Algo se mueve en Cuba. Han comenzado a soplar aires de cambios estructurales. Aunque, como se ve, solo estamos al principio de una nueva etapa en nuestra historia. Podrá ser mejor si se intenta hacerlo lo mejor posible desde el principio. Ahorra errores y alivia el corcoveo inseparable del cambio. Parece que el pueblo cubano, con indudable paciencia y sabiduría histórica, ofrece otra oportunidad de tiempo al gobierno que lo ha pedido, una vez más, a lo largo de cinco décadas. Ojalá que la nueva dirección del Estado agilice y profundice, sin improvisaciones, los cambios sustanciales que son la única salida responsable para justificar el tiempo comprado e invertido.
Muchos estamos muy preocupados por los contenidos de los cambios: si son cosméticos o estructurales de verdad. Otros están muy preocupados sobre el sentido del cambio, hacia dónde nos conducirán las reformas: si es paso adelante o regreso al pasado, como si esto fuera posible. Otros se empeñan en las estrategias y velocidad de los cambios: cómo “preparar” al pueblo psicológica o políticamente, sosteniendo una tensión entre gradualidad y urgencias.
Algunos no creen en cambios con los mismos rostros; y tampoco faltan los pocos que se aferran al inmovilismo, al acomodamiento o al hueco alarido combativo, ayuno de eco en la vida real y con ninguna resonancia en la inmensa mayoría de los cubanos que rozamos la hartera de ese lenguaje agresivo y decadente detrás de una mesa, incluso compartida por voces más sosegadas, y que solo muestra una profunda e inocultable debilidad de razones. Tan distinto a otros lenguajes más serenos, aperturistas y, sobre todo, cortos. La crispación no ayuda a nadie. Y esos lenguajes y actitudes no son los que Cuba necesita.
Creemos que Cuba necesita ahora mucha serenidad, mucha meditación y estudio y mucha paciencia aferrada a la sabiduría que “sabe” que en tiempos de cambios cualquier desliz puede convertirse sorpresivamente en un catalizador de violencia nada útil para la mudanza. El secretismo, el misterio y las decisiones a espaldas del pueblo tampoco ayudan. Se necesita mucha transparencia, mayor coherencia entre la palabra y la acción y, sobre todo, responder directa y ágilmente a las crecientes expectativas de los cubanos.
Por eso deseamos centrar nuestra atención sobre uno de los aspectos más olvidados de todo cambio. Es verdad que contenidos, sentido y estrategias, lenguaje, velocidad y serenidad son esenciales, pero, todos ellos, y toda transformación verdadera, están determinados por un elemento, con demasiada frecuencia obviado o preterido: los protagonistas del cambio.
Una respuesta demasiado rápida, y sospechosamente obvia, viene a la mente de algunos: el gobierno. Escuchamos decir con frecuencia: Cambios, muy bien, todo el mundo sabe que son necesarios y urgentes, pero… ¿quién le pone el cascabel al gato?
Ante esta expresión popular hay, por lo menos, dos actitudes: Una, paralizante, que espera a que aparezcan otros que se arriesguen y “puedan”. Es la trampa del refrán. La otra manera de reaccionar positivamente frente a la pregunta de ¿quién?, o mejor, ¿quiénes? es la que ofreció a todos los cubanos el Padre Félix Varela, “el primero que nos enseñó en pensar” con cabeza propia:
“Se hace necesario que los hombres de provecho… los verdaderos patriotas se persuadan que ahora más que nunca están en la obligación de ser útiles a la Patria, con el desinterés del hombre honrado, pero con toda la firmeza y la energía de un patriota… para evitar a tiempo que por la indiferencia de los mejores hijos del país… ocupen sus puestos los mediocres y malvados”… “¡Qué fácil de recursos es el miedo! Si la casa de un amigo arde, ¿sería prudencia y amistad no despertarlo mientras duerme?… y a los que siempre andan diciendo: ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Es preciso ponérselo?… Fórmese la opinión y basta… y perciba todo el mundo que los ánimos están de acuerdo y entonces… ¡Gato escaldado, del agua fría huye!” (El Habanero)
Crear “estado de opinión”. He aquí una forma de participación en los cambios que está al alcance de todos. Es muy efectiva. Con nuestras opiniones dichas y compartidas, de forma libre, respetuosa y serena, podemos participar en ponerle el cascabel al gato, es decir, podemos participar como simples ciudadanos de a pie en las transformaciones que han comenzado. Es la soberanía desde abajo. Es la primera respuesta a quiénes protagonizarán el cambio: los ciudadanos, todos. La indiferencia es el peor enemigo de esta hora.
