Presidentes de la República de Cuba: Carlos Mendieta Montefur

Martes de Dimas

Carlos Mendieta Montefur (Las Villas 1873-La Habana 1960). Médico, periodista militar y político. Abandonó sus estudios para unirse al Ejército Libertador. En 1898 integró la comisión que viajó a Estados Unidos para coordinar los planes entre el ejército independentista y el norteamericano contra España. Fue ascendido al grado de coronel. Al terminar la guerra fue capitán de la Guardia Rural, cargo al que renunció en 1900 para terminar los estudios de Medicina. Cofundador del Partido Republicano Federal de Las Villas, fundador del Partido Republicano Conservador y del Partido Liberal Unionista. Participante de la Guerrita de agosto de 1906. Director del periódico El Heraldo de Cuba. Candidato a la vicepresidencia en 1916. Combatió contra Menocal en 1917. Electo representante en 1918. Considerado como el mejor candidato del Partido Liberal para las elecciones presidenciales de 1924[1]. Fundó la Unión Nacionalista durante el gobierno de Machado. Fue arrestado, recluido en prisión y amnistiado en 1932. Marchó al exilio, donde integró la Junta Revolucionaria creada en Nueva York. En 1933 regresó a Cuba y apoyó la mediación de Sumner Welles. Luchó contra la Pentarquía y contra el gobierno de Grau San Martín. Fue el onceno presidente de la República de Cuba y el sexto provisional.

A la renuncia de Grau San Martín por la crisis de su gobierno, en enero de 1934, Carlos Hevia asumió la presidencia provisional. Al segundo día Hevia fue sustituido por Manuel Márquez Sterling. Seis horas después la presidencia fue traspasada a Carlos Mendieta, con el beneplácito de la mayoría de las fuerzas opositoras, del Ejército, del embajador estadounidense y apoyado por la opinión pública que clamaba por la estabilidad y lo consideraba un político destacado y honrado.

La presidencia

El coronel Mendieta asumió la presidencia en un contexto en el que todavía se sentían los efectos de la recesión mundial, en medio de los aranceles proteccionistas establecidos a los productos cubanos en Estados Unidos, de la caída de los precios del tabaco y del azúcar, del cierre de ingenios azucareros, la disminución de la producción, el aumento del desempleo, la rebaja de salarios, y la demora en los pagos a obreros y empleados. El reto lo enfrentó con un Gabinete heterogéneo, integrado por figuras de su partido, partidarios de Menocal y de Miguel Mariano Gómez, miembros del ABC y otras personalidades que no militaban en ningún partido.

Para legitimarse, Mendieta consideró que primero debía ordenar al país y después convocar a la asamblea constituyente que Grau San Martín había proyectado durante el Gobierno de los Cien Días[2]. Para el ordenamiento promulgó la Ley Constitucional del 3 de febrero 1934, con la cual abolió el Congreso, pasó la función legislativa al Consejo de Secretarios -integrado por 14 miembros más el Presidente- y creó un Consejo de Estado para asesorar al Presidente y a los Secretarios. En esta Ley Constitucional, a diferencia de la Constitución de 1901, el Poder Público se ejerció por el Presidente de la República. Es decir, la supremacía se depositó en el Poder Ejecutivo y no en el Congreso.

Varios políticos, entre ellos Mario García Menocal, opuestos a ese orden planteado por Mendieta, amenazaron con irse al retraimiento si no se convocaba a elecciones generales previas a la asamblea constituyente. Ante la contradicción, a iniciativa de José Ignacio Rivero y José María Zayas, directores del Diario de la Marina y Avance, nació el pacto institucional conocido como Zayas-Rivero, el cual fue suscrito por los jefes de los principales partidos políticos[3].

La obra de Gobierno

Su mayor logro fue la firma en mayo de 1934 del tratado de relaciones cubano-norteamericano, que dejó sin efecto la cláusula intervencionista de la Enmienda Platt; un apéndice constitucional impuesto ante un pueblo carente de República, de Estado y de gobierno propios y con el ejército libertador desmovilizado. La aprobación de la Enmienda, en esas condiciones, fue un verdadero acto de política, entendiendo ésta como el arte de lo posible. Aunque la injerencia se mantuvo en los asuntos internos de Cuba, la misma perdió el carácter de Ley que había tenido hasta ese momento. Con su anulación se materializó un objetivo que había costado tres décadas de luchas.

