Poesía – El Cucalambé no quiere regresar

 

Por Henry Constantín

La XLII Jornada Cucalambeana terminó este 5 de julio en Las Tunas, y por lo visto, es difícil que Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé de las décimas indias y guajiras, se anime a regresar a casi siglo y medio de su misteriosa desaparición.

En la mencionada ciudad, entrada del Oriente cubano, todos los años se arremolinan los mejores conocedores de la espinela, para recordar al decimonónico poeta tunero que un buen día de 1862 no apareció más. De paso, recitan poesías, compiten en torneos de improvisación y de belleza y presentan sus libros y estudios; mientras, los tuneros y quienes no lo son pero se aventuran a llegar hasta allí, aprovechan para pasar unos días sumidos en un extraño carnaval de termos de cerveza, paseos a caballo y pan con lechón asado, allá en la finca El Cornito.

La Cucalambeana, como la gente llama a esta fiesta, se hace coincidir con un Festival de la Décima Latinoamericana. Como sucede con la mayoría de nuestros eventos artísticos, la Jornada está dedicada a autores nacionales y regiones extranjeras, que varían con los años. Ahora le tocó el turno a Pablo Armando Fernández, novelista nacido en un batey del norte de Las Tunas, y a Tomasita Quiala, señora de redondeada silueta pero agilísima mente para improvisar décimas a partir del más enrevesado pie-forzado. También se homenajeó a cierta comarca rural del estado mexicano de Querétaro.

La celebración no escapó del impuesto político que muchos creadores cubanos aceptan pagarle a las autoridades que los auspician. Celebrar durante la fiesta dedicada a El Cucalambé un aniversario más de la Primera Ley de Reforma Agraria, una de cuyas primeras víctimas en Las Tunas, de haber estado vivo, hubiera sido este poeta que conspiró en movimientos políticos de espíritu liberal, y su finca El Cornito, es una ironía apabullante. Lo de recordar también los 50 años del triunfo de la revolución era obvio.

En la Jornada se vieron las habituales chapucerías hijas del repentismo de quien solo quiere cumplir el plan. La mañana del sábado en que se daban a conocer los premios en décima, en un espacio dignamente nombrado Las Ruinas, se vio a Pablo Armando Fernández, un Premio Nacional de Literatura, cambiar de silla tres veces, evitando el rotundo sol que los organizadores, al parecer, no habían previsto. La mayoría del público, sin las razones de Pablo Armando para resistir, simplemente huyó. Con razón el escritor, una de las glorias tuneras contemporáneas junto con el ajedrecista Bruzón y algún pelotero, evita dejar demasiadas veces su casa de Miramar para regresar al terruño.

EL CORNITO

El Cornito es una especie de centro recreativo, a un kilómetro y pico al sur antes de llegar a La Caldosa, entrada de Las Tunas para quien viene desde Occidente. Pero El Cornito fue la hacienda en la que vivió su infancia Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, de ahí que la fiesta dedicada al poeta tenga su vórtice en este lugar, el más hermoso y agradable, hablando de naturaleza, de cuantos circundan la ciudad. Sin embargo, la antigua finca de cabezones siboneyes está desplomándose en cuerpo y en espíritu: hay unas cuantas y semirruinosas habitaciones estilo motel, y piscina y presa y el arroyo que dio nombre a la hacienda ¿o al revés?, y tupidos cayos de bambú de inmensa sombra, cada uno con versos del vate escritos en madera y de abundante mala ortografía, como estos de fino aroma ¿beisbolero?: Era una noche de aquellas / que Cuba inspiraba al bate… El Cucalambé, que se educó leyendo a los clásicos en latín y francés, hubiera vuelto a desaparecerse.

Por otro lado, para el ciudadano de a pie fue casi infernal participar en la Cucalambeana, por el transporte y el clima, a pesar de voluntariosos vendedores privados, que inundaron con sus puestos de comestibles y refrescos los senderos de la antigua hacienda, y sirvieron con montones de bicitaxis, coches de caballos y camiones para reducir la soleada carretera que separa a El Cornito de la urbe. Además, faltó promoción callejera: fuera del centro de la ciudad era muy difícil encontrar información sobre lo que estaba ocurriendo en la Jornada.

Las flores ocultas.

Durante esta fiesta sucede algo imposible de ver en otro lugar de Cuba: competencias de belleza femenina. En ellas se elige una reina de agreste título, la Flor de Birama –que es una zona del sur de la provincia, casi en las ciénagas del Cauto y a donde bajan las aguas de El Cornito. Las muchachas son elegidas en regiones montunas de toda Cuba, con el único requisito de ser muy bellas, aunque esa belleza casi siempre sea un tanto silvana, a ojos de la gente de ciudad. Este año ganó una habanera.

Pero esos eventos, dice alguien con mucho poder en Cuba, guardan algo de pecaminoso. Sabemos que con el triunfo de la revolución se proscribieron aquí los concursos de belleza, por no sé cuál beata convicción marxista de que esos certámenes se asociaban a los males del capitalismo. Solo sobrevivieron, con carácter abierto y popular, en estas fiestas tuneras, aunque desde el año pasado los que mandan prohibieron su publicidad en los medios de prensa estatales.

