Por Yoaxis Marcheco Suárez
Finalizando la década del treinta e iniciando la del cuarenta del siglo XX, la historia comenzó a transitar por senderos oscuros. La sombra del fascismo alemán se cernía sobre Europa, amenazando ocupar el resto del mundo.
Eran tiempos en los que los buenos hombres tenían que decidir si hacer frente al monstruo del fascismo o quedar en total mutismo ante la depravación de uno de los regímenes más deplorables y angustiosos de los que la humanidad tenga memoria.
Por Yoaxis Marcheco Suárez
Finalizando la década del treinta e iniciando la del cuarenta del siglo XX, la historia comenzó a transitar por senderos oscuros. La sombra del fascismo alemán se cernía sobre Europa, amenazando ocupar el resto del mundo. Eran tiempos en los que los buenos hombres tenían que decidir si hacer frente al monstruo del fascismo o quedar en total mutismo ante la depravación de uno de los regímenes más deplorables y angustiosos de los que la humanidad tenga memoria. La iglesia cristiana se veía inmersa en una etapa de renovación eclesiástica y tenía también sobre sí la responsabilidad moral y espiritual de condenar al anticristo o quedar marcada para el futuro como ramera y cómplice de la tiranía alemana.
Como en todos los períodos oscuros de la historia, muchos hijos de Dios se dispusieron a la lucha contra el mal, con independencia de si las instituciones, cleros, congregaciones o denominaciones religiosas estuvieran o no de acuerdo; hijos de Dios que adoptaron el nombre de cristianos, haciendo a un lado los calificativos humanos que solo han servido para dividir o mutilar el cuerpo de Cristo. Así muchos católicos y protestantes, formaron una iglesia visible solo para Dios, una que abrió las pesadas puertas de los templos para llevar la palabra viva, a las convulsas calles, a las cárceles infernales, a los oprobiosos campos de concentración.
Dietrich Bonhoeffer fue uno de esos creyentes, uno de esos buenos hombres que optaron por no callar, que rechazaron el mutismo. Teólogo, graduado en la Universidad de Berlín y en el Union Theological Seminary de Nueva York, director del seminario de la iglesia confesante en Finkenwalde. Pudo quedarse en los Estados Unidos a donde viajara en junio de 1939 para impartir un curso, pero la proximidad de la guerra le hace tomar la decisión de volver a Alemania en agosto de ese mismo año. Jesús no escapó de su compromiso de morir, cumplió con determinación la voluntad de Dios en su vida; como en una especie de analogía, Dietrich tampoco abandona su carga, caminó en sentido contrario a la escapada y enfrentó el peligro, el riesgo, la existencia tormentosa. La vida del creyente genuino debe transcurrir en perfecta simetría con la de su Señor, vivir este paralelismo cuesta, pero es la única forma de llenarnos a rebozar del Espíritu de vida, solo así se adquiere la grandeza y la transparencia que caracterizaron la existencia del teólogo alemán.
Vivir la gracia como la vivió Bonhoeffer en tiempos desoladores y turbios, tiene un alto costo. Vivirla plenamente cuesta caro, la propia vida: “Sobre todo la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo… y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultarnos barato a nosotros… La gracia cara es la encarnación de Dios.” La gracia liberadora nos llama al seguimiento; Pedro escuchó la voz de la gracia y decidió seguir a Jesús, esa misma voz llamó a Dietrich, esa misma palabra viva le conminó a seguir las pisadas del maestro, a creerle, a obedecerle, a seguir “al Cristo rechazado en el dolor (…). La muerte de cruz significa sufrir y morir rechazado, despreciado…” La iglesia cristiana, los seguidores de Jesús, vivirán fuertemente vinculados al sufrimiento, al rechazo, no hay otra forma de vivir en consecuencia con el Supremo líder, cada cual con su cruz, con la que Dios ha dispuesto, solo la mirada en Jesús ayuda a soportar el peso de la cruz, a llevarla de la misma forma en que él la llevó hasta el Calvario.
La cruz de Bonhoeffer fue el nacional socialismo alemán, el mal de su tiempo, el anticristo de su época. Seguir la corriente o permanecer lejos de la boca del lobo hubiera sido sencillo y le habría garantizado unos cuantos años más de vida; pero él optó por tomar su cruz, como única posesión: la cruz. Cristo tomó la carga y la llevó hasta la misma muerte, abofeteó a los poderes adversarios, derrotó poderosamente a su principal enemigo: el diablo, exterminó el pecado consumidor, la vanidad humana quedó al desnudo ante tanta pureza, entereza y obediencia.
La iglesia que no sufre, que aspira solo a los bienes de este mundo, siendo ciudadana y coheredera de otro, es una iglesia que adopta para sí “la gracia barata”, que rechaza su cruz por las futilidades de la vida. Una iglesia merecedora de su Señor, es la que lleva implícito el sufrimiento, que no se ata a las posesiones materiales, ni aspira vivir en la abundancia y la despreocupación, la iglesia de Cristo no teme a los hombres, ni a sus poderes, su objetivo supremo es reconocer en sí misma el precio de la gracia, del sacrificio, del dolor, del peso de la cruz de su Señor.