Otro hecho de importancia fue la firma, en agosto de 1934, del Tratado de Reciprocidad entre Cuba y Estados Unidos. Este acuerdo beneficiaba al azúcar pro quedó limitado por la Ley Costigan-Jones, que facultaba al secretario de Agricultura de Estados Unidos a determinar la cuota de azúcar que se debía comprar anualmente a Cuba, lo que restringía la producción nacional que rebasaba la capacidad de compra del mercado norteamericano. El tratado -según Hugh Thomas- era beneficioso en cuanto aseguraba un mercado estable para el azúcar y el tabaco, pero ataba a Cuba estrechamente a Estados Unidos en lugar de animar el establecimiento de una industria nacional[4].

Durante los primeros meses de 1935 el gobierno de Mendieta enfrentó una crisis que desembocó en la huelga de marzo de ese año. Muchos de los avances en materia de legislación laboral que se habían logrado desde el gobierno de los Cien Días, fueron restringidos con las leyes dictadas; en un momento en que la tesis de la lucha de clases como motor de la historia –sustentada por los comunistas- constituía una corriente con fuerza que coincidió con la restricción de la producción azucarera (la zafra de 1935, de dos millones y medio de toneladas fue aproximadamente la mitad de la de 1925). El desempleo resultante de la restricción azucarera, combinado con las medidas antipopulares y la represión, incrementó la agitación en la ciudad y en el campo.

En febrero de 1935 el “Comité de Huelga Universitario” llamó a un paro general[5]. Aunque el gobierno disolvió la Confederación Nacional Obrera de Cuba y otras centrales sindicales más de 30 ingenios fueron ocupados, y en algunos de ellos se crearon Soviet de Obreros y Campesinos y Milicias Rojas a imagen y semejanza de Rusia. Mientras se intensificaban las luchas campesinas contra los desalojos como ocurrió en el Realengo 18, donde los campesinos con la consigna “Tierra o Sangre”, impidieron que les arrebataran sus posesiones. En esas condiciones, la huelga iniciada por los maestros desembocó en la huelga general que, entre el 9 y 10 de marzo, asumió características de levantamiento popular. En respuesta el Gobierno suspendió el Habeas Corpus que garantizaba la integridad física de las personas, las garantías constitucionales y declaró el “estado de sitio”[6].

A diferencia de las huelgas anteriores la dirección no estuvo fundamentalmente en manos de los comunistas y anarquistas, sino de estudiantes de la universidad y de las fuerzas que encabezaba Antonio Guiteras. Los actores no lograron una plena cooperación. Cuando el Partido Comunista superó sus concepciones sectarias y desechó las consignas de “clase contra clase” y “por un gobierno de obreros y campesinos”, ya era demasiado tarde. No menos de 200 personas fueron muertas o heridas. Eduardo Chibás y otros líderes fueron detenidos. Se declararon ilegales a todos los sindicatos que participaron, les confiscaron sus fondos y la universidad fue ocupada por soldados. La huelga, con el apoyo del Ejército, fue derrotada. Dos meses después, el 8 de mayo de 1935, al intentar salir hacia México para conseguir armas y hombres, Antonio Guiteras resultó muerto.

Controlada la huelga, los constantes desacuerdos entre las fuerzas políticas impidieron la celebración de las elecciones programadas para fines de 1935. Para viabilizar el conflicto arribó a Cuba el profesor Harold Willis Dodd, de la Universidad de Princenton, Estados Unidos, quien recomendó posponer las elecciones. Una vez acordada la fecha, el Conjunto Nacional Democrático, que agrupaba a la oposición, exigió que el Presidente renunciara para que la balanza del poder no se inclinara a favor de Miguel Mariano Gómez. Mendieta renunció y su lugar lo ocupó el secretario de Estado José Agripino Barnet, quien convocó definitivamente las elecciones para el 10 de enero de 1936[7].