Aún debemos decir más: Nosotros, el pueblo, todos, somos la más numerosa y efectiva oposición pacífica del poder mal administrado. En realidad, lo que está ocurriendo y lo que va a ocurrir en Cuba, como en cualquier otro lugar del mundo, ha sucedido y va a suceder por la presión de las necesidades cotidianas e impostergables del pueblo. Esa es la más eficaz y perseverante oposición pacífica. Es la mayor fuerza de cambio y es lo que no se puede reprimir sin llamar poderosamente la atención al mundo que hoy más que nunca tiene sus ojos puestos en nosotros. El mismo gobierno cubano lo sabe. Si no, ¿para qué son las encuestas de “opinión del pueblo?”. Si no, ¿para qué son las mesas redondas y la batalla de ideas? ¿Por qué ese perentorio deseo de que la imagen de Cuba sea de total normalidad, orden y unidad-uniformidad?
Se puede decir que es para educar, se puede decir que es para que no se confundan, para prepararnos psicológica y políticamente. Bien. Puede ser. Pero eso no basta, todo se vuelve sal y agua cuando cada cubano y cubana nos enfrentamos a la mañana siguiente a la agonía de la lucha diaria. Este es el mejor barómetro de presión social: la voz soterrada del pueblo o a flor de calle, como es ya, cada vez con mayor tono y frecuencia. Algo que no se puede aguantar indefinidamente: las necesidades, las penurias. Algo que crece y crecerá imparable hasta que se comience a hacer cambios de verdad, profundos, estructurales, no cosméticos. Algo que no depende de ninguna ideología ni partido. Es lo que nos ha llevado a este momento crucial y lo que seguirá empujando.
Miremos a nuestro alrededor: jóvenes universitarios que debaten con un dirigente, aplauden a un joven tunero, hacen vigilias por la autonomía o exigen a decanos y dirigentes; obreros sin el salario debido en las mismas corporaciones estatales; artistas que se escapan o que se quedan escapados; campesinos que no producen alimentos porque no reciben su justa paga; amas de casa cuya batalla de ideas se libra cada día en la cocina para idear cómo sostener a sus hijos; los ancianos desamparados y los enfermos desvalidos que repletan los pasillos de desvencijados hospitales en eterna reparación… Es la fuerza y la presión de la supervivencia: mayores y principales opositoras de toda administración pública. Y eso no es un grupúsculo. Ni mercenarios. Ni anexionistas. Ni vendepatrias. Es la Patria.
Pero aunque sea el actor principal, no basta con la opinión y la presión ciudadana. Parte también de esa Patria que es de todos, parte de esa nación que somos todos, son las restantes tres patas de la mesa nacional: el gobierno, la oposición política y el resto de la sociedad civil organizada en grupos informales; asociaciones culturales o sociales; instituciones religiosas, etc. Estos tres protagonistas completan el elenco de los gestores del cambio. Ellos también son la Patria.
Entonces tendríamos que detenernos y asegurarnos de que tenemos algunos presupuestos del cambio claros, aceptados y asumidos consecuentemente. Sugerimos seis:
1. Ningún cambio pacífico se hace sin el gobierno anterior. Hay que contar con él y este debe ceder lo que le corresponda para recibir respeto y no provocar exabruptos sociales. El tiempo no es ilimitado y es factor de credibilidad.
2. Ningún gobierno cede, ni siquiera lo que le corresponde ceder, sin la presión de la oposición y de la sociedad civil, unida a la de la ciudadanía y en el mismo sentido que esta va marcando por necesidad. Ante los nuevos signos de los tiempos, ¿qué nuevas respuestas e iniciativas ofrecen la oposición y la sociedad civil?
3. Ninguna fuerza opositora puede presionar eficazmente si no pone las necesidades primarias del pueblo antes que sus programas partidistas. Escuchar la vox populi, servir a su concientización y a su catalización. Y, también, adecuar sus programas a las exigencias de tal voz soberana.
