Religión y sociedad – “La labor social de la Iglesia en la Cuba de hoy”

Apuntes de la Conferencia dictada en la Fundación Hispano-Cubana, el 7 de abril de 2011
Por Yaxys Cires Dib
Basílica 'El Cobre', Santiago de Cuba.

Basílica ‘El Cobre’, Santiago de Cuba.
Vengo a hablar sobre la Iglesia cubana, y lo hago católico, muy agradecido a esta Iglesia, en especial a la que peregrina en Pinar del Río, de la que recibí mucho más de lo que entregué. También lo hago como persona que ve y se compromete en la política desde la perspectiva democristiana, articulación doctrinal e institucional que no es confesional, pero que propone para el país los valores y principios de la Doctrina Social Católica, como son la defensa y promoción de la dignidad de la persona, la libertad, la solidaridad, la subsidiaridad, la justicia social y la búsqueda del bien común. Esto lo digo para que se comprenda, desde el inicio, que cuando hablo sobre la Iglesia, lo hago con mucho cariño y respeto.
La actuación de la Iglesia cubana, en particular la de su jerarquía, genera opiniones encontradas y desata no pocas pasiones. Por poner un ejemplo, recordemos la famosa carta enviada por más de un centenar de disidentes al Papa Benedicto XVI, en la que criticaban la mediación del Cardenal Jaime Ortega; y la respuesta ofrecida por la Revista Espacio Laical, órgano del Consejo de Laicos de La Habana. Carta y respuesta diversas pero simétricamente lamentables.
En todo caso, estamos necesitados de poner todas las cuestiones en perspectiva y de no caer en simplificaciones. Cuando las opiniones y exigencias carecen de mesura o de conocimiento sobre la realidad de una persona o institución, pueden ser profundamente injustas. A veces pedimos a otros que hagan cosas que no están en condiciones de hacer según su naturaleza, o que ni nosotros mismos haríamos porque sería un salto al vacío.
Dicho esto, creo que es bueno decir que hablar de la Iglesia es, para nuestro objeto, hablar de su labor, porque ella hace muchas cosas que no salen en las noticias, en especial el trabajo cotidiano de muchos sacerdotes, religiosas y laicos para aliviar el sufrimiento moral y material de los cubanos. Si hoy vemos que algunos obispos son escuchados o si creemos que la Iglesia puede ser un interlocutor válido o un actor social determinante en Cuba, es gracias a esa entrega que la mayoría de las veces se hace desde el silencio.
La Iglesia no es un partido político ni entre sus funciones está la de encabezar la lucha contra un régimen determinado, pero ella sí debe tener una preocupación – ¡y ocupación! – por la vida de las personas y contra las condiciones que les son adversas: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres… sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (cfr. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 1)
La Iglesia cubana, además de su misión evangelizadora y pastoral, también ha fijado entre sus prioridades la formación integral y la promoción humana. Durante muchos años ha venido desarrollando una importante labor en estos ámbitos y ha demostrado su cercanía con quienes más sufren.
Ya antes de 2003, pero de manera más intensa desde ese año de la “Primavera Negra”, la Iglesia había implementado en todas las diócesis su pastoral penitenciaria. Esta se ha concentrado en dos vertientes: en la visita por parte de sacerdotes a los reclusos, y en la atención espiritual y material a sus familiares.
He hablando con algunos ex-prisioneros del grupo de los 75 y les he preguntado sobre el tema y todos me han confirmado que durante su tiempo en cárcel recibieron la visita de los sacerdotes, quienes siempre tuvieron para ellos palabras de ánimo y de aliento.
Pero la labor de la Iglesia es más amplia y profunda. Destacan a lo largo de toda la isla importantes centros de formación integral abiertos a católicos y no- católicos. Por solo mencionar algunos: el Centro “Fray Bartolomé de las Casas”, que tiene como sede el convento San Juan de Letrán en La Habana, y que ofrece cursos, conferencias y distintas diplomaturas y masters, en colaboración con Universidades extranjeras, principalmente españolas; o el Centro de Bioética Juan Pablo II, y otros centros de formación integral en la mayoría de las diócesis cubanas.
Ayer fue inaugurada la Anunciata, en la parroquia de Reina, en Centro Habana. La Anunciata ofrecerá repasos académicos para niños, talleres de teatro, de manualidades (tejido, bordado) y de creación y administración de trabajos por cuenta propia; dos sábados al mes se ofrecerá un cine forum.
