Mi columna del 8 de enero pasado: “Cuba: la hora del Plan B” ha tenido diversas reacciones por parte de los lectores. Ese es el propósito, fomentar el debate público que es espacio y escuela para la democracia que queremos construir. No me detendré en el grupo de personas que, leyendo lo de que hay que tener un plan B, escuchando que Cuba también necesita un plan B, experimentaron esa energía positiva que produce el descubrimiento de que es posible una vida distinta a este sinvivir en que Cuba agoniza.
Hoy quiero detenerme en otro grupo que también reaccionó: los que siguen empantanados en la inercia, en la frustración, en el que “aquí no se puede hacer nada”, en el “esto va a durar cien años”, y también quiero pensar en aquellos cubanos que siembran y esparcen el desánimo cayendo en el mito de que para que haya un cambio en Cuba tenemos que “cambiarlo todo, cambiarlo al mismo tiempo, y cambiarlo con todos cuando nos unamos…” Esta es la trampa del inmovilismo. Es la gran mentira introyectada. Esta es la verdadera “utopía”: tan gigantesca que nos aplasta. Tan imposible que nos paraliza. Tan irrealizable que pensarlo o hacerlo pareciera magia.
Me he dedicado a investigar si existe un lugar en el mundo, o en el devenir de los tiempos, en que un cambio haya ocurrido así: lo cambiaron todo, lo cambiaron al mismo tiempo, lo cambiaron con la participación de todos a la vez. Ese cambio, con esas características, no ha existido en ningún país, en ningún tiempo de la historia. No existe. Y si alguien encuentra ese “lugar” en que todo cambió al mismo tiempo con todos, le ruego que me lo informe para cambiar de opinión.
Entonces, si los cambios no se dan en todo, con todos, al mismo tiempo, ¿por qué se le exige a Cuba? Y lo que es todavía más alucinante, ¿por qué nosotros, los mismos cubanos, nos lo pedimos a nosotros mismos? ¿Cómo y cuándo fue que nos creímos esa mentira? ¿Cómo y cuándo nos metieron ese trombo mortal en las venas del alma? Los invito a fijarse en los argumentos que esgrimen los cansados y agobiados:
Creer en la fuerza de lo pequeño
Estos ejemplos y todo lo que ha producido los cambiosy las transiciones pacíficas, verdaderas, duraderas y con frutos de libertad, nos demuestran la falsedad del mito y que, con frecuencia, sí podemos cambiar lo que nos han hecho creer que es imposible.
Desde hace 30 años cuando el 29 de enero de 1993 fundamos el Centro de Formación Cívica y Religiosa en medio de un sistema totalitario, y desde siempre, he puesto en práctica una mística que ha sido fuerza interior y motor por décadas y que resumí en el muy repetido aforismo: “Creer en la fuerza de lo pequeño”. Este sería el título y el contenido del editorial de la revista Vitral No. 8, que tuve el honor de presentar al Papa San Juan Pablo II en 1995.
Esta sentencia, “creer en la fuerza de lo pequeño” y en “la eficacia de la semilla” que he convertido en proposición y estilo de vida, ha sido la motivación y es, al mismo tiempo, la inspiración para toda mi existencia y para lo poco que he podido hacer por Cuba y por la Iglesia. Por un compromiso de fe, que he resumido en esa convicción profunda, he permanecido en Cuba. Y, con la ayuda de Dios, permaneceré. Así que este principio que ahora comparto con ustedes no es teórico, sino que parte de mi propia experiencia de vida. Es solo desde ahí que me atrevo a proponerlo a mis compatriotas: Para hacer posible lo imposible, Cuba necesita creer en la fuerza de lo pequeño.
Creer en la eficacia de la semilla derrumba mitos, mueve montañas, cambia la perspectiva para ver las cosas y analizar la realidad. Creer en la fuerza de lo pequeño es la puerta de entrada de la transición verdadera y pacífica en Cuba. Creer en la fuerza de lo pequeño y hacer lo pequeño que podamos hacer es la mejor vacuna contra la desesperanza.
Varela sembró la semilla y creyó que, aunque pareciera que moría en la profundidad de la tierra, creyó que esa muerte era eficaz, creyó que era simiente de vida y murió sin verlo, pero con la tarea hecha. Céspedes, Agramonte y Martí recogieron los frutos de aquella “insignificante” pero perseverante semilla con la que Varela inauguró el sembradío de la libertad en Cuba.
Pero esta convicción y esta mística, no es solo mi experiencia personal, sino que también es fruto del estudio de algunos académicos cubanos que han comenzado a creer en la fuerza de lo pequeño y que el cambio en Cuba no es imposible. Uno de ellos, el Dr. Armando Chaguaceda, miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia, plantea:
“Si creemos que la democratización provendrá sólo de la moralización extrema (aún bien intencionada), de lo político o de su reducción al pragmatismo cínico de los poderosos, el activismo no llegará a ninguna consecuencia seria. Y las víctimas seguirán esperando milagros. Algo caracteriza el accionar de la sociedad civil bajo dictaduras: buscar lo imposible deseado luchando desde lo posible precario.”
Propuestas
“Buscar lo imposible deseado, luchando desde lo posible precario”, es otra forma de trabajar, desde adentro, creyendo en la fuerza de lo pequeño. Yo creo en esa fuerza. Y es la fe la única que hace milagros. El milagro de la libertad de Cuba no vendrá de fuera del país ni de fuera del alma de los cubanos. Vendrá de la fe que cultivemos dentro de nosotros y dentro de Cuba y en su Diáspora. Lo afirma el mismo Jesucristo: “Porque de cierto os digo que, si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Muévete de aquí para allá, y se pasará; y nada os será imposible.” (Mateo 17,20)
El grano de mostaza es igual o más pequeño que la semilla de tabaco. La clave de la esperanza es creer en la fuerza de lo pequeño y en la eficacia interior que lleva la semilla. Eso mueve montañas. Eso mueve lo imposible en Cuba.
Esa es mi propuesta en esta columna:
La experiencia vivida, la enseñanza de los académicos y, sobre todo, la Palabra y la experiencia de Cristo, todo ello, nos indica que el camino del cambio en Cuba lo ha abierto, y lo seguirá abriendo, la mística y la acción que confían en la eficacia de la semilla y se mueven con la fuerza de lo pequeño. No es magia, es mística y política, de las de verdad.
Derribemos los mitos que nos inmovilizan.
Cultivemos la mística de la semilla que moverá montañas en Cuba.
Y lo que creemos imposible se hará realidad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.