Por Néstor Pérez
La reciente ceremonia de beatificación de Olallo Valdés en Camagüey, laico consagrado por la Orden de San Juan de Dios al servicio de los que más sufren, fue una oportunidad de encuentro y preciada festividad. Quienes tuvimos la posibilidad de estar presentes, invitados o en representación de nuestra comunidad cristiana de base, nos quedará grabada como huella imborrable, un testimonio cristiano, venerable por su sencillez y radicalidad evangélica que tanto nutre a la Iglesia como a esta Nación por su coherencia, humildad y marcada cubanía.
La vida de Olallo, transcurridos más de cien años, evoca tanta semejanza e identidad con nuestros tiempos que, conociendo lo que fue e hizo, y asistidos por la vos del pueblo (vox populi), la divina gracia, solemnidad religiosa y hasta el reconocimiento civil, debe ser un referente para todos y es especial para los cristianos contarla como parte de nuestra historia.
Su infancia, la de un niño bastardo abandonado y recogido por una Casa Cuna sin referentes familiares que crearan y promovieran en él su identidad, nos llevan a preguntarnos tal vez dónde fue que formó Olallo su personalidad, alimentó su autoestima y logró elaborar su proyecto de vida a partir de tan magna opción, muy joven aún.
En la casa cuna desde el cuidado y formación de piadosas personas así como de religiosos fue el lugar de encuentro y desarrollo humano en su primera etapa. Allí recibió su educación y fue sembrada la semilla del evangelio que tantos frutos dio.
Una primera etapa de su vida guarda cierta semejanza con la realidad de nuestro pueblo tan sufrido por las rupturas con el pasado y las divisiones entre hermanos quizás por razones un poco diferentes. Rupturas con la historia, la verdad, con hombres insignes del pasado y del presente. Divisiones entre las familias, la nación. Todas realidades de nuestro tiempo que tienen con la vida de Olallo semejanzas y diferencias. Ellas nos guían a reflexionar que tal como una persona creció y avanzó, también como pueblo se puede crecer y avanzar si somos promovidos, reconocidos en nuestra dignidad, desde el referente evangélico y rescatando nuestra credibilidad de la huella del mal sobre nuestro pasado.
El juicio final del evangelio según San Mateo fue la lectura para la Eucaristía de ese día. La confrontación de nuestro actuar ante las exigencias de Cristo sobre nuestra vida que se proponen como don y gracia recibida en el Sermón del Monte: dichosos los humildes, los mansos, los que tiene hambre y sed de justicia, son misericordiosos o perseguidos por causa de la justicia, es decir aquellas virtudes que encarnan el mandamiento nuevo del amor. Un momento de la celebración para la reflexión y acercamiento a la labor y entrega de este santo cubano que lo entregó todo al servicio de sus hermanos.
Una muestra del alcance y compromiso de este hombre se reflejó especialmente en una obra preparada por el grupo de catequesis de la Parroquia de Florida en Camagüey, que con espíritu eclesial tuvimos la oportunidad de vivir los pinareños que fuimos acogidos tan hospitalariamente el día antes.
La obra nos mostraba un hombre de su tiempo, inserto en los diferentes ambientes de aquella sociedad, que interpelaba a las clases dominantes de su época sin acomodarse a los lujos y privilegios de los que no gozaban todos sus hermanos. También su entereza y valentía al recoger de la plaza pública el cadáver de un prócer mambí como Ignacio Agramonte, la negativa que dio al Arzobispo ante la propuesta para ser sacerdote, por mantener sus servicios y opción. Esta representación teatral fue una magnífica experiencia abundante de cuestionamientos y lecciones para nuestros tiempos que brindó un magnífico preámbulo para el día siguiente.
Ante este testimonio de hombre bueno y tan enraizado en la vida de muchos camagüeyanos, sintiendo orgullo de nuestra historia cívica y religiosa, pensaba: ¡Cuán distante se puede encontrar la radicalidad del Evangelio en la actitud de quienes le siguen, de las demandas que sobre nuestro actuar y pensar pueden hacer quienes están en el ejercicio del poder y gozan de autoridad! Aquel mambí era un facineroso que, a criterio de algunos obispos pro españoles, instrumentos del regio patronato indiano, encarnaba los más negativos ideales liberales de su tiempo contra una supuesta moral cristiana.
Pensé, desde Agramonte hasta Gustavo Arcos Bernes ya fallecido, y tantos otros que, como él, trabajan por el progreso y bienestar de nuestra sociedad dentro y fuera de Cuba hoy día. Esa es la Iglesia de Jesucristo que en cada Celebración Eucarística pide que aumente nuestra fidelidad al Evangelio, que respeta y anima en nuestra opción. La buena nueva es el camino de la concordia y la unidad de la Iglesia que cuenta con más de dos milenios de existencias.
El siglo diecinueve, tiempo de consolidación de nuestra identidad y etapa de lucha por nuestra soberanía y derechos como Nación, se mantiene vivo y continúa siendo referencia en nuestro caminar.
El ejemplo de Olallo es muestra fehaciente de lo imperecedero y grande frente a lo pírrico y volátil de las estrategias humanas y del poder ante la historia. ¿Quién recuerda hoy a aquellos obispos y autoridades civiles a quienes le fue encomendado el cuidado de sus Diócesis y gobierno civil? El testimonio y legado de tantos cristianos brilla sobre estos capítulos oscuros, defendiendo como él, la obediencia, el respeto y manteniendo en silencio muchas cosas como lo hizo María.
Es por ello, la voluntad de la Iglesia de llevarlo a los altares como modelo y referencia de los cristianos de hoy.
La comunidad de Hermanos de San Juan Dios, está de fiesta y su identidad se renueva ante la sociedad cubana y los que más sufren que son, en fin, sus destinatarios. Brindemos nuestro apoyo y colaboración.
Lo necesitan.
Néstor Pérez González (S. Juan y Martínez, 1983)
Técnico Medio en Agronomía. Ex-estudiante de Derecho.
2do. Año de la Universidad de Pinar de Río.
Expulsado por escribir en esta revista y expresar sus criterios en el aula.
Actualmente trabaja la tierra en la vega de su familia.