Por Humberto J. Bomnin
Meditando sobre esta extraña paradoja me movió el interés por escribir sobre la extraordinaria importancia de la pedagogía familiar.
Aquí en Cuba, durante más de 45 años, no fue ni aún es tenida en cuenta suficientemente la importancia y el papel determinante de la familia en la educación.
Por Humberto J. Bomnin Javier
Siendo la educación familiar el ámbito más importante de la educación,
ha sido sin embargo el más descuidado por parte de los pedagogos.
Meditando sobre esta extraña paradoja me movió el interés por escribir sobre la extraordinaria importancia de la pedagogía familiar.
Aquí en Cuba, durante más de 45 años, no fue ni aún es tenida en cuenta suficientemente la importancia y el papel determinante de la familia en la educación. En nuestro pueblo nunca debió ser excepción ni ha de serlo para el presente ni el futuro de Cuba.
Recuerdo de cuando estudié pedagogía, a un destacado pedagogo suizo, llamado Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827), reformador de la educación cuyas teorías establecieron los cimientos para la moderna educación elemental y ejercieron además una notable influencia en la educación europea del siglo XIX. Este mismo pedagogo en diálogo con la Pedagogía de la Ilustración y las nacientes preocupaciones socialistas, aseguraba que: “la auténtica educación social, fundada en una educación moral y de la personalidad, no puede darla el Estado, que se preocupa solo del comportamiento exterior; la sociedad puede “civilizar” pero no puede educar.”
Pestalozzi planteó además:.. “la familia, solamente de la familia puede surgir la sociedad auténtica y popular. El fundamento de toda la cultura humana y social es el hogar, cuya obra educadora gira en torno a la educación familiar de amor, sacrificio y abnegación desarrollada por la madre…” Y afirmaba rotundamente en 1788 el pedagogo suizo que: “el amor materno constituye la fuerza principal en la educación más temprana, y el móvil originario es el afecto…”
En mi propia experiencia como profesor y maestro durante 40 años ejercidos aquí en Cuba desde 1968, pude comprobar siempre y en todos los niveles de enseñanza en que laboré en la docencia, que aquellos estudiantes (siempre los menos) con mejor aprovechamiento académico, disciplinados, de buenos modales, hacendosos, que se destacaban por encima del resto de los alumnos, provenían en su generalidad de familias estables, responsables, preocupadas por el aprendizaje de sus hijos.
Esas familias, esos padres, asistían a la escuela de sus hijos con frecuencia, se interesaban por su disciplina y conducta, por el aprovechamiento de su aprendizaje, además eran fácilmente apreciables el respeto, la obediencia existente en las relaciones intrafamiliares de aquellos contadísimos estudiantes, porque siempre fueron, desgraciadamente, minoría, tanto aquellos estudiantes como aquellas familias. A eso que acabo de describir es a lo que los investigadores llaman: “la confianza básica u optimismo social”.
Lo ocurrido en nuestra realidad cubana, no podemos achacarlo solamente, como ahora algunos pretenden hacerlo, a la irresponsabilidad de los padres de familia. No, en Cuba ha existido por más de 45 años un sistema de educación paternalista, autoritario, con una fuerte intencionalidad ideológica basada en el distanciamiento de la matriz familiar, con instituciones e instalaciones escolares para internar los educandos desde tempranas edades, con una permanencia prolongada en ellos, desde los círculos infantiles hasta los seminternados de primaria, las Escuelas en el campo, secundarias básicas, las becas en preuniversitarios enclavados a decenas de kilómetros de sus familias. En esos centros, alejados de la familia cuidaban de los estudiantes, como antes había dicho, maestros, profesores de casi la misma edad que los estudiantes, ellos se ocupaban decenas de días y hasta quincenas al cuidado de 500 estudiantes o más, en cuanto a su protección, disciplina y formación. Yo pregunto: Si una madre y un padre, con dos o tres hijos en su casa, a tiempo completo, no pueden a veces satisfacer todas las demandas de la prole, en cuanto a la educación moral y cívica, la educación y formación afectiva de sus sentimientos, modales y cuidados de esos dos o tres hijos, ¿cómo es posible ni creíble que cinco o seis profesores casi de la misma edad y experiencia que los estudiantes en sus guardias nocturnas y de fines de semana, pudieran atender satisfactoriamente esos importantísimos y vitales requerimientos a 500 estudiantes de una vez?
En estos más de 45 años se le coartó a la familia cubana, a los padres, el derecho de educar a sus hijos. Se ideologizó la educación, se volvió además excluyente al afirmar que la educación y la universidad es para los revolucionarios, priorizando este objetivo por encima de cualquier otro y se intentó garantizar una instrucción carente de los componentes formativo-educacionales y se logró graduar cifras interminables de profesionales y técnicos medios en alto número analfabetos funcionales, porque se aplicó el promocionismo, se instituyó el fraude sutil, pues la evaluación de los profesores, su salario, dependieron siempre de la “calidad” de la promoción al final del curso, y se instauró el 100% de promoción como lo más natural del mundo. Además, no podían existir estudiantes repitentes.
