Preso el antílope o la plena libertad de la expresión poética

Foto tomada de Internet.

Un día de 1990, al poco tiempo de comenzar mi vida de exiliado en Union City, New Jersey, caminaba por la conocida avenida Bergenline cuando descubrí en un quiosco de periódicos y revistas, que reservaba un espacio para la venta de libros, una antología de poetas cubanas en Nueva York, bajo el sello editorial de Betania, que aún dirige en España el poeta Felipe Lázaro. Dicho hallazgo tuvo particular importancia, pues constituyó mi encuentro con la obra de poetas cubanas que salieron de Cuba a una temprana edad y, en consecuencia, comenzaron a escribir y a publicar su obra en territorio foráneo.

Las poetas que conforman esta antología, la cual tuvo una segunda edición ampliada, en el 2011, con el título Indómitas al sol, son Magali Alabau, Alina Galliano, Maya Islas, Lourdes Gil e Iraida Iturralde. Esta antología, al igual que otra más abarcadora publicada también por Betania, de Poetas Cubanos en Nueva York, prologada por José Olivio Jiménez, me sirvió para conocer una zona, hasta ese momento desconocida, de la poesía cubana contemporánea con diferentes perspectivas, es decir, desde la óptica del exiliado marcada por la escisión de la identidad nacional; una poética sumida entre el territorio oriundo, cobijado por la memoria, y la experiencia en el país adoptivo. Pero, además de la experiencia exiliar en la condición femenina de estas poetas, los poemas que aparecen en esta antología ponen de manifiesto la diversidad estética que ha marcado su quehacer creativo, entre las que se encuentran las corrientes vanguardistas de la poesía del siglo XX, como el creacionismo y el surrealismo, la tradición de la poesía hispanoamericana, como el legado barroco del Siglo de Oro y su influencia en el Grupo Orígenes, sobre todo en José Lezama Lima, así como la poesía norteamericana del siglo XX, con su talante conversacional,cuyo influjo llegó a la poesía latinoamericana en los años 60 y 70. Fue así, gracias a estas antologías, que pude leer poemas de Iraida Iturralde pertenecientes a sus primeros libros, como Hubo la viola, El libro de Josafat y Tropel de espejos.

La poesía de Iraida Iturralde enarbola, entre sus virtudes, la fusión de diferentes corrientes estéticas engarzando modernidad y clasicismo; transforma una experiencia singular en espejo de una experiencia plural e inserta su ámbito local en uno universal, tal como lo postula Unamuno al decir: “La única manera de expresarse es de lo local a lo universal”.

Preso el antílope (Verbum, 2022) ejemplifica lo antes mencionado. En este poemario, Iraida Iturralde integra todas las influencias con las que ha logrado hacerse de una voz reconocible dentro del panorama de la poesía cubana contemporánea, principalmente la de ascendencia barroca, muy notable en sus primeros poemas, y la que proviene de la poesía conversacional o de la vivencia.

El libro está estructurado en dos secciones: el homónimo Preso el antílope y Del arte y sus matices. En la primera sección aparecen, como obertura y coda, dos poemas medulares en cuanto a la temática: la relación cuerpo y alma, a la manera de Descartes, Cogito y Sum, expresado simbólicamente en “Mística del potro” y“Preso el antílope”. De esta forma consigna en el poema de obertura:

“Si nací yo bestia/también en el ocaso, quien unta la piel seca/de un paladar divino, y si perdí el aliento/en el festín de asombros, de quien la flecha/que me hiere el vientre. Por eso pienso”.

Para concluir el poema con estos versos y un apotegma, que definen la imprescindible necesidad de libertad de la poeta, aun cuando siempre esté signada por el riesgo que implica la humana aventura de estar vivos:

“Ah, que yo alcance a subirme desnuda/en su ancho lomo, aun cerrero y puro.
/Que libre soy. Que incierto júbilo me aguarda”.

En los poemas de la subsección Vita Morsque, Iturralde despliega varios de los temas recurrentes en su obra poética, entre ellos el de la conciencia prenatal, tal como en “El instante de la luz que se repite”, poema en el que nos da su percepción de la existencia humana; y el de la familia, como en el poema “Hay verdor y exuberancia”, donde la poeta evoca su relación con su madre y bucea en la memoria para así plasmar pinceladas de esta vivencia filial.Como en otros poemas de este libro, este revela uno de los aspectos que tipifica la poética de Iturralde: su inclinación por rescatar paisajes significativos de su vida; sin embargo, estos no se reducen a la expresión directa, sino que se engrandecen con la imagen poética, o lo que Gastón Bachelard nombraba instante poético, al considerar “la poesía como una metafísica instantánea que debe dar una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y unos objetos, todo al mismo tiempo”.

