Cada vez, con más frecuencia, escuchamos en Cuba que, en un debate o en una discusión se recurre a la ofensa personal y a la falta de respeto al otro. La falta de razones trae las ofensas. La debilidad interior desemboca en la falta de respeto.
La pluralidad es una característica inherente a toda sociedad. Aunque deberíamos ser iguales ante la ley y deberíamos tener igualdad de oportunidades, todos somos diferentes en cuanto a carácter, forma de pensar, forma de creer, de sentir, de hablar, de actuar. Nos iguala nuestra condición y dignidad humana, pero todo lo demás nos diferencia. Esa es, precisamente, la riqueza que tiene una familia, un grupo de amigos, una comunidad religiosa y un país. Cada cual aporta lo que piensa y lo que tiene; y así, entre todos, deberíamos buscar el bien de todos. Pero esto es cada vez más difícil en Cuba.
Imponer una idea no significa que haya consenso. Puede significar que hay quien obliga y hay quien calla. O puede significar que hay aquello que el Padre Félix Varela llamó “máscaras políticas”. La simulación y el silencio impuesto no significan que se haya vencido. La fuerza obliga, pero no convence. Cuba necesita ciudadanos convencidos.
En estas últimas décadas se nos ha inculcado que gana quien más grita, quien más ofende, quien más inventa, quien más difama. Eso es falso. Eso no construye patria. Eso no convence a nadie. Para convencer es necesario un clima de respeto, de libertad de expresión, de debate e intercambio. Para convencer se necesitan razones, argumentos, no amenazas. La amenaza oprime, la razón respeta. Quien ofende, pierde.
En efecto, la ofensa, la falta de respeto entre ciudadanos, entre cubanos, siempre es una pérdida. Quien ofende pierde la fuerza de la razón, pierde la capacidad para debatir, pierde, en fin, la oportunidad de compartir lo que considera su verdad. La verdad no se defiende con descalificaciones. La verdad, ella sola, es la defensa mayor. La verdad puede ser ofendida, descalificada, pero, por ello, no pierde ni un ápice de verdad.
Pierde quien falta el respeto, y pierde Cuba, a la que debemos servir con la verdad y con la decencia entre todos los cubanos. El que respeta y escucha, el que debate serena y razonablemente, gana. Y gana Cuba.
Propuestas
Entonces, ¿cómo podremos convivir? ¿Cómo podremos llegar a construir consensos o a trabajar en un proyecto común?
Proponer no es confrontar. Proponer es demostrar la buena voluntad para trabajar en la mejora de nuestras vidas, de nuestras familias, del país. Quien propone tiene esperanza. El que desespera pierde la capacidad de proponer. Las propuestas constructivas para resolver las dificultades siempre conllevan cambios porque las dificultades no cambian haciendo siempre lo mismo. El cambio no supone la eliminación de la persona del diferente, supone hacer cosas nuevas para obtener resultados nuevos y mejores. Entonces, proponemos:
- Los cubanos necesitamos insistir en la necesidad urgente de darnos una educación ética y cívica para aprender a dialogar, a respetar, a debatir con razones.
- En todo momento, a nivel de la familia, del trabajo, de la escuela, de la Iglesia, de las instituciones, debemos buscar y crear un clima de respeto, de entendimiento, de tolerancia.
- Pero no basta la tolerancia que es aguantarnos, hay otras razones: todos somos seres humanos, todos tenemos igual dignidad, todos somos cubanos, por esto debemos pasar de tolerarnos, a tratarnos con respeto, con consideración, con urbanidad.
- Debemos aprender a dialogar, a debatir, a intercambiar sin recurrir a ofensas, a difamaciones, a desconfianzas, a suposiciones, a prejuicios, a amenazas. Nada de eso construye la familia cubana.
- Sería bueno que todos los cubanos aprendiéramos que ser diferentes no es malo, no es una amenaza, la diversidad con la verdad y la bondad es buena y construye patria.
- Amar a Cuba es amar e incluir a las personas diferentes. Amar a Cuba no es considerar que hay bandos entre cubanos. Bastaría ser cubanos para estar todos de un mismo lado, para formar una comunidad nacional, para construir la unidad respetando la diversidad.
Qué grande es un cubano cuando respeta a otro cubano solamente por serlo. Pero hay una razón aún más profunda y decisiva: respetar porque el otro es un ser humano. Es más grande aún, un cubano que respeta a otro cubano porque es un ser humano. Para lograr hacer de Cuba una gran nación es necesario respetarnos, convivir pacíficamente, tener la posibilidad de proponer y ser escuchados.
En un discurso pronunciado en el Liceo cubano de Tampa el 26 de noviembre de 1891, el Apóstol levanta las dos columnas fundacionales de nuestra República: la dignidad plena de todo ser humano y el amor entre todos y para el bien de todos. Estos son los cimientos de Cuba. Nadie puede poner otros.
Cuando buscamos el bien común entre cubanos diferentes estamos poniendo en práctica lo que Martí llamó la fórmula del amor triunfante. El amor comienza por el respeto, el que respeta da el primer paso en la dirección correcta del amor entre cubanos. Así haremos realidad en nuestras vidas y en la vida de la Patria querida este deseo del Maestro:
“Pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: Con todos, y para el bien de todos”.
Queremos, con José Martí, que la ley primera sea el respeto a la dignidad humana. Atención, que el Apóstol dice: la ley primera. Y nosotros decimos que, si es la primera, entonces está por encima de toda ideología, de todas las diferencias, de todas las propuestas, por encima de toda otra ley o código. Aunque sea conocida, es necesario practicarla todos los días, en todas las circunstancias, con todos los cubanos que, como es natural y lógico, somos diferentes. Hagamos vida esta propuesta de Martí:
“Si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
Dignidad y amor: estas deberían ser las dos prioridades en las que deberíamos coincidir los cubanos para construir el consenso de una Cuba nueva de verdad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.