Con el paso del tiempo, termina uno cansado de andar los mismos caminos. Se conoce cada árbol, la transparencia del río y el aleteo de un tomeguín. Se va perdiendo la capacidad de asombrarse y la creación comienza a ser menos riesgosa y poco estimulante.
Un día me vi atrapado por la arcilla y enredado en el misterioso enigma del volumen, junto al olor caluroso del bronce al fundirse ante mis ojos. Pensé ingenuamente que había logrado hacer vivir los personajes al igual que Dios animó las cosas; pero nada es así, por más que intento dialogar con ellos permanecen rígidos como piedra. Ahí radica mi total angustia.
Ojala encontrara, alguna vez, ese misterioso y dulce soplo divino.
Pedro Pablo Oliva