Religión y sociedad – San Juan XXIII: una caricia de Dios, el Papa Bueno

Por Mario José Pentón Martínez
San Juan XXIII.

San Juan XXIII.

Escribir sobre una figura tan vital en la historia del cristianismo contemporáneo como Angelo Roncalli, conocido mundialmente como Juan XXIII no es tarea fácil. Y es que, entre los cientos de miles de peregrinos que viajaron esta primavera a Roma para la primera ceremonia de canonización simultánea de dos Papas en la historia, pocos habrán tenido el privilegio de conocer personalmente a esa figura que se nos pierde en la ya “lejana historia” del siglo XX. Un personaje discreto, pero que cambió para siempre el rostro del cristianismo occidental. Elegido para ser un Papa de transición terminó siendo, por su docilidad al Espíritu, el Papa de la transición.
Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto il Monte (cerca de Bérgamo, Lombardía), el 25 de noviembre de 1881. Hijo de una extensa familia de campesinos conoció de pequeño la vida sencilla, pobre y creyente del labriego italiano, trabajando con sus propias manos la tierra.
Desde los seis años comenzó a asistir a la escuela, donde destacaba por sus dotes intelectuales y su gusto por la lectura. Era un asiduo monaguillo, y muy pronto, bajo la tutela del Padre Francesco Rebuzzini pareció encontrar el sentido de su vida en el ejercicio sacerdotal. Como su familia no podía costearle los gastos del seminario, tuvo que acudir a una parroquia cercana para iniciarse en el latín y luego partir a casa de un familiar a continuar los estudios en el colegio episcopal.
Hacia 1892 ingresó en el Seminario de Bérgamo y desde entonces se propuso una firme disciplina y una vida de piedad. De esta época datan escritos de su “Diario del alma”, autobiografía espiritual del futuro Papa. Sus estudios fueron interrumpidos por el servicio militar, en el que es licenciado como sargento. Posteriormente continúa su vida eclesiástica obteniendo el grado de doctor en 1904. Ese mismo año es ordenado y celebra su primera misa en San Pedro del Vaticano.
Un año después conoce a alguien que lo marcaría de por vida: monseñor Giacomo Maria Radini Tedeschi, quien lo nombra su secretario al ser consagrado obispo de Bérgamo por Pío X. De esta forma comienza un período de intensa relación entre ambos, de máxima identificación y gran amistad. Roncalli además de su trabajo en la secretaría impartía clases de Historia de la Iglesia, Apologética y Patrística. Hizo numerosos viajes. Redactó varios ensayos.
Hacia 1914, el estallido de la Primera Guerra Mundial y la muerte de su amigo y obispo Mons. Tedeschi cambian el horizonte del joven sacerdote. Tiene que inscribirse en el Ejército Italiano, del lado de la Entente. Transcurre los cuatro años de guerra como sargento de sanidad y teniente capellán en el hospital militar de Bérgamo. La guerra, con sus innumerables atrocidades, dejó en él una profunda huella, al contemplar el sufrimiento y la muerte cara a cara. En este período se le encuentra también ejerciendo de director espiritual del seminario bergamasco y funda la Casa del Estudiante, una iniciativa altruista que daba alojamiento a jóvenes del campo que llegaban a la ciudad a estudiar.
Una vez terminada la Gran Guerra es llamado para presidir la Obra Pontificia de Propaganda Fide (Propagación de la fe) en Italia y unos meses más tarde Benedicto XV lo nombra como prelado doméstico, es decir, mensajero personal del Papa, con lo cual tiene que realizar numerosos viajes que lo llevan a conocer la situación de la Iglesia en Francia, Bélgica, Holanda y Alemania.