Tanto la Anunciata como el aula de Letrán, y los distintos centros de formación que la Iglesia tiene a lo largo de la Isla son espacios alternativos en los que la gente puede formarse, debatir libremente y compartir con los demás.
Un lugar importante en esta labor de la Iglesia lo ocupa Cáritas, que desarrolla una larga lista de proyectos asistenciales, destacando los comedores para ancianos, lavanderías para gente pobre o la ayuda directa a damnificados de las catástrofes naturales, pero que también impulsa talleres de promoción humana destinados a colectivos como los niños con síndrome de Down o los enfermos de VIH.
La Iglesia ha sido la primera en trabajar con colectivos vulnerables como los alcohólicos, y en las parroquias se le brinda una especial atención a las madres solteras.
Las congregaciones religiosas, desde su rica diversidad de carismas, desarrollan también una constante labor en los barrios más pobres de Cuba. Yo tuve la oportunidad de trabajar con las Hijas de la Caridad en un barrio pobre de Pinar del Río, donde funcionaba el proyecto de promoción humana San Vicente de Paúl.
Algo a destacar de esta labor es, en primer lugar, que no es sectaria: va dirigida hacia los necesitados con independencia de su raza, opinión política o religiosa; el sacerdote que en una parroquia de la Habana tiene un comedor, no le pregunta a los ancianos si van a misa ni pide que vayan con la partida de bautismo en la mano. En segundo lugar, es un compromiso diario, permanente. No pasa como en otras actividades en las cuales uno puede tomarse un descanso y por ello no va a pasar nada; o cuando se prometen villas y castillos y luego se abandona de nuevo a los necesitados a su pésima suerte; la gente sabe que en la caridad de la Iglesia siempre encontrará una esperanza que les conforte. Porque hoy por hoy esta red de servicios de la Iglesia es el único sostén moral y material para muchos ciudadanos en un país en el que los servicios públicos o los sociales son cada vez más precarios.
¡Y hay todavía quienes se preguntan de dónde viene el respeto que los cubanos sienten por la Iglesia!
Sin duda ello tiene su fundamento en que la Iglesia es el único espacio donde las personas pueden encontrar consuelo espiritual y algún soporte emocional ante la desesperanza y la escasez de las cosas más elementales.
Es el único espacio de libertad que no ha sido secuestrado por el régimen y donde las personas pueden crecer en dignidad.
Es quien ha contribuido a conservar y atesorar valores distintivos de nuestra cultura, casi siempre a contracorriente. La Iglesia ha rescatado el verdadero valor de los símbolos patrios, de la cultura, de la patria.
Es la única institución independiente que funciona a lo largo y ancho de la Isla, de forma organizada y con un liderazgo visible.
Todo esto la Iglesia lo hace desde la pobreza y las limitaciones tanto económicas como administrativas. Muchas de estas limitaciones le vienen impuestas, pero otras son internas, como la escasez de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Para que tengamos una idea: Para una población de más de 11 millones de habitantes hay un poco más de 1000 consagrados (sacerdotes, religiosos y religiosas) y de esos aproximadamente 340 son cubanos. De hecho el apostolado laical organizado, que es el gran sustento de la Iglesia, no escapa a la falta de motivación, a las presiones, y a la necesidad de buscar una vida digna en otras tierras.
Esta también es parte de la realidad de la Iglesia a la que tanto se le exige, como si fuese de otro mundo o no estuviese toda ella imbricada en el pueblo, siendo parte de él y por tanto, en el aspecto humano, temporal, histórico no ajena a sus rebeldías, miserias y expectativas.
Ahora quisiera presentar sencilla, pero sinceramente, tres señales de alerta o retos que deberían ser de especial atención para quienes hoy tienen en la Iglesia un protagonismo en medio de la compleja realidad socio-política cubana.
La primera señal de alerta es que ante las profundas desigualdades existentes, la Iglesia debe reavivar o intensificar el reclamo de igualdad de oportunidades y de justicia social.
La Iglesia no está para hacer política partidista, ni para tumbar ni para legitimar a nadie. Esa no es su función. En cambio, la opción por los más pobres sí lo es. Y ésta se concreta en la caridad y la promoción humana, pero también en la lucha por la justicia social. Hay que desempolvar la Rerum Novarum y su fecunda herencia hasta la reciente “Caritas in veritate” de Benedicto XVI que encara los nuevos desafíos económicos, políticos y socio-culturales en nuestro mundo globalizado. Según el Catecismo de la Iglesia: “La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación”.