La predicación de Dietrich Bonhoeffer ha sido asimilada, apreciada y admirada por muchos, también ha tenido un considerable número de detractores; no obstante su teología tiene un fuerte basamento bíblico y es además la muestra o el resultado de una vida en profundo contacto con Dios, aún en medio de las más fuertes tribulaciones. La espiritualidad de Bonhoeffer me ayuda a comprender los difíciles caminos que la existencia misma nos va trazando, y que la aspiración del creyente debe ser siempre la de procurar la justicia y estar alejado del mal en todas sus expresiones. Caminar por la recta de los justos puede traer como consecuencia que en un punto del camino choquemos con los intereses de las autoridades humanas, pero el cuerpo de Cristo no debe apartarse de la recta, ni desviar el rumbo, solo ofrecer obediencia al único poder al que se la debe.
La iglesia cristiana existe, no por voluntad de los reyes de la tierra, sino por la voluntad del Rey de reyes y Señor de señores. Ella es su cuerpo y él la sustenta, ella es su esposa, la que le espera ataviada de hermosas vestiduras sin manchas, ni arrugas; la que grita a la par del Espíritu: Ven Señor Jesús (Ap. 22:17, vers. RV 1960). Esta es la principal razón por la que la iglesia cristiana solo debe someterse y regirse a aquel que es su cabeza, hacer el bien y solo el bien, ya sea que esto le proporcione elogios por parte de los hombres o por el contrario le acarree críticas, escarnio y sufrimiento: “El error de la autoridad no puede así atentar contra su conciencia (de la iglesia). Permanece libre y sin temor…” “Lo que importa es que no se cometa el mal en la iglesia cristiana. Repitámoslo: esta frase se dirige a los cristianos y no a la autoridad. Lo importante para Pablo es que los cristianos se mantengan firmes en el arrepentimiento y en la obediencia en cualquier lugar donde se encuentren, cualesquiera que sean los conflictos que puedan amenazarlos, y no el que una autoridad mundana sea justificada o rechazada. Ninguna autoridad puede sacar de estas palabras una justificación de su existencia. Mas bien, si en cierta ocasión esta palabra se dirige realmente a una autoridad, será para llamarla al arrepentimiento, igual que llama aquí a la iglesia a arrepentirse”.
Bonhoeffer se refiere a la porción de la Epístola de Pablo a los Romanos (Rom. 13: 1-7, VRV 1960). Su interpretación del texto molestó y aún molesta a muchos, especialmente a los poderosos de su tiempo; por pensar de esta manera fue encarcelado, enjuiciado y poco antes de la caída del fascismo, ahorcado. El texto tan manido por los poderosos para chantajear a los creyentes y utilizar la Palabra de Dios dicha a través del Apóstol para sus propias conveniencias mundanas, incluye también una condición para las autoridades, que pocas veces, estas mencionan, en especial si son dictatoriales y autoritarias: “porque es servidor de Dios para tu bien” (Rom. 13:4). Imposible creer que el fascismo en sus diversas caras, Hitler, Mussolini, Franco, etc., representaran o pudieran representar a Dios, o al bien entre los hombres; como es también indiscutible que ningún régimen totalitario representa el bien, porque a estas formas de gobierno o autoridad humana las caracteriza el endiosamiento, el amor desmedido al poder, el egocentrismo, el absolutismo, el ser tiranías que niegan y sustraen la libertad genuina de los pueblos. Todo esto y más, vio Dietrich en el rostro del nazismo alemán, representado en la siniestra figura de Adolfo Hitler. La recta que como cristiano seguía, se cruzó en un punto con la maldad del poder humano y diabólico, pero Dietrich prosiguió, llevando el peso de su cruz, sintiendo el precio de la gracia, sin titubear, sometiéndose solo al poder al que debía obediencia.
Como en aquellos tiempos, la iglesia cristiana hoy debe retomar esta pregunta: ¿a quién estoy sirviendo, al Rey de reyes o a los reyes de este mundo? ¿Cuál es mi meta, vivir el caro precio de la gracia que a mí nada me ha costado, pero que para Dios tuvo un altísimo costo, o conformarme a este siglo y vivir mundanamente, colocando los intereses personales o institucionales, antes que los intereses del Reino? Seguir a Jesús debe causarnos dolor y este dolor debe darnos gozo. Desde los mismos días en que el Salvador llevó a cabo su ministerio en la tierra y luego dio su vida, desplazando para ello a los poderes humano y satánico, desde los tiempos apostólicos y de los primeros mártires del cristianismo, desde todos los tiempos en que las manos sanguinarias de gobiernos nefastos se han manchado con la sangre de cristianos inocentes, tiempos funestos como los que vivió Dietrich Bonhoeffer y aún en esta nueva era donde la persecución a la iglesia puede ser más sutil, y donde el peligro mayor radica en que el cuerpo de Cristo deje de vivir bajo el control de su cabeza para doblegarse a otros poderes, el sufrimiento y no los placeres mundanales, han marcado la diferencia para el pueblo de Dios, un pueblo que conoce a su Señor y al cual su Pastor conoce, ese es un pueblo invisible, que solo Dios mismo ve, esa será la iglesia de las bodas del Cordero, la que hoy llora por la injusticias y los desmanes de este mundo, pero que mañana recibirá el galardón glorioso, la entrada triunfal a la Nueva Jerusalén. Como bien dijera Dietrich a su verdugo minutos antes de morir: “Ahora es que mi vida comienza”.
Yoaxis Marcheco Suárez
(Mayarí, 1973)
Misionera Bautista.
Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de La Habana.
Máster en Estudios Teológicos por Laurel University. Miami.
Reside y trabaja en Taguayabón. Villa Clara.