El regreso de los exilios es tema tan recurrente de la cultura cubana como los exilios mismos. El poema “Al partir” (1836) de Gertrudis Gómez de Avellaneda, en el siglo XIX colonial, capta el momento del adiós a la isla, el “edén querido”, la “patria feliz”. Unos versos del poema, sin embargo, insinúan la posibilidad del regreso por la vía de la memoria y la nostalgia: “doquier que el hado su furor me impela,/ tu dulce nombre halagará mi oído”.
Se refiere, desde luego, al nombre de Cuba, la “perla del mar”, la “estrella de Occidente”, la misma isla colonial y esclavista que vio salir al exilio a otros dos poetas: José María Heredia y José Martí. Los dos, protagonistas de regresos muy distintos: Heredia viajó a la isla en 1836, desde México, a visitar a su madre, gracias a una autorización que le extendiera el Capitán General, Miguel Tacón, a quien el poeta escribió una carta en que abjuraba de sus ideales independentistas. Martí también regresó, dos veces, primero entre 1878 y 1879, después del Pacto del Zanjón y antes de su traslado por quince años a Nueva York. Volvió a regresar en 1895, pero esta vez a encabezar la última revolución separatista contra España y morir en los montes orientales de la isla.
El poema “Mi bandera” (1899), texto fundacional del patriotismo lírico cubano, de Bonifacio Byrne, poeta exiliado en Tampa a fines del siglo XIX, lector de tabaquería, comienza con una inscripción de la experiencia del regreso: “al volver de distante ribera/ con el alma enlutada y sombría”. El poeta buscaba la bandera cubana, izada en los edificios públicos, tras la primera ocupación militar estadounidense, en 1898, al lado de la insignia de las barras y las estrellas.
Aunque, en efecto, Byrne encontraba su bandera, veía otra junto a la suya, la de Estados Unidos. A la vez de testimoniar la ofensa, el poeta aseguraba haber llevado “en su alma” la enseña nacional durante “el destierro”. Para Byrne, como para tantas cubanas y cubanos antes y después, el exilio había sido un espacio de afirmación identitaria o de acumulación de símbolos de pertenencia a la isla caribeña.
La literatura cubana de la primera mitad del siglo XX está llena de personajes y tramas ligados al retorno de inmigrantes. Miguel de Carrión, médico y novelista de las primeras décadas de aquella centuria, fue otro de los exiliados que regresaron de Estados Unidos cuando nació la República. En sus novelas Las honradas (1918) y Las impuras (1919), son frecuentes las idas y vueltas entre Estados Unidos y Cuba, como parte de aquel vaivén constitutivo de la cultura cubana, que describió Louis A. Pérez en On Becoming Cuban (1999).
Los regresos también fueron indisociables de las dos revoluciones de aquella primera mitad del siglo XX: la de los 30 y la de los 50. Leonardo Fernández Sánchez, militante del primer Partido Comunista, amigo de Julio Antonio Mella, estuvo exiliado en México y Estados Unidos, y regresó a Cuba tras la caída del dictador Gerardo Machado, donde se involucró intensamente en los partidos Auténtico y Ortodoxo, entre los años 40 y 50.
Teresa Casuso Morín, poeta, actriz y diplomática, viuda de Pablo de la Torriente Brau, quien moriría peleando como soldado republicano en la Guerra Civil española, también regresó y volvió a exiliarse un par de veces más: luego del golpe de Estado de Fulgencio Batista contra el gobierno de Carlos Prío Socarrás, al que ella pertenecía, en 1952, y poco después del triunfo de la Revolución de Fidel Castro, en 1960, cuando renunció al cargo de embajadora de Cuba ante Naciones Unidas.
En el estudio de Salvador E. Morales y Laura del Alizal, sobre los exilios cubanos en México, se recuerda que, luego de la importante inmigración cubana en las últimas décadas del siglo XIX, las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista generaron el éxodo de centenares de cubanos al vecino país. La historia oficial ha privilegiado la memoria del exilio de Fidel Castro y los asaltantes al cuartel Moncada y expedicionarios del yate Granma, entre 1955 y 1956, pero, tras el golpe de estado de 1952, cerca de 200 cubanos, vinculados al gobierno de Prío Socarrás y a los partidos Auténtico y Ortodoxo, solicitaron asilo político en México, a través de los embajadores mexicanos Benito Coquet y Gilberto Bosques.
Algunos de aquellos asilados, como Segundo Curti, Aureliano Sánchez Arango y José Miró Cardona fueron ministros del gobierno de Prío o personalidades de la sociedad civil cubana. Además de Casuso, otras mujeres como María Teresa Freyre de Andrade y Eva Jiménez Ruiz, quien estuvo vinculada al Movimiento Nacional Revolucionario de Rafael García Bárcena y al frustrado asalto al cuartel Columbia, recibieron asilo de los gobiernos de Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines. Todas ellas y otras, como la antropóloga Calixta Guiteras Holmes, hermana del revolucionario cubano Antonio Guiteras, establecida en México desde los años 30, que estudiaría la cosmovisión de las comunidades indígenas de Chiapas en su libro Los peligros del alma. Visión del mundo de un tzotzil (1972), regresaron a Cuba después de la Revolución del 59.
Algunas, como Casuso, regresarían para volver a exiliarse, en oposición al giro comunista de la Revolución, como dejaría asentado en su libro Cuba and Castro (1961). Otras, como las comunistas Edith García Buchaca y Teresa Proenza, ésta última, amiga cercana de Frida Kahlo y secretaria de Diego Rivera, o la ya citada Freyre de Andrade, candidata a senadora por el Partido Ortodoxo en 1952, también exiliadas en México, regresaron para, luego de un corto periodo de liderazgo en las instituciones oficiales, como el Consejo Nacional de Cultura, la Biblioteca Nacional o la propia cancillería, pasar al exilio interior e, incluso, a la reclusión domiciliaria por décadas.
Dentro de aquellas gramáticas del regreso habría que incluir las repatriaciones de los muertos célebres. Es conocida la travesía, de puerto en puerto latinoamericano, del cadáver del poeta mexicano Amado Nervo, desde Montevideo, donde murió en mayo de 1919, a la Ciudad de México, donde sería enterrado, en noviembre de ese mismo año, en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón de Dolores.
Otro episodio similar sería el traslado de las cenizas del líder comunista Julio Antonio Mella, asesinado en la Ciudad de México en agosto de 1929, por esbirros del dictador Machado. En septiembre de 1933, una delegación de comunistas cubanos, encabezada por el poeta y crítico Juan Marinello y a la que pertenecía la también poeta y ensayista Mirta Aguirre, fue al mismo Panteón de Dolores de la Ciudad de México, exhumó el cadáver de Mella, lo incineró y le rindió homenaje en el auditorio Simón Bolívar de la Universidad Nacional.
Marinello viajó con las cenizas de Mella, en barco, de Veracruz a La Habana, a donde llegó el 27 de septiembre de 1933, poco más de un mes después de la caída de Machado. Desde un balcón de la Liga Antimperialista, en la calle Reina, el poeta comunista Rubén Martínez Villena, que agonizaba de tuberculosis, despidió el duelo. Las cenizas de Mella, sin embargo, serían ocultadas por los comunistas cubanos hasta después del triunfo de la Revolución de 1959, cuando fueron depositadas en un monumento al frente de la Universidad de La Habana.
También fueron regresos las vueltas de los exiliados cubanos en el París de los años 20 y 30, cuando el ascenso del fascismo y la ocupación nazi de Francia, como Alejo Carpentier, Wifredo Lam y Lydia Cabrera. En su regreso, esta última, artista, narradora y artista, nacida en La Habana en 1899, tradujo el cuaderno Cahier d’un retour au pays natal (1939) del escritor martiniqueño Aimé Césaire, mientras su amigo, el pintor Lam, ilustraba la edición habanera de Molina y Compañía que llevaría por título muy propicio Retorno al país natal (1942). El libro de Césaire se publicó en un momento de refundación republicana en Cuba, cuyo entusiasmo es posible leer en Espuela de Plata y Orígenes, revistas fundadas por José Lezama Lima.
La Revolución del 59, la segunda del siglo XX -o la tercera, si se piensa como revolución el levantamiento de los oficiales y soldados negros y mulatos contra el racismo de las leyes republicanas en 1912-, produjo el exilio más cuantioso y prolongado de artistas, músicos y escritores de la isla. Esa extensión cuantitativa y temporal, que junta nombres y apellidos como los de Lydia Cabrera y Gastón Baquero, Cundo Bermúdez y Mario Carreño, Ernesto Lecuona y Celia Cruz, Severo Sarduy y Reinaldo Arenas, está tan relacionada con la profundidad del cambio, en el contexto de la Guerra Fría, como con la capacidad de reproducción del régimen político que generó.
Los primeros años de aquella segunda Revolución fueron tiempos de nuevos regresos y nuevas partidas. De sus respectivos exilios llegaron escritores como Virgilio Piñera y Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández y Calvert Casey, los cuatro, figuras centrales del magazine Lunes de Revolución, fundado y dirigido por Guillermo Cabrera Infante. Uno de aquellos escritores, Casey, que volvería a exiliarse en Roma, localizó en los últimos años de la dictadura batistiana uno de sus relatos más enigmáticos, justamente titulado El regreso (1962).
El cuento de Casey era narrado por un muerto o, más específicamente, por un cadáver al que los cangrejos devoran sus ojos miopes y sus labios delicados entre los arrecifes de La Habana. Era el cadáver de un joven exiliado que decide regresar a su país en los años de la insurrección contra Batista y que, tras el asalto al palacio presidencial de 1957, organizado por el Directorio Revolucionario, es confundido con uno de los asaltantes.
La policía de Batista captura al joven en la playa, lo tortura y lo deja moribundo en la costa. La memoria de su exilio carece de un impulso patriótico: su regreso era el de alguien que añoraba sin remedio la comunidad de su infancia y su juventud, sus amigos artistas y escritores con los que el personaje, como el propio escritor, Calvert Casey, había crecido en La Habana, a pesar de haber nacido en Estados Unidos.
Es casi inevitable, como ha sugerido Yolanda Izquierdo, leer otro relato de regresos, Viaje a La Habana (1990) de Reinaldo Arenas, en diálogo implícito con aquel cuento de Casey. En la ficción de Arenas es un padre quien viaja a La Habana, en un ucrónico año de 1994 –el escritor se suicidó en diciembre de 1990, en Nueva York, agonizante de SIDA-, a petición de su exesposa que, radicada en la isla, le reclama las preguntas insistentes de su hijo.
El padre, llamado Ismael como el hijo de Abraham, tuvo que exiliarse tras haber sido víctima de la represión homofóbica en la Cuba revolucionaria de los años 60 y 70. En su regreso a la isla, tiene un encuentro sexual con un joven llamado Carlos, que resulta ser su propio hijo. Cuando a la mañana siguiente del encuentro, se reúnen en la casa familiar de la playa de Santa Fe, se funden en un abrazo el padre, la madre y el hijo.
El relato trinitario, de clara resonancia bíblica, trasmite una visión pesadillesca del regreso, que insinuaría la condición maldita de la vuelta atrás. Para el personaje de Arenas, como para el de Casey, la decisión del viaje a Cuba parece marcada por un impulso de difícil racionalización. La experiencia del retorno entraña, a la vez, peligros y tormentos que anuncian una nueva fuga: otra vuelta al exilio o la muerte misma.
La crítica Iraida H. López ha estudiado las poéticas del regreso en la literatura cubana, en uno de los capítulos de Volver. Cultura e imaginarios del retorno a y desde América Latina (2022), libro coordinado por Adriana López-Labourdette, Valeria Wagner y Daniel Bengsch. Comenta López la obra de autores cubanoamericanos como Lourdes Casal, Ruth Behar, Achy Obejas, Emilio Bejel, Gustavo Pérez-Firmat, Román de la Campa, Cristina García o Carlos Eire, que han experimentado, desde muy diversas formas, repatriaciones literales o reales, imaginarias o memorialistas, cuyas gramáticas, en la mayoría de los casos, dejan una puerta abierta a otros regresos al exilio o a la isla.
Ambos tipos de regresos emergen en la trama de uno de los libros póstumos de Guillermo Cabrera Infante, Mapa dibujado por un espía (2013). Cuenta aquí, el autor de Vista del amanecer en el trópico (1974), los incidentes de su viaje a La Habana, para asistir a los funerales de su madre, en 1965, cuando el escritor era representante diplomático de Cuba ante la embajada de Bélgica en Bruselas.
La historia que cuenta Cabrera Infante es, como la de tantas y tantos cubanos, un regreso que da paso a otro, definitivo, al lugar del éxodo. El relato comienza cuando Carlos Franqui da noticia al escritor de que se madre está muy enferma y agencia su vuelo a La Habana. Luego se narra la estancia en la capital de la isla, el velorio de la madre en la funeraria Rivero, el entierro en el Cementerio Colón y las tensiones e intrigas de los meses siguientes, que coinciden con el reajuste de la cúpula del poder, tras la creación del primer Comité Central del Partido Comunista.
Cabrera Infante pudo viajar a Cuba a los funerales de su madre, un deseo ancestral que no pudieron satisfacer muchos otros exiliados cubanos. En su biografía, Celia en Cuba (2022), Rosa Marquetti cuenta que en 1962 la Reina de la Salsa intentó viajar a la isla, para visitar a su madre, Catalina Alfonso, quien falleció en abril de 1962, cuando La Sonora Matancera, afincada en México desde 1960, realizaba una gira por Nueva York.
Celia trató de viajar a la isla en aquellos días de abril del 62, pero cualquier gestión fue obstruida por una ley de diciembre de 1961 que regulaba estrictamente los permisos de salida y entrada de artistas adversos a la Revolución. Regresaría Celia Cruz a suelo cubano, en 1990, durante un concierto que ofreció en la Base Naval de Guantánamo. La periodista Stefania Gozzer, de la BBC, contó los detalles de aquella visita. Lo primero que hizo la cantante, al llegar, fue besar el suelo de Cuba y, luego de entonar La Guantanamera, Canto a La Habana y Kimbara, pidió acercarse a la valla de la base. Cuenta Gozzer que Celia metió la mano por debajo de la cerca y agarró un puñado de tierra cubana que se llevó de vuelta a Nueva York.
Ese puñado de tierra contiene otra gramática del regreso, que habría que agregar a la nutrida memorabilia que el exilio cubano ha archivado en Miami, Nueva York, Madrid, Ciudad de México y otras capitales de la diáspora. Gramáticas del regreso serían también las que escuchamos en cualquier vuelta a la isla de músicos emigrados, como la de aquellos primeros conciertos de Habana Abierta en La Tropical o, más recientemente, la entrañable actuación de Pablo Milanés en 2022, en el Coliseo de la Ciudad Deportiva, luego de varios años de haberse establecido en Madrid.
Después de aquel concierto, titulado “Díaz de luz”, el trovador, voz emblemática de la canción revolucionaria, debió regresar a España. Un regreso para morir, como el de tantas otras y otros músicos inmortales que ha dado Cuba y que murieron lejos de su patria: Lecuona y Pérez Prado, Bola de Nieve y Celia… De ese último regreso, que es el regreso no al lugar de origen sino al de destino, ese lugar, en cualquier latitud, que inmortaliza el instante final de un tránsito perpetuo, también hay que hablar.
Bibliografía
Teresa Casuso, Cuba and Castro, New York, Random House, 1961.
Aimé Césaire, Retorno al país natal, La Habana, Molina y Compañía, 1942.
Ada Ferrer, Cuba. An American History, New York, Sribner Book Company, 2021.
Xavier Guzmán Urbiola, Para que no se olvide. Teresa Proenza, una espía cubana en la política, la cultura y el arte de México, Ciudad de México, INBA, 2019.
Yolanda Izquierdo, “Del regreso y otras aporías. Viaje a La Habana de Reinaldo Arenas”, Revista de Estudios Hispánicos, Vol. 8, No. 22, 2021, pp. 99-136.
Adriana López-Labourdette, Valeria Wagner y Daniel Bengsch, Cultura e imaginarios del retorno a y desde América Latina, Barcelona, Red Ediciones, 2018.
Rosa Marquetti, Celia en Cuba. 1925-1962, Madrid, Planeta, 2024.
Salvador E. Morales y Laura del Alizal, Dictadura, exilio e insurrección. Cuba en la perspectiva mexicana, 1952-1959, Ciudad de México, SRE, 1999.
Louis A. Pérez, On Becoming Cuban: Identity, Nationality, and Culture, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1999.
- Rafael Rojas.
- Destacado historiador y ensayista cubano residente en México.
- Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Habana y Doctor en Historia por El Colegio de México.
- A partir de 1996 fue profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas de la Ciudad de México y ha sido profesor visitante en las universidades de Princeton, Yale, Columbia, Austin.
- En 2018 fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia (silla 11) y en 2019 se incorporó como profesor e investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.
- Es autor de más de veinte libros sobre historia intelectual y política de América Latina, México y Cuba, muchos de estos galardonados con prestigiosos premios.
- Su libro más reciente se titula Breve historia de la censura en Cuba, que el Centro Cultural Cubano de Nueva York presentará en marzo de este año en Columbia University.