Jueves de Yoandy
El primero de mayo es considerado en muchos países como el día internacional de los trabajadores. En Cuba es un día feriado y de desfiles. La Iglesia celebra a San José, Obrero.
Siendo la conmemoración del movimiento obrero mundial, pareciera que mucho tiene que ver con nosotros, con el viejo e interminable “proceso de construcción del socialismo” en Cuba, pero poco se puede contar en la Isla sobre reivindicaciones sociales y laborales en beneficio de la clase trabajadora. Este día, y el desfile, más bien representan viejos símbolos, tradición obsoleta, un día de “reafirmación revolucionaria” al decir de los principales dirigentes sindicales y del único partido existente y, sobre todo, en las circunstancias actuales, constituye un gasto económico innecesario para la Isla.
Todo parecía indicar que este año no habría desfile, dado que en los anteriores la crisis ha empeorado según constata el pueblo y de acuerdo a los indicadores económicos en Cuba.
Este año, además de la agravada crisis económica, cada vez más evidente y terrible, desde el bolsillo del trabajador más simple hasta el Ministerio de Economía y Planificación, se ha sumado el empeoramiento de la situación energética que ya venía muy mal desde 2024.
Entonces, ¿es prudente y necesaria una movilización de personal para gritar consignas, frases hechas que no se cree la mayoría de las veces ni quien las pronuncia? ¿Es lógico el gasto de recursos que incluye no solo electricidad, sino transporte, combustible, y todo lo necesario para adornar con medios de propaganda las calles y tarimas en cada cabecera de provincia donde se realizará el desfile anual? ¿Existen verdaderos incentivos para que el pueblo trabajador responda a la convocatoria de marchar por el primero de mayo? ¿O en el caso cubano es una marcha orientada e impuesta desde arriba y considerada como un indicador para la evaluación de la “integralidad” del trabajador?
En esta jornada lo primero que me viene a la mente es la frase tan repetida en Cuba: “yo hago como que trabajo y ellos hacen como que me pagan”. Esto se refiere al valor real del trabajo y el salario, a los verdaderos motivos para ejercer una u otra profesión, que no son tales cuando el salario es tan bajo en cuanto a poder adquisitivo real y que, además, no se establece de acuerdo al desempeño, sino según rígidas escalas salariales, que solo varían cuando se aplica lo que conocemos, con otro eufemismo más de los cubanos: “la estimulación” o “el pago por resultados”.
Pienso en los cientos de trabajadores que, aun con esos salarios bajos, injustos, que no se corresponden con lo que hacen o con sus facultades y conocimientos, hoy marchan como si estuvieran de acuerdo. Es más fuerte la doble moral y el relativismo, como males que han afectado durante décadas a la persona del cubano, que el propio ejercicio libre de reclamar el derecho a un salario que dignifique la vida.
Pienso en los cientos de profesionales que, por los bajos salarios, las políticas de empleo, la dinámica de trabajo en cuanto a horarios, requerimientos políticos más allá de conocimiento y desempeño profesional, han ido “emigrando” imparablemente, hacia el sector privado donde, en un día de trabajo, pueden ganar más que en un mes en el sector estatal. Hoy vemos un cardiólogo dueño de una Mipyme, un ingeniero que hace de taxista o un maestro que se convirtió en repostero.
Pienso en todos los trabajadores que quedaron “disponibles”, “excedentes”, tras las sucesivas reducciones de plantilla que tuvieron lugar años atrás como mecanismo para justificar impagos, eliminación de plazas que nunca debieron ser creadas o la no correspondencia entre la productividad y la fuerza laboral.
Pienso en los que migraron al sector cuentapropista y tuvieron que enfrentarse al mundo desconocido de los impuestos, la contabilidad, a las abusivas multas y a las regulaciones y ajustes que han surgido por el camino. Y pienso también en aquellos profesionales que no encuentran todavía, en la lista de trabajos por cuenta propia permitidos en Cuba, su nicho de realización. En esa abdurda lista de trabajos permitidos aparecen zapatero remendón, forrador de botones, lavadora-planchadora, cuando más repasador (no maestro); pero nunca médico, estomatólogo, abogado, ni otras profesiones.
Pienso en aquellas personas que por sus talentos lograron llegar a un puesto de trabajo satisfactorio desde el punto de vista del conocimiento, aunque la cuestión del salario fuera por otro lado, y luego fueron expulsadas u obligadas a renunciar por cuestiones políticas. También en todos los que tocan puertas, sabiendo que se necesita de su servicio y tienen el “no” garantizado por pensar políticamente diferente.
Pienso en todos aquellos trabajadores que entregaron 30, 40 o más años de su vida a una profesión y hoy tienen que vivir de una pensión mínima que cuando la devengan no alcanza ni para empezar.
Mucho podríamos estar hablando de este día de primero de mayo, y más allá de la misma “celebración vacía” y sin sentido, debemos pensar en los derechos laborales de los cubanos, que deben ser exigidos por nosotros mismos. De nada sirve quejarse para luego ser portavoz de un mensaje contrario en un desfile. No sé si habrán muchas personas desfilando este 2025, pero sí estoy seguro que un poco más tarde, después del mediodía, el silencio volverá a reinar en las calles, síntoma de la grave situación existente. Y el deber de exigir justicia y libertad laboral no se habrá cumplido, porque no se proclamó, ni siquiera se pensó, en la grave necesidad de una reforma laboral. El día que los cubanos puedan hablar abiertamente de derechos laborales, como parte de los derechos humanos universales, entonces habrá motivo para celebrar el día del trabajo.
Entretanto el desfile será, una vez más, retórica y foto, un reportaje en las redes, un gasto de recursos, y nada más.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Doctor en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.