Por Marlon Guerra
Hace un mes que Laura tiene mal carácter, ya no habla del norte ni del viaje en la rápida, lo mismo suelta un coño que un carajo desde la noche que llegó con rasguños y moretones por todo el cuerpo.
— ¡Mi’ja, por Dios! ¿Cómo fue eso?… —exclamó Berta aterrada.
— Nada, mima—respondió cubriéndose el rostro—cierra el pico y deja el lloriqueo. Te lo voy a decir una sola vez… me caí de una moto. —Sollozos y silencio—Estoy viva ¿no…?
Berta supo que mentía
— Más sabe el diablo por viejo… —Susurró y golpeó la mesa con el puño cerrado, pero desde hace tiempo su hija no la respeta y no tuvo más remedio que sufrir callada.
— Me da la gana de tomar, para eso lucho lo mío. Te dije que no sigo la escuela ni muerta, total, ¿para qué? Aquí el que no estudia vive como Carmelina, anda en carro, especulando para arriba y para abajo, con los bolsillos llenos de billetes…
— Laura mi’ja, deja esa juntera, vas a perderlo todo, hasta el carné.
— Oye mima, a los únicos que les interesa la política es a los que están viviendo a costa de ella, yo no siento nada por esto; además, desde hace tres meses entregué el carné, así que no me jodas más con tus tequesitos, que me tienes cansada.
Después de gritarle, bebía sin ser vista, hasta que no pudo ocultar náuseas ni vómitos y la barriga empezó a notarse…
— Mira, Laura, no te pongas así —le dijo la enfermera del consultorio—
— Eh! ¿y a ti quién te dio vela en este entierro? Yo no puedo creer que Berta… ¡ay, mi madre…!
— No, Laura, nadie me dijo nada, lo que pasa es que… hay cosas que no se pueden ocultar, y tú estás muy joven todavía, y eso es un riesgo, muchacha. Yo pienso que debes ir al consultorio, a lo mejor no es un embarazo; pero de algo puedes estar segura, y es que tiene que verte el médico.
— Mira, seño, perdona la franqueza, pero a mí no me importa lo que haces o dejas de hacer con tu vida, así que te pido… y le das el recado a la otra, que no me jodan más la mía. Ya le dije a la doctorcita esa… que ella no es ginecóloga y que si me siento algo, prefiero ir al hospital y así me evito los peloteos.
Chica, ven acá, ¿a ti no te molesta que se inmiscuyan en tus cosas?, porque lo que son las enfermeras y los médicos de la familia, no pierden la oportunidad de meterse en todas las casas como si fuesen Dios ¿Quién les dio ese derecho a ustedes? Quieren saberse la vida y milagro de todo el mundo, que si en tal casa se fajan y la dinámica de la familia está “jodía”, que si tal programa de salud, que si patatín, que si patatán. Lo que tienen que hacer es repartir comida para que la gente no se enferme y dejarse de tantos chismes.
— Pero Laura, tú no puedes estar bien de la cabeza, yo solo vengo porque…
— Oye, que con ustedes y los del mosquito, se acabó la privacidad en este país, así que en buena forma…. mira, hazme el favor y sal por esa puerta antes de que te diga setenta cosas…
— Laurita mi’ja, estás loca, ¿cómo vas a tratar así a la enfermera?
— Déjela Berta, mejor me voy.
— Mira, mima, yo espero que tú no seas la que anda por ahí sacándome las tiras de pellejos.
— Laura, que debes ir al médico o a la policía, es por tu bien.
— Oye, te he dicho mil veces que nadie tiene que saber de mis problemas. Y para que te enteres, estoy en estado y no le voy a abrir las patas a ningún médico, ni voy a ir a las consultas porque no voy a estarme pinchando ni sacando la poca sangre que tengo…
— Maldigo los hombres —alzó el vaso tambaleándose — no deberían existir… ¡cabrones! —murmuró.
Buscó apoyo en la barra, hizo unas señas
— Otro doble.
— Ya está bueno, muchacha, en tu estado no debes… estás al dar a luz.
— ¡Bah!… Me sale de la pa… —tocó sus genitales— hoy quiero morir… me duele la vida. —perdió el equilibrio.
— ¡Cuidado…!
— Déjeme, estoy bien… Debí nacer macho. Así no estaría “preñá” como una perra.
— ¿Qué le pasa? —preguntó el barman.
— Brindo… por… por que me muera al parir o por que nazca muerto, así podré largarme de aquí sin arrastre. JA JA JA JA!, rió con cara de malas intenciones. Con una mano sujetó algo bajo las ropas y musitó —voy a hacerlo trizas.
