La Comunicación Política es un componente fundamental de la democratización. Como proceso político, y como disciplina científica, ha desarrollado un marco teórico-analítico para interpretar los fundamentos comunicativos de la política; es decir, la relación entre el poder político y los medios masivos de comunicación en sus diversos formatos, géneros narrativos, códigos profesionales, procesos editoriales y sus impactos sobre la cultura y el comportamiento político de los diversos públicos. Su objeto de estudio podría resumirse en la competencia estratégica entre las diversas narrativas justificativas de posicionamientos de diversos actores con vocación, interés y/o legitimidad pública para controlar la agenda pública política y su impacto en el interés del público y la sociedad civil. Esta competencia estratégica produce diversas interacciones comunicativas o debates sobre temas de interés general o de sectores específicos, siempre en un área de manifiesta visibilidad, apertura y accesibilidad (Rabotnikof, 2008), bajo condiciones de una generalizada e igualitaria participación dialógica informada (Adult, 2012) y una cierta moralidad universalista (Alexander, 2007).
La esfera pública constituye, entonces, un espacio abstracto donde los ciudadanos discuten los temas de interés general bajo condiciones de libertad e igualdad y ese civismo discursivo (Adult, 2012) producirá una expresión crítica discursiva de la ciudadanía hacia las instituciones políticas conceptualizada como opinión pública (Habermas, 1981). En otros términos, será un foro de intermediación “entre deliberaciones organizadas en arenas formales e interpersonales informales tanto en la cima como en la base del sistema político” (Van Dijk & Hacker, 2018, cit. en Pfetsch, 2020). El potencial de las interacciones comunicativas de los diversos actores con recursos expresivos y/o legitimidad pública definirá la calidad deliberativa de la democracia. La deliberación será entonces una forma de cooperación política cuya finalidad es el intercambio de argumentos y justificaciones sobre una decisión colectiva óptima en condiciones conflictivas de desacuerdo (Monsiváis, 2014).[1] El componente deliberativo garantiza así la racionalización del conflicto, la producción de consensos vinculantes (Pfetsch, 2020), la cohesión social y la integración política en los diversos modelos de la democracia liberal (Marx Ferree et al., 2002).
A pesar de su énfasis ideal y normativo, este modelo de inspiración habermasiana, con su eficiencia cohesiva y funcional ha enmarcado el desarrollo de los estudios de Comunicación Política durante décadas. Nutrido por las investigaciones empíricas, conceptos y teorizaciones sobre los efectos de medios y de comportamiento político-electoral de la Ciencia Política, y asumiendo como premisa la legitimidad de los actores, canales y procesos implicados en la comunicación pública y su capacidad para afectar las opiniones, la cultura cívica y el comportamiento de los ciudadanos (Bennett & Pfetsch, 2018), el modelo subrraya la capacidad selectiva y los procesos editoriales de construcción de la información en las agendas de los actores implicados.
Así, los actores políticos construyen su agenda informativa a partir de reglas explícitas e implícitas compartidas, las cuales dotaban de cierta institucionalidad al debate político (Figura 1). Tanto los políticos en funciones de gobierno como la oposición, la oficina de la presidencia o del primer ministro, los jefes de las bancadas parlamentarias, los partidos políticos y grupos de presión justificaban públicamente sus posicionamientos a traves de las agencias de comunicación o voceros autorizados que respetaban los códigos de la comunicación pública, focalizándose en ciertos temas de interés estratégico para sus organizaciones partidistas a partir de consensos deliberativos previos para la construcción de la agenda política.
Por su parte, los medios de comunicación masiva establecían la agenda setting al transferir su selección de temas relevantes al interés y la atención del público (McCombs, 2005), y su encuadre –framing– del contenido de la noticia en una idea organizativa central, aportando un contexto de significados a partir de un proceso de selección, énfasis, exclusión y elaboración de la información (Weaver et al., 2008). El periodismo se regía entonces por reglas para la elaboración de la noticia política -news making- motivado por criterios de objetividad, imparcialidad y equilibrio informativo como garantes de la credibilidad pública. A pesar de la diversidad de formatos, enfoques de contenidos y estilos, la noticia política respondía a las motivaciones de target de audiencias con definidas preferencias de consumo mediático y políticas. La tradición de consumo mediático, el nivel de sofisticación cognitiva y la cultura cívica de una determinada sociedad condicionaban su exposición e interiorización de las agendas de políticos y medios masivos, así como su potencial de construir agenda cívica y producir acciones colectivas confrontativas en la esfera pública.
Como se puede apreciar en el modelo tradicional de la Comunicación Política (Figura 1), la Agenda Pública Política será el resultado de una interacción dialógica entre actores estratégicos interesados en maximizar su visibilidad e influencia pública con fines de legitimidad (actores políticos), ganancias económicas (medios masivos) y de agencia (asociaciones cívicas), y estará formada por un subconjunto de temas que sintetizan el énfasis de las tres agendas, y por tanto, activan el potencial de polémica y deliberación pública. La información pública se rige así por canales autorizados de información que interactuaban con el mainstream de medios masivos y sectores activos de las audiencias.
Figura 1.
El modelo tradicional de Comunicación Política.
Fuente: Elaboración propia.