El 11 de junio de 1935 se proclamó una nueva Constitución que sustituyó a la  Ley Constitucional de febrero de 1934, de acuerdo a la cual las Fuerzas Armadas comenzaron a regirse por una Ley Orgánica que estableció la disolución del Ejército Nacional[8] y la creación, en su lugar, del Ejército Constitucional, con lo cual su jefe asumía amplias facultades para regir la institución armada. En teoría el presidente seguía siendo el jefe supremo del Ejército; pero en la práctica se creó una especie de dualidad de poderes[9] en un momento en que la principal fuerza política en Cuba era el Ejército, con una organización nacional y representantes en todas las ciudades, con una oficialidad integrada en buena parte por negros y mulatos, de origen obrero, como era el propio Fulgencio Batista. [10]

De forma paralela se regularon las organizaciones obreras con el objetivo de establecer un sindicalismo oficialista controlado por la Secretaría del Trabajo. Se crearon los Tribunales de Urgencia, más drásticos que los de Defensa Nacional que existieron hasta ese momento[11]; y se instituyó la pena de muerte para los convictos de asesinato en atentados, sabotajes u otras formas de terrorismo, se prohibieron las huelgas y manifestaciones, y se suprimió la autonomía universitaria. En ese difícil escenario Menocal se presentó como el líder de los “demócratas”, mientras Grau San Martín, la Joven Cuba y el ABC no participaron.

En esas elecciones, en que las mujeres cubanas ejercieron el derecho al voto por vez primera en la historia de la República, resultó vencedor Miguel Mariano Gómez, quien tomó posesión el 20 de mayo de 1936, con el coronel Federico Laredo Bru como vicepresidente.

Lecciones de la historia para el futuro de Cuba

Carlos Mendieta permaneció en  la presidencia de la República algo menos de dos años, en un contexto de dificultades económicas, inestabilidad política, reducción de la producción azucarera, predominio de la lucha de clases en el campo y la ciudad. La violencia entronizada durante siglos hizo acto de presencia en las huelgas, atentados, y asesinatos, fue respondida con la violencia y la represión. En ese complejo escenario se derogó la Enmienda Platt, por la que se venía luchando desde tres décadas atrás. Los resultados positivos de su gobierno quedaron marcados por la represión, especialmente durante la huelga de marzo de 1935. Aciertos y desaciertos cuya utilidad radica no en el juico fuera de contexto, sino en el empleo de sus enseñanzas para el mejoramiento de nuestra inconclusa nación. Mendieta -como Ramón Grau San Martín- permaneció y murió en Cuba después de la revolución de 1959. Es parte de nuestra historia. Utilicemos la experiencia en lugar de querer borrarlo de la memoria histórica.

La Habana, 3 de diciembre de 2020

[1] Hugh, Thomas. Cuba, la lucha por la libertad. México, Ediciones Grijalbo, 1974, Tomo 2, p.746.

[2] Le Riverend, Julio. “La República, dependencia y revolución”. La Habana, Editora Universitaria, 1966, pp.299-300.

[3] Pichardo Hortensia. “Documentos para la historia de Cuba”. Tomo IV primera parte. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, p. 269.

[4] Hugh, Thomas. Cuba, la lucha por la libertad. México, Ediciones Grijalbo, 1974, Tomo 2, p.906.

[5] Cantón Navarro, José. Historia de Cuba, el desafío del yugo y la estrella. La Habana, Editorial José Martí, 2015, p.127.

[6] Hugh, Thomas. Cuba, la lucha por la libertad. México, Ediciones Grijalbo, 1974, Tomo 2, pp.910-911.

[7] Le Riverend, Julio. “La República, dependencia y revolución”. La Habana, Editora Universitaria, 1966, p. 304.

[8] Por la experiencia de la Guerrita de agosto de 1906 entre liberales y conservadores, y por el empleo sistemático de la violencia para dirimir los conflictos políticos y sociales, en 1909, al final de la administración de Charles Magoon, se creó el ejército como fuerza pública para evitar los enfrentamientos armados entre las diversas fuerzas políticas.

[9] Valdés Sánchez, Servando. “Cuba, ejército y reformismo (1933-1940). Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2006. p’p.40-42.

[10] Hugh, Thomas. Cuba, la lucha por la libertad. México, Ediciones Grijalbo, 1974, Tomo 2, p.887.

[11] Valdés Sánchez, Servando. “Cuba, ejército y reformismo (1933-1940). Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2006. p.43.

 

 


  • Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
  • Reside en La Habana desde 1967.
  • Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006).
  • Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
  • Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
  • Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
  • Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC).

 

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