Así entendida, la justicia social es una garantía para el desarrollo integral de la persona y para la paz. Hoy tenemos en Cuba una cruda realidad social, marcada por grandes desigualdades, bajos salarios y por la precariedad de los servicios públicos. En este sentido creo muy necesaria la reciente llamada de atención que ha hecho la revista Palabra Nueva sobre el sistema de salud cubano; sin embargo, dado lo sensible que es para la Iglesia el tema de la salud y el trato a los ancianos, muchos echamos de menos una clara reacción de ella en lo referente al “caso Mazorra”, un crimen que clama al cielo.
Algunos sectores de la Iglesia han aplaudido el supuesto final del paternalismo estatal, de hecho se dice que hay que prepararse para una sociedad con diferencias sociales en la que algunos se sentirán desamparados por “Papá Estado”. No seré yo quien defienda el paternalismo estatal, pero creo que no se puede intentar que los demás comprendan y menos que acepten esta situación, si todavía no hay libertad para emprender o si el ambiente laboral cubano sigue siendo profundamente restrictivo e injusto. Es como creer razonable que el amo pida a sus esclavos que sean responsables de su propia vida, sin antes haberles dado su libertad. Por ello el reclamo de los derechos sociales tiene que impregnar el mensaje de la Iglesia. A los católicos se nos puede exigir determinada posición política, siempre que sea respetuosa de la dignidad humana, sus derechos y el bien común; se nos puede pedir que reconozcamos la presencia ineludible de la dimensión política en toda la vida humana, personal y colectiva, y que seamos coherentes en nuestra opción por los pobres, lo que lleva aparejado la lucha por la justicia social, la solidaridad, la libertad, la reconciliación y la paz en la verdad.
Recientemente el sacerdote jesuita Jorge Cela en una conferencia-artículo: “La Iglesia Católica ante los retos espirituales de Cuba”, expresó:
“Los principios de la igualdad, de la solidaridad, de la justicia, de la fraternidad tienen que ser asumidos por la Iglesia desde la fe. Como también la libertad, la participación, la creatividad, y tantos otros que nacen del proyecto de Jesús. Fortalecer la fe desde esta perspectiva (no solo como conocimiento, sino como vivencia espiritual de los cristianos, y como posibilidad de unidad en la diversidad con otros creyentes y no creyentes), es tarea propia y pendiente para la Iglesia cubana”
La segunda señal de alerta o retos tiene que ver con el peligro de que el posibilismo se transforme en otra cosa.
El posibilismo es aprovechar, para la realización de determinados fines o ideales, las posibilidades existentes en doctrinas, instituciones, circunstancias, etc., aunque no estén en sintonía con esos fines e ideales. En el caso cubano sería como abrirse paso dentro de la dinámica o estructura del régimen. Los insistentes llamados desde algunos sectores sociales, también dentro de la iglesia, para que la gente se involucre de manera directa en los debates promovidos por el régimen van en esa dirección.
A priori el posibilismo político no tiene un sello que le haga éticamente inaceptable, como tampoco debería convertirse en un dogma vinculante y tachar de radical a todo el que no crea en este.
Para emitir un juicio de valor sobre el posibilismo político habría que indagar en sus verdaderas motivaciones, en sus fines y en sus condiciones históricas de ejercicio.
Las condiciones históricas sabemos que son complejas, de hecho cualquiera puede salir escaldado. Podría ser que lo que está ocurriendo en Cuba sea meramente circunstancial y como en otros momentos si algo cambia sea para que todo quede más o menos igual. Sin embargo, el tiempo transcurrido y la creciente lógica de un cambio natural/biológico, fortalecen la impresión de que esta vez la eficiencia de la estrategia posibilista será notable.
Pero el posibilismo no consiste, insisto, en un fin en sí mismo, sino en aprovechar las circunstancias para lograr algo, por lo que ese algo debe estar claro. Y es ahí donde podrían surgir algunas dudas: ¿Qué tipo de sociedad queremos? ¿Qué “Casa Cuba” queremos? ¿Una fundada en la libertad, la justicia y la solidaridad o una elitista, dividida y esclava de las elucubraciones mentales de algunos? ¿Una de carne, huesos y voluntades o una de espejismos?
