Ojalá que los nuevos tiempos nos sean propicios

Foto tomada de Internet.

MIRIAM CELAYA GONZÁLEZ | “¿Quién crees que será el próximo presidente de Cuba?”, inquieren con frecuencia muchos colegas extranjeros, con los que he compartido espacios en diferentes eventos dentro y fuera de la Isla. Y se quedan perplejos ante mi breve “no sé”. Les cuesta entender que no pueda responderles esa sencilla pregunta y que, de hecho, ningún cubano común pueda hacerlo. Hasta ahora esa clave permanece oculta en secreto, quizás solo conocida entre los más altos mandos de la cúpula.

Los colegas no salen de su asombro. ¿Cómo es posible que en un plazo de tiempo tan breve como los casi tres meses que median hasta el 24 de febrero de 2018 todavía los cubanos no sepamos quién podría ser el sujeto que asumirá el timón de este bajel náufrago, que es Cuba?

Más inexplicable aún les resulta que el monopolio de prensa gubernamental, tan pródigo en ofrecer amplia cobertura del proceso electoral estadounidense –incluyendo informaciones regulares sobre el estado de las encuestas, reseñas de los debates entre los aspirantes a la presidencia, enjundiosos análisis políticos, explicaciones detalladas sobre el sistema electoral de EE.UU., etc.–, guarde sepulcral silencio sobre lo que debería ser de mayor interés para los cubanos: la elección de su propio Presidente.

Por otra parte, la apatía general de los “gobernados” ante un porvenir siempre incierto y el mutismo de los medios en torno a un tema que incumbe a todos, resultan tanto más escandalosos si se considera la trascendencia del hecho, aunque solo sea desde una perspectiva simbólica: la salida de Raúl Castro no solo supone el inicio del esperado retiro de la llamada “generación histórica”, sino que también por primera vez tras sesenta años surge la posibilidad de que el nuevo titular del Gobierno no sea un miembro de esa generación.

Cierto que ambos factores, por sí solos, no constituyen necesariamente una garantía de tiempos mejores, en especial porque los octogenarios procurarán dejar “atado” y “bien atado” el escenario de la sucesión, a través de la selección de un heredero ideológico que garantice a la vez la salvaguarda de la “Revolución”.

No obstante, en un sistema largamente cerrado e inmóvil cualquier movimiento –incluso el supuestamente inocuo juego de una sucesión continuista–  puede abrir perspectivas interesantes, en particular cuando el mundo en derredor se está transformando vertiginosamente, arrastrando en su vorágine a los viejos aliados del continente.

Baste mencionar la profunda crisis general que está sufriendo Venezuela, la caída de importantes gobiernos de izquierda del Continente o los giros a favor de la democracia en Ecuador tras el ascenso de Lenín Moreno a la presidencia de ese país. 

Cuba está forzada a cambiar, todos los sabemos, solo parece que los “líderes históricos” no tienen la voluntad para tan colosal desafío, y prefieren delegar en otro. Así, el nuevo Presidente cubano será a la vez que el hombre de confianza, heredero del legado revolucionario del Granma y de la Sierra, el posible chivo expiatorio si las cosas se le van de control o si se mueve hacia reformas que hagan peligrar ese legado.

Entretanto y hasta el próximo cercano 24 de febrero de 2018, se ha echado a andar un llamado proceso electoral de base, en que han siso a delegados de barrios: máxima expresión de la democracia cubana. La abúlica vida nacional sigue discurriendo con su habitual ritmo lento y cansino, mientras que finalmente el elegido por ellos asuma, al menos de jure, la dirección del país.

La triste ventaja de los cubanos es que, tras soportar por décadas la villanía de una autocracia que se atribuyó el privilegio de ejercer el poder a perpetuidad, cualquier otro nuevo rostro podría suponer un avance. En especial en un país donde casi todo ha sido retroceso. Tal es la absurda realidad cubana.

Venga, pues, ese 24 de febrero. Y ya que todavía no hemos sido capaces de hacer los cambios necesarios por nosotros mismos, crucemos los dedos para que los nuevos tiempos nos sean propicios.


Miriam Celaya (La Habana, 1959).
Antropóloga. Bloguera independiente.
Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC). Cuba.

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