Las “minorías guiadoras y los gérmenes no desenvueltos” del siglo XIX
Por Dagoberto Valdés
Llegado el momento de la gestación y el parto de un nuevo modelo de república, los cubanos debemos asumirlo con la herencia y el talante propios. Pero, como en todo nacimiento, sabemos también que la genética muta y transmuta, las probabilidades se sortean y hasta, más contemporáneamente, se intenta manipular y hacer ingeniería genética con originales y clones de la transición a la democracia.
Unos maniobran para entrar en la nueva República por la vía de la cesárea política. Otros desconfían de la temblorosa mano del cirujano y aplican los fórceps de la vía económica, con aquella vieja teoría, con refajo medio marxista y medio liberal, valga el sincretismo, de que abriendo en el mercado se abre en lo demás. O, dicho lo mismo en otra clave, que cambiando las condiciones objetivas y materiales se acelerará el proceso de las relaciones sociales.
Demasiadas veces la historia nos ha dicho lo contrario, pero como al comercio y a las leyes del mercado no les interesa mucho la historia, sobre todo cuando se refiere a lo que se ha llamado fines mayores o ética de los máximos, entonces lo importante es el “derecho de piso”, el “estar allí”, el “llegar primero”… aún cuando la nación que vive en el “piso”, los que siempre estuvieron “allí”, los que incluso encontramos al “llegar”, no importen a unas estrategias de mercado sin ética y con doble rasero: Gobiernos e inversionistas, empresarios y tour-operadores, comerciantes y embajadores, aceptan en el país-piso lo que jamás tolerarían en su país-techo.
Como país-piso-de-tierra, como decían mis abuelos, nos consideran los que vienen sin más disquisición que la del mercado; vienen a ganar la tierra, el piso y la estancia, no solo haciendo visajes comercia- les que verían como muecas insoportables allá, sino haciéndose los de la “vista gorda” frente a la falta de los más elementales derechos humanos, civiles, políticos, económicos y sociales, exigidos con escrupulosa meticulosidad en sus países-techos-de-vidrio, como también dirían nuestros abuelos.
Evidentemente (dirían para tranquilizar sus conciencias, al mismo tiempo que para despertar las nuestras, adormiladas con el opio de “la liberación histórica de toda alienación” y que devino ser el opio del opio), ustedes deben resolver estos problemas “internos” que están ahí porque ustedes han querido. En eso no les falta razón. Ni letargos ni postración. Proyectos viables y una mística de esperanza, cuya base es la fe en la “fuerza de lo pequeño.
Esos proyectos no deben olvidar la sana política, concebida como el “equilibrio de las fuerzas del país”, no deben olvidar una eficaz economía abierta y competitiva. Pero deseo expresar en esta reflexión mi convicción de que la mejor vía para acceder a una “nueva” República, que sea nueva de verdad, sin olvidar las experiencias de los dos “senderos” trillados: capitalismo y socialismo, es priorizar el camino del protagonismo de una sociedad civil autónoma, ética-personalizada, articulada en sentido comunitario, participativa y corresponsable, en la que se equilibren creativamente la solidaridad y la subsidiaridad.
Para vislumbrar mejor ese futuro en que la República se haga adulta en la dinamo del ejercicio de una participación cívica enraizada en el tejido de la sociedad civil, debemos echar una ojeada, aunque fuera somera, a esas “señales de los tiempos” que, en las diferentes épocas de nuestra historia como nación, fueron marcando el sentido y la dirección en que ese entramado social se tejía y destejía, según el devenir de períodos de autoritarismos o de mayores espacios y dinámicas de participación democráticas.
Los que hacían señales en la noche
Cuando un día se haga, como lo espero, una historia de la sociedad civil en Cuba, de ese tejido social intermedio con dinámica y conciencia particulares, habría que empezar por aquellos pequeños grupos de creadores y comerciantes, de educadores y religiosos, que fueron “marcando la diferencia” entre “lo insular y lo peninsular”, entre lo criollo y lo castizo, primero en sus cabezas y en su corazón, luego en sus ojos y con sus propias manos.