Uno de los problemas del posibilismo es su proclividad hacia el voluntarismo. Un filósofo español retrata muy bien este peligro: “el posibilismo lleva dentro de sí la carga mortífera de la inercia aprovechada. Lo malo del posibilismo no es su capacidad de adaptación, sino su tendencia; su pendiente resbaladiza. Y es que, hecha una concesión, la siguiente llega como por encanto”. De ahí la importancia de que en cualquier proceso de mediación o negociación no sea sólo una parte la que deba o tenga que establecer las condiciones; de ahí la necesidad de una visión de país acorde con la normalidad internacional, lo cual sería una garantía de que no se caerá en el seguidismo acrítico que equivale a relativizar los valores ante el pragmatismo o el entusiasmo.
La tercera señal o en este caso un reto, sería que la propia Iglesia refleje la pluralidad que existe en su interior.
Uno de los valores que la Iglesia ha cultivado puertas adentro es el de la unidad y lo ha logrado de manera satisfactoria. Sin embargo, todo el mundo sabe que dentro de la Iglesia existe una gran pluralidad de opiniones y visiones sobre ella misma, pero muy en especial sobre el régimen. También hay católicos de las más diversas tendencias políticas: democristianos, liberales, socialdemócratas, inclusive, para hacer honor al famoso “ajiaco” de Fernando Ortiz, hay católicos que abrazan o simpatizan con ideologías o movimientos históricos o estructuraciones socio-políticas tan “totalizantes” como es el comunista. Lo cierto es que la Iglesia en su interior es muy diversa.
En su interesante conferencia: “Las relaciones Estado- Iglesia en la Cuba de hoy”, el director de la Revista Palabra Nueva, Orlando Márquez hace referencia a esta diversidad, al expresar que “la Iglesia misma se ha convertido en verdadero espacio de pluralidad en la sociedad cubana, pues entre los católicos de hoy es posible encontrar tanto a quienes se identifican con el gobierno actual como los que se oponen a éste, y entre estos últimos hay católicos de las más variadas tendencias”
Pero eso no debería ser un simple diagnóstico, sino que debería hacernos reflexionar sobre si el discurso oficial de la Iglesia refleja esa realidad; o para ser más concretos nos preguntamos si los medios de comunicación de la Iglesia reflejan esta diversidad de pensamiento.
También deberíamos pensar si, en coherencia con esa pluralidad interna, no habría que dar espacio, por ejemplo, en las Semanas Sociales Católicas a laicos de diferentes tendencias políticas.
En el capítulo dedicado al análisis de la realidad en el Plan Global de Pastoral (2006-2010), aparece lo siguiente: “Nuestro laicado está comprometido sobre todo en tareas hacia el interior de la misma Iglesia, estas actividades están relacionadas con la catequesis, la formación religiosa, la promoción humana y la animación de la vida de oración. Los laicos no valoran suficientemente el hacer presencia de levadura en la sociedad, en el mundo del trabajo de la política, de la cultura, de los medios de comunicación”. Habría que preguntarse cuáles son las causas de esta fatiga y si de verdad la Iglesia está dispuesta a darle soporte espiritual y moral – como es su deber según lo profesa doctrinalmente-. a quienes, desde su compromiso como cristianos, deciden servir a Cuba en esos ámbitos.
Aquí quisiera hacer referencia al testimonio del laico católico Dagoberto Valdés que ha sido continuamente atacado desde los medios de comunicación del régimen. Creo que la Iglesia debe ser consecuente y manifestarle su cercanía y solidaridad. Nadie le pide a la Iglesia que apoyen determinado proyecto político o social, sino que defienda el derecho a opinar y participar de laicos como Dagoberto. La verdadera normalización de las relaciones Iglesia- Estado pasa por la aceptación de la participación de los católicos (y de todos los cubanos) en la vida pública: económica, política y social del país.
Y con estas señales de alerta pongo punto final a mis palabras sobre la Iglesia cubana en la actualidad; Una Iglesia que hace mucho por la nación, pero iglesia formada por hombres y mujeres que siempre deben estar abiertos a la conversión por la fuerza renovadora y liberadora del Espíritu Santo.
Espero que sean muchos los aportes y que tengamos un intenso debate a continuación. Muchas gracias.
Yaxys D. Cires Dib. (Pinar del Río, 1979)
Licenciado en Derecho (Universidad de Pinar del Río),
Máster en Derecho Mercantil (U. Santa María La Antigua-Panamá), Máster en Derecho Internacional y Relaciones Internacionales (U. Complutense- Madrid), Máster en Acción Política (U. Rey Juan Carlos y U. Francisco de Vitoria- Madrid), ex becario de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES).
Actualmente reside en España
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