Por Eliécer Ávila
A unos dos kilómetros del Consejo Popular No.13 El Yarey, está ubicado San Francisco, un pequeño barrio de obreros y campesinos, más conocido como Los Platanales o La Resbalosa. Allá vivían mis abuelos y allí nació mi papá en el año 1947.
Por Eliécer Ávila
A unos dos kilómetros del Consejo Popular No.13 El Yarey, está ubicado San Francisco, un pequeño barrio de obreros y campesinos, más conocido como Los Platanales o La Resbalosa. Allá vivían mis abuelos y allí nació mi papá en el año 1947.
Este humilde pueblecito antes de 1959 producía una gran cantidad de viandas, carnes y leche, y sus habitantes, aunque analfabetos en su totalidad, eran muy honrados y laboriosos. En cualquier casa se podía encontrar piso de tierra, techo de guano o cogollo, varios candiles para la iluminación, en techos y paredes muchas telas de araña tiznadas por el humo del fogón de leña y los candiles. En las cocinas se colgaban los utensilios para elaborar los alimentos, calderos, espumaderas, cuchillos, un cubo colgado en un gancho de hierro o una tinaja de barro sobre un burro de madera, contenían el agua fresca que se usaba para beber o cocinar.
En una esquina del fogón de leña, un jarro o una olla con leche, y en la otra, una botella o un pomo grande con café para que se mantuvieran calientes. Era normal que una gallina que volaba o un puerco que se rascaba con la pata del fogón botaran la leche o el café, pero nadie lo lamentaba porque en la tarde se volvía a ordeñar la vaca y se colaba otro café.
Las personas hablaban de una casa a otra para decirse alguna broma, invitarse a un trago, un cigarro o jugar dominó. Las niñas y niños, desnudos y descalzos se bañaban bajo la lluvia sin temor al frío o al catarro. Los animales caminaban y pastaban a cualquier hora del día o de la noche y por cualquier parte sin que fueran robados o lastimados. Una pequeña tienda proveía a los habitantes de los artículos necesarios con gran calidad, buen precio y facilidad de pago.
Después del 1ero de enero de 1959, este pequeño pueblecito comenzó a tener cosas que nunca antes había visto, como la electricidad generada por una planta que permitía iluminar la vivienda desde las 6:00 pm hasta las 12:00 pm.Se construyó una pequeña escuela para los niños y se les puso un maestro que no había que pagar.
La empresa de Cultivos Varios creada por el Estado, comenzó a explotar las tierras que había expropiado a los campesinos y esto generó empleo para la totalidad de los habitantes aptos para trabajar, hicieron caminos y canales para el riego de las plantaciones.
Hacia el año 1975, después de construir una ESBEC (Escuela Secundaria Básica en el Campo), se electrificó el barrio; también se construyó un terraplén que permitía el acceso de diferentes medios de transporte y de carga desde El Yarey hasta San Francisco, mejorando las condiciones de vida de los pobladores.
Es importante señalar que en la medida que se lograban estos beneficios también se perdían muchas cosas que antes había para todos (viandas, carnes, leche etc.) pues los campesinos que producían también se convirtieron en asalariados de la CPA 21 de Septiembre y se fueron a vivir fuera de sus tierras en la comunidad construida por la cooperativa.
Poco a poco se fue extinguiendo aquel pequeño barrio que tanto disfruté en mi niñez y adolescencia.Una buena parte de las personas se mudaron a otros lugares y otros murieron con una edad avanzada. Hoy, lo que fue un lugar tan bonito, alegre y tranquilo se ha convertido en extensas plantaciones de plátano burro, llenas de malezas, caminos intransitables y terrenos baldíos. Ya los animales no caminan por cualquier parte ni a cualquier hora, porque ahora sí los roban y los matan.Ya no existe la escuelita para los niños, porque ya no hay niños.
La soledad prácticamente se apoderó del lugar, donde tantas familias eran felices viendo a sus hijos tomar un jarro de café con leche, comiendo plátanos maduros, cocos, naranjas, un trozo de carne curada o un chicharrón en manteca con plátano hervido.
Ya casi nadie monta a caballo, porque no existen, y la corrida de cintas, que era la fiesta principal de todos los domingos, hace muchos años quedó en el olvido. Hoy siento nostalgia de los relatos de mi abuela, de los paseos a caballo, de la tiradera en el cuello para cazar palomas, de la pesca en los canales y de los melones que comíamos sin permiso, de ver vacas,yeguas y puercas, pariendo. Hoy es evidente la destrucción de este pedacito de Cuba y lo que más duele es ver cómo un pasado de sueños y alegrías, dio paso a un presente de tristezas y decepciones.
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Eliécer Ávila Pérez
(Puerto Padre, Las Tunas, 1967)
Lic. en Contabilidad y Finanzas.