Bajo el título de El nuevo escenario y la ausencia del ciudadano, Dimas Castellanos ha escrito un artículo importante. Me atrevo a tomarlo como una invitación a intercambiar sobre el tema, ya que una sociedad puede utilizar las contribuciones de muchas cabezas para seguir el camino hacia su desarrollo y el beneficio de sus miembros. El autor da en el clavo al enfocar su análisis en el ciudadano, por ser potencialmente un agente de cambio en cualquier sociedad. Y precisamente, en el caso de Cuba, por encontrarse ahora en una coyuntura donde se proyectan cambios en los que el ciudadano está fuera del juego.
Pero Castellanos sigue acertando al incluir la educación cívica como un elemento crítico, haciéndolo magistralmente al referirnos a las enseñanzas del Padre Félix Varela y de José de la Luz y Caballero. El trasfondo histórico que esto nos ofrece sirve para recordarnos que hubo mucho pensamiento y acciones en la fundación de la nación cubana, lo cual puede inspirar a los más pesimistas para llegar a creer que a pesar de las lagunas y deficiencias de la República, coronadas por la desintegración social que comienza en 1959, la restauración cívica de Cuba es factible. La devastación revolucionaria ha hecho que en Cuba la puerta esté abierta todavía al surgimiento de nuevos próceres.
El problema ahora consiste en definir unos objetivos concretos para construir una sociedad civil fuerte y encontrar una estrategia exitosa. Tal estrategia debe ser educativa, pero ¿cómo hacerlo? ¿De qué clase de educación debemos hablar? A continuación, propongo algunas ideas cuyo objetivo es el de proseguir el intercambio que creo que Castellanos ha comenzado.
Sobre qué educar, creo que hay que ser creativos y definir objetivos que conduzcan a resultados prácticos y verificables. Estos objetivos deben estar estrechamente ligados a las condiciones en el terreno y deben evitar un enfoque abstracto que aburre a los participantes desde el principio. O sea, es necesario que el ciudadano comprenda que la causa del estado en que se encuentra radica en la desintegración de la sociedad civil, cómo eso lo afecta personalmente y cómo el país cayó en esta situación, y no solo educar (mucho menos adoctrinar) sobre valores cívicos en teoría.
Lo que propongo es un enfoque práctico de lo que el ciudadano debe saber para poder guiar sus acciones inteligentemente de acuerdo con sus intereses, no los de un gobierno que los restringe o de una ideología que los justifica moral pero engañosamente. Por ejemplo, la defensa de los derechos humanos, siempre justificada, debe tener como precedente educativo el hecho de que las opciones del ciudadano como consumidor están restringidas por decisiones del Gobierno, sobre las cuales el primero no tiene influencia. El cubano debe aprender a cuestionarse, con un nivel razonable de comprensión, por qué el Gobierno decide tantas cosas por él, incluso lo que come y viste cada día, y en qué medida la ideología socialista ha servido para justificar un estilo de vida donde él está siempre fuera de juego.
Pero la educación ciudadana debe ir más allá de un enfoque individualista. Sin colaboración interciudadana no hay sociedad civil. Los cubanos deben saber colaborar entre sí. Un objetivo de la colaboración es encontrar consenso en las explicaciones de los problemas que los afectan y así proseguir con planes colectivos de acción. Otro objetivo es el de definir los intereses comunes y saber organizarse para perseguirlos. Y para esto hay que aprender a mantener diálogos organizados, para poder llegar libremente a consensos y alcanzar acuerdos accionables.
Me baso en las observaciones del ingeniero José Ramón López, citado en el artículo de Castellanos, al afirmar correctamente que “las propiedades de un sistema resultan determinadas por las propiedades de sus componentes y los vínculos entre ellos”. Esto implica que la “acción educativa” que menciona Castellanos debe incluir, junto a elevar la conciencia individual, el desarrollo del capital social del país. Dicho capital se define como el conjunto o red de las relaciones interpersonales de los miembros de una sociedad, lo que sirve para desarrollar organizaciones sociales, económicas y políticas. Esto fue algo que el gobierno revolucionario disolvió desde su instalación en 1959 para quebrar el esqueleto de la sociedad civil en Cuba y con ello dominarla. El principio de “divide y vencerás” se amplió a “desintegra y dominarás”. La acción educativa debe incluir elementos como este. El desarrollo de un nuevo capital social es lo que necesita ahora el país para que sus ciudadanos no sigan ausentes.
Sobre el cómo implementar la acción educativa creo que es obvio suponer que el Gobierno cubano actual representa un gran obstáculo, pero no el único. El otro gran obstáculo es el pesimismo, derrotismo o incredulidad de los cubanos, que funcionan como si se hubiesen dado por vencidos ante el poder gubernamental. El hecho es que el fortalecimiento de la sociedad civil debe salir de ella misma. Por lo tanto, son los miembros de sus formas embrionarias los que deben inspirar y emprender semejante empresa. Por ahí debe comenzar la “invasión” de un nuevo modo de pensar ciudadano.
Tomado de Diario de Cuba
Jorge A. Sanguinetty.
Economista cubano.
Reside en EE.UU.