Llegar a ser ciudadano o ciudadana es una conquista de la conciencia y la voluntad. Es un derecho y un deber. Es la base de la convivencia y de la política de nuestro tiempo.
En tiempos de la esclavitud hubo dueños y esclavos. En el feudalismo hubo señores y siervos de la gleba. En las monarquías absolutas hubo reyes y súbditos. Cuando el mundo dejó atrás estas relaciones de subordinación y explotación entre las personas, surgieron las Repúblicas, que viene de “res-pública”, es decir, cosa del pueblo, en la que todos son iguales ante la ley. Surgió la “civitas”, es decir, la ciudad de todos los ciudadanos, iguales ante la ley. Y las relaciones de subordinación de unos ante otros quedaron fuera de lo bueno y de la ley.
Las naciones se han organizado, desde entonces, a partir de un contrato social en el cual los ciudadanos eligen a otros ciudadanos, por un tiempo determinado y para un encargo preciso: servir a la nación administrando su progreso y garantizando un marco ético y legal en el que todos tengan garantizados todos sus derechos y puedan cumplir todos sus deberes.
En este tipo de organización social no hay reyes ni señores, ni jefes ni mesías. No hay súbditos ni vasallos. El Estado no teme a sus ciudadanos, ni estos temen a su propio Estado, que ha sido elegido para cuidarlos, no para perseguirlos, ni acosarlos, ni para reprimir su libertad, ni para explotar su vida. El Estado no es el soberano absoluto sobre sus “súbditos” nacionales. Cada ciudadano es el soberano que elige, controla, evalúa y revoca a sus servidores del Estado.
Si aceptamos este desarrollo de la convivencia social a lo largo de los siglos, podríamos preguntarnos: ¿Es así en Cuba? ¿Qué tipo de formación social estamos viviendo?
Cuba, su forma de vida, se parece más a una sociedad feudal hereditaria que a un estado moderno. Es verdad que ningún país se ha podido dar a sí mismo una formación social perfecta, ni mucho menos, pero como dijera Winston Churchill: la democracia es el peor de los gobiernos con excepción de todos los demás.
Más del 70 porciento de los ciudadanos cubanos ha nacido bajo el mismo gobierno que se mantiene hace ya más de medio siglo. Muchos más, que nacimos después de las elecciones de 1948, últimas democráticas en Cuba, jamás hemos vivido esa experiencia de verdad en estos últimos 61 años.
Es por esta sencilla y trágica razón, que Cuba, es decir, cada cubana y cubano, necesita saber qué es la soberanía ciudadana; tomar conciencia de lo que eso significa en cada una de nuestras vidas cotidianas; decidirnos a ejercer la que nos toca y contribuir a que los demás puedan conocer, valorar y protagonizar su propia soberanía personal y ciudadana.
La soberanía personal se alcanza cuando cada hombre y mujer puede escoger su escala de valores, puede educar libremente su conciencia, puede hacer conscientemente su opción fundamental, puede ser consecuente con ese proyecto de vida y logra, de esta forma, tomar y llevar las riendas de su existencia. En otras palabras, la soberanía personal es escoger los valores determinantes en nuestra vida; convertirlos en virtudes, que es vivir un valor de forma esforzada y a veces heroica; y penetrar, con la fuerza de esas virtudes, todas nuestras actitudes.
Fue el sacerdote Félix Varela, padre de nuestra nacionalidad y de nuestra cultura, quien primero nos enseñó a establecer esta relación raigal entre la soberanía personal y la sociedad en que nacimos y vivimos: “No hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad”.
Parafraseando al primero que nos enseñó en pensar como cubanos, podríamos decir: No hay Patria sin soberanía ciudadana, ni soberanía ciudadana sin virtud personal.
Esta es quizá una de las razones con las que pudiéramos explicar, no sin dolor y tristeza, las siguientes situaciones:
– el por qué tantas y tantos cubanos abandonan su Patria, no solo por motivaciones políticas y económicas que en Cuba tienen hoy la misma causa, sino al sentir en carne propia la falta de espacios y oportunidades para ejercer su soberanía ciudadana y para poder ser y protagonizar su propio proyecto de vida personal. ¿Serán los que se van los que abandonan a la patria o será que la Patria, tierra de oportunidades y suelo para cultivar la soberanía, ha sido secuestrada y obligada a abandonar a sus hijos a la inopia económica y la anomia social?
– por qué un sistema tan cerrado y tan autoritario y paternalista ha sido apoyado, soportado, defendido o rechazado, por padecer un complejo de súbditos cívicamente infantiles, por nada menos que 50 años. El daño antropológico causado por ese paternalismo totalitario ha castrado la “vir”, la fuerza del alma de muchos cubanos, es por ello la flojera nacional que todos experimentamos de alguna forma. Ese “apencamiento” que no tiene ningún parentesco con la prudencia y mucho menos con el sentido común, como nos quieren hacer creer los padres de esa falta de “vires”. Sin virtud personal no hay soberanía ciudadana. ¿Será infantilismo cívico o será adolescencia ética? ¿Nos sobrará dependencia o nos faltará moral?
– por qué se ha generado, casi imperceptiblemente, en la conciencia y los gustos de los cubanos y cubanas, ese atractivo por lo extranjero, ese deslumbramiento por todo lo foráneo, esa atracción fatal por un tipo de consumismo por defecto. ¿Será por lo extranjero solamente o en la raíz aflora el deseo de vivir en tierra de soberanía y libertad? ¿Qué pasaría si esa tierra fuera la Patria?