En 1922 es elegido Papa Pío XI y le encomienda la Exposición Misionera de 1925 y poco después ser Visitador Apostólico en Bulgaria. Este es un terreno nuevo para el ahora obispo Roncalli. El país eslavo, envuelto en intensas pugnas políticas entre la agitación comunista y el conservadurismo regio no lo hace perder su foco de atención: visita a los heridos por el atentado contra el rey Boris III, es recibido por el Santo Sínodo Ortodoxo y se encuentra con la minoría católica del país. Hizo una gran labor por el ecumenismo con la Iglesia Ortodoxa Búlgara.
Hacia 1934 se le encuentra en Turquía y en Grecia, donde trabaja por limar las asperezas con el Vaticano. Durante la Segunda Guerra Mundial hace de mediador secreto entre el Gran Rabino de Palestina y la Santa Sede, salvando la vida de miles de judíos perseguidos por el nazismo. Pocos saben que a su haber se debe que Atenas y sus invaluables riquezas artísticas no fuesen bombardeadas en la guerra. Hacia 1944 es nombrado Nuncio en París, en medio de la tensión entre el Estado francés y la Iglesia producto del colaboracionismo de obispos franceses con las autoridades pro fascistas de Vichy. De Gaulle exigía la deposición de 33 obispos. Después de las gestiones de Roncalli, solo fueron tres los removidos de sus diócesis.
El propio presidente francés Vincent Auriol le impuso el birrete cardenalicio y ese mismo año de 1953 es nombrado Patriarca de Venecia. A sus 72 años parecía que sería el final de su servicio sacerdotal. Se comportaba en la ciudad de las góndolas como un cura de pueblo, visitando enfermos, conversando con la gente y administrando los sacramentos. Pero los caminos de Dios no son nuestros caminos…
Muerto Pío XII en 1958, acude al cónclave, donde es elegido Papa. Toma el nombre de Juan XXIII, un humilde nombre que contrasta con los Píos y Leones precedentes. Incluso el nombre de un antipapa de infeliz recuerdo. Desde el inicio de su Pontificado marca distancia de la tradicional censura a la modernidad, decantándose por el diálogo. Promueve el respeto a los derechos humanos e incluso atisba el advenimiento de una Iglesia de los pobres, tema soslayado luego por los sectores más conservadores de la institución.
A solo tres meses de elegido Papa, convoca -desde la Basílica de San Pablo extramuros- (todo un símbolo) a un Concilio Ecuménico que tenía como objetivo el aggiornamento de la Iglesia, la puesta al día del mensaje cristiano. El Concilio Vaticano II (1963-1965) cambió para siempre a la Iglesia Católica. Desde la introducción de las lenguas vernáculas en la liturgia hasta la misma concepción de Iglesia, como Pueblo de Dios, son fruto del trabajo de los padres conciliares guiados por el espíritu reformista del Papa Juan. La Crisis de Octubre en Cuba o el bloqueo de Berlín Occidental contaron con su decisiva mediación. Sus encíclicas Mater et Magistra (Madre y Maestra) y Pacem in Terris (Paz en la Tierra) son piezas claves del magisterio eclesial. Su salud se resquebrajó y murió de cáncer en 1963, a los 81 años de edad, mientras miles de personas rezaban por él en la Plaza de San Pedro.
San Juan XXIII, o sencillamente nuestro Papa Bueno, nos deja una sencilla lección: incluso en los momentos más álgidos de la historia, el mensaje cristiano tiene plena validez: El diálogo es el camino, no la condena. O como dijera el Papa Francisco “Lo repito alto y fuerte: no es la cultura de la confrontación, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino esta: la cultura del encuentro, la cultura del diálogo; este es el único camino para la paz.”
 
Bibliografía
  1. 1.BBCmundo.com: Canonización: Juan XXIII, el “Papa Bueno”. 26 de abril de 2014.
  2. 2.Encíclica Pacem in Terris. SS Juan XXIII.
Mario José Pentón Martínez (Santa Clara, 1986).
Hermano Marista
Maestro primario. Profesor de Historia Contemporánea.
Licenciado en Comunicación Social (2010)
Actualmente trabaja en la Diócesis de Cienfuegos.
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