Por Yoandi Izquierdo
La bioética es una disciplina relativamente nueva; sus orígenes en el campo de la ciencia datan de 1970 cuando por vez primera el oncólogo norteamericano Van Rensselaer Potter utiliza el vocablo en un artículo titulado: “Bioética: la ciencia de la supervivencia”. Etimológicamente la palabra proviene de las voces griegas “bios” y “ethos”, que significan ética de la vida; siendo pues la aplicación de la ética humana y no humana, es decir, hombre, animales y naturaleza en general.
En sus inicios este término fue aplicado como una nueva perspectiva de la Biología y Medicina en lo concerniente a los tratamientos médicos y las innovaciones tecnológicas, provocando un reduccionismo tal, que impedía establecer el nexo esencial de esta disciplina social con la antropología y que se apartaba un tanto del criterio central de la bioética, que establece el respeto al ser humano, a sus derechos inalienables y a su bien integral y verdadero.
Las primeras declaraciones de bioética surgen posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, a raíz de los experimentos médicos llevados a cabo por los facultativos del régimen hitleriano en los campos de concentración y seguidos por numerosas regulaciones y documentos, que se inician con la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948; aunque no es hasta la década del setenta que surge como auténtica disciplina científica. En el año 1964 se adopta la Declaración de Helsinki, considerada por muchos el documento más importante en la ética de las investigaciones con seres humanos y que se aplica en los múltiples ensayos clínicos que se realizan en la actualidad en el campo de las investigaciones biomédicas.
En 1979 fueron definidos como cuatro los principios de la Bioética: autonomía, no maleficencia, beneficencia y justicia. Estos principios están interrelacionados, aunque en algunos casos existen niveles de prioridad entre ellos, considerando las especificidades que requiere, casuísticamente, el objeto de estudio abordado. En primer lugar se establece la autonomía, que impone la obligación de permitir a las personas que actúen de forma libre, implicando absoluta responsabilidad, incluso en el caso de personas enfermas y permitiendo valorar el alcance, el significado de las actuaciones y las posibles consecuencias. En el ámbito médico, el consentimiento informado es la máxima expresión de este principio de autonomía, constituyendo un derecho del paciente y un deber del médico, pues las preferencias y los valores del enfermo son primordiales desde el punto de vista ético. Beneficencia y no maleficencia implican actuar en beneficio de otros, promoviendo sus legítimos intereses y suprimiendo perjuicios. Por último y no menos importante, el principio de justicia tiene como objetivo tratar a cada individuo como corresponda para disminuir las situaciones que puedan conducir a desigualdades explícitas, ya sean biológicas, sociales, culturales o económicas.
Algunas cuestiones frecuentemente tratadas desde el punto de vista bioético incluyen el aborto inducido, la calidad de vida y la sanidad, la clonación humana, el desarrollo sostenible, la donación y trasplante de órganos, la eutanasia, el tratamiento del dolor, la inseminación artificial, las investigaciones con células madre, el empleo de métodos anticonceptivos, la producción y empleo de organismos genéticamente modificados, entre otras muchas cuestiones que hacen que la bioética tenga un carácter antropocéntrico.
Si aterrizamos estas cuestiones a nuestro país y nos disponemos a realizar una valoración crítica, algunas preguntas nos ayudarían a arribar a determinadas conclusiones: ¿cumple nuestro país todos los convenios y declaraciones establecidas en el campo de la bioética? ¿Se respeta el carácter multitransdisciplinar de esta rama de la ciencia y se imparte como disciplina científica en cada una de nuestras instituciones de formación de personal, digamos a quienes más les concierne, en el campo de la Biología y la Medicina? ¿Nuestros trabajadores de la salud y atención a la población cuentan con la formación teórica y práctica rigurosa y actualizada permanentemente para dedicarse a su ejercicio profesional? Sin darle respuestas inmediatas, reflexionemos juntos mediante los siguientes ejemplos, para finalizar entendiendo que en el gran diapasón de las relaciones humanas debe y tiene que primar el respeto, los valores y principios morales.
