Por Dagoberto Valdés Hernández
Cuba no despide al Padre Vallina y al laico José Ignacio Rasco, los pone como ejemplos, como testigos trascendentes de la síntesis vital entre el amor a Cristo y a Cuba, unidos en un indiviso y generoso corazón.
Los muestra como pruebas fehacientes de la entrega, el sacrificio, el compromiso cristiano llevado hasta el heroísmo y de un rostro del exilio cubano que durante medio siglo de destierro no desfalleció jamás en el amor y el servicio a Cuba en sus dos orillas sin fisuras.
Que cuando se hable del exilio, de la Diáspora, se recuerde a hombres como estos dos que, desde sus vocaciones diversas, dieron a su salida forzosa de la Patria un sentido pascual de cruz y resurrección. Espero que los historiadores vayan recogiendo en un semillero de virtud y santidad estos héroes muchas veces discretos, diligentes, perseverantes hasta el final de su existencia terrenal, y aún más.
Un sacerdote “con olor a ovejas”, las suyas, las de la Isla, las de las demás denominaciones cristianas. El Padre Vallina, uno de los líderes espirituales del exilio cubano y de su dimensión ecuménica, fue un estilo de vida y una actitud coherente con la amplitud de su mente y la inmensa caridad de su corazón.
La dulzura de su sonrisa abría la puerta a la amistad sin tacha. La firmeza de sus ideales cívicos y patrióticos eran roca y cimiento bajo la ternura de su bondad paternal. La fe en acción fue brújula inconfundible de toda su vida y puerto seguro para cuantos navegamos por mares procelosos y necesitábamos de asidero y esperanza. Así lo sentí aquella mañana de 2004 cuando otro de los mártires del exilio presidió la Eucaristía: Mons. Román celebraba por Cuba y para un laico que pasaba por esa parte de Cuba que vive en el exilio y que ama al parejo que la otra que peregrina en la Isla.
A Rasco lo conocí en la Ciudad Eterna unos días antes de mi paso por Miami en el mismo año 2004. Lo reconocí personalmente aunque lo había conocido por inconmensurables referencias, lo había estudiado en su pensamiento y en su acción, lo había admirado en silencio y en público. Lo tenía como un paradigma para mi vocación laical desde hacía muchos años, desde mi temprana juventud comprometida en el amor a Cuba y a Cristo.
Luego lo reencontré en Miami, en la casa de Gerardo Martínez-Solanas y su gentil esposa; con Larry y Amaya, con Marcelino Miyares y otros valiosos cristianos comprometidos con la democracia en Cuba. Allí bebí de su sabiduría madurada en el dolor y el destierro. Allí palpé su entereza moral, la profundidad de su concepción humanista del mundo y de la persona. Allí disfruté de su verbo encendido en las brasas inapagables de la pasión por Cuba. Parecería que era fuego nuevo… pero llevaba más de siete décadas ardiendo sin quemar, dando calor humano, luz en la oscuridad de la desesperanza, hogar para cada ser humano, que consideró siempre su hermano. Vivió sin amargura, perdonó a su mayor adversario, sin fisco de rencor. Amó sin miserias rastreras y se elevó por encima de sectarismos barrioteros. Rasco fue, es y será una autoridad moral, un referente histórico para cuantos deseamos para Cuba una sociedad libre, democrática, próspera, que beba sin imposiciones y sin complejos de esa raíz cultural que sembró el Padre Varela y que Rasco continuó con la obra de toda su vida: el humanismo integral de inspiración cristiana.
Cuba contempla orgullosa a hijos como estos. Y todos los cubanos sabemos que vivir por la Patria y morir cada día, por ella y para ella, es resucitar.
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José Ignacio Rasco
José Ignacio Rasco, profesor, abogado y líder político, es una de las personalidades intelectuales más reconocidas del exilio cubano. Falleció a las 7:47 de la mañana del 19 de octubre de 2013 en Miami a los 88 años. Fue fundador y primer presidente del Partido Demócrata Cristiano en Cuba, en 1959, y su legado de laboriosidad intelectual, vocación democrática y dedicación patriótica quedará como una de las contribuciones significativas para el futuro de Cuba. Hombre de fe, encarnó la decencia y la honestidad a toda prueba. Formado en el seno de una familia de profundas raíces cristianas, estudió en el Colegio Belén, y se graduó de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, centros de formación donde coincidió con Fidel Castro. Salió de Cuba en abril de 1960. Nunca más regresó a su tierra natal.
