde quiere. El Espíritu quiere soplar en Cuba)”. Al despedirse en el aeropuerto caía una fina lluvia y nuevamente el Papa improvisó la traducción del símbolo: “Me hice la pregunta de por qué después de estos días… en que hacía tanto calor, llegó la lluvia. Esto podría ser un signo: el cielo cubano llora porque el Papa se va… esto sería una hermenéutica superficial… Cuando nosotros cantamos en la Liturgia “Rorate coeli desuper et nubes pluant justum” (Que los cielos destilen rocío y que las nubes envíen al Justo), es el Adviento. Quiero expresar mis votos para que esta lluvia sea un signo bueno de un nuevo Adviento en vuestra historia.” Cuba sigue en la esperanza de ese Adviento.
Como hijo de la Iglesia viví y vivo esa visita como un hito de libertad, de apertura y de una visión del futuro que deseo para mi patria. El Papa trajo el mensaje liberador del Evangelio expresado de dos formas: los gestos y las palabras.
Para mí tuvieron una especial vibración algunas palabras que conservan hoy toda su vehemencia y vigencia. La primera de todas, repetida tres veces desde su llegada al aeropuerto, creo que es la de mayor urgencia, la considero una exhortación medular de todas sus enseñanzas centradas en el personalismo comunitario trascendente, camino de sanación para el daño antropológico de los cubanos: “Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”. Otra de sus palabras fundamentales es: “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”, que considero no debe ser entendida solamente como referida a las relaciones internacionales del país, sino también como la apertura mental y estructural que traiga una convivencia fraterna entre todos los cubanos, sin distinción.
Otros mensajes son igualmente memorables: “Cuba, cuida a tu familia para que conserves sano tu corazón” (Santa Clara, 22 de enero de 1998). Muchos análisis tan profundos como este: “La historia enseña que sin fe desaparece la virtud, los valores humanos se oscurecen, no resplandece la verdad, la vida pierde su sentido trascendente y aún el servicio a la nación puede dejar de ser alentado por motivaciones más profundas” (Santiago de Cuba, 24 de enero de 1998).
Suenan en mi corazón, como una especial bendición las elogiosas palabras contenidas en el telegrama del Santo Padre al sobrevolar la Diócesis de Pinar del Río, antes de aterrizar en La Habana: “Me complace dirigir un cordial saludo a los hijos e hijas de esa región occidental de la nación, cuyos atractivos naturales evocan aquella otra riqueza que son los valores espirituales que les han distinguido y que están llamados a conservar y transmitir a las generaciones futuras para el bien y el de la Patria”. Todo un proyecto para actualizar su histórica visita.
Un momento de especial solemnidad y trascendencia fue la visita de San Juan Pablo II al cenotafio que conserva los restos del Venerable Padre Félix Varela, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Recuerdo haber participado como Secretario Ejecutivo de la Comisión para la Cultura de la Conferencia de Obispos de Cuba. Desde el balcón central frente a donde estaba el Papa, recuerdo a ambos lados, muy emocionados, a la directora Zenaida Romeu y al cantautor Carlos Varela. Allí expresó el Pontífice: “Esta es la herencia que el Padre Varela dejó. El bien de su patria sigue necesitando de la luz sin ocaso, que es Cristo. Cristo es la vía que guía al hombre a la plenitud de sus dimensiones, el camino que conduce hacia una sociedad más justa, más libre, más humana, más solidaria” (La Habana, 23 de enero de 1998). Una bella placa que debía hacer memoria de aquel homenaje del Papa a Varela en el Aula Magna, fue por fin colocada en la puerta de San Ignacio en el antiguo Seminario San Carlos donde educó aquel “que nos enseñó en pensar primero”.
Deseo terminar haciendo memoria de un gesto que ha marcado toda mi vida de cubano y cristiano, por su simbolismo y contenido: fui uno de los 20 laicos de toda Cuba elegido para que San Juan Pablo II le entregara una Biblia después de la lectura del Evangelio en la última Misa presidida por el Sucesor de San Pedro en la Plaza Cívica José Martí en La Habana. Era una luminosa mañana del 25 de enero de 1998. Fui el último en subir las anchas escaleras del altar ayudando a la Sra. Lola Careaga de Minas de Matahambre, la más anciana de todos. Mientras subíamos, pensé que podía ser otro símbolo de la perseverancia y fidelidad de aquella generación de cristianos que sostuvo encendida la antorcha de la fe en medio de la tormenta. El Cardenal Jaime Ortega estaba presentando a cada uno de los laicos y, al llegar este servidor, le dijo: “Santo Padre: Dagoberto Valdés, director del Centro de Formación Cívica y Religiosa y de la revista Vitral de la Diócesis de Pinar del Río.” Saludé al Santo Padre y recibí de sus manos la Biblia, mientras renovaba entonces, a mis 43 años como hoy, la profesión de mi fe católica y apostólica, mi compromiso y entrega de amor a Cristo, a Cuba y a la Iglesia. Pocos meses después, el mismo Juan Pablo II me nombraría miembro pleno del Pontificio Consejo Justicia y Paz.
Desde entonces, solo pido fidelidad a la Palabra de Aquel que es el centro y el fin de mi vida: Jesús, para que siempre pueda cumplir, con mi pensamiento, palabras, escritos, obras y proyectos, aquella misión que el mismo Cristo proclamó en la sinagoga de Nazaret y que había sido la lectura del Evangelio de aquel inolvidable domingo:
“El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lucas 4, 18-19).
Que, con la ayuda de Dios, así sea en mi vida, en la Iglesia y en Cuba.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia
Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de
hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Director del Centro de Estudios
Convivencia (CEC).
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