— ¡Sáquenla a empujones!— dijeron unos.
— ¡”Borracha’emierda”!— gritaron otros.
— ¡Suéltenme, “hijueputas”, que estoy pariendo…!
El sangramiento se hizo incontenible. Un dolor intenso moldeó su rostro.
— Rápido, busquen un trapo… algo, que se desangra. ¡Miren, qué horror, se metió un perchero…! exclamaron intentando taponarla mientras llamaban una ambulancia.
Desde fiñe les di perro muerto a los vecinos. ¡Sal de aquí, ajile!, -me decían. Inocente, es una víctima-, comentaban otros. Entre lástima y desprecio pasé niñez y adolescencia. Por boca de unos supe que mi madre era alcohólica, que la violaron, que tenía dieciséis, que se sacó trozos de placenta con un alambre y murió de parto, “vaya vida de mierda”. Pero lo triste fue criarme a la buena de Dios, sin un puño guía, solo una pobre vieja que bastante hizo. Eso sí, los tres trapitos —como un crisol— y el bocaíto nunca me faltaron.
“Mi’jo, la vergüenza se lleva a todas partes en la frente. Es como la marca de familia. Recuerda, no es deshonra ser pobre”.
Sabias palabras, quiso darme el cielo, pero, ¿con qué se sienta la cucaracha…?
En la escuela me fue bien. Terminé primaria, secundaria y el pre en la calle. Nunca me bequé, no quise dejarla sola, ya tenía la cabeza mala.
“Oye, estás muy tarajayú… Miren eso, ya mea dulce y todavía bajo la saya de la vieja, en vez de buscar pincha o mujeres por ahí”. —comentaban.
Tuve que decidir entre trabajar o seguir estudiando. Entonces resolví con una vecina. Era la del sindicato en un hospital.
— Oye, dije que ponía las manos en el fuego, no me hagas quedar mal.
— Oiga, ya soy un hombre, y empecé.
— ¿Qué haces?
— ¿Yo…?
— Sí, usted.
— Soy mensajero en un hospital.
— ¡Ah bueno!, eso está mejor.
Fue la primera conversación con el jefe de sector cuando dejé la escuela. Desde entonces, me hice responsable de la vieja y de mantener la casa. La vida durísima, el techo al caerse, el salario, malamente para comer. Viandas, frutas, vegetales por las nubes, carne incomprable. Para poner un negocito, hay que invertir con dinero constante y sonante y ¿de dónde? Comprendí que vivir es como la ley de la selva, todo a base de reglas hechas por gente que no tiran un chícharo o que nacen en cuna de oro, y le cogí el golpe a la pincha.
Llevaba un año trabajando, hacía el turno de noche.
— Pss, Chino!
Me volví y encontré un mulato alto y fuerte de unos veintitantos años. Tenía un pulóver rojo con un letrero blanco “Trabajadores Sociales”
— Andas metido en un lío.
— ¿Qué lío es ese?, ¿quién es usted?
— Más te vale que andes al hilo, porque te buscan como cosa buena.
— ¡¿A mí…?!
Del tiro se me aflojaron los pies
— El chico del malecón, el de los panes con bisté a diez pesos. Hay tremendo embrollo con médicos y policías. Cantidad de gente con hepatitis, hasta niños. Imagínate, parieron mujeres con SIDA y lo curioso es que todos le compraron panes al chino que anda en una bici con una lata de galletas amarrada en la parrilla.
Tragué en seco y seguí escuchando.
— Parece que alguien compró más de un pan y se intoxicó, cuando llevaron la muestra al laboratorio se horrorizaron, era carne de placenta.
Me quedé pasmado pero hablé más que siete.
— ¿Qué… qué tengo que ver yo con…?
— A decir verdad, investigo el caso, pidieron ayuda del partido y la gente de higiene nos ubicó a dos por hospitales para ayudar a desenrollar la madeja.
— Por lo visto ustedes sirven hasta para remedio.
— ¿Cómo dices? —preguntó el mulato confuso.
— Lo mismo resuelven problemas de salud, comida, casas, problemas económicos, que asuntos policiales. Vaya, que vienen siendo los hombres orquesta de estos tiempos.
— Eso lo dices en tono de burla.
— No, lo que no entiendo es por qué me lo cuentas a mí.
— Porque las sacan de un hospital, y el que lo hace es un bicho. Los del SEPSA todavía no han cogi’o a nadie sacándolas, pero le están cazando la pelea.
