Amiga del mar y de la libertad, bella amante de la Tierra y la justicia
Por Maikel Iglesias
Anna, que en hebreo significa bienestar o gracia, no tuvo exactamente un destino de rosas, y aterciopeladas olas de mar y arroyuelos. Sin embargo, nada de esto le impidió sus encantados versos. Tomó a bendito préstamo desde muy joven, el apellido de su bisabuela materna, una rusa genuina de quien por seguro, debe haber heredado, buena parte de su gran coraje y amor por la vida, con tal de salvar su designio de poeta y los dones más hermosos de su patria.
Así que Ajmátova, sería por siempre, la sublimación de su nombre real: Anna Andréieva Gorenko, una firma identitaria que debía mantener inmaculada ante los ojos inquisidores de la libertad humana, pues ser mujer y literata entre sus años, 1889 a 1966 en que partió al umbral, tenía por naturaleza un rango de herejía. Me temo que no habrá cambiado mucho este tabú, al menos en esencia, mas ya no es la Rusia que Anna tanto amó, ni las actuales Ucrania o Uzbekistán, desde donde soñaría, pensaría, sufriría, y escribiría muchos de sus poemas cumbres, aquel lugar oscuro e intolerante de fusilamientos, detenciones arbitrarias, censura y destierro.
Nació cerca de Odesa esta gran musa de Europa y el mundo, a orillas del Mar Negro; y fue a San Petersburgo y a Moscú, París y a muchas partes, buscando siempre el mar y una aurora de paz; no podría concebirla solamente rusa, más allá de que a los cinco años, ella se apasionara como nadie por ese idioma que en el genio de León Tolstoi, reluciera a su pueblo en un modo prodigioso; y digo esto, porque del francés la Ajmátova bebió, además del italiano y el latín, y también en la lengua de los ángeles y, ese idioma cósmico que solo alcanzan a entonar los inmortales de las Be- llas Letras, Dante, Quijote, Shakespeare, esos que trascienden patrias, y todos los muros de nacionalismos enclaustrados.
No en balde los astrónomos nacidos en su misma tierra, han llegado a bautizar un planeta con su nombre: 3067 Ajmátova. Por algo es que su musa de ojos esmeraldas, fuese dibujada y pintada por maestros del pincel de Modigliani; ensalzada en tantas rimas, que ya doblan en pliegos casi toda su obra. Y no es que Anna escribiese tan poco, aunque sus versos parecieran simples o mejor sencillos, y zahirieran su pecho, la cárcel injusta que robó a su hijo, y los muertos vejados de horror y agonía, entre los que figuraron sus propias amigas, parientes, amigos, colegas, incluso su primer esposo y padre de su única criatura. Sucede que supo callar cuando debía, y expresar la idea exacta con perfecta música y sinceridad, cuando el alma le pidió cantar, del lado de los desterrados.
Del acmeísmo precursora, movimiento literario que insuflara nuevos bríos para salvar al lenguaje, la palabra en fin, luego de la decadencia de los simbolistas, proponiendo claridad en su discurso y en la voz; al dorado lugar sin retorno ni definición posible, que es la gloria de los seres humanos. Hoy el mundo entero contempla en la patria orgullosa, a esta enorme poetisa, por su vida martirial y refulgente, donde tienen iguales derechos, las estrofas de todos los himnos nacidos, bajo el cielo del amor, y el sol de la justicia.
Maikel Iglesias Rodríguez