¿Salud mental con el morral vacío?

Norma es una abuela que sobrepasa los 75 años de edad. Ella sale a “pelear la vida”, con su morral a cuesta y la cartera asustadiza. Agarra algo de dinero de su ingrata chequera de jubilación, para ver con qué producto accesible se topa en su andar por los puntos de venta del barrio. Va de un lado hacia al otro. Su rostro no sale del asombro por el aumento de los precios desde su última compra. Se pregunta, al igual que la cucarachita Martina, el personaje del cuento infantil: “¿Qué me compraré?”. Le entristece ver cómo parte de los ingresos acumulados en sus años de trabajo se ven reducidos a una libra de su apetecida malanga, una cebolla, dos cabezas de ajo y un paquete de picadillo, sin contemplar el resto del mes que le queda por subsistir.

Vive con su hijo, el cual tiene Síndrome de Down y se encuentra en situación de dependencia. Lleva meses sin dormir lo suficiente, su presión arterial no se estabiliza y la migraña no le deja respirar. Un vecino le dice que tiene que tomarse las cosas con calma, que esto va a mejorar, que debe cuidar su salud mental. Ella indignada le responde: -“¿¡Salud mental con el morral vacío!?”.

Cada día es aumenta la angustia que viven los adultos mayores en Cuba para tener que alimentarse con algo que, al menos, le sostenga por unas horas. Cada día el valor de sus pensiones se desvanece ante tanta inflación en el mercado privado, pero también en el estatal. Cada día las opciones para “desconectar” emocionalmente de la cruda realidad son menos accesibles.

Cierto día, una colega de trabajo adulta mayor me comentaba que hace apenas unos años atrás, ella y su esposo se acostumbraron los fines de semana a salir a pasear a clubes, restaurantes y cines. Pero desde la fallida –y silenciada mediáticamente- Tarea Ordenamiento, se desvaneció su tiempo de ocio matrimonial. Hoy refieren que solo salen de sus casas para ir al trabajo y recoger a sus nietos en la escuela. El contexto les agobia, les desilusiona, les duele y les encarcela.

Con este escenario complejo, donde los adultos mayores son uno de los principales perjudicados, debemos cuestionarnos si ellos, verdaderamente, están naufragando psicológicamente ante la interminable tormenta que les está tocando vivir. Es por ello que, con el presente artículo, se pretende visibilizar el impacto de la profunda crisis económica en la salud mental de este grupo poblacional. Es un deber ciudadano revelar estas situaciones de injusticia social para exigir derechos innegociables, y “rasgar la costura de la manipulación mediática” –y académica- de que vivimos en una sociedad amigable con la vejez.

“La salud es el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (Organización Mundial de la Salud, 1992). La directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Carissa Etienne (2018), la definió como “un derecho de las personas y una responsabilidad de los Estados”.

Por su parte, la salud mental, uno de los determinantes de la salud, incluye nuestro bienestar emocional, psicológico y social. Este influye en la forma en que pensamos, sentimos y actuamos cuando enfrentamos la vida. Nos ayuda a determinar cómo nos relacionamos con los demás, manejamos el estrés y tomamos decisiones (Medline Plus, s.f). Cuando gozamos de una adecuada salud mental, asumimos la vida con mentalidad positiva, con optimismo, sabemos manejar mejor los conflictos, hacemos adecuadas elecciones en la vida, tenemos mejor dominio de las emociones, nos relacionamos de manera favorable en nuestro medio circundante, somos más productivos, estamos más enfocados en nuestras metas y proyectos vitales, y tenemos mejor estado de salud física.

Existen personas que presentan padecimientos como por ejemplo, la diabetes mellitus, que a pesar de estar medicados de manera exacta, no salen del agobio de la descompensación. Se pierden en la búsqueda de causas desde el punto de vista biológico, cuando es el estrés y la depresión de la vida quienes les marcan el ritmo de su malestar.

Muchos factores de riesgo pueden repercutir desfavorablemente en la salud mental de los adultos mayores. Entre ellos encontramos las experiencias y vivencias negativas de la vida, los problemas de salud personales y familiares, el estar al cuidado de personas dependientes, los estilos de vida insalubres, la mala calidad y condiciones de vida, los problemas económicos, la mala convivencia social, estar sujetos a situaciones de estrés mantenido, etcétera. La combinación de dos o más factores de riesgo complicaría el estado de salud mental e incluso, compromete el físico y social. Desencadenaría comorbilidades, un problema frecuente en las personas senescentes.

Si limpiamos el prisma con esmero –y libertad- para ver mejor la realidad de las personas mayores en Cuba, nos resultará difícil encontrar factores protectores de la salud mental más allá del vínculo familiar más cercano; a pesar de que todos los miembros de la familia –de igual manera- están atravesados por los mismos problemas económicos creados por el Estado, el mismo que, al decir de la directora de la OPS, debe ser un garante de la salud de sus ciudadanos.