— Venga acá y ¿dónde encajo en todo esto? Aquí trabaja mucha gente.
— Pero usted es uno de los mensajeros del salón; además, vamos a estar claros, llevo días aquí y no he visto movimiento de placentas cremadas ni ocho cuartos. Chama, ¿de ahí no saldrán los panes con bisté?
— Oiga, usted sabe que hay problemas con los gases por el ozono y escasez de petróleo. Nada más se crema en un turno, y no siempre en el mío.
— Espera, no te vayas así, mira, no soy un HP, solo quiero que no hayan más complicaciones, la cosa está en candela, eso es canibalismo.
— No lo dudo, pero lo mío es cumplir con mi trabajo y eso hago, ni más ni menos.
—“¿Hay alguien ahí?” — alumbraron con una linterna.
— Pss, cállate chama, no vaya a ser la policía.
— Y si es ¿qué?, El que no la debe… —respondí inquieto—es el CVP.
— Está bien. Ven acá, ¿qué edad tienes?
— Diecinueve.
— ¿Eres de por aquí?
— Más o menos.
— ¿Y tus padres?
— No tengo.
— ¿Cómo? ¿Caíste del cielo?
— La pura murió cuando nací. El puro no sé quién fue, pudo ser cualquiera.
— Y no tienes familia, no sé, alguien…
— Hace una semana enterré a mi abuela, ella me crió.
— ¡Coño! Lo siento.
— ¿Lo sientes? Compadre, si usted ni me conoce.
— Pero lo siento, debe ser triste estar solo en el mundo, ¿cómo te llamas?
— Mejor me voy, para mí que el policía eres tú.
— Oye, oye ¿cuántos mensajeros trabajan aquí?
— Pregúntele al administrador o al jefe de turno—respondí alejándome.
— Caramba, este muchacho se las trae.
Aquello me preocupó de mala manera. Si me descubren, si la gente habla. Seguí caminando, llegué al salón de operaciones y toqué el timbre.
— ¡Vaaaa…! ¡vooooy…! están sordos de cañón. Mi’jo, lo vas a quemar, ¿qué bicho te picó? Espérame aquí, ya terminaron de operar, ahora traigo las muestras de Anatomía Patológica, recuerda echarle formol, cuidado no confundas las órdenes… ¿Me oíste?
— Sííííí.
— Hoy estás medio sonso. ¿Te sientes mal o es que tienes sueño…?
— No.
— Después vas por el fondo, que en el hueco hay como tres placentas y un tumor grandísimo, llévatelo rápido, pipo, que después la peste… ya tú sabes.
— Está bien seño, ahora vuelvo y recojo las piezas.
— Bueno, mi amor, despierta que estás en Cuba. “qué te importa que te ame, lalararalalalá…”
Recogí el cubo con las piezas, salí a quemarlas, sentí al mulato siguiéndome — el muy sin…, se va a coger el dedo con la puerta. Fui por el pasillo de la lavandería, doblé frente a un almacén, encontré al jefe de turno hablando con un hombre medio calvo, se saludaron, tuve la impresión que hablaban de mí. Seguí directo al incinerador, estaba encendido, me puse los guantes, viré el cubo en el horno, removí las vísceras con una cabilla, aquello se puso al rojo vivo, alguien espiando, casi me quemo del susto, cogí el cubo.
— ¿David?
— Diga—respondí temblando.
— Hace días fui al tarjetero y pregunté tu nombre. Te noto tenso ¡eh!
— Son ideas tuyas, ¿Por qué debo estar nervioso?
— Me dio esa impresión. ¿Ves aquel hombre, el calvo? Es el jefe del CITMA en la provincia, hoy hay una inspección general de epidemiología en todos los crematorios, oye, van a revisar hasta donde el jején puso el huevo, están dándole chucho hasta el más pinto.
— Que así sea, broder.
— Vas apurado…
— Compadre, estoy trabajando, ¿no?.
— Ya veo. Oye, esa gente viene por el rollo de las infecciones. Chino, ¿cómo fue esa herida en la mano?
— No sé, mi herma, fue hace días.
— ¿Tú usas guantes?
— Claro, si no me cuido yo, ¿quién?
Intentó sacar conversación, hasta que volvió a preguntar sus boberías.
— Tienes las uñas largas ¿No te molestan?
— No, me acostumbré.
Compadre, ¿Por qué tanto interés en mí?, ¿eres mi sombra o te gustan los machos?
— No, chico, no digas eso, más bien es preocupación, pero ten cuidado, ya te dije que hay casos de hepatitis y SIDA en esto.