– Esta pudiera ser, sobre todo, una de las razones por las que los cubanos y las cubanas, de todas las orillas geográficas e ideológicas, no hemos tenido la suficiente virtud personal para hacer dejación de los propios proyectos, por muy legítimos y puros que sean, en el altar del bien común de la Patria. El caudillismo, los protagonismos excluyentes, los sectarismos, pudieran encontrar su raíz en la falta de esa “fuerza interior-ética” que se necesita no solo para denunciar lo que consideremos malo, sino para renunciar a lo que consideremos bueno en aras de un bien mayor y más incluyente. Se necesita más virtud personal y más soberanía ciudadana para dejar a un lado o posponer por un tiempo o para siempre lo que hemos acunado como “bueno y nuestro” para dejar espacio y echar el hombro a una obra común con lo que hasta el momento consideramos “bueno, pero “de los otros”. Porque mi soberanía personal tiene un límite en la construcción de la soberanía para los demás. Límite impuesto por la parcela de libertad de los otros y, lo que es más virtuoso, límite cedido, concedido, ofrendado, por la generosidad de ceder para construir la Patria donde quepamos todos. ¿Cómo la Patria va a ser de todos si cada uno no cede una parcela de su “tierra” para convivir no solo con las personas de los demás, soportándolas o tolerándolas, sino y sobre todo, para trabajar en un proyecto nacional en el que la patria también sea de todos y todos los derechos sean de todos? ¿Cómo pedir esto a los demás sin comenzar por nuestra patria chica? ¿Cómo creer que vamos a llegar juntos si no logramos arrancar entre todos?
Cuba necesita una era de soberanía ciudadana. Soberanía en la que cada ciudadano gestione su propia vida y contribuya solidariamente al mejoramiento de la vida de los demás y de su comunidad.
Soberanía y solidaridad. Libertad y responsabilidad. Exigir y ofrecer. Toma y daca, desde una ética de mínimos, que es creer que se puede ceder espacios sin conceder principios. Que es creer que se puede renunciar a algo bueno por conseguir algo mejor. Que es creer que lo esencial que buscamos no es inseparable de lo circunstancial de los caminos y métodos por dónde lo queremos buscar. La ética de los mínimos no es el mínimo de la ética para alcanzar el máximo de poder de decisión, de planificación, de ejecución, de evaluación, de exclusión de los diferentes.
La ética de mínimos es tener la virtud y la soberanía y la seguridad personal y grupal, alternativa u oficial, para reconocer que si todos decimos que queremos a Cuba, si todos decimos que queremos una Patria para todos, si todos queremos derechos humanos para todos, si todos queremos desarrollo humano integral para todos, si todos queremos soberanía para Cuba, entonces parece que no basta con que todos digamos lo que queremos porque así llevamos 50 años. A lo mejor es necesario hacer coincidir más coherentemente lo que queremos y lo que hacemos y el modo en que lo hacemos.
¿Cómo vamos a esperar confianza en nosotros si no depositamos un mínimo de confianza en los demás?
¿Cómo vamos a esperar a que Cuba cambie para ser incluyentes si ahora excluimos incluso a los que piensan y actúan diferente a nosotros solo en la forma de alcanzar el mismo fin?
¿Cómo decir que Cuba es Patria de todos si descalificamos a los que no piensan como nosotros tildándolos de enemigos de la Patria?
¿Cómo no querer que nos condenen cuando vamos por la vida condenando el pensamiento y la acción de los diferentes, por muy moderados que sean?
¿Cómo estructurar un diálogo con los demás en lo grande si no alcanzamos dialogar y negociar en lo pequeño con los más cercanos?
Confiamos en todos los cubanos y cubanas, especialmente los que están protagonizando, de un lado y de otro, estos momentos históricos para la nación. No obstante, llamamos a cultivar un mínimo de confianza más, para ofrecerla a Cuba.
Creemos en que en lo más profundo de todos los cubanos de cualquier orilla, hay el deseo de inclusión y diálogo, pero hay muchas heridas y es necesario sanar y erguirnos sobre la memoria histórica que solo tiene sentido si sirve como pedestal para sobreponerse a los prejuicios, las revanchas, casi siempre escondidas tras los telones de la desconfianza. No obstante, debemos dar el primer paso en la inclusión y el diálogo, no de todos con nosotros, sino de todos con todos.
Soberanía ciudadana y espacios para encontrarnos en igualdad de condiciones. Como la Patria “no es la hierba que pisan nuestras plantas”, no hay patria sin hijas e hijos soberanos. Ni habrá Patria sin un clima de confianza, inclusión y tareas en común. Eso fue lo que hicieron Varela y Luz, Céspedes y Agramonte, Maceo y Martí. Si ellos no hubieran cedido y concertado, si no hubieran aprendido a ser soberanos e incluyentes, si no hubieran tolerado y perdonado…
Pongamos la virtud por encima de los intereses mezquinos. La magnanimidad por encima de las miserias humanas.
Pongamos a Cuba por encima de nuestras cabezas para que nuestras ideas no nos excluyan. Pongamos a Cuba también por encima de nuestros corazones para que nuestros sentimientos y resentimientos no nos separen. Y pongamos a Cuba por encima de nuestras voluntariosas proyecciones para que aprendamos a construir el espacio nacional donde quepan todos los buenos y diversos proyectos de nuestras serenas y magnánimas voluntades.
Cuba lo merece y nosotros todos que somos sus hijos soberanos, aquí y allá, de unos y de otros, podremos ofrendárselo.
Pinar del Río, 28 de enero de 2009
Aniversario 156 del natalicio de José Martí.