¿Y por qué es tan pecaminoso un espectáculo en el que las mujeres compitan y ganen llevadas por su belleza física, su andar, en fin, su capacidad de provocar sentimientos delicados en el público? ¿Por qué? ¿Disminuye la moral de la mujer? ¿Corrompe su cuerpo al recibir un premio que solo acredita cuán bella le ha parecido a los que la ven? ¿Corrompe su alma este gesto? Amalia Simoni, una de las señoritas más respetadas del antiguo Puerto Príncipe y que después sería la esposa inmaculada de Ignacio Agramonte, fue una de las Reinas del San Juan camagüeyano de 1865. Y Antonio Guiteras, hombre radical y estoico, huyendo de la policía durante la primera dictadura de Batista, pasó muy agradables días y noches escondido en la habitación de una reina del carnaval habanero, sin ningún tipo de escrúpulo revolucionario.

Hablando de damas ganadoras, hay que mencionar a la señora Irelia Pérez, cienfueguera que, usando seudónimos tomados de El Señor de los Anillos, ganó en dos categorías de la escritura de décimas; la doble victoria ocurría, probablemente, por primera vez en los anales del evento. Otra mujer que deslumbró fue Tomasita Quiala, improvisadora que, frete a enorme público, devolvió convertidos en décimas una docena, o más, de pie-forzados -versos que se le imponen al repentista para que incluya en un poema improvisado- lanzados por el público. Al escuchar el último, bastante engorroso, le preguntó al oponente: Chico, ¿tú eres un poeta o un hijoep…? Por cierto, y en esta misma línea de criolla naturalidad, una intelectual tunera de bastante renombre y tiempo, aclaró en plena lectura de poemas, sin venir a cuento y delante de los más encopetados visitantes, que todos debemos practicar el sexo seguro.

La tontería nacional

La décima es la estrofa nacional. Eso lo repitió mucha gente ilustre, con ínfulas de verdad oficial, allá en la Cucalambeana. En lo que a mí respecta, no pasan de cinco las personas a mi alrededor capaces de hacer décimas, mientras que el número de los sonetistas, los autores de elegías y de comodísimos versos libres es inmenso. Ni Heredia, ni Guillén, ni Martí, ni Buesa, que son de nuestros poetas los que más conocemos, le dieron demasiado uso a la décima. Y en las fiestas campesinas se han colado reguetones y merengues venidos del otro lado del Caribe. Entonces, pregunto: ¿con qué lógica hay quienes todavía promueven, desde las instituciones, a la décima como estrofa nacional?, ¿necesitamos tener una estrofa nacional, o se trata de apuntalar un fortín más en la inmensa y absurda trocha del nacionalismo cultural?, ¿por qué esa tozuda búsqueda de nuestras diferencias con el resto del mundo?, ¿y cuándo nuestros intelectuales e instituciones comenzarán a hurgar en las semejanzas y los lugares de encuentro, de coincidencia, con el resto de los seres humanos, y a poner en su sitio, en los museos, a todo aquello que sea fortín y trocha? La décima es una expresión típica de la historia cultural cubana, y merece por lo tanto un espacio, y respeto y estudio y aplauso. Pero, sin darnos cuenta, con esa permanente intención de edificarnos sobre elementos nacionales, algo al parecer insignificante, no logramos más que diferenciarnos y distanciarnos del resto del mundo. Y de paso, reafirmamos nuestra inmadurez humana en esa incapacidad de hacer que las personas se desprendan de sus símbolos para sentirse ciudadanos de un país. Se trata, en síntesis, de escoger entre Nicolas Chauvin y José Martí. Y yo me quedo con el de Patria es humanidad.

En fin, a la Jornada Cucalambeana le sobra improvisación. Los momentos y lugares artísticos deben elegirse con más cuidado, como quien compone una elegía a Las Tunas, al campesino y a la cultura cubana, y no con el ademán descuidado que deja traslucir desdén. El espíritu de El Cucalambé, a los 180 años de su nacimiento, ha de seguir mirando nuestros actos, como cantó una vez:

Bajo este pajizo techo,

Sobre este suelo precioso,

En mis horas de reposo,

Cuando alegre y satisfecho

Germinar siento en mi pecho

La dicha y la benandanza,

Oigo el silbido que lanza

En el monte la cucuba

Y el porvenir de mi Cuba

Contemplo allá en lontananza.

 

Periodista, escritor y fotógrafo.

Expulsado de los estudios de Periodismo en dos ocasiones, ambas por problemas políticos.

Único representante de Cuba en el II Concurso Hispanoamericano de Ortografía Bogotá`2001.

Graduado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso.

Colaborador de la Revista Convivencia.

Textos suyos han sido publicados en medios de prensa cubanos, incluso oficiales.

Hace el weblog Reportes de viaje (www.vocescubanas.comReportes de viaje).

Dirige la revista La Rosa Blanca. email: henryconstantin@yahoo.es .

Reside en Camagüey.

 


Henry Constantín Ferreiro.

Scroll al inicio