Otros de los temas que se asoman en esta parte del libro es la relación de la poeta con la naturaleza, algo que la vincula con el trascendentalismo norteamericano de Emerson y su mejor exegeta hispanoamericano: José Martí. Esto se manifiesta no solo en el uso semántico, sino, además, en la sublimación análoga entre ser y naturaleza cuando apunta: “Y las palabras se confunden deseosas con el néctar de las flores”. O cuando se pregunta en el poema “Son del viento las hojas”: “y yo de quién soy/a quién le hablo/ a quién respondo”.

Otro aspecto en esta sección del poemario son poemas de tónica existencial como los relacionados con hechos históricos, entre ellos “Cambodia revisited” y “La pérdida de la inocencia”. Este último un testimonio de un hecho atroz como el atentado terrorista del 11 de septiembre, en el que Iturralde logra transmutar un suceso histórico en poético por medio de la metáfora, la cual permite indagar en la realidad con una mirada más honda. En rigor, la realidad queda representada por imágenes que la elevan a una dimensión superior, trascendiendo así el mero retrato histórico.

El tema de la vida y la muerte aparece de una forma intimista al estar relacionado con la pérdida del ser amado, como el conmovedor “Una sola carne”, poema en el que Iturralde confiesa el sentido de comunión establecido con su pareja y la huella que en su vida ha dejado su ausencia: “ya no tengo tu vida que dio amparo a mi alma,/ya no tengo tu vida, tu vida/tampoco la mía. En esta misma línea sobresalen poemas como “Canto a la vida que melodiosa serpentea” y “El sonido de Shofar”, ambos son paradigmas de otras características que distinguen la obra de Iturralde: su depurado lirismo y su sentido de la música y el ritmo, con una tersura expresiva que no le concede licencia al ripio y a la cacofonía.

En el poema homónimo “Preso el antílope”, que sirve como puente de unión entre las dos secciones del libro, reaparece el animal como símbolo, en este caso de liberación y pureza. Es decir, el sum cartesiano, que le da sentido a su existencia, mediante el cual la poeta reafirma ese instante de plenitud que solo puede emerger de la expresión poética: “Preso el antílope,/salgo casi desnuda./No temo al verso”.

La segunda sección, que le da cierre al libro, Del arte y sus matices, representa un muestrario del mundo afectivo de la poeta, de sus afiliaciones más cercanas, que van desde amigos, sobre todo de su ámbito intelectual, hasta personajes célebres o históricos, como Marilyn Monroe y Juana de Arco. Iturralde reconstruye paisajes de su relación con estos seres de su entorno con un tono reflexivo, pero siempre transformando lo testimonial, o lo que pudiera ser recuento anecdótico, en vivencia poética. De esta forma nos revela en el poema “Encuentro de Heberto y Lourdes en tiempo de guerra”: “Hubo en él una esperanza fija,/en ella un manantial de asombros./…/Solo ella sentía que era inútil./Solo él pensaba que era un sueño”.

El nivel de afiliación de Iturralde en estos poemas, de reconocimiento a la obra del otro, la lleva de alguna forma a una adopción de alteridad poética, tal como se puede apreciar en poemas dedicados a Severo Sarduy (“El goce de tu verbo”) y a Gustavo Pérez Firmat (“El desdoble de Gustavo”). Sin duda, en esta sección del libro, la poeta nos revela un rasgo importante de su personalidad o condición como ser espiritual, a decir de Aristóteles:“dando en su arte su ser a algo”.

Preso el antílope es un poemario que resalta por su equilibrio entre contenido y forma. La impronta del neobarroco de algunos poemas no cierra los cauces de la comunicación, como tampoco los de vertiente conversacional se limitan a ser meras reproducciones de la realidad, pues adquieren otra dimensión en el instrumental tropológico de la poeta. Un libro que integra el universo de las cosas, que reconcilia pasado y presente, que unifica tradición y modernidad, tal como lo planteaba Octavio Paz en su Cuadrivio al referirse a la obra de Rubén Darío: “la poesía es reconciliación, inmersión en la armonía del gran todo”. Este libro le otorga un reconocimiento al lenguaje, a las palabras, pues estas nunca envejecen ni son objetos de moda y, por lo tanto, no pueden ser encapsuladas en una época, ni tampoco ser propiedad absoluta de un determinado movimiento literario. Solo encuentran una nueva morada en la voz renovadora del poeta. Así lo prueba Iraida Iturralde en Preso el antílope.

 

 


  • Joaquín Gálvez (La Habana, Cuba, 1965).
  • Poeta, ensayista y periodista.
  • Ha publicado los poemarios: Alguien canta en la resaca (Término Editorial, Cincinnati, 2000), El viaje de los elegidos (Betania, Madrid, 2005), Trilogía del paria (Editorial Silueta, Miami, 2007) y Hábitat (Neo Club Ediciones, Miami, 2013).
  • Textos suyos aparecen recogidos en numerosas antologías y publicaciones en Estados Unidos, Europa y América Latina.  
  • Coordina el blog y la tertulia La Otra Esquina de las Palabras.
  • Reside en los Estados Unidos desde 1989.
Scroll al inicio