— Gracias por preocuparte, pero, con permiso, que tengo más pincha de la cuenta.
— Bueno, hasta luego.
— Hasta luego.
En la otra guardia fue igual, el mulato no me perdió ni pie ni pisada. Un poco alejado lo divisé. Esta vez con un pulóver azul oscuro de unas letras blancas “Raíces de Caguairán”, pero me hice el desentendido y seguí con el cubo rumbo al incinerador. A mis espaldas escuché sus llamados y me hice el sordo.
— ¡David, espera!
La voz se fue acercando.
— Nos dieron un retrato hablado del sujeto, mira a ver a quién se te parece.
Sacó un papel estrujado de un bolsillo
— Estás complicando las cosas por gusto. Te entregas y sales mejor, si no soy yo viene otro. De todas formas estás cogi’o, y yo no quiero entregarte, vaya, prefiero que lo hagas tú. Recuerda que cuando alguien comete un delito y se entrega la cosa se afloja.
Momento de silencio
— ¿Cómo empezaste en esto?, ¿Por qué…?
Un suspiro, ideas confusas
“Mi madre estoy cogi’o, esto no tiene marcha atrás, ¿qué coño hago? Mejor hablo y ya”
— La necesidad…
— ¡Ehh! no entiendo, explícate.
— Pasaba más trabajo que un forro de catre, siempre solo, mi abuela cosía para afuera, perdió la cabeza, se quedó ciega. Terminé la escuela, me iban a llevar para el servicio… —un suspiro—como era único sostén, me dejaron… había empezado a trabajar en el hospital, pero, el dinero no alcanzaba ni para empezar. En la calle uno compra cualquier cosa, las mismas croquetas, nadie sabe de qué son ni quién las hace. —de nuevo silencio.
Un día recogiendo placentas se me ocurrió la idea, pasé por la biblioteca del hospital, leí sobre la vagina, el útero y la placenta, que si alimenta al feto, que si es el pulmón antes de nacer, y me dije “si hace tanto bien no debe hacer daño”. Llevé dos para la casa, las limpié y saqué unos bistecitos, los adobé y le di a probar a Cheo, un socio, él trajo vino y una grabadora, así pasamos un rato y planeé sacarle provecho a la pincha.
Al mulato le dio una fatiga.
— ¿Qué te pasa?
Se agarró de un contenedor y empezó a vomitar. Me entraron deseos de seguir hablando para que soltara el buche por la boca.
— Se me está pasando—respiró profundo par de veces— Oye, tienes un estómago de madre, ya estoy mejor, si quieres sigue, te escucho.
— Le di a probar al socio.
— Esto es faisán, mi herma. Los ojos se le iban para el plato. Este pasa más hambre que yo, pensé.
— ¿De qué son?
— De res, pero cuidadito con hacer comentarios, la cosa está que arde y con esto más. Tú sabes que aquí las vacas son más sagradas que para en vuelta del medio oriente.
— Coño, broder, ¿De qué parte del animal son?, porque están suaves y esponjosos.
— Mira, llévate par de ellos y ni preguntes, es un regalo. Se fue loco de contento.
Al principio sentí asco, estuve días sin comer, pero después con ellos resolvía la jama, me buscaba un varito y compraba materiales para remendar un poco la casa. Tiraba los más grandes por encargos sin freír. Como eran esponjosos cuadré con un socio panadero que me resolvió harina y los vendía empanizados. Freía los chiquitos, preparaba panes y los envolvía en jabitas chillonas, los acomodaba en una lata de galletas y llegaban calienticos al malecón, cuando destapaba aquello, el olor levantaba un muerto. La misma gente me ayudó a venderlos.
— ¡Oye chino!, ¿cuánto cuestan?
— ¡Pssh… Jovencito! ¿A cómo son?
— A diez pesos, señora.
— Deja probar uno, mmmm… sabroso de verdad, Juana, prueba esto. Oye, regala’os, frente al Tensén de Galiano están a veinte y por Tercera y Setenta, igual y más chiquitos. Ahora no le vayas a subir el precio —risas.
Oye, mi’jo, no te ofendas porque tú tienes cara de gente seria, pero es que hoy en día no se puede confiar en nadie, la gente con tal de ganarse los pesos vende hasta muertos, pero bueno, esto sí es primera limpia ¡qué rico! ¿Siempre estás aquí?
Asentí con la cabeza y no dije ni pío. Con el olor bastó. ¡Ah!, y tú sabes, en cuanto un guajiro llega a la capital, se sienta en el malecón y se enternece. En un dos por tres vendía los treinta panes, al otro día hasta me esperaban.
Soy joven, me gusta salir, lucir. Nunca tuve unos jeans, ni zapatillas. ¿De dónde? Por estos días para ganarte una jevita tienes que estar de etiqueta y tener los dos tipos de moneda en el bolsillo. Las nenas te repellan con los ojos de arriba a abajo y yo, andaba en short y chancleta para todas partes… También quise arreglar la casa… Si esperas que te den los materiales por el delegado se te cae la casa arriba o te mueres de viejo; así compré cemento, arena, unas vigas y empecé a remendar la casa y comprarme ropa.
Con la primera muda me gané una niña, sentí que estaba disfrazado pero valió la pena, me comió con los ojos y no tuve que decir ni jota, señaló un banco del parque y entre manoseos y besos se me tiró a la portañuela. Esa noche metí el pez en el jamo y por primera vez no tuve que usar los cinco latinos, así me fui embullando.
En los turnos de noche salía sin ser visto. Por el fondo hay un pedazo de la cerca rota. A cualquiera le decía que iba al baño y me cubría un rato, dejaba el encargo en la gaveta del refrigerador y entraba por donde mismo. A veces, cuando se juntaban cuatro o cinco las molía y armaba paquetes de a libra. El picadillo también era pan caliente.
— ¿Quién más sabe de esto?
— Nadie, siempre ando solo, así nunca tienes problemas. Este año salí destacado por el sindicato, me propusieron seguir estudiando. Venían carreras de técnico, licenciaturas y hasta medicina, pensé coger alguna, pero, ¿y los frijoles? Después ¿cómo resolvía…? los precios están por las nubes.
— Tú sabes lo que es darle eso a la gente, Es criminal.
— La verdad no lo pensé.
— ¿Tu abuela sabía… ?
— No, era una santa, ya estaba ciega y comía lo que le daba.
— ¿De qué murió?
— De algo fulminante. Empezó a ponerse amarilla y vomitar. Le salía un mal olor de la boca que parecía que estaba reventada. Empezó con un dolor en la boca del estómago por la noche y por la madrugada se murió llegando al hospital, pero no quise picarla, total, ya estaba muerta. Después de aquello, dejé el negocio.
— ¿Y por qué…?
—Una placenta, echaba un líquido amarillo verdoso. Todavía tengo la peste metía en las entrañas. Aquello me revolvió el alma. Desde entonces no paro de vomitar, me duele la barriga, tengo diarreas, fatigas y unas manchas en la piel.
— Y no has ido al médico.
— No. ¿Por qué?, ¿Estoy jodido, verdad?
— No tengo ni idea. Pero lo que hiciste es grave
— ¿Qué me van a hacer?
— Imagínate, mejor ni te digo. Esto es muy serio, muchacho…
Sentí un miedo terrible, piernas flojas, el corazón, como un potro a galope, sudor a chorro por todo el cuerpo, palabras difusas, boca en bostezo “Entonces, entonces maté a mi abuela y compliqué a tanta gente, ¿Qué hice Dios…?”
Un líquido tibio inició el descenso por una de mis mejillas, cerré los ojos y apreté con fuerza los labios. El horror me invadió. Levanté el pulóver y con las uñas marqué un redondel en mi barriga, me aguijoneé con odio hasta sangrar y miré al mulato entre sollozos.
— ¿Qué haces, por qué…?
— Lo aprendí de Berta, es un antiguo modo de salvar el alma. Entierras las uñas con todas tus fuerzas alrededor del ombligo, hasta arrancarte los poros del vientre —suspiré.
— ¿Cómo te llamas?
— Ricardo Pérez.
— Gracias Ricardo, merezco lo peor… pero no te preocupes, voy a entregarme. Por favor, quiero estar un rato solo.
Despacio fue hasta el crematorio. Varias ideas se agolparon “Huye por el hueco de la cerca, no seas bobo, corre, van a enterrarte vivo en el tanque, coge la costa, una lancha” Movió la cabeza negando, zarandeó los pensamientos y fue hasta el incinerador, frente al horno se puso los guantes, tomó la cabilla al rojo vivo y la encajó en medio del círculo de arañazos. Al mismo tiempo, recordó a Berta, sus consejos “Mi’jo, la vergüenza se lleva a todas partes en la frente. Es como la marca de familia. Recuerda, no es deshonra ser pobre”. Recordó la escuela, pensó en los jeans, las zapatillas, la vez que salió destacado, “Sigue estudiando, vienen carreras, puedes coger medicina…” Cayó al suelo y en su rostro se