4. Todo gobierno cede en la misma medida que la presión cívica crece. Son directamente proporcionales. Nadie debe esperar un nuevo paso si no se esfuerza por exigirlo, pero pacíficamente. Porque la violencia paraliza y aborta toda reforma. No entendemos presión como chantaje, sino como participación exigente y responsable de los ciudadanos y como señal de madurez cívica y de normalidad política. Un país sin presiones es un país sin presión arterial. No ceder a presiones legítimas de quienes corresponda dar presión y pulso al cuerpo social puede ser un signo de rigor mortis, de rigidez fatal. Ceder a las sanas presiones basadas en el Derecho Natural es signo de vitalidad de un sistema, no de debilidad.
5. Todo cambio y transición es un proceso por etapas. Si lo queremos pacífico tiene que ser gradual. Si es gradual debemos creer en los pequeños pasos y no descalificarlos antes de que se valide su eficacia y veracidad. Toca a todos validarlos actuando en consecuencia, como si fueran ciertos, hasta que se demuestre lo contrario. Es la única forma que nos da autoridad moral. El corcoveo – unos pasos hacia delante, otros hacia atrás y alguno hacia los lados- es propio de toda transición pacífica. Ninguna transformación se ha hecho en línea recta. Es un mito que debemos desenmascarar para curarnos del desaliento.
6. Ningún pueblo puede vivir aislado del mundo actual, globalizado y solidario, interdependiente y vecinal. La soberanía no se abandona porque es esencial a los ciudadanos y a los pueblos, pero tampoco se fortalece con la cerrazón en trasnochados nacionalismos asfixiantes. Todos los exilios, de toda nuestra historia, han demostrado que convivir en otras nacionalidades y culturas no disminuye sino que fortalece la identidad y la soberanía. Todos los intercambios abiertos a respetuosas solicitudes de la comunidad internacional son buenos. Cotejar lúcida y responsablemente nuestras formas de convivencia política, económica y social con los estándares positivos hacia los que ha progresado el mundo de hoy es lo mejor para ser soberanos de verdad y para consolidar la identidad como pueblo. Quien se cierra y considera al resto del mundo equivocado no puede reconocer su identidad porque no tiene parámetros de comparación, ni espejo de reconocimiento, ni estímulo para crecer como pueblo. Cerrarse es como cegarse: no da a la luz nada nuevo ni mejor. Hay que distinguir entre chantaje hegemónico y presión basada en el derecho internacional. El mundo entero no puede estar siempre equivocado y una sola nación siempre en la más absoluta justicia. Eso no existe en ningún lugar. En el mundo de hoy las relaciones internacionales están basadas en dos pilares: el primero y principal, el respeto a los derechos humanos contenidos en los Pactos de la ONU que Cuba acaba de firmar; el segundo, la interdependencia e integración regional y mundial. Exigir estos presupuestos éticos no puede ser tenido como chantaje ni presión espuria, sino como deber y derecho de los pueblos en su mutua corresponsabilidad solidaria.
Una nueva etapa se abre en Cuba. Para la Patria toda es hora de oportunidades. Los protagonistas del cambio son tan importantes y decisivos como sus contenidos, dirección y métodos. Es más, algo quedará defectuoso y mutilado en el futuro del país si, en el proceso de transición, falta alguno de los gestores. Incluso la calidad y la viabilidad, la profundidad y la democracia de un proceso de cambios se deben medir por la diversidad y el protagonismo de los cuatro actores de las verdaderas y auténticas reformas perdurables: el Estado, la oposición, la sociedad civil y la ciudadanía consciente y empoderada. Abiertos todos a la comunidad internacional.
No hay cambio pleno y profundo sin la participación de todos. Que no se diga que nadie escuchaba en Cuba. Que no se diga que no había nadie en casa dispuesto a abrir su puerta al futuro.
He aquí algunas herramientas para despertar, abrir, participar y evaluar, como ciudadanos, lo que todo el mundo sabe ya que se avecina en Cuba.
Pinar del Río, 25 de febrero de 2008
155 aniversario de la muerte del Padre Félix Varela