Por Padre Olbier A. Hernández Carbonell
Esa bendita imagen, morena y santa, que llegó un día a nuestras aguas orientales, para quedarse para siempre en medio de nuestro pueblo, nos dice hoy: “Cuba no temas, cuatrocientos años llevo contigo”.
Por Padre Olbier A. Hernández Carbonell
Esa bendita imagen, morena y santa, que llegó un día a nuestras aguas orientales, para quedarse para siempre en medio de nuestro pueblo, nos dice hoy: “Cuba no temas, cuatrocientos años llevo contigo”.
Cuando salimos de Cuba traemos siempre con nosotros las cosas que más amamos, y si no podemos, o no nos dejan, luchamos hasta conseguirlo. Por eso un día, conscientes de que algo nos habíamos dejado, comenzamos la lucha por acercar hasta nosotros, esta bendita imagen, a quien amamos y a quien acudimos siempre. En ella encontramos siempre un sinfín de palabras que nos identifican: Amor, Patria, Libertad, Consuelo, Ayuda, Protección.
María de la Caridad ha estado presente en la vida del pueblo cubano, desde su aparición por la Bahía de Nipe en los primeros años del siglo XVII. Esta imagen y esta medalla adornaban los cuellos de nuestros mambises. A su santuario acudieron nuestros Mayores, para poner a sus pies la lucha por la libertad. La primera bandera ondeada en suelo cubano, en La Demajagua, con el grito de independencia y libertad, fue confeccionada con el dosel que cubría el altar dedicado a la Virgen de la Caridad, que tenía Carlos Manuel de Céspedes en su casa. Fueron los mambises quienes pidieron al papa Benedicto XV que coronara a la Virgen de la Caridad como Patrona de la República de Cuba, fueron los cubanos quienes pidieron al papa Juan Pablo II, que coronara a la Virgen, como Reina de la República de Cuba.
De toda Cuba, acuden a lo largo de la historia los cubanos al Santuario de El Cobre, a los pies de la Virgen; a suplicar y a pedir favores a la Madre del que todo lo puede, Jesucristo nuestro Señor. Ella es parte de nuestra cultura, de nuestra identidad. Ella ha sido parte de nuestro pasado, es parte de nuestro presente y será, sin duda, auxilio de nuestro futuro.
María sigue vigilante desde las serranías y lomas de Santiago, velando por su pueblo. Esta Madre conoce de alegrías y penas, de llanto y dolor; no hay nada que María de El Cobre, no sepa de sus hijos cubanos; las alegrías y penas de este pueblo, son también las alegrías y penas de la Virgen.
Desde que se apareció a tres humildes mineros de El Cobre en la bahía de Nipe, desde que llegó a nuestras playas, en medio de las olas revueltas, con el título de Virgen de la Caridad, es decir, del Amor, inauguró una historia de amor con el pueblo creyente, inspirada en el amor a Dios y comprometida con el amor al hermano.
Al igual que aquellos tres primeros testigos, que recogieron llenos de fervor a la Virgen, los cubanos la hemos acogido, la hemos llevado como San Juan, el discípulo amado, la llevó a su casa y la hemos llevado a nuestras vidas, hemos sentido el influjo de su presencia, hemos elevado hacia ella nuestras plegarias y súplicas agradecidas. Veneramos su imagen bendita en nuestras casas, tenemos su nombre en nuestros labios y su amor en nuestros corazones.
¡Qué hermoso recibir a María de la Caridad en nuestros hogares!, ¡Qué lindo guardar la estampita que nos regaló mamá cuando salimos de Cuba, o la medalla de la abuela, que prometió siempre, que al morir, sería nuestra! Caridad llevan por nombre nuestras madres, abuelas, hermanas, novias. Esto demuestra que Cuba es un pueblo creyente, es un pueblo con deseo de Dios, es un pueblo que ama a la Virgen.
Esa mujer vestida de sol, resplandeciente, apareció en el cielo de Cuba también como una señal grandiosa, como un signo del amor de Dios para este pueblo. María es signo de la Iglesia. Donde esté María, allí estará sin duda la Iglesia. No hay iglesia sin anuncio, sin acogida, sin disponibilidad, sin servicio y entrega. En María se dan de una manera especial todas estas realidades.
