A veces escuchamos, ante protestas de personas por la falta de agua o de calidad de un producto, explicaciones al estilo de: ¡Es que el Estado ya no puede más! ¡Imagínense, el Estado no tiene la culpa!
Hace 6 décadas que los cubanos vivimos en un modelo económico en el que el Estado es el principal protagonista. El paternalismo de Estado ha provocado una dependencia infantil que generó como fruto, que todo lo esperáramos de ese Estado y actuáramos muchas veces como pichones en el nido.
Desde hace algunos años, eso comenzó a cambiar, y ya es difícil encontrar a alguien que espere que el Estado resuelva sus problemas. El hecho de que el gobierno, después de 2007, ha eliminado algunas gratuidades y subsidios, estableciendo precios muy poco diferentes a los del mercado privado, y de que algunas aperturas han promovido la iniciativa ciudadana, ha conseguido hacer crecer la conciencia de que cada uno debe buscar la forma más conveniente de subsistencia y de solución a sus problemas cotidianos, sin esperar a que le sea regalado o asignado.
Algunos se quejan, otros creen que no queda más remedio que aceptarlo, y otros, los menos, consideran lo positivo de ese cambio de mentalidad. Menos dosis de paternalismo es algo bueno para la sociedad. La dependencia infantil, maleduca y provoca despersonalización. Cada cual debe poner todas sus capacidades y destrezas en encontrar la manera de vivir dignamente con sus propios esfuerzos. Por eso, es saludable que el Estado cubano haya decidido disminuir gratuidades y subsidios.
Pero, la actitud de independencia, no puede confundirse con autosuficiencia. Que cada ciudadano tenga la conciencia de que es el responsable de buscar su sustento y el de su familia, no debe hacer pensar que el Estado no tiene parte de responsabilidad en ello.
El Estado tiene responsabilidades ineludibles en la sociedad, y, específicamente en la economía, que los ciudadanos tenemos el deber y el derecho de exigir. Crear un ambiente propicio para desarrollar las capacidades personales es deber del Estado. Garantizar la estabilidad de los precios con una política monetaria eficiente, propiciar producciones de calidad que satisfagan las necesidades de las economías domésticas, garantizar servicios públicos eficientes que aseguren la vida y la salud de los ciudadanos. Promover una educación da calidad, que promueva la libertad ciudadana y la formación necesaria para vivir y participar en la búsqueda del bien común.
Que tengamos que buscar nuestro propio sustento no significa que el Estado pueda desentenderse de él. El Estado es responsable de que todos podamos acceder a la salud y la educación, a los servicios de agua y electricidad, a los alimentos y la vivienda. No se trata de que debe “darlo”. Pero sí es responsable de que todos puedan buscárselos y de que los que no puedan, también los tengan. No es justo eliminar gratuidades y subsidios sin asegurar las condiciones necesarias para que cada ciudadano pueda valerse según sus capacidades.
Entre el paternalismo y la responsabilidad estatal hay una gran diferencia. El paternalismo es un vicio social, que crea dependencia. Pero para evitarlo, no puede eludirse la responsabilidad. El Estado no puede ni tiene derecho a darnos siempre gratuitamente o no, lo que necesitamos, pues eso nos limita en el desarrollo de nuestras capacidades e iniciativas y nos hace comportarnos como niños dependientes durante toda la vida. No obstante, tiene el deber de procurar el espacio y las oportunidades para que todos podamos protagonizar la lucha por el sustento y por un nivel de vida digno; para que podamos vivir en la legalidad y en los valores.
El cambio de una mentalidad paternalista ayudará a que la sociedad sea más adulta y responsable, con tal de que no se convierta, la actitud independiente, en dejar de responsabilizar al Estado con lo que le toca.
Una nueva Constitución, es una oportunidad concreta para evaluar hasta dónde se mantiene el paternalismo de Estado y cómo se manifiesta en la Carta Magna, la disposición de crear un ambiente favorable para la “adultez” ciudadana.
No eludamos nuestra responsabilidad de vivir cada vez con más necesidades satisfechas, pero tampoco permitamos que el Estado se “lave las manos”. Esta es también nuestra responsabilidad.
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.