A un año y cinco meses de que fueran reportados los primeros casos de COVID-19 en Cuba la situación es más crítica, las estadísticas cubanas colocan al país entre los primeros diez con mayor incidencia en el mundo. En los últimos días la provincia de Pinar del Río se ha convertido en el epicentro de la pandemia del Coronavirus en Cuba. Y surgen, como es obvio, múltiples inquietudes entre todas las personas que, preocupadas, no saben ya cómo responder ante la arrolladora crisis sanitaria, alimentaria y económica.
Ningún ciudadano desea contagiarse con el virus, por mucho que se nos trate de responsabilizar por la alta incidencia. Un pretexto muy poco serio, porque se habla de aglomeración e incumplimiento de medidas higiénico-sanitarias cuando se aborda el tema de las largas colas en las farmacias para adquirir los medicamentos que “vengan” en cada pedido, o en las tiendas que venden en moneda libremente convertible (MLC) que son las que quedan y con un desabastecimiento continuo. Sin embargo, cuando igual o mayor número de personas se reúnen para un acto político con convocatoria previa pareciera como que todas las medidas están garantizadas.
El comportamiento más usual es el autocuidado de la familia y de los responsables de familia de quienes tienen a su cargo. La preocupación se incrementa porque muchas de las personas que han contraído el virus últimamente, ya se encuentran vacunadas con Soberana 02 porque son del personal de la salud, o con una, dos, o las tres dosis de Abdala, dos de los candidatos vacunales autóctonos. A pesar de saber que la inmunidad adquirida con el uso de estos candidatos no es 100% esterilizante, y que los periodos para lograr ciertos niveles de inmunización no son inmediatos a la vacunación, crece la incertidumbre, la desconfianza y el miedo. Es también una reacción normal ante el peligro.
La responsabilidad no es en su totalidad de los ciudadanos. No es necesario hacer un análisis exhaustivo para darnos cuenta de cuál ha sido el papel del ciudadano y cuál del Estado en la gestión de la pandemia y la crisis sanitaria. Mientras seamos autocomplacientes con lo que se ha hecho, nos dediquemos a criticar al resto del mundo, vivamos eternamente del orgullo de los candidatos vacunales autóctonos, y respondamos con agravio a cada opinión divergente, sea de la comunidad internacional o de los conciudadanos, la pandemia seguirá siendo un problema más político que de salud y humanidad.
Debemos pasar de la queja a la propuesta.
- Debemos reconocer las debilidades del sistema de salud cubano y las insuficiencias que padece. Debemos reconocer también que no solo, ni exclusivamente, la pandemia es la causa de esta crisis-sobre-crisis que Cuba está viviendo. Hay también causas estructurales y políticas que la agravan continuamente.
- Una vez reconocida la verdad de la situación, es necesario abrir los espacios de participación ciudadana, cambiar hacia estructuras democráticas, y dejar que cada ciudadano sin miedo y sin falsos “diálogos” ejerza la soberanía y los derechos que le corresponden por ser una persona.
- Cuba debe también, una vez que se abra a su mismo pueblo y acepte la discrepancia, abrirse al mundo democrático, regresar a la comunidad de naciones libres, aceptar humildemente la necesaria interdependencia en este mundo global, y la cooperación leal y no ideologizada que todo país necesita para alcanzar la salida de esta horrible pandemia. Solo así avanzaremos hacia un integral desarrollo humano y cívico.
Es hora de cambiar ya.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.