Es por ello, que la sola voluntad política de crear programas, políticas, leyes y lineamientos para cuidar -supuestamente- de la vejez, no son suficientes. Desde hace tiempo, las personas son conscientes que se trata de “globos inflados” para encandilar en la arena internacional a los organismos, la opinión pública y los medios de comunicación con vistas a ganar reconocimiento y obtener posibilidades de financiación e inversión extranjera.

¿Cómo saber si verdaderamente nuestros adultos mayores cubanos gozan de salud mental? Algunos síntomas y signos son reveladores de este estado. Negarlo, es hacerse parte del problema y de sus causas.

Cambios en los hábitos alimenticios.

El Mapa de Hambre en Cuba reveló, a través de la Encuesta de Seguridad Alimentaria aplicada en 12 provincias del país, que la situación de seguridad alimentaria es seria y compleja. El 40.4% de los encuestados refirió que es deficiente la disponibilidad y variedad de alimentos, y el 33.1% que es incompleta. La calidad de los alimentos de la libreta de abastecimiento fue evaluada como pésimos por un 31.8% de los encuestados, mientras que el 50.8% lo consideran regulares; el 95.8% señalan que estos productos normados no satisfacen sus gustos. En cuanto a la estabilidad de los alimentos, el 91.4% es de la opinión que casi siempre hay desabastecimiento de productos esenciales, y el 59.2% expresa que los cubanos recurren al mercado negro para alimentarse (Food Monitor Program, 2022, https://n9.cl/mapadehambrefmp). Este resultado tiene mayor repercusión en los adultos mayores jubilados o pensionados, más si se conoce que lo que devengan es insuficiente para alimentarse el mes completo.

Cambios en los hábitos de sueño.

La calidad del sueño en este segmento poblacional a partir del impacto de la crisis económica es inadecuada. El insomnio le ha atrapado el sueño a nuestros adultos mayores, debido -fundamentalmente- a la inseguridad alimentaria existente, es decir, el acostarse sin una adecuada alimentación y la preocupación de no saber qué se va a comer al día siguiente.

Aislarse de las personas.

La crisis migratoria ha tenido gran impacto en la vida de las personas mayores. Estos vieron cómo sus hogares se quedaban vacíos, sin hijos y nietos, porque estos se cansaron del sueño utópico que les prometieron. Esto generó trastornos emocionales en no pocos, como son la depresión, la ansiedad y la soledad. Muchos perdieron el interés por salir de sus casas, porque todo ha dejado de tener sentido, porque algo de ellos también se ha ido.

Poco disfrute de actividades de ocio.

La reducción considerable de la capacidad de compra a través de sus ingresos económicos por concepto de jubilación o pensión, sumado al fenómeno indomable de la hiperinflación en el mercado, ha hecho que las actividades de ocio queden relegadas a un segundo plano. Desde hace algún tiempo, comer, es la prioridad.

Sentirse impotente o sin esperanza.

En sentido general, los cubanos hemos perdido la esperanza en lo que se presentó como el sueño de una sociedad socialista próspera y sostenible. Como plantea un profesor conocido, estamos inmerso en un proceso de empobrecimiento paulatino, donde la mayoría de los cubanos, se siente vulnerable porque hay carencia de todo, y porque casi nada funciona bien.

Nuestros mayores, entre tanto, se sienten impotentes. Poco pueden hacer cuando los obstáculos a enfrentar son cada vez más grandes que su voluntad de enfrentarlos, y cuando las fuerzas disminuyen paulatinamente. Además, porque saben que el vecino o familiar que antes le ofrecía ayuda también se encuentra viviendo una situación similar.

Sentirse inusualmente enojado, molesto o preocupado.

Es común –y legítimo- el sentirse disgustado ante el escenario caótico que viven en Cuba los adultos mayores. El contexto está matizado por la carencia de lo básico para sobrevivir, y las pérdidas de familiares, amigos, de los valores, la esperanza, la ilusión y el sentido de la vida. Esto les genera preocupación por el futuro que le dejan a sus hijos y nietos, y por el que les tocará vivir hasta Dios decida.

Tener pensamientos y recuerdos que no pueden sacar de su cabeza.

Si bien una de las características de la adultez mayor es la de conservar e ir –de vez en cuando- a sus recuerdos de tiempos pasados, cuando este se hace recurrente es un síntoma de frustración porque algo no marcha como se esperaba en el aquí y en el ahora. Tienden a hacer comparaciones entre los tiempos pasado y presente, en cuanto a los precios, los servicios, la forma de relacionarnos, el poder, las dinámicas de la vida y más.

La salud mental es indispensable para envejecer con dignidad. Urge realizar acciones verdaderas y liberadoras que estén en sintonía con las necesidades sentidas de las personas adultas mayores. No se puede construir una sociedad justa, inclusiva y amigable si nuestros abuelos pasan hambre, no duermen bien, no tienen buena atención de salud, van perdiendo la ilusión y la esperanza, sienten que valen o importan menos, en fin, sufren porque no gozan de una buena salud mental. Hagamos que su morral –físico y emocional-, se llene de bienes y dichas agradables. Es un deber del Estado y un derecho humano impostergable.

 


  • Orlando Miguel Barbán Guerra
  • Investigador junior de Cuido60.
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