“La persona es un ser encarnado que se compromete”.
Emmanuel Mounier
Por Juan Carlos Fernández
El concepto democracia es desde hace mucho tiempo uno de los más abordados, manoseados, abusados y vilipendiados. Unas veces para defenderla y otras para hundirla enarbolando para ello su nombre. En la sociedad contemporánea cada vez más naciones implementan, o por lo menos tratan, con mayor o menor acierto, este sistema. La Iglesia Católica también tiene algo que decir en cuanto a la Democracia.
Introducción
La intervención de la Iglesia en el campo de la realidad social se ha sucedido ininterrumpidamente desde los primeros siglos del cristianismo hasta nuestros días.
Durante largo tiempo, sin embargo, las tomas de posturas de la Iglesia se han revertido en carácter extemporáneo y fragmentario, en el sentido de ir dictadas más al filo de la problemática particular que se debía afrontar, que por la preocupación de elaborar de manera orgánica un proyecto específico de presencia y participación de los creyentes, y los que no lo son, en la construcción de la ciudad terrestre.
Solo en la época moderna, gracias al advenimiento de la sociedad industrial, se pone en marcha una formulación más completa del magisterio social con el nacimiento de la denominada Doctrina Social de la Iglesia.
La doctrina social de la Iglesia (D.S.I) es un tremendo paso de avance porque con ella la Iglesia no se contenta únicamente con ofrecer una plataforma “formal” de valores y abordar en el terreno ético cuestiones críticas de particular relevancia, sino que tiende a producir un auténtico cuerpo de principios doctrinales y de orientaciones operativas que servirán para guía del comportamiento de los cristianos, o todo hombre de buena voluntad, en los diversos sectores de la vida. Tiende, por tanto, a articular una visión global propia de la sociedad, suministrando al mismo tiempo las directrices concretas para llevarlas a cabo.
Naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia
Nació del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias, comprendidas en el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la justicia con los problemas que surgen en la vida de la sociedad.
Un aspecto fundamental de la DSI es que está orientada esencialmente a la acción y se desarrolla en función de las circunstancias cambiantes de la historia. Abierta siempre a las cuestiones nuevas que no cesan de presentarse, como por ejemplo: la eutanasia, la clonación de genes, el aborto, etc., cuestiones estas que no existían cuando se escribió la Encíclica que se considera la pionera en estas cuestiones, me refiero a la “Rerum Novarum” escrita por el Papa León XIII a finales del siglo XIX.
Principios fundamentales de la DSI
La columna vertebral que rige los fundamentos de la DSI es el reconocimiento de la dignidad de todo hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.
De aquí derivan unos derechos y deberes naturales de toda persona.
Estos derechos y deberes tienen una profunda ética pues se centra y profundiza sustancialmente en el ser y el carácter de las personas y pone en preeminencia todo aquello que “contribuya a la humanización de las personas y de la sociedad y por tanto contribuye al cultivo de capacidades, talentos y actitudes de los ciudadanos y de los grupos sociales de modo que se creen las condiciones, el hábitat material, moral y espiritual que le permita a todos crecer en humanidad”(Vitral-año XII-jul-ago-2005).
Por tanto, las personas son sujetos activos y responsables de la vida social. Íntimamente ligado a este aspecto de la dignidad del hombre se sitúan los principios de solidaridad y subsidiariedad.
En virtud del segundo principio, ni el Estado, ni sociedad alguna deberán sustituir la iniciativa y la responsabilidad de las personas y de los grupos sociales intermedios en los niveles en que estos puedan actuar, y mucho menos destruir el espacio necesario para su libertad.
Después de ver, grosso modo, la naturaleza y principios que rigen la DSI podemos adentrarnos en los juicios que emite la Iglesia sobre la democracia, que es a fin de cuentas el que interesa abordar en este espacio.
Democracia, según la DSI
Sobre ella nos dice: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar (realmente) a sus propios gobernantes, o bien sustituirlos oportunamente de manera pacífica”.
Por esto, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana.
Profundizando en los valores que debe contener todo Estado de derecho, afirma la DSI: “Una auténtica democracia no es solo el respeto formal de las reglas, sino que es fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: La dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la aceptación del bien común, como fin y criterio regulador de la vida política”.
El Magisterio reconoce la validez del principio de la división de poderes en un Estado, ya que es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Es este el principio del Estado de derecho, en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres.
Sobre los gobernantes o representantes nos señala: “Una autoridad responsable significa también una autoridad ejercida mediante el recurso a las virtudes que favorecen la práctica del poder con espíritu de servicio, nunca buscando el prestigio o el logro de ventajas personales.
Otro aspecto, no menos importante, que aborda la DSI es el que se refiere a la participación política y los instrumentos para llevarla a cabo: “Los partidos políticos tienen la tarea de favorecer una amplia participación y el acceso de todos a las responsabilidades públicas. Los partidos deben ser democráticos en su estructura interna, capaces de síntesis política y con visión de futuro.
Y un aspecto sumamente importante que no escapa a este análisis es en lo relativo al verdadero valor de la comunidad política, o sea, a quién, o a qué sirve o debería servir. En este aspecto la DSI es clara y contundente: “La comunidad política se construye para servir a la sociedad civil de la cual se deriva. No puede considerarse la sociedad civil como un mero apéndice o una variable de la comunidad política, al contrario, ella tiene la preeminencia, ya que es precisamente la sociedad civil la que justifica la existencia de la comunidad política.
Conclusiones
Todos estos complejos temas y más, muchos más, son abordados por la Iglesia como parte fundamental de su misión evangelizadora.
No es algo más, añadido para tocarlo cuando quiera o convenga. La DSI es el juicio ético y moral que se hace del hombre y todo su entorno. Por tanto, tirarla a un lado o manipularla burdamente es algo que entra en contradicción con el humanismo cristiano y el compromiso que de este se deriva.
La búsqueda del bien común no es una “tercera vía” entre el capitalismo salvaje y el colectivismo marxista. Es el objetivo primario de toda política buena.
He percibido y percibo en estos tiempos que corren, cuán necesario se hace recordarnos todos nuestros compromisos con el presente y futuro de nuestro país. Además pienso que la Doctrina Social de la Iglesia es una asignatura no completada en la Iglesia cubana.
En nuestro país es sumamente necesaria no solo para la Iglesia, debe ser divulgada y promovida en medio de toda la sociedad.
Juan Carlos Fernández Hernández (1965) Pinar del Río.
Ex corresponsable de la Hermandad de Ayuda al Preso y sus Familiares de la Diócesis de Pinar del Río.
Miembro del Equipo de trabajo de Convivencia.