Cada vez, con más frecuencia, podemos ver en la televisión cubana, en las redes sociales y en las conversaciones, un incremento del arma vil de usar la desacreditación de los demás para intentar vencerlo difamándolo o refiriéndose en público a su vida íntima y privada.
Un signo de degeneración personal y nacional
En primer lugar, usar las estrategias de la desmoralización, difamación, violación de la privacidad y, como se dice en Cuba, sacar “los trapos sucios” de las otras personas, sea verdad o no, o incluso siendo suposición, es un signo fehaciente de la degradación moral, espiritual, política y social en que que ha caído una parte del pueblo cubano. Es la “cochambre existencial”, como lo califica un pensador cubano, en la que ha sido hundida nuestra sufrida Patria.
Cuba ha sido empujada a este lodazal, éticamente inaceptable, porque los que usan estas estrategias desmoralizadoras y estos métodos infames, saben muy bien que mientras más bajo moral y espiritualmente caiga un pueblo, mayor será la posibilidad de envolverlo, manipularlo, chantajearlo y por fin, dominarlo en todos los aspectos de su vida.
Razones, no ataques a la persona
En la raíz de esta perversión está la falta de verdades y de razones para defender lo indefendible. Entonces se recurre a la mentira y la difamación. En realidad es una prueba de una debilidad en estado terminal.
El ataque ad hominem, es decir a la persona, no a sus ideas o proyectos, es señal de ausencia de argumentos para el debate de ideas y actos. El que está anémico de verdad, alimenta su supervivencia en el poder alimentándose de la mentira como modo de vida y cimiento del sistema que imponen. Y se sabe que todo régimen que se sostiene en las tinieblas de la mentira, caerá por sí mismo al ser cegado por la luz de la verdad. La verdad con sus razones se basta y sobra para derrumbar todo lo que se defiende con el ataque descalificador de los que piensan diferente.
Quien para defender sus ideas recurre a la vida privada, a los anónimos, a la burla, a la difamación del diferente, se envilece a sí mismo, pierde toda autoridad moral, se hunde en la ignominia y, además, desacredita y hace un mal irremediable a lo que intenta defender. Esto vale tanto para los que oprimen como para los que disienten. Es lamentable la depravación social y el descrédito internacional como nación que infligen a Cuba todos los que usan los ataques a la persona y todos estos métodos sucios.
Los regímenes totalitarios, autoritarios y populistas, prefieren y priorizan estas estrategias de descalificación en su afán de llevar a cabo el “fusilamiento moral” de sus adversarios. Algunas de estas estrategias son: ensuciar la cara del otro para, de esa forma, limpiar la imagen de uno mismo; o cuando no hay razón recurrir a estos métodos descalificativos que atacan a la persona del otro y no a los hechos ni a la causa o la raíz de los problemas. Estas actitudes negativas provienen de la inseguridad, la falta de madurez o los meros deseos de desacreditar para ganar tiempo o credibilidad.
Estas son algunas de las armas más ilícitas, viles y degradantes que se puedan esgrimir. Estos métodos deben estar prohibidos por la ley en todos los casos y constituyen un crimen de lesa humanidad imprescriptible. Un día se hará justicia y recibirán su castigo y rechazo social por denigrantes de la persona y descrédito de la nación que lo permite.
La lucha por la libertad exige altura de métodos
La lucha pacífica por la libertad debe evitar, en todas sus formas, el ataque personal, las descalificaciones, la difamación y el uso de la vida privada, como estrategias para el debate público. Esto también debería ser juzgado y penado por la ley, teniendo como agravante que se hayan difundido en un programa de televisión, en la prensa escrita, en las redes sociales o en cualquier otro medio de comunicación social.
Cuba, gobierno y oposición, en la Isla y en la Diáspora, deberíamos desterrar para siempre el uso de estos métodos descalificadores, basados en la mentira y el uso de la vida privada como chantaje, por ser todos ellos intrínsecamente perversos y pervertidores de la nación.