Por Dagoberto Valdés
La tarde del domingo 22 de julio de 2012 nos sorprendió con una noticia inesperada y terrible: Oswaldo Payá Sardiñas, fundador y líder del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), ha muerto trágicamente cerca de la ciudad de Bayamo, como buscando las raíces de nuestra cubanía para despedirse de la tierra que tanto amó y por la que tanto luchó pacíficamente.
La vida de Oswaldo aparece hoy más transparente y coherente que nunca. La muerte es, para todos, resumen, tránsito y lección.
Por Dagoberto Valdés
La tarde del domingo 22 de julio de 2012 nos sorprendió con una noticia inesperada y terrible: Oswaldo Payá Sardiñas, fundador y líder del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), ha muerto trágicamente cerca de la ciudad de Bayamo, como buscando las raíces de nuestra cubanía para despedirse de la tierra que tanto amó y por la que tanto luchó pacíficamente.
La vida de Oswaldo aparece hoy más transparente y coherente que nunca. La muerte es, para todos, resumen, tránsito y lección.
La historia no se escribe ahora. Pero se protagoniza ya. Y no es bueno esperar mucho para que el tiempo coloque cada cosa en su justo lugar cuando hay, desde ahora, ejemplo y legado que recoger, aprehender y continuar. Intento, aún conmovido por la inmediatez, esbozar lo que para mí ha significado esta pérdida y esta ganancia para Cuba, su presente y su futuro.
Pérdida porque cada persona es única e irrepetible. Ganancia porque nada se pierde y todo se gana en las entrañas de la tierra cuando la semilla buena cae en el surco de la vida, para dar más frutos.
A Payá, el joven casi adolescente, lo conocí en uno de los salones de la Parroquia del Cerro, siendo el entonces Padre Petit su párroco y mentor, en un encuentro de los pocos jóvenes que profesábamos la fe católica en los duros años 70. Eran los tiempos en que fuimos discriminados solo por ir a la Iglesia y declarar en las planillas de nuestras escuelas si éramos creyentes o no. Toda la vida de Oswaldo, como la de tantos cubanos y cubanas fieles a Cristo y a Cuba, es una ofrenda del martirio civil cotidiano de todos los que son tratados como ciudadanos de segunda clase, como “no confiables” por vivir en lo que se llegó a denominar “un reflejo fantástico de la realidad” por tener creencias religiosas.
En aquel tiempo, ni él ni yo teníamos aún nuestros propios y diversos proyectos a favor de Cuba y su libertad y prosperidad. Pero nos formábamos en el seno de una Iglesia pobre, perseguida, comprometida y fiel al Evangelio de su Fundador. Recibimos, gracias a la Iglesia, hay que reconocerlo y agradecerlo siempre, una formación ética, cívica, religiosa, cubanísima, que seguía la saga de Varela, Luz, Mendive, Martí y tantos otros. Ese es el origen, la causa y la raíz de nuestras vidas y el alma de nuestro compromiso cristiano. Esa fue su motivación profunda, su esencia, su inspiración, su estilo, sus métodos, sus criterios de juicio, sus valores determinantes, sus líneas de pensamiento, sus ejemplos de vida.
Cada cual lo ha vivido a su forma, como debe ser, diversos en el compromiso social cristiano, pero unidos en la entraña evangélica, eclesial y cubana. Desde esa comunión fraterna y cotidiana donde se forjó la vida que ha terminado demasiado rápido, doy testimonio de lo que creo que es el legado de Oswaldo para Cuba y su Iglesia.
Su persona y camino
Para toda Cuba, Payá deja una trayectoria de vida coherente. De hombre entero, de una pieza, fiel a lo que era, lo que es y lo que será: un ser humano al que no queremos endiosar, no lo necesita quien ya tiene y cree en un solo Dios verdadero. Fue un ser humano, terrenal, con sus defectos y muchas virtudes. Pero lo más importante es que en su existencia no hubo contradicción raigal entre lo que era, lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía. Cuba necesita hombres y mujeres con esta eticidad, ese “sol del mundo moral”.
Para toda Cuba, Payá es también un ciudadano que optó libremente por permanecer en su país, a pesar de las constantes amenazas y peligros. Un ciudadano que no se quedó en un exilio interno o en la alienación de una torre de marfil, ni “se refugió” en una religión-opio, sino que aprendió de su Maestro Jesús que la verdadera religión es encarnación, cruz y resurrección. El Movimiento Cristiano Liberación (MCL) fue una expresión de ese compromiso activo y sistemático. El Proyecto Varela es otra muestra de su fe en acción, siendo el ejercicio cívico más importante en el último medio siglo, que logró trascender las fronteras del MCL para ser y existir con “Todos Unidos”. Cuba necesita ciudadanos que se queden aquí, que sean una sola nación con los que se van y que trabajen duro para buscar soluciones pacíficas.