Cuba hoy necesita ponerse en camino, para alcanzar ese día en que podamos salir a las calles y caminar sin miedo, sin permisos, sin autorizaciones. Ese día en que todos los cubanos nos encontremos en un abrazo común, sin odios, sin rencores, ese día en que el amor de la Virgen haya sanado definitivamente todas nuestras heridas.
La Iglesia tiene la misión de poner a Dios allí donde no esté. Más allá de las incomprensiones, del rechazo, de la exclusión, nos toca a nosotros los cristianos poner amor y paz allí donde no lo haya.
María es madre y ella sabe cuánto sufren las madres cubanas. Por el hijo que se fue cruzando los mares en busca de un futuro mejor, se perdió en las aguas junto a la vida de tantos hijos de este pueblo. María sabe de hijos lejos del hogar, que sueñan y esperan poder abrazar a sus madres. María sabe de hijos presos, que sufren prisión por ser diferentes, por pensar distinto, por soñar despiertos. María sabe de ancianos solos y enfermos, de niños con hambre, de madres desesperadas, de padres alcohólicos y cansados. A nuestros templos llegan las oraciones y las súplicas de un pueblo desesperado, frente a nuestra Madre desfilan miles de cubanos, llevando en sus manos un rosario de sufrimientos y penas.
El canto del Magníficat que María proclama nos anuncia la liberación de Dios de toda esclavitud. Nos anticipa la victoria de la Caridad, del amor. “El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.”
Estas son las promesas de Dios anunciadas en María, la Iglesia hoy y nosotros en ella, no hemos de temer los necesarios cambios que el momento presente nos va sugiriendo a través del Espíritu. La Iglesia hoy necesita con urgencia cambiar métodos, posturas, discursos que no ayudan o no revelan con claridad la presencia de la Caridad, esto es del amor en su seno. Hemos de bajarnos, porque ciertamente hay gente que no se puede levantar.
Ayúdanos, Madre, a creer y a esperar, a luchar y a soñar. Ayúdanos a construir una Patria libre de odios y rencores, una Nación que pueda acoger a todos sus hijos. Ayúdanos a levantar un espacio grande, muy grande, donde se abrace toda la familia cubana. Ayúdanos, Madre, a vivir en la verdad, a desterrar la mentira. Muéstranos el camino para reconducir nuestra historia. Haznos saber, que el amor es la fuente de la vida, que el perdón sana las heridas, que la libertad alegra los corazones y devuelve la esperanza.
Madre de la Caridad de El Cobre, no más llanto entre tus hijos, no más miedo en nuestras calles, no más violencia en nuestros hogares, no más presos en nuestras cárceles. Que Cuba sepa atravesar este momento de su historia con serenidad, que se rompan los cerrojos de las cárceles y volvamos a ver sonreír a los que están presos. Que vuelvan los que se han marchado, que se levanten los que han caído, que se arrepientan los que han faltado. Que haya pan en nuestras mesas, alegría en nuestros rostros, fiesta en nuestras vidas.
Madre del Cobre, somos un pueblo pequeño, pero tenemos un corazón grande; intercede ante tu Hijo Jesús por todos los cubanos, dentro y fuera de la Patria, permite la unidad de toda la familia cubana, mueve los corazones de todos los cubanos, desde el más pequeño al más grande, desde el más débil al más fuerte, de los que asumen y llevan la responsabilidad de conducir nuestro pueblo.
Concédenos la gracia de ver terminar de una vez para siempre esta noche oscura que ya cansa sobre nuestro pueblo. Si hoy nuestras súplicas no fueran estas, nuestro corazón no fuera sincero, nuestra esperanza no fuera cierta, nuestra vida no fuera auténtica. Recibe el esfuerzo de tantos cubanos que quieren conducir a Cuba, por los caminos de la reconciliación, la paz y el diálogo.
¡Madre, bendice a Cuba! Mientras cantamos con fuerza las letras de tu Himno: “Y tu nombre será nuestro escudo, nuestro amparo tus gracias serán.”
P. Olbier A. Hernández Carbonell
Sacerdote católico de la Diócesis de Holguín
Fue Director de la revista socio cultural Bifronte
Actualmente reside en España