Ante el avance de la nueva cepa de Influenzavirus A serotipo H1N1, que llegó a convertirse en poco tiempo en pandemia, cobró auge el tratamiento con el antiviral oseltamivir, más conocido en España y América Latina como Tamiflu. Confieso que por aquellos tiempos solo me dediqué a investigar el mecanismo de acción del fármaco, para comprender las propiedades que lo convertían casi en la palabra mágica cuando se mencionaba Influenza. Y aunque me pareció interesante la estrategia de inhibición de la replicación viral, no fue hasta hace poco que me interesé o tuve que hacerlo, inevitablemente, por otras características, como la dosis, las reacciones secundarias y adversas, las contraindicaciones y las precauciones generales. Al consultar la página de la gran empresa de la industria farmacéutica Hoffmann-La Roche, principal productora del mencionado medicamento, grande fue mi sorpresa cuando la propia entidad reflejaba en el prospecto, en el acápite dedicado a restricciones de uso lo siguiente: “En los estudios de toxicidad en la fertilidad y la reproducción, realizados en ratas, no se observó ningún efecto sobre la fertilidad con ninguna de las dosis de oseltamivir estudiadas. Hasta este momento, no hay datos suficientes sobre mujeres embarazadas tratadas con TAMIFLU® para evaluar si el fosfato de oseltamivir puede inducir malformaciones fetales u otras formas de toxicidad fetal. Por consiguiente, TAMIFLU® solo se debe utilizar durante el embarazo cuando los beneficios esperados justifiquen el riesgo para el feto.” La empresa suiza lo deja bien claro: el uso solo en caso necesario. ¿Existe pues un control estricto sobre el empleo de medicamentos tan fuertes como este? ¿Se ejerce el diagnóstico clínico requerido para determinar la presencia o no del virus en sangre? ¿Se les informa a los pacientes de los posibles riesgos que ocasiona el tratamiento? La respuesta no siempre es positiva, máxime cuando la causa que motivó la búsqueda de información del producto fue, precisamente, el suministro del Tamiflu a una embarazada que fue ingresada con una gripe normal en una sala de tratamiento exclusivo para enfermos. Y fue comprobada al asistir a la consulta de genética médica, cuando la doctora pregunta si ha tenido tratamiento previo con algún medicamento y coloca en la historia clínica de la paciente “alto riesgo de malformación para el feto.” ¿A dónde nos vamos a quejar? ¿Dónde está la labor de las Cátedras de Bioética de nuestras Facultades de Ciencias Médicas, pioneras de la institucionalización de esta disciplina filosófica en Cuba?
Si así son las cosas en el campo de la Medicina, cuna del surgimiento de los aspectos bioéticos, ¿qué podemos esperar en el resto de las esferas de la sociedad? Si al realizar un análisis de sangre para determinar el grupo-factor es necesario repetir tres veces porque no hay coincidencia en los resultados o al tomar una muestra de sangre para ser analizada en el laboratorio tiene que ser traslada hasta otro sitio para el procesamiento, y además el frasco llega vacío, ¿dónde queda el respeto al paciente y los códigos básicos establecidos en la concepción, misión y visión actual de la bioética en Cuba? Considero que no es necesario ser médico, ni trabajar directamente con el público o enfrentarse diariamente ante un grupo de personas en una clase; todos y cada uno de nosotros debemos ser capaces de asimilar que la bioética trasciende las dimensiones iniciales por las que fue concebida para convertirse en una disciplina social que no puede ser analizada con sesgos ni grados de incertidumbre. Cuando se tome conciencia de la cuidadosa evaluación de los riesgos y beneficios de cada investigación biomédica, la conducción por personas expertas en el tema, usando protocolos aprobados y sujetos a una revisión ética independiente, estaremos cumpliendo con muchas de las regulaciones de las que somos firmantes. Cuando la Bioética no solo sea tema de revistas, tesis de maestría o doctorados, cursos o polémicas entre especialistas del tema; cuando se enseñe desde la base en nuestras instituciones docentes y se fomente como práctica universal, estaremos construyendo un verdadero puente hacia el futuro.