En 1998, solicitó viajar a La Habana con ocasión de la visita del Papa Juan Pablo II, pero las autoridades cubanas no le otorgaron el permiso de entrada. En Cuba, formó el Bufete Rasco y Bermúdez, junto a su hermano Ramón Rasco, fue profesor del Colegio de Belén y profesor de Cívica en la Universidad Católica de Santo Tomás de Villanueva en La Habana. Además, escribió para Información, uno de los principales periódicos de la etapa republicana. A su llegada a Estados Unidos, laboró como especialista económico en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en Washington DC. También ejerció como profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Saint Thomas, en Miami, heredera de la de Villanueva de La Habana. Fundó y presidió el Instituto Jacques Maritain, entidad dedicada al estudio de las ideas y de los problemas contemporáneos, y presidió la Editorial Cubana Luis Botifoll, dedicada a la preservación de los clásicos del pensamiento y la literatura cubanos.
El Instituto y su propio hogar en Miami fueron centros de irradiación de cultura y solidaridad. Su libro más reciente “Acuerdos, Desacuerdos y Recuerdos”, es una recopilación de sus trabajos periodísticos y ensayísticos entre 1959 y 1998, y fue publicado el pasado año por la Editorial Universal. En el Diario Las Américas, escribió una columna semanal desde la década de los 60. Es autor de numerosos ensayos, entre los que sobresalen “Hispanidad y cubanidad” y “Jacques Maritain y la Democracia Cristiana”. Su ensayo “Integración cultural de América Latina” fue premiado por el Banco Interamericano de Desarrollo y luego publicado como libro. Merecedor de diversos premios periodísticos, fue también galardonado con la Orden Isabel La Católica por su defensa del idioma español. Dirigió durante varios años el programa radial “La Universidad del Aire”, fundado en Cuba por Jorge Mañach, y luego continuado por Rasco en el exilio.
Su esposa, la profesora Estela Pascual, pilar de la familia Rasco, falleció en el 2011. Lo sobreviven sus hijos María Lytle y José Ignacio jr., cinco nietos y cinco bisnietos.
Uva de Aragón, una de sus discípulas, lo ha descrito así en su blog “Habanera Soy”:
“José Ignacio Rasco fue un hombre singular. Habanero e hispanista. Criollo y universal. Profundo, filosófico, bromista, querendón. Sabía enseriar el pensamiento y suavizar con una sonrisa el momento más tenso. Profesor de muchos, se sentía el eterno estudiante. Leía subrayando, anotando, aprendiendo. Orador y escritor, prefería los verbos. Como San Ignacio, era hombre de acción. Viajar, denunciar, andar, fundar, argumentar, aunar, formaban parte de su diccionario vital. También invitar, reír, bailar, yantar, dar, amar. Maestro del punto y seguido, del juego de palabras, del neologismo ocurrente, su estilo reflejaba su personalidad poliédrica. Sus facetas eran muchas -político, ensayista, periodista, abogado, profesor, animador de la cultura- pero su esencia era indivisible. Siempre fue uno y el mismo. Amaba a Dios por encima de todas las cosas, este hombre de mundo, que desbordaba joie de vivre. Figura pública, fue siempre hombre de familia. El viajero incansable estaba a gusto en la intimidad del hogar, junto a Estela, su compañera por más de medio siglo. Anfitrión generoso, su casa permanecía abierta a todos, en tiempos buenos y malos. El venerable bisabuelo conservaba la curiosidad y limpieza de espíritu de los niños. En apariencia alegre, habitaba en lo más hondo de su ser un punto de callada tristeza. Le dolía Cuba. Conocía las virtudes de sus compatriotas. También, nuestros defectos. Recorrió el mundo abogando por la libertad y la democracia para la Isla. Disfrutaba lo bueno y hasta lo mejor, pero, martiano de corazón, hubiera echado con gusto su suerte con los pobres de la tierra. Amaba la poesía. Al igual que Antonio Machado, era un hombre bueno, y en su último viaje, se nos fue ya ligero de equipaje. Amaba la etimología de las palabras, porque iba invariablemente a la raíz. Sabía bien que cordial proviene de corazón, y amistad, de amor. Creía en la democracia como el mejor sistema para encauzar las sociedades. El cristianismo nunca fue para Rasco un mero rito, una oración repetida, sino parte intrínseca de su yo más íntimo. No separaba lo humano de lo divino, la carne del espíritu. El humanismo cristiano, el respeto a la persona humana, lo atrajeron al pensamiento de Jacques Maritain. De ese ideario hizo un modo de vida. Jamás perdió la brújula. En el naufragio de la tragedia cubana, él apuntaba siempre hacia lo más alto. Su mayor aspiración era contribuir al bien común. Tuvo discípulos, seguidores. Al igual que el Santo de Loyola, era líder, diplomático. Y como él, además del intelecto, ponía el sentimiento y la emoción en todas sus acciones. Por eso cada una de sus páginas mantiene el calor de lo vivido. Su espada fue la pluma. Abogado, sabía que un mal arreglo era mejor que un buen pleito. Realista, repetía que lo perfecto es enemigo de lo bueno. No supo de rencores. Censuraba el pecado; perdonaba al pecador. Activista enérgico, era asimismo político conciliador. No pretendía llegar a acuerdos unánimes. Anhelaba solo la unidad de propósito. Respetaba la diversidad de opiniones, sin que por ello cediera jamás en sus principios fundamentales. San Agustín le había enseñado que el conocimiento es amor. De ahí brotaba su afán por aprender y enseñar. La justicia social fue uno de sus caballos de batalla desde sus años en la Agrupación Católica Universitaria. Rechazaba la clonación de seres humanos idénticos que pretendía el comunismo; escogía, en vez, la equidad necesaria. Repetía a menudo otra de las frases del santo de Hipona: “En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; pero en todo, caridad.”
Monseñor Emilio Vallina (1926-2013)
Fundador de la Iglesia de San Juan Bosco de Miami y defensor de los inmigrantes y necesitados de la comunidad, falleció a los 87 años en la ciudad a la que dedicó su esmerado servicio y liderazgo pastoral desde 1961. Vallina murió el sábado 19 de octubre de 2013 en el Centro de Atención St. Anne en el suroeste de Miami-Dade, luego de una prolongada enfermedad. Ese mismo día falleció el laico José Ignacio Rasco.
Emilio Vallina era pinareño. Nació el 10 de abril de 1926 en el poblado de Guanajay, antigua provincia de Pinar del Río. Quedó huérfano de madre a los seis años y fue criado por su abuela materna en el barrio del Cerro, en La Habana. Con 18 años se incorporó al Seminario de San Carlos en La Habana y fue ordenado como sacerdote por el Cardenal Manuel Arteaga en 1952. Ejerció en dos parroquias cubanas por nueve años y llegó a fungir como administrador del Seminario de San Carlos hasta que se produjo el desenlace de la partida forzosa de su Patria. Vallina fue expulsado en medio de la campaña anticlerical del sistema y embarcado rumbo a Miami, adonde arribó el 8 de julio de 1961. A su llegada a Estados Unidos, Vallina comenzó a ofrecer Misas en español en la Iglesia de Gesu en el downtownde Miami y luego permaneció por 21 meses como párroco de Little Floweren Coral Gables hasta emprender su gran proyecto en el exilio. En mayo de 1963 fue enviado a una iglesia de reciente fundación en un área de asentamiento cubano, cercana al centro comercial de Miami. Comenzó las Misas en el antiguo cine Tivoli, en la Calle Flagler y la 7ma. Avenida, hasta que la parroquia se trasladó al local de un local abandonado de venta de carros. Así se forjó la Iglesia de San Juan Bosco, donde Vallina dedicó su ministerio por 43 años hasta retirarse en el 2006. El nuevo edificio se terminó de construir en el 2001 con fondos que el sacerdote recaudó desde 1986. Con el respaldo económico del Hospital Mercy de Miami y de la Orden Cubana de Malta, Vallina abrió una clínica para inmigrantes pobres e indocumentados en un local aledaño a la parroquia. También fundó el Leadership Learning Center de San Juan Bosco, un programa de ayuda a niños de padres trabajadores y donde 132 alumnos reciben atención tutorial después de la jornada escolar. En 2008 el tramo de la calle West Flagler donde está ubicada la Iglesia, entre las avenidas 13 y 14, fue nombrado Monseñor Emilio Vallina, en su honor.
“Monseñor Vallina fue un verdadero santo, un hombre entregado a Dios y al servicio de las mejores causas de esta comunidad”, dijo el abogado Rafael Peñalver, reconocido líder laico de Miami. “El exilio cubano ha perdido a una de sus figuras más virtuosas y entrañables”. La iglesia de San Juan Bosco, fundada por él, no solo está abierta como un espacio de religiosidad, sino también de ayuda para la atención médica, el cuidado infantil y la alimentación de decenas de personas humildes. “El pastor de los inmigrantes”, le llamaban popularmente. Junto con Monseñor Agustín Román, obispo auxiliar de Miami, fallecido el pasado año, figuró como uno de los íconos de la feligresía católica cubana del sur de la Florida.
(Estas dos notas biográficas han sido confeccionadas con información tomada del blog Café Fuerte y otras publicacionesdigitales).
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Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.