No intentaré ni siquiera esbozarlo, pues no es el fin ni el lugar, ni tengo con qué ni cómo hacerlo, pero creo muy firmemente que no podríamos comprender el devenir de la sociedad civil cubana sin acudir a la noche, antes del alba, de ese “sol del mundo moral” que viene de lo alto, y sin acudir a lo más profundo y silencioso del humus histórico en el que se enraízan, muchas veces sin hacerlo muy consciente, el porqué del talante acogedor del cubano, su sentido de la justicia, su ansia irrefrenable de escapar de los conflictos, su poder de recuperación, su miedo ignoto a cambiar radicalmente, su religiosidad, su falta de perseverancia, su espíritu emprendedor y, sobre todo, lo que Manuel Márquez-Sterling ha dicho así: Cuba es “un pueblo que siempre ha padecido de una obsesión mesiánica.”
Ya sabemos que el término sociedad civil, tal como lo entendemos hoy, y con las connotaciones y vericuetos que ha ido adquiriendo, no era usado en aquellos siglos de abono y sementera. Pero la realidad de grupos, asociaciones, instituciones cívicas, culturales y religiosas, sí marcaron una dinámica social que por su significación es imprescindible mencionar:
-El mundo de las sociedades gremiales de azucareros, de cafetaleros, pero sobre todo de tabaqueros que impactaron a toda la sociedad con sus demandas y “rebeldías”, signos de autonomía con relación a la metrópoli y motor para marcar la diferencia con ella.
-El mundo de la cultura y la creación literaria, con sus obras impresas y sus tertulias, células estaminales de libertad, identidad y nacionalidad. La fundación de la Universidad, del Seminario de San Carlos, de la Sociedad Económica de Amigos del País, del Papel Periódico, son muestras de la gravidez de ese mundo, sin duda, uno de los más fecundos en la gestación del entramado social y en la formación de protagonistas de esta gestión.
-El mundo de la creación científica y tecnológica, o lo que pudiéramos llamar el mundo de la industria y el comercio que, como nadie, ha recopilado e imbricado en nuestra historia, el recientemente fallecido Dr. Moreno Fraginals, en “El ingenio”. En esta obra monumental el insigne historiador dice sin ambages: “Al construir su mundo económico el sacarócrata prueba a la metrópoli, y se prueba a sí mismo, que hay un futuro de posibilidades insospechadas y que él pertenece a ese futuro. Lo prueba de manera tangible, contante y sonante, con un triunfo económico que es a la vez victoria política de primer orden. La vida azucarera ha sido edificada por sus propias manos, no la ha importado de España, es un fenómeno insular, autóctono… y esto va a significar una inversión en los valores fundamentales de la vida.”
-El mundo de la Iglesia, con su labor humanística y social, pero sobre todo con el servicio de sus “espacios”, terreno, aire y regadío, para un enjambre de asociaciones piadosas, educacionales, promocionales y de asistencia social que pudiéramos llamar, sin rubor, el primer panal, totalmente estructurado y capilarmente abarcador del territorio insular, con que pudo contar Cuba y del que pudieron asumir y criticar, aunque fuera sólo como modelo de tejido social, gestores cívicos que, aún después, desde la radicalización secularista tardía, tomaron de este entramado de espacios repletos de laboriosidad y miel para curar heridas sociales, arquetipos de una sociedad organizada con autonomía relativa en relación con un “Estado” lejano en su centro de poder, colonialista en su dinámica de explotación de los recursos, e insuficiente por la pobreza de los recursos y métodos políticos utilizados para gobernar o desgobernar.