Sin embargo, este modelo de esfera pública, a pesar de su funcionalidad, ha sufrido en la última década una transición importante provocada por cambios de largo plazo en la infraestuctura tecnológica de la comunicación y la cultura política de las democracias liberales. La digitalización de la esfera pública y los cambios en los medios han contribuido a la fragmentación de las audiencias, y al mismo tiempo, la cultura política se ha caracterizado por la desafección y la desconfianza hacia las instituciones democráticas. La cuarta etapa de la Comunicación Política (Blumler, 2015 cit. en Pfetsch, 2020) se ha caracterizado por la penetración de la digitalización en todos los aspectos de la infraestructura social, institucional y técnica de la comunicación pública, la deslegitimación de los antiguos flujos autorizados de información que conformaban las agendas, la desprofesionalización del periodismo y la confrontación de las instituciones democráticas por los intereses comerciales, los grupos populistas y las intervenciones disruptivas externas (Bennett & Livingston, 2018; Bennett & Pfetsch, 2018; Dahlgren, 2005). Derivado de lo anterior, la esfera pública se ha transformado de un espacio de interacciones dialógicas y consensos vinculantes a una multiplicidad de arenas fragmentadas, disruptivas, disonantes y contenciosas (Pfetsch, 2020).
La ciber-transformación de la esfera pública (Dahlgren, 2005) ha implicado la emergencia de un sistema de medios híbridos (Chadwick, 2011, cit. en Pfetsch, 2020) compuesto por múltiples pero poco acoplados actores, grupos y sitios que han reposicionado los medios tradicionales ante el embate de los medios digitales y las redes sociales, generando nuevas dinámicas de construcción de agenda y movilización política ante la pérdida de la posición exclusiva de las elites políticas como fuentes de noticias. La infraestructura de la información política ha transitado a una más diversa, diferenciada, volátil y menos organizada, pues una vasta multitud de canales y una gran dispersión de actores compiten por una dinámica economía de la atención en la sociedad en general (Pfetsch, 2020). La heterogeneidad y fluidez de los roles, las formas de producción de la información y los vínculos entre productores y audiencias ha incentivado nuevas formas de desintermediación, y al mismo tiempo, una mayor fragmentación y targetización de las audiencias a partir de algoritmos orientados a la publicidad comercial (Pfetsch, 2020; Rasmussen, 2012; Gandy Jr., 2001).
El sistema de medios híbridos, y especialmente la infraestructura digital, aumentan exponencialmente la polivocalidad -dispersión de las voces- y su énfasis contestario, potenciando la desconexión, debilitando los vínculos sociales y estimulando la apatía, la desconfianza, la intolerancia y los sentimientos de odio en una esfera pública disonante (Koc-Michalska et al., 2023). En palabras de Waisbord, “un mundo de conexiones mediadas coexiste con multiples desconexiones” (2016, cit. en Pfetsch, 2020).
Por su parte el debate público se caracteriza por una multitud de nuevos actores desde la periferia, contra-públicos y actores de la sociedad civil (blogueros, activistas en red, periodistas ciudadanos, influencers, defensores de temas y causas específicas on-line, agencias y consultores digitales, etc) los cuales operan según su propia “lógica de medios” y velocidad acorde a sus propios intereses, alejados de las normas éticas y profesionales del periodismo. Estas nuevas divisiones en los roles de la comunicación retan el control de la agenda política por parte de las elites políticas, la función de agenda setting de los medios públicos tradicionales, así como la función de porteros -gatekeepers- de los periodistas. Los políticos ya no dependen de las noticias de las salas de prensa, y las audiencias pueden interactuar de forma directa on-line con los gobiernos y partidos. Sin embargo, el repertorio de estos actores es diverso y confuso, temporal, a corto plazo y opaco en un espacio obicuo de realidad virtual en red (Pfetsch, 2020).
Esta comunicación operada en red o en sus propios nichos de medios o plataformas tiende a centrarse en temas más especializados y particulares, creando esferas públicas alternativas personalizadas desde las cuales los sujetos comparten sus propias noticias y fabrican los rumores. Este debilitamiento de los mecanismos tradicionales de validación de la información pública ha convertido a las audiencias en presas vulnerables de la información de mala calidad, los fake news y las narrativas de la postverdad, así como los bots, trolls, hacking desde los modelos de negocios de la industria del internet y las campañas de actores externos (Bennett & Livingston, 2018). Este orden de la desinformación (Bennett & Livingston, 2018) constituye el sustrato cultural y cognitivo de las democracias liberales contemporáneas, y estimula el potencial disruptivo que las amenaza.
Bibliografía
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[1] Para Thompson, el elemento clave que define a la democracia deliberativa es “ante un estado de desacuerdo, ¿cómo pueden los ciudadanos alcanzar una decisión colectiva legítima? Los primeros dos aspectos el problema, desacuerdo y decisión, caracterizan las circunstancias de la democracia deliberativa. El tercero, la legitimidad, prescribe el proceso mediante el cual, bajo tales circunstancias, las decisiones colectivas pueden ser justificadas moralmente a aquellos que quedarán sujetos a ellas” (2008: 502-503).
- Carlos Manuel Rodríguez Arechavaleta
- Profesor-Investigador Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
- Reside en Ciudad de México.