En estos días estamos celebrando la novena en honor a la Virgen de la Caridad del Cobre. Muchas son las anécdotas que se comparten año tras año para establecer su vinculación a la historia del pueblo cubano y su cotidianidad. Las plegarias aumentan, en la medida en que también aumentan las vicisitudes, la separación familiar por el éxodo, la represión y la censura.

Sin embargo, también septiembre nos presenta la necesidad de discernimiento entre la adoración exclusiva para Dios y la devoción a su Madre la Virgen María. Esta devoción se extiende cada vez más a través de los gestos de piedad popular, sin combinación con el ejercicio práctico de la fe. Es en este punto donde surge la condición de cristianos y la condición de mariano o devoto de María.
 
Debemos dejar bien claro que los católicos no adoramos la imágenes, un asunto que genera demasiada polémica con nuestros hermanos protestantes. Debemos centrarnos más en todo aquello que nos une como hijos de Dios y no en lo que nos divide. En tal sentido, los católicos afirmamos que primero hay que ser cristiano para después ser mariano.
 
En efecto, solo creyendo en que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios y que, por su redención en la cruz, su madre fue la primera seguidora, discípula y misionera, es que entenderemos claramente dónde radica la centralidad de nuestra fe. María es la primera cristiana, llegamos a Jesucristo a través de ella. Ser mariano, es ser admirador y seguidor de María y si ella fue la primera cristiana, seguirla equivale a seguir a su Hijo.
 

Es la vida cristiana la que define, conserva y defiende la condición de persona con una devoción mariana. No los gestos de cada año cuando se acerca la fiesta de la Patrona de Cuba, o los signos visibles de algo que después, ese mismo día por la tarde, escondemos en nuestro corazón o en nuestra mente, porque la procesión verdadera que cada cubano lleva dentro no puede ser exteriorizada. Lo que guarda el cubano en lo más hondo de su ser, todavía no puede traspasar esos límites impuestos como convencionales: la caridad sigue siendo entendida en la mayoría de los casos desde el sentido asistencial, pero pocas veces se le mira, fomenta o permite, desde el compromiso cristiano con la verdad y la libertad, con el estricto ejercicio de la justicia y el respeto de la dignidad suprema de la persona humana.

Podemos decir que un devoto de María, la madre de Jesús, no es aquella persona que repite oraciones a la Virgen, o le ofrece flores y velas, sino aquel que hace caso a la recomendación que María da a los servidores en aquella boda de Caná de Galilea: “Hagan lo que Jesús les diga” (Juan 2, 5).
Entonces, esto significa, en la práctica, hacer que nuestra vida cotidiana se asemeje cada vez más a la vida de Cristo. Significa aprender a:
  • Pensar como Jesús pensó.
  • Sentir como Jesús sintió.
  • Hablar como Jesús habló.
  • Actuar como Jesús actuó.
  • Amar como Él.
  • Perdonar como Él.
  • Entregarnos como Él se entregó a servir a los demás.

Así, con María como compañera de camino, llegamos a Jesús. Juntos en las zozobras y las esperanzas que cada uno guarda en su corazón esperando el anhelado día de la resurrección.