Para la Iglesia, Oswaldo es un paradigma de la vocación y la misión de los laicos cristianos. No abandonó a la Iglesia a pesar de los pesares e incomprensiones. No la utilizó para fines políticos aunque le exigió lo mismo que ella le enseñó: coherencia y fidelidad al Evangelio de Cristo. La Iglesia necesita laicos comprometidos en el mundo de la política, de la sociedad civil, de la cultura, de la economía… Y los laicos necesitan no ser excluidos, ni vistos como raros, por tirios y troyanos, a causa de sus compromisos, sean políticos o cívicos. Necesitan ser considerados y acompañados, sin tomar sus mismas opciones políticas, tanto en la vida como en la muerte, como hacen nuestras comunidades parroquiales, sacerdotes, religiosas y obispos. Tal como se hace con otros laicos que cuidan enfermos, dan catequesis, trabajan en Cáritas, rezan el Rosario, o animan una casa de misión. Esto fue lo que pudimos ver y agradecer en el funeral de Payá.
Para la Iglesia, Payá es también un ejemplo de profetismo cristiano. Fue voz de muchos que no tenían, ni tienen voz, pero ni descalificó, ni excluyó a sus hermanos que pensaban diferente. Discrepar y debatir, no es excluir. Excluir es segregar de la familia a los que se consideran “disidentes” o “peligrosos”, o “conflictivos”, o no aceptados por los poderes de este mundo. Oswaldo sufrió esto y mucho más. Pero su profetismo no descansó, ni se agotó. Denunció los males que sufren el pueblo y la Iglesia que forma parte de él. Anunció la liberación cristiana y creó, propuso proyectos, pensamiento, leyes, caminos nuevos, de forma absolutamente pacífica y de forma proactiva.
Cuba y su Iglesia necesitan este tipo de profetas que no solo denuncian sino que proponen soluciones y las llevan a la práctica, paciente y valientemente.
Los frutos inmediatos de la muerte de Payá
Allí, en la Parroquia del Cerro, todavía con el cuerpo presente, pude observar varios frutos inmediatos del sacrificio de Oswaldo Payá. Mencionaré algunos:
– La familia carnal del fallecido ha dado un testimonio de fortaleza espiritual, serenidad y fidelidad a la obra de Oswaldo. Sumidos en el indecible dolor no perdieron la integridad, ni la paz, de los que saben que su esposo y su padre ha entregado su vida a una causa justa y ha muerto en el cumplimiento de un deber cristiano y cívico.
– La Iglesia, familia religiosa de Payá, ha ofrecido durante su sepelio, un ejemplo de comunión sin exclusión, de solidaridad en el dolor y de coherencia con lo que predica. Ha sido verdaderamente orgánica y sacramento del Buen Pastor, desde las condolencias del Papa, hasta la última feligresa de su parroquia que brindaba agua o consuelo, pasando por religiosas de varias congregaciones, su párroco, otros sacerdotes y frailes, pastores evangélicos, obispos y su obispo el cardenal, cuya homilía debe ser estudiada y vivida. Todos unidos por la fe en Cristo y por el amor a Cuba, a pesar de las diferencias normales, e incluso deseables, en el sano pluralismo del Pueblo de Dios. Ha sido el fruto de una Iglesia unida en la diversidad, encarnada, profética, dialogante y reconciliadora, comenzando por ella misma.
– La sociedad civil, familia ciudadana de los que compartimos la misma historia, nación y destino, también ha dado, con ocasión de la muerte de Payá, un claro e inequívoco gesto de unidad en la diversidad, de respeto a las diferencias sin descalificaciones, de excluir los odios, confrontaciones y otras miserias humanas que todos tenemos y debemos superar, para poner por encima de todas las discrepancias ideológicas y políticas que, en sí mismas no son malas, a Cuba, nuestro hogar nacional, la casa común, su libertad y prosperidad. Lo que vi allí, ese civismo maduro y tejedor de convivencia, es la Cuba que sueño y que construimos entre todos.
– El cuerpo diplomático, representado allí, así como la prensa, acreditada o independiente, muestran también el respeto y la normalidad con que los observadores, internacionales y propios, van considerando a la sociedad cubana como un cuerpo plural y en franco proceso de maduración y compromiso serio y pacífico con los cambios y la democracia.
Estos gestos también han sido posibles gracias a la buena voluntad y a la madurez cívica y política de la sociedad civil. Otros frutos inmediatos pudieran mencionarse como ejemplo y confortador ánimo para familiares, miembros de su movimiento y amigos. En el futuro devenir mediato, y a largo plazo, seguramente que veremos más de lo que es capaz de producir una semilla, un símbolo, un paradigma, una bandera de paz y entrega por amor. Nadie lo puede calcular.
Quiero terminar dando fe de que en el funeral de Oswaldo Payá pude constatar que el pluralismo y el respeto a la unidad en la diversidad han llegado, poco a poco, primero a la vida de la sociedad civil y, de cierta forma, a la vida de la Iglesia, pueblo de Dios. Quiera Dios que también llegue al Estado que debe promoverlos, para que Cuba sea un hogar donde “quepamos todos”.
Pido a Dios, por la intercesión de Oswaldo Payá, de Harold Cepero, de Laura Pollán, de Wilman Villar, de Wilfredo Soto, de Orlando Zapata, de Pedro Luis Boitel, y de tantos otros, que le fueron fieles en esta vida, que llegue al fin, plenamente, para todos en Cuba, ese respeto al pluralismo, esa unidad en la diversidad, esa coherencia ética, cívica y religiosa, que hemos recibido como fruto resucitado y esperanzador de la cruz vivida y aceptada por estos hermanos nuestros.
Ellos pudieron. Sigamos su ejemplo y legado.
Que así sea. Amén.