Todos estos gérmenes modélicos de asociación cívica y religiosa, hicieron que los siglos anteriores desembocaran en el paradigmático siglo XIX cubano barboteando una nación que solo vería luz de Estado reconocido internacionalmente otro siglo después. Estos espacios generadores de sociedad civil fueran llamados por Medardo Vitier “agencias alteradoras que comunican densidad a una época”
Creo que en la medida en que se desarrolle más la red de la sociedad civil, más garantías existirán para la libertad y la democracia. Sirva como resumen, indicativo del sentido en que quisiéramos demostrar este postulado, las “agencias de alteración” que configuraron la cubanidad en el siglo XIX:
“La configuración de ese período resulta de los factores siguientes: los modos del pensamiento político (unos reformistas, otros separatistas), las grandes revistas (Revista Bimestre, la Revista de Cuba, etc.), conservadas hoy en numerosos volúmenes, algunos periódicos diarios (El Habanero, El Siglo, El País), una serie de folletos políticos, que llamaríamos ahora ensayos (“La Isla de Cuba tal cual es” de Domingo del Monte, “Cuba: su porvenir” de José María Zayas, “Cuba contra España “de E. José Varona), el prestigio que alcanzó la creación y la crítica literaria (“Hojas Literarias” de Manuel Sanguily y otras de Delmonte y sus tertulias literarias, otras de Piñeyro, Heredia, Milanés, Justo de Lara, Varona, Montoro, etc.), de la influencia de varias instituciones (El Seminario San Carlos, La Sociedad Económica de Amigos del País, que conserva su gran biblioteca y parte de la ingente labor cívica anterior, el Colegio “El Salvador” de José de la Luz, etc.), el auge de la oratoria (en Sociedades como el Liceo de Guanabacoa, la Caridad del Cerro y otros se escuchó con veneración a Montoro, Martí y otros), y los representantes del pensamiento filosófico (Varela, Luz, los “Elementos de la Filosofía del Derecho” de Antonio Bachiller y Morales, Varela Zequeira, Montoro, Varona, etc.)
Varias “lecciones” de estos siglos pudieran ser hechas y recicladas según conveniencias e intereses; me atrevo a recordar aquellas dos que el mismo autor citado propone:
1) Que “la transición de una mentalidad a otra debía ser etapa previa” a la transición político-económica.
2) Que “Cuba necesitaba en su último siglo colonial, levantar la conciencia… al mundo de los problemas”. “Azúcar, café, esclavitud doméstica, eran garantía de bienestar en lo material… Sobreviene al sopor del espíritu. Nuestros guiadores interrumpían el monótono disfrute y hacían señales en la noche.”
Me permito recordar dos palabras del P. Varela que resumen, de cierta forma, la intención de las minorías guiadoras que cruzaron el fin del siglo XVIII y entraron en el siguiente, gestando la nación cubana:
1) “se trata de formar hombres de conciencia en lugar de farsantes de sociedad, hombres que no sean soberbios con los débiles ni débiles con los poderosos”
2) “¿Quién le pone el cascabel al gato?… Créase el estado de opinión y… gato escaldado del agua fría huye”
Aquellas dos “moralejas” y estos dos pensamientos, no por repetidos todavía bien asumidos, nos invitan a prepararnos para una nueva transición en Cuba. Si tuviera que dejar en mi equipaje nimio dos señales del siglo XVIII y XIX cubanos para esta transición hacia una nueva república desde la sociedad civil, dejaría estas:
-es necesario trabajar en la transición de la conciencia, de la mentalidad, lo que hoy se diría en la creación de nuevos estados de opinión.
-es necesario que las minorías den señales claras y elocuentes que puedan guiar a los demás en la transición. Entre las señales que más credibilidad y capacidad de convocatoria tienen se encuentran las asociaciones, organizaciones, movimientos y espacios autónomos de la sociedad civil.
Concluía una centuria fundacional, quizá lo que más destaque en nuestras historiografías sean las guerras de independencia. Es una mirada propia de aquel siglo. Una mirada épica y violenta, una mirada a lo grande y extraordinario, una mirada desde arriba. Pero el siglo XIX en Cuba fue más que guerras y treguas. Su carácter fundacional no viene solamente, y ni creo yo, principalmente, de las contiendas bélicas con todo el mérito que ellas tienen desde el punto de vista de aquella mentalidad. Viene del diseño de un proyecto de nación, de la apertura de una mentalidad diferente, de la siembra de valores y virtud que formó hombres y mujeres fundadores, viene de la búsqueda de una identidad propia, de un camino hacia la libertad característico, viene en fin de consolidar una cultura devenida en nacionalidad y defendida durante las guerras como “República en Armas”.
