Pedro Pablo Oliva. Confesiones

'El Gran Apagon'

‘El Gran Apagon’
Tengo por costumbre, cada cierto tiempo, escribir mis confesiones. Son esas extrañas descargas que dejo aflorar de una u otra forma.
Reconozco al paso de tantos años de embarrar telas y papeles, que me ayudan a limpiar asperezas y enriquecer el fenómeno oscuro de la creación, a reordenar uno u otro punto de vista.
Sin estas confesiones sé que todo mi proceso creativo estaría incompleto.
Opto cuando pinto por convertirme o transformarme en cuanto personaje se me ocurre. Unas veces soy niño; otras, caimito o camaleón, ángel, sillón, caminos, guía o funcionario. Tal vez una piedra o un limón. Los hago pasar por mí como si me apropiara de su imagen o su espíritu y me permito el privilegio de hacer emanar desde ellos la más dulce ternura, el más oscuro sobresalto, el asombro, o la más loca cotidianidad.
Cuando termino de escribir estas confesiones queda en mí un dulce sentido de libertad que solo yo gozo.
Son confesiones donde se entretejen la verdad y los sueños, lo real y lo imaginado, el sitio hermoso de la locura, el maravilloso y encantador mundo de la creación.
Estas son mis confesiones
Confieso que:
ofrecería disculpas al pez que asusté con mi cuerpo a orillas de un río,
al poeta que encerré,
al vino que no me aclaró la mirada,
a los tiernos pájaros que dejé sin alas,
a los árboles que cada tarde despojé de su sombra,
a la mesa pequeña donde mamá me servía la sopa diaria repleta de olor a cedro, orégano y cebolla,
a los que les prohibí una llamada o una palabra por aquel misterio de la ideología y los dos mundos,
Disculpas por blasfemar de los demás sin conocer la verdadera y transparente luz,
por el sonido que confundí,
por el mar que cerqué con mis dedos.
Disculpas por creerme dueño del ala y el viento.
Disculpas al que le cosí la boca porque traía otra verdad dormida en su garganta.
Disculpas a la mariposa que cacé y dejé escondida bajo un dulce algarrobo,
a la sombrilla que me abrigó con su luz.
Disculpas por ese tiempo en que solo escuché el sonido del martillo y la hoz.
Disculpas a la mujer que dejé de amar,
a la ciudad que nunca pude embellecer.
Al niño que hice llorar una mañana, pero que llené de alegría con el vuelo zigzagueante de un pájaro,
a los hijos que no mostré como míos y vivieron a orillas de un flamboyán,
a la lluvia por no secarle a plenitud su llanto.
Ofrecería disculpas por las palabras en las que prometía el futuro más luminoso.
Disculpas por negar hoy lo que fui,
por las plantas que no regué,
por los que me aplaudieron desde el embrujo y la ceguera,
por el amigo que traicioné.
Disculpas a la mano que no estreché porque olía a tierra y arbustos,
al zunzún por intentar copiar su vuelo,
a la guayaba del patio por no haber disfrutado de su aroma,
a los amigos que temían les quitara el pan y el vino.
Por no proteger aún más la sonrisa de un niño dormido a orillas de un río, ofrecería disculpas.
Disculpas por no haber entregado cada día una gota más de ternura.
Disculpas al sonido del viento que olvidé,
Disculpas por el azul que coloqué en el lugar equivocado.
Disculpas al olor fresco del limón entre los dedos que borré sin querer de mi memoria.
Disculpas por el intento de madurar igual la naranja, la ciruela y el tamarindo.
A mis zapatos, mis disculpas.
A la llave que no abrió ninguna puerta,
y al pequeño grillo que aún canta, sin miedo en mi viejo pecho
dejo, por qué no, mis disculpas.
Pedro Pablo Oliva (Pinar del Río, 1949)
Pintor
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