Para no alejarme del eje central de los criterios e importancia acerca de la pedagogía familiar y acercándonos más al recién finalizado siglo XX pasando a otras experiencias de investigadores y pedagogos por ejemplo: (P. Gutiez, 1989) informaron, producto de sus investigaciones, que habían encontrado: “que los adolescentes que consiguen una mayor adaptación escolar son aquellos en cuyas familias existe una mayor cohesión, libre comunicación, expresión, y conflictos escasos y pequeños”.
En Cuba las familias han vivido desde 1959 una disfuncionalidad forzada mediante las movilizaciones permanentes de todo tipo: militares, misiones, permanencias en labores del agro en el campo, a cursos, a capacitaciones emergentes, becas, milicias, movilizaciones, altos índices de divorcios, escasez de viviendas decorosas, hacinamiento, problemas económicos, promiscuidad, alcoholismo, divisiones por razones políticas y creencias religiosas, estampidas de emigrantes, hacia cualquier parte del mundo, temores de guerras, de agresiones. Por lo tanto, no ha existido la cohesión, ni la libre comunicación y expresión en la mayoría de las familias cubanas y sí han abundado los conflictos de todo tipo para la mayoría de ellas.
Por eso, pedagogos de gran prestigio afirman que: “Si las condiciones de socialización que dependen de la situación familiar son de signo positivo en el niño, podrá desarrollársele lo que llamamos la confianza básica u optimismo social”.
¿Cómo ha sido posible obviar estas investigaciones y estas verdades constituyendo la familia elemento insustituible para satisfacer los requerimientos de una educación más competente, humana y democrática?
La familia aparece como totalmente insustituible para el fomento de la confianza de cada miembro en sí mismo y en el mundo, para la disposición y capacidad de la satisfacción de las necesidades básicas, para la seguridad y el basamento emocional de autorrenuncia y de cooperación.
La educación familiar no es superficial: toca el fondo de la persona, no solo en sus aspectos psicológicos, sino también humanos. En particular, por ella la persona accede a las normas básicas del comportamiento, que le permiten no solo adaptarse a la vida en común, si no acceder a los máximos niveles.
En el seno familiar el niño aprende a tener en cuenta a los demás, a reprimir sus deseos e impulsos ante las exigencias de la vida en común, a inclinarse ante una regla y a someterse a una disciplina libremente consentida. El buen ejercicio de las funciones educativas que corresponden a padres e hijos da ocasión, a unos y a otros, de ejercitar unos hábitos formativos, pues como dice A. Cullivier (1954):
“Los padres deben a sus hijos no solo los cuidados y auxilios materiales, sino la educación y el ejercicio de una autoridad que, aun siendo afectuosa, debe ser firme y exenta de sensiblería. Los padres deben a sus hijos respeto y abnegación y mientras estén en el hogar, obediencia, sin abdicar por eso al desarrollo de su personalidad, ni al llegar a la adolescencia, a la satisfacción de sus aspiraciones legítimas.”
Si decimos que la familia es un ámbito de socialización de los hijos y la más genuina célula de carácter democrático donde los hijos se preparan para ser personas, o sea para aprender a ser, aprender a hacer, aprender a aprehender, y aprender a convivir en familia, en comunidad y en la sociedad, ¿debía alguien suplantar a la familia por razones de garantizar la perpetuidad del poder de un sistema socio- económico, y suspender la influencia de ese legado familiar anterior al Estado?
La socialización es un proceso a través del cual el individuo humano aprende e interioriza unos contenidos socioculturales a la vez que desarrolla y afirma su identidad personal bajo la influencia de unos agentes exteriores y mediante mecanismos procesuales frecuentemente intencionados.
Es por eso que a la hora de exigir nuestros derechos como familia y a la hora de legislar acerca del derecho de los padres a la educación de sus hijos, y para lograr un proyecto educativo que satisfaga las necesidades de padres, familias, educadores y maestros para formar, educar e instruir a personas libres para el ejercicio de la democracia, con todos y para el bien de todos, se han de tener en consideración las legislaciones relacionadas con el derecho a la educación establecidas en los tratados internacionales tales como:
– La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948),
– La Declaración de los Derechos del Niño (1959),
– La Declaración sobre los principios sociales y jurídicos relativos a la protección y al bienestar de los niños” (1986),
– El Protocolo Adicional al Convenio para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales.
Queda mucha tela por donde cortar en el tema de la pedagogía familiar y sería muy favorable que los que habitamos la Casa Cuba, pedagogos, maestros, profesores, padres, estudiantes, la Iglesia, las instituciones educacionales y culturales, los medios de difusión, comunicación e información nos pongamos a la tarea de divulgar, explicar, argumentar y proyectar esta necesidad, aún sin satisfacer, de poner a la familia en el justo derecho, deber y responsabilidad de asumir el papel que le corresponde en la educación y formación de sus hijos, los que serán mañana miembros de una sociedad más ética, más humana, digna, culta, libre e inteligentemente formada para una convivencia sana, para el bien de todos los cubanos.
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Humberto J. Bomnín Javier (Pinar del Río, 1944).
Licenciado en Español y Literatura.
Fue Director de la revista Vitral de 2011-2012.
Catequista y miembro de la Pastoral de Educación.