No se trataba de separarnos de España por la fuerza para comenzar a ser diferentes. Ya éramos diversos. Era más bien independizarse de España para que el ethos cubano ya existente pudiera pasar de una “cultura cautiva” a una “cultura en expansión”.
Ni se trataba de alcanzar la libertad para diseñar una nacionalidad. Ya había una comunidad de cubanos que vivían con esa mentalidad y conducta. Era más bien que esa nacionalidad se convirtiera en nación mientras gestionaba su propia libertad.
Tampoco se trataba de esperar a que llegara la plenitud de esa libertad para comenzar a estructurar una república. La república “vivía en la manigua” y creaba sus tribunales, parlamentos y gobiernos, destituía presidentes y redactaba constituciones. Era más bien que esa República en Armas se convirtiera, con la independencia, en una República en Paz, en una República en Almas, es decir, en una República Moral, cuya eticidad y democracia fueran (para todos los cubanos y aún para los españoles honestos) lo que es una República: un espacio público “donde quepamos todos”, no el terreno excluyente de intereses partidarios.
José Martí, quien vivió y animó este proceso de fundación de la República en Almas, nos lo describe, de una manera insigne, apasionada y anticipada, un 10 de octubre de 1881, veinte años antes del nacimiento de la primera República:
“Aquí velamos; aquí aguardamos; aquí anticipamos; aquí ordenamos nuestras fuerzas; aquí nos ganamos los corazones; aquí recogíamos y fundíamos y sublimábamos, y atraíamos para el bien de todos, el alma que se desmigajaba en el país… Con el dolor de toda la Patria padecemos, y para el bien de toda la Patria edificamos, y no queremos revolución de exclusiones ni de banderías… ni nos ofuscamos ni nos acobardamos. Ni compelemos ni excluimos. ¿Qué es la mayor libertad, sino para emplearla en bien de los que tienen menos libertad que nosotros? ¿Para qué es la fe, sino para enardecer a los que no la tienen?… Es cierto que las primeras señales de los pueblos nacientes, no las saben discernir, ni las saben obedecer, sino las almas republicanas… Y esto hacemos aquí, y labramos aquí sin alarde, un porvenir en que quepamos todos…”
Un siglo después, esta República incluyente está todavía por alcanzar. Pero aprendamos a discernir “las primeras señales” como almas republicanas del siglo XXI.
(Continuará)
1. Editorial de la Revista Vitral no. 8, julio-agosto de 1995.
2. José de la Luz y Caballero. Citado por Cintio Vitier en “Ese sol del mundo moral” para una Eticidad del pueblo cubano.
3. Márquez-Sterling, Manuel. ¿Qué hubiera pasado si…? Martí no hubiera muerto en Dos Ríos. 16 enero de 2002.
4. Moreno Fraginals, Manuel. El ingenio. La Habana. Comisión Nacional de la UNESCO.1964. p. 55
5. Vitier, Medardo. Las Ideas y la Filosofía en Cuba. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1970. p. 302 y 304.
6. Vitier, Medardo. Las Ideas y la Filosofía en Cuba. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 1970, p. 300 y ss.
7. Idem. p. 305
8. Idem. p. 307
9. Varela, P. Félix. Cartas a Elpidio. 1835.
10. Martí, José. Discurso el 10 de octubre de 1881.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955)
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004 y “Tolerancia Plus” 2007.
Ha publicado “Somos trabajadores” y “Reconstruir la sociedad civil: un proyecto para Cuba”. Caracas 1995.
“Cuba, libertad y responsabilidad”. USA, 2005 y “La libertad de la luz”. Varsovia, 2007.
Dirigió el Centro Cívico y la Revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años, 1996-2006.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia. Reside en P. del Río. Cuba.