Los sucesos del 11 de julio han dejado una huella profunda en la ciudadanía. Descritos como lo que son, un momento inédito en la historia de Cuba desde 1959 hasta la fecha, han sido objeto de múltiples debates, han generado diversidad de opiniones, pero, sobre todo, han conducido a un aumento de la vigilancia, la violencia y la represión como escarmiento.
Circula por las redes una frase usada en repetidas ocasiones, que ha salido a relucir con ahínco por estos días: “prohibido destruir amistades por causa de la política”. La política, esa ciencia que intenta organizar a las sociedades humanas a través de los gobiernos, también se ha encargado en Cuba de separar a las familias en bandos. El modelo de un “hombre nuevo” que se intentó construir durante años, bajo los presupuestos ideológicos del sistema político, ha considerado como enemigo a todo aquel que muestra disenso, incluso en el seno de los hogares, donde el ejercicio de la crítica y el debate público tienen también sus tijeras. Esto significa que, no solo los amigos, sino las propias familias se pueden resquebrajar en situaciones tan difíciles como las que vivimos. Corresponde discernir exhaustivamente los caminos a seguir, pero siempre en función del diálogo y la paz.
Después del 11J, fecha del estallido social por mucho que se quiera negar su naturaleza y alcance, hay cinco elementos negativos que se han exacerbado. No significa que estuvieran ausentes anteriormente, sino que se han fortalecido con esta situación de crisis. Me refiero a la violencia, la censura, la vigilancia, la represión y la cárcel.
La violencia puede presentarse de varias formas: física, verbal, psicológica y mediática. Aunque la primera es más explícita por los evidentes signos del maltrato, siempre minusvaloramos que la violencia verbal puede sostenerse más tiempo y ocasionar otro tipo de daños. He leído muchas publicaciones de personas enormemente preocupadas por la violencia generada en las manifestaciones del 11J cuando algunos ciudadanos asaltaron tiendas, volcaron autos en la vía pública, o lanzaron piedras contra algunos establecimientos. Valga aclarar que siempre en menor medida que los cientos que reclamaban en las calles libertad al grito de no tenemos miedo. Las actitudes violentas no son correctas, y son condenables en cualquier sociedad. Ese no es el camino, ni los métodos a emplear si se quiere llegar a un proceso de reconciliación nacional. Claro está que, lo que sí se necesita es voluntad, esa que a veces notamos escasa, sobre todo, cuando a la violencia se responde con más violencia, y a la manifestación pacífica también se responde con violencia. No he visto que todas esas personas que abogan por la paz, y ponen de ejemplo la violencia desatada por sus conciudadanos civiles, al menos refieran también la violencia militar que se ve en las imágenes de las redes, de los testimonios de quienes estuvieron y de algunos de los detenidos que ya están en libertad. La espiral de violencia en Cuba alcanzó un máximo el 11J, pero es un recurso habitual para imponer el orden y la fuerza de una ideología. El llamado es a la paz, al diálogo, a la reconciliación y al amor entre hermanos de una misma tierra, independiente del color político con el que se identifique. La violencia existe, y debe ser desterrada del modus operandi cubano.
La censura tiene sus tentáculos muy largos en Cuba ahora. Si antes se extendía hacia los medios independientes, alternativos a la prensa y medios de comunicación oficiales, ahora puede llegar hasta el perfil de cualquier ciudadano común, sin afiliación a grupo de la sociedad civil u organización partidista. De hecho, ha sido uno de los métodos empleados para coartar la libertad de expresión, la emisión de la verdad de lo sucedido el 11J y días siguientes, la entrega de evidencias para los procesos legales abiertos contra los manifestantes pacíficos. La censura por parte del gobierno, a través de los policías cibernéticos o censores digitales, bajo la supuesta concepción de que es el pueblo “revolucionario” y enardecido quien toma la iniciativa por cuenta propia, es un viejo método que incrementa su vitalidad en tiempos donde incluso escribir, o ser testigo fiel de los hechos, puede convertirse en delito. La censura existe, y debe ser desterrada del modus operandi cubano.
La vigilancia se ha incrementado. El silencio que habita las ciudades se nota forzado, enrarecido por la grisura que le acompaña. El rostro de un militar en cada esquina denota que el orden que se proclama está marcado por la presencia militar omnipresente en todos los ámbitos de la vida civil. La imagen de los parques con muchos policías, o personas que sin uniforme trabajan en el sector, no revela más que una cosa: la ciudad tomada. Tristemente es una realidad común a lo largo de la Isla, que se sostiene porque también se sostiene, desde la más alta dirección del país, que lo sucedido en días anteriores ha sido obra de un grupo de vándalos y “confundidos” al servicio del enemigo. Si los vigilantes revelaran con sinceridad el estado de la cuestión, saldría a flote que, el estallido social, fue la consecuencia de la crisis insostenible y acumulada del país, que se unió a la falta de esperanza de cambios reales, y de políticas públicas encaminadas hacia el bienestar del pueblo. Otra variante, unida a la censura, es la vigilancia en el ciberespacio, ese otro recinto donde confluyen, a veces, más criterios, que en el ambiente presencial. La vigilancia es real, y debe ser desterrada del modus operandi cubano.
La represión que ha tenido lugar estos días en Cuba ha sido brutal. Como solo tengo 34 años (y lo aclaro para quienes dirán que en el machadato y durante la dictadura batistiana fue peor), no he visto ni en imágenes de archivo, mucho menos a tiempo real, tanta represión en mi país. Mis ojos, como pienso que los de cualquier cubano sensible, con capacidad para reconocer los errores de un lado y de otro, nunca vieron tanto golpe, tanta herida, tanta violencia en las calles, que ahora se reafirma que no son de todo el pueblo. Eso no lo puede inventar ningún ciudadano, ni hay que reconstruir los hechos, basta mirar solamente las imágenes que cualquiera pudo grabar desde el balcón de su casa, desde la reja que limitaba el campo de batalla del espacio un poco más seguro del hogar, o la película de aquel nefasto domingo vivida en primera persona por quienes lograron no caer en la lista de los detenidos, pero estaban allí, ejerciendo el derecho a la manifestación, amparado en la Constitución de 2019. Muy mal anda un país que, en lugar de llamar a la cordura, al entendimiento y la paz, da la orden de combate, siembra el odio entre sus coterráneos, y después se retracta de palabras, pero los hechos no demuestran el predominio ni de la justicia, ni de la verdad, ni del amor fraterno. La represión es real y de amplio espectro, y debe ser desterrada del modus operandi cubano.
La cárcel, la apertura de procesos legales arbitrarios, las detenciones posteriores al domingo 11 de julio para abrir investigaciones buscando culpables, responden a la misma agenda de socializar el miedo y poner de ejemplo y escarmiento para todo aquel que intente ejercer los derechos que la propia Constitución reconoce. Para unas cosas se esgrime la Carta Magna, fundamentalmente cuando se refiere a artículos como el famoso artículo 4 que legitima la violencia; sin embargo, en lo referido a derechos constitucionales la letra puede ser ambigua porque se entra a debatir el porqué de una manifestación, el sentido de la palabra escrita, la necesidad real de asociación, y la quintaesencia de las cosas, para llegar a formular el cuerpo de un delito que pueda conducir a la cárcel. Así se encuentran muchos cubanos hoy, adultos y jóvenes, universitarios, artistas, intelectuales, obreros, toda gente sencilla cuyo mayor delito pudo ser el de creer que Cuba ya había llegado a la democracia. Dios los acompañe, y les dé fuerzas a ellos y a sus familiares, para sostener la verdad que es lo único que nos hará libres. La cárcel, los enjuiciamientos injustos y las sentencias arbitrarias son mecanismos actuales para atajar el estallido social, y deben ser desterrados del modus operandi cubano.
La política, en sentido estricto, no es quien divide a los amigos y a las familias. Tengámoslo en cuenta. No vaya a ser que, por seguir una idea o una persona, que no representan los intereses de la polis, perdamos la paz que solo pueden dar los amigos y las familias, ese primer espacio de libertad y democracia con el que todos contamos. ¡Paz y bien para Cuba!
¡No más violencia, censura, vigilancia, represión y cárcel en esta tierra!
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.