PONERSE DEL LADO DE LAS VÍCTIMAS

Lunes de Dagoberto

Hacer un discernimiento de actuaciones personales propias o ajenas, de acontecimientos sociales o internacionales, de estrategias de negociación o de gestiones de paz y libertad, requiere una escala de valores éticos que, con frecuencia, entra en contradicción con posturas ideológicas, o con intereses económicos, o con ambiciones hegemónicas y excluyentes. Excluir a la ética de la política es el más grave error y el error de más largas y profundas consecuencias.

Otra postura frente a estas situaciones de conflicto es equiparar a los victimarios con las víctimas, igualando a quien agrede con el agredido, a quien oprime con el oprimido. Es una actitud profundamente injusta, especialmente con los que son víctimas de la violencia, de la agresión o de la opresión.

Otro error es cuando en la solución pacífica de los conflictos, sean personales, nacionales o internacionales, se deja fuera a una de las partes, se le exige más que a las otras partes o se le considera un decorado para poder decidir entre los demás.

La paz nace de la justicia

Opus Iustitiae Pax (cf. Isaías 32,17), la paz es fruto de la justicia, refrán que repetían los clásicos latinos. La obra de la justicia es la paz. Sin embargo, con frecuencia se construye una falsa paz obviando la justicia o contra ella. Esa paz no tiene cimientos sólidos sino intereses de poder, políticos, económicos o geoestratégicos. Todo intento de paz es loable y bueno, pero solo lo son aquellos que ponen a la justicia como sólido fundamento para la paz personal, social o internacional.

Una de las más grandes injusticias es dejar fuera de la mesa de negociaciones a una de las partes implicadas o considerar prescindible a algunas de los contendientes. Esto no debería ocurrir en una negociación a nivel de regímenes autoritarios o totalitarios, como tampoco a nivel de conflictos internacionales.

Todas las partes implicadas deben sentarse en la mesa de negociación, con los mismos derechos y con la misma responsabilidad de aportar a la solución del conflicto. El Papa san Juan XXIII, quien sirvió de mediador para resolver la crisis de los misiles en Cuba, no dejó de escribir a todas las partes implicadas, independientemente de que, después, las grandes potencias se pusieran de acuerdo entre ellas. Este mismo pontífice escribió una imperecedera Carta encíclica que tituló Pacem in Terris, “Paz en la tierra”, en la que propone que la paz debe construirse sobre cuatro grandes pilares: la verdad, la justicia, la libertad y el amor.

Los cuatro pilares de un paz verdadera

En la solución pacífica de los conflictos de hoy, sea en Cuba, en Ucrania, en Gaza o en cualquier parte del mundo, no debe faltar ninguno de estos cuatro pilares porque de lo contrario sería una paz endeble, fraudulenta, injusta y opresora. En efecto:

La paz es fruto de la verdad. Sobre la mentira de los poderosos o de los opresores, o inclusive, de las víctimas, no se pueden arreglar los conflictos. Primero debe investigarse y reconocerse la verdad de los hechos, de las actuaciones de cada parte. Para llegar a la verdad objetiva y completa, todas las partes deben tener voz para decir la verdad que han vivido. Cuando se silencia o se ignora a una de las partes se está silenciando una parte de la verdad. Los pueblos, los medios de comunicación, los políticos, y los ciudadanos en particular, tenemos mala memoria y, con frecuencia, olvidamos o desfiguramos la verdad de los hechos. Otras veces la verdad es de tal forma manipulada, parcialmente expresada o silenciada, que la paz que se intenta negociar nace podrida, degenerada, instrumentalizada por los ya mencionados intereses de poder político, estratégico, económico o hegemónico.
La paz es fruto de la justicia. Como ya hemos dicho, es estrictamente necesaria una justicia transicional e independiente de los intereses de las partes. Cuando una de ellas es excluida, ninguneada o chantajeada, para que ceda en las negociaciones de paz, no solo se daña la justicia, sino que se es profundamente injusto con las víctimas de ese conflicto militar o de ese régimen de dominación, según sea el caso. La justicia no es neutralidad. Quien estando implicado simula o adopta una postura aparentemente neutral poniendo en igualdad de condiciones a la víctima y al victimario, no solo falta a la justicia, sino que se hace cómplice de la injusticia. Otra cosa es servir de mediador, de facilitador, que generalmente es un actor externo al conflicto y que debe asumir una postura de imparcialidad. La imparcialidad es reconocer la verdad de cada parte sin inclinarse solo hacia una de ellas. Imparcialidad no es lo mismo que neutralidad. No se puede ser neutral ocultando las injusticias de los opresores o invasores, ni los fallos de las víctimas, ni igualándolas en sus responsabilidades. No todos tienen las mismas cuotas de responsabilidad en un conflicto o en un régimen de opresión. No es lo mismo invasores que invadidos, no es lo mismo opresores que oprimidos, no es los mismo los violentos que los pacíficos.
La paz es fruto de la libertad. Sea en un conflicto bélico o en un sistema autoritario, no se puede alcanzar la paz sin libertad. Es por ello por lo que se reclama como primera condición o gesto de buena voluntad la liberación, no excarcelación, de todos los presos políticos o rehenes que sirven de moneda de cambio. Asimismo, una paz que se alcance sin libertad interior de todos y sin las libertades civiles, políticas, económicas y culturales para todas las partes, no es paz o es la paz de las rejas y los sepulcros.
La paz es fruto del amor. Pareciera que esta palabra, más aún, la realidad del amor, es una experiencia extraña a las negociaciones de paz o a la solución pacífica de los conflictos. Milenarios atavismos nos inculcaron que el amor es solo un “sentimiento”, una actitud pasiva, una postura débil y propia solo de las relaciones interpersonales, y que debe ser excluida de la política, de la economía, de lo social, porque debilita a los ciudadanos. La experiencia histórica, incluso vivida por los cubanos, nos dice lo contrario. Cuando se excluye el amor verdadero, que es no solo sentimiento, sino también razón y voluntad; que no es solo interpersonal sino que tiene una dimensión familiar, grupal, social, internacional que hoy se llama reductivamente solidaridad y que se debe llamar “amistad cívica”, cuando todo esto se excluye, se asienta en la cultura de los pueblos, degenerando a las naciones, el odio, el rencor, la venganza, la violencia, la “lucha de clases”, la competencia desalmada e inmoral solo por lo material y lo económico. Y nada de esto construye la paz, sino la guerra, la opresión al interior de las naciones, la crispación de los ciudadanos y los abusos de poder. El amor verdadero es una fuerza que cohesiona a la sociedad sin ser meloso. El amor es una fuerza que después de hacer justicia sin odios, vive el perdón social que no es amnesia sino verdadera memoria histórica, no de la que desentierra muertos, sino de la que está ahí para que las nuevas generaciones aprendan a no caer en los mismos errores, aunque sean del otro bando.

Propuestas

1. Ojalá que en Cuba y en los demás conflictos del mundo primen los criterios de la verdad, de la justicia, de la libertad y del amor para que las negociaciones no conduzcan exactamente al lugar contrario a donde se quiere llegar: ese lugar y ambiente es la paz y el libre desarrollo de cada nación sin injerencias, ni invasiones, ni autoritarismos, ni populismos, ni totalitarismos.
2. Que nunca se excluya a ninguna de las partes implicadas en un conflicto. Que todos tengan un puesto igual en derecho y verdad en la mesa de negociaciones, sin lo cual toda negociación es un cambio fraude sea en una pequeña isla o sea en una conflagración entre grandes naciones.
3. Que los mediadores y los facilitadores no olviden ni excluyan nunca a las víctimas. Sin reconocimiento, voz y reparación de las víctimas no hay resultados verdaderos y duraderos.
4. Que en nuestras familias, grupos de la sociedad civil, escuelas, iglesias y otros ambientes sociales se asuma, libre y responsablemente, una matriz educativa cuyos cuatro pilares sean la verdad, la justica, la libertad y el amor.

Estas son mis reflexiones acerca de la situación de Cuba y de los aconteceres que marcan hoy el debate internacional. Me asombra que la aplicación de estos criterios de juicio y valores, teniendo en cuenta las diferentes proporciones de los conflictos y del alcance de sus repercusiones, pudieran servir tanto para la solución de nuestra ya larga crisis nacional como para poder hacernos una opinión y un juicio sobre los conflictos aparentemente lejanos a nosotros.

Nada en este mundo globalizado nos es ajeno, y menos las actuaciones de dos naciones que por la historia antigua y reciente, han estado unidas a nuestra historia nacional. Hay muchos y diversos intereses en juego que pueden repercutir sobre Cuba.

Estemos atentos. Los precedentes son a veces decisivos.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.  

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
  • Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
  • Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
  • Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
  • Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
  • Reside en Pinar del Río.
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