Una definición de lo que significa propiedad es “dominio o derecho sobre las cosas que nos pertenecen para usarlas y disponer de ellas libremente o reclamarlas si están en manos de otros”.
Pero en Cuba, ¿cuándo podemos realmente llamarle “de mi propiedad” a algo si temor a que un día “se tiren”, como dice el hablar popular y nos la quiten o confisquen u ocupen? Conozco casos en que después de un registro o un anónimo se han ocupado y confiscado cosas que nada tenían que ver con el supuesto delito por el que arbitrariamente se realizaba el registro y la sustracción de aquellos bienes propiedad de un particular.
Por otra parte, me refiero a la propiedad estatal que abarca desde los medios de producción hasta las tierras, el agua, y todos los recursos naturales que Dios nos ha regalado a todos. Entonces, si esta riqueza natural no ha sido comprada ni creada por persona alguna… ¿quién ha dado el derecho a llamarle y disponer de ellas como “propiedad estatal”?
Con el enorme poder que da el disponer de todos los recursos, corremos todos el grave riesgo de no poder decidir ni disponer libremente y sin bloqueos en el presente ni en el futuro de nuestro propio desarrollo personal y familiar.
En otros tiempos, cuando había propietarios privados de riquezas y recursos que eran fruto de su trabajo y de la creación de puestos de trabajo para muchos otros, nadie tenía que hacer largas y virulentas colas para todo: coger papas racionadas, comprar yogurt, huevos o “pollo por pescado”. Tampoco había que traer azúcar de otros países, ni sal, ni otras muchas cosas que se producían en nuestra tierra fértil y generosa. Tampoco había esa especie de “estanco del tabaco” en que los vegueros tienen que vender exclusivamente al Estado al precio que el Estado establezca y que no tiene nada que ver con el precio al que luego lo vende. Cada veguero vendía al que mejor le pagara en el momento y sin papeleos ni oficinas, solo él y el comprador al lado de un camión esperando la preciada carga despedida con un apretón de manos y el “muchas gracias y hasta el año próximo, si Dios quiere”.
Hoy, sin embargo, todo lo malo, lo escaso y lo caro que vemos a diario no es responsabilidad de aquellos viejos dueños que ya no existen hace más de medio siglo. Sus errores, que los tenían, solo los afectaba a ellos y a aquellos que les perjudicaba pero no a todo el País. Hoy, si hay un solo dueño y todo depende de él, ¿de quién puede ser la responsabilidad de la crisis que vivimos y de las colas que sufrimos? ¿Por qué se busca siempre echarle la culpa a otros: al campesino que vende caro, al intermediario que sube el precio, al carretillero que abusa? La soga se parte por el lado más débil cuando en realidad si nos ponemos a tirar de ella y a pensar seriamente, todo el mundo puede darse cuenta donde termina y comienza la soga de la mayor responsabilidad.
Quisiera terminar con algunas ideas para meditarlas con calma:
¿Alguna vez hemos pensado en todo lo que Dios gratuitamente nos ha puesto delante de toda la humanidad regalándonos este mundo entero y todos sus recursos naturales: minerales, vegetales, animales y todo el capital humano: su inteligencia, sus habilidades, su carácter emprendedor, su espiritualidad? Todo gratis.
Por ejemplo, pensemos en la inmensidad de los mares y en las más variadas y superabundantes riquezas que en él se contienen. Lo único que tiene que hacer el hombre es pescar lo que necesita y cuidarlo. No podremos consumir lo que nos pueden ofrecer la tierra y los mares si no los cuidamos.
Pero, desde que a Poseidón le fue confiscada una parte de su reino hasta los peces parece que se alejan de nuestras costas y son sustituidos por unos pollos que tampoco puede producir el Estado para todos y que un día, fueron criados en otras tierras, sacrificados y congelados sabe Dios cuándo y cómo, y hoy también escasean aún trasnochados, sin vida y sin pechugas, en un charco de sangraza al fondo de una sucia nevera víctima de los apagones.
Sin embargo, amigos lectores, no debemos quedarnos en la queja de tan increíble desastre, pensemos si podemos que ha sido una novela trágica, que tendrá un final feliz en que los cubanos todos recuperemos nuestras libertades y derechos, podamos reconstruir la tierra más hermosa y fértil que ojos humanos han visto y volvamos a convertir a la propiedad y el trabajo como las fuentes seguras y perdurables de progreso de nuestros pueblos y campos. Viñales es una prueba de que ese sueño puede ser una realidad.
¡Que así sea!
Luis Cáceres Piñero (Pinar del Río, 1937).
Pintor. Reside en Pinar del Río.