Por Orlando Freire
Dos hechos acaecidos en la más reciente edición de la Feria Internacional de La Habana (FIHAV 2012) pudieran indicar el interés de las autoridades cubanas por revitalizar el maltrecho sector azucarero en la Isla. Se trata de la apertura de esa agroindustria al capital extranjero…
Por Orlando Freire Santana
Dos hechos acaecidos en la más reciente edición de la Feria Internacional de La Habana (FIHAV 2012) pudieran indicar el interés de las autoridades cubanas por revitalizar el maltrecho sector azucarero en la Isla. Se trata de la apertura de esa agroindustria al capital extranjero, una esfera de la economía que hasta el momento permanecía como una especie de bastión del nacionalismo insular.
Brasil, una de las naciones con mayor representación en FIHAV, acordó con la parte cubana la administración conjunta del central azucarero “5 de septiembre”, en la provincia de Cienfuegos. El acuerdo, en síntesis, se rubricó entre el grupo AZCUBA -sucesor del defenestrado Ministerio de la Industria Azucarera- y una subsidiaria de la empresa brasileña Odebrecht, la misma que ya invierte su capital en la ampliación del puerto de Mariel. De igual forma, se materializó la creación de una empresa mixta cubano-británica para la generación de electricidad a partir del bagazo, uno de los derivados de la caña de azúcar, en una planta de 30 megawatts que se construirá en áreas del central Ciro Redondo, en la provincia de Ciego de Ávila.
En primer término, los dirigentes cubanos sueñan con la posibilidad de reinsertar el sector azucarero en el selecto grupo de actividades que hoy proporcionan los mayores ingresos que obtiene el país, como el turismo, los servicios profesionales y los productos farmacéuticos. Porque, a pesar de los llamados a la diversificación de las exportaciones, el grueso de los especialistas internacionales, así como muchas voces críticas dentro de la Isla, coinciden en que las pequeñas economías subdesarrolladas, como es el caso de Cuba, deben de concentrar el esfuerzo productivo en un número reducido de actividades exportadoras, que les permitan obtener los niveles de ingreso adecuados, lograr un crecimiento económico, y acceder a las importaciones que necesite el país. Aquí lo esencial no sería el tamaño del sector exportador, sino el éxito que sea capaz de exhibir.
Además, en el caso del azúcar, habría que considerar la recuperación de los precios del dulce en los mercados internacionales, y también la plena vigencia- no obstante los criterios agoreros de la izquierda internacional- del Principio de las Ventajas Comparativas enunciado en 1815 por el economista inglés David Ricardo. La máxima de que “Las naciones deben especializarse en la producción de aquellos renglones para los que existan las mejores condiciones naturales de elaboración, lo que implique más eficiencia y menos costos de producción, e importar el resto de las mercaderías”, amén de concordar con las óptimas condiciones de nuestra isla para el cultivo de la caña de azúcar, constituye la clave de la mayoría de los esfuerzos integracionistas en el contexto de la inevitable globalización con que convivimos.
Es cierto que la concentración del comercio exterior en pocos mercados y una exigua cantidad de productos conlleva riesgos; riesgos que los cubanos hemos visto desembocar en desventuras en más de una ocasión. Pero también es verdad que el azúcar, en más de una etapa de nuestro devenir histórico, se ha echado sobre sus hombros el destino de la Nación, y su presencia ha presidido los períodos de mayor bonanza que hemos experimentado. No en balde, y con la segura reticencia de aquellos que anhelan asistir al surgimiento de la república post-azucarera cubana, cada cierto tiempo reaparece entre nosotros una máxima que se obstina en no abandonarnos definitivamente: sin azúcar no hay país.
En todo caso, parece evidente que la concentración geográfica del comercio exterior puede resultar más dañina que su concentración productiva. Nunca olvidaremos el descalabro que significó para nosotros la pérdida del 85% del intercambio comercial del país tras la desaparición de la Unión Soviética y sus gobiernos satélites de Europa oriental. Y algo similar podría suceder si colapsa la Revolución Bolivariana en Venezuela, país que, junto a China, concentra el mayor porcentaje del comercio exterior cubano.
Ya en una mirada más centrada hacia el interior de la Isla, la reanimación del sector azucarero revestiría gran importancia debido a las producciones derivadas de la agroindustria de la caña de azúcar, entre las que sobresalen la producción de alcohol y la generación de energía eléctrica. La producción de alcohol como combustible es una tendencia mundial, y Cuba no debería de estar ajena a ella, máxime al tratarse de un elemento menos agresivo al ambiente que los combustibles fósiles, y provenir de una fuente renovable. Con respecto a la energía eléctrica, los especialistas estiman que, si el país lograra una zafra de siete u ocho millones de toneladas de azúcar, el bagazo de la caña estaría en condiciones de aportar la misma electricidad que si empleáramos 3,5 millones de toneladas de petróleo.
Por supuesto que el logro de tales objetivos presupone revertir el calamitoso estado mostrado por el sector azucarero en los últimos tiempos, y que obligó a las autoridades a cerrar la mitad de los centrales del país. Con vistas a la deseada recuperación, los expertos recomiendan dos medidas iniciales: estimular a los productores de caña de azúcar para que aumenten el rendimiento por hectárea, y la apertura a la inversión extranjera. La primera deviene vital, pues con frecuencia los centrales detienen la molienda por la carencia de materia prima. Y en relación con la segunda premisa, está por ver si lo acontecido en FIHAV 2012 asume visos de perdurabilidad.
Foto: Jesuhadín Pérez Valdés
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Orlando Freire Santana (Matanzas, 1953).
Licenciado en Economía.
Mención de Honor en concurso periodístico en Austria, 1996.
Mención en concurso periodístico de Palabra Nueva, 1999.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Espacios de 2001-2005.