Durante 27 años trabajé como profesora de adolescentes y jóvenes. Una de las experiencias más interesantes que viví fue la escucha de los que eran minoría en el aula. Impresionante cuando después de escuchar el coro de la mayoría, alguien hacía una pregunta o daba una idea que nadie había pensado. ¡Ni siquiera la profesora! Me decía entonces: ¡lo que me hubiera perdido si no lo escucho!
Comprendí así, desde la experiencia, lo que había aprendido leyendo libros: promover la participación implica escuchar y respetar a la minoría. Nadie discute que la opinión de la mayoría debe ser la que decida. Pero ignorar la opinión de la minoría o, peor aún, acallarla, nos hace muy ignorantes a nosotros.
El respeto a todos, es un principio básico de la convivencia. La minoría es lo diferente. Es difícil escucharla porque es pequeña. Muchas veces no tiene nada de razón. Incluso muchas veces la minoría se ofusca empeñándose en ser escuchada y aceptada. En ocasiones, la minoría no quiere respetar la decisión de la mayoría. Pero ninguna de estas situaciones es pretexto para aislarla o aplastarla. Participar en los ambientes en que desarrollamos nuestra vida es un derecho, que hay que respetar aunque la mayoría piense que lo ejercemos mal.
En las ciencias, una persona puede hacer un descubrimiento que estuvo ante los ojos de todos. En el arte solo pocos triunfan creando un estilo novedoso, que al principio muchas veces no gusta a la mayoría. En los negocios, algunos han triunfado teniendo en cuenta los gustos de la minoría.
En política, el respeto a las minorías es la democracia. Aunque la última palabra la tenga la mayoría, no vale acallar a la minoría. Cuando en una nación, la mayoría decide sin escuchar a la minoría, no solo no podemos hablar de democracia, sino que los responsables de la política enfrentan la inseguridad de tomar decisiones sin haber estado sometidas al análisis desde otras perspectivas, la necesidad de tener que evitar a toda costa, que esas opiniones sean expresadas en momentos posteriores a la decisión y la imposibilidad de negar que son los principales responsables de los errores cometidos.
Por otra parte, la falta de respeto a la diversidad de opiniones, genera en los ciudadanos distintas actitudes. Rebeldía, doble moral. Pero la peor de todas las consecuencias es la falta de compromiso con la sociedad.
Preguntémonos si eso es parte de lo que sucede en nuestro país. No podemos quejarnos de la desidia de los trabajadores, de la incompetencia de algunos dirigentes, de la falta de seriedad en los asuntos más importantes o del desinterés de los estudiantes, sin hacer nada por cambiar una de las cuestiones que más promueve la falta de compromiso: el irrespeto a la opinión de la minoría.
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.