Por Gerardo Martínez-Solanas
Esas fueron las primeras palabras pronunciadas por Juan Pablo II, recién elegido Sucesor de Pedro. También forman parte prominente de su mensaje autobiográfico en “¡Levantaos! ¡Vamos!”, publicado en 2004. Son las mismas palabras que repitió al pueblo de Cuba hace 10 años, en la visita memorable que recién han conmemorado en Cuba con una misa celebrada el domingo 20 de enero en la Catedral de La Habana.
En su homilía, el Cardenal Ortega subrayó que “Su visita marcó la vida de la Iglesia en Cuba y nuestra historia como nación”. No obstante, cuida mucho que las relaciones con el Gobierno se mantengan “en lenta, pero progresiva mejoría”. Sus razones tendrá, pero las apariencias parecen negar su optimismo. Roguemos a Dios que ese aparente optimismo no sea un disfraz de su miedo.
El Papa Juan Pablo II ha dejado en su herencia escrita un mandato claro que expresa que la falta más grande del apóstol es el miedo, porque es precisamente la falta de fe en el poder del Maestro lo que despierta el miedo de su grey que “oprime el corazón y aprieta la garganta” de sus fieles, convertidos en hombres de poca fe. Sus palabras son duras, pero precisas, porque destaca el hecho de que “los que abandonaron al Maestro aumentaron el coraje de los verdugos”. Es decir, que quien calla ante el abuso de los enemigos de una causa, quien calla ante la iniquidad y la violencia, contribuye a su poder y los envalentona. “El miedo del apóstol es el primer aliado de los enemigos de la causa”, insiste el Papa Wojtyla en su escrito.
El miedo causa lo que en tiempos modernos se ha calificado como el “síndrome de la indefensión adquirida”, que consiste en el enorme temor acumulado durante años de opresión y represión que paraliza a los pueblos hasta que se creen incapaces de hacer valer sus derechos. Esa indefensión es adquirida por un proceso malvado que va desmoralizando a la sociedad hasta incapacitarla de hacer resistencia a la tiranía. El proceso desmoralizador se enfoca frecuentemente en las religiones cristianas y su ética, con el imperioso dictado de destruir la fe de sus seguidores. La estrategia consiste en lograr que la religión se convierta en un rito vacío de inspiración que anule la voluntad de sus seguidores de proclamar sus principios y proseguir el apostolado que le da razón de ser en defensa de la dignidad humana.
El Maestro Jesús dio el ejemplo para la posteridad. Fue un hombre de paz, renunció al caudillismo y al poder, pero no contemporizó tampoco con los tiranos de entonces. No hizo silencio para que toleraran su mensaje y su liderazgo pastoral. Cuando fueron a buscarlo con el propósito inútil de humillar su grandeza, no transigió en los principios ni se escondió de sus perseguidores. Salió al encuentro de la turba y les dijo sin miedo: “¡Soy yo!”
Por eso, el testamento que Juan Pablo II nos ha dejado consiste en que nunca demos la espalda a la verdad ni a la defensa de los oprimidos. Insiste en que no dejemos de anunciar la verdad, en que no la escondamos, “aunque se trate de una verdad difícil, cuya revelación nos traiga consigo un gran dolor”, y cita la frase bíblica del Evangelio de S. Juan: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».
Esa es la tarea que encomendó Juan Pablo II al pueblo cubano y que dejó como mandato a su jerarquía eclesiástica. En “¡Levantaos! ¡Vamos!” lo dice muy claramente: “No hay sitio para compromisos ni para un oportunista recurso a la diplomacia humana”.
Gerardo E. Martínez-Solanas (La Habana, 1940)
Economista y Politólogo
Fue dirigente diocesano de la Acción Católica en Cuba y miembro del Directorio Revolucionario Estudiantil
Trabajó en el Servicio de Conferencias de las Naciones Unidas (ONU) hasta 1996.
Director de DemocraciaParticipativa.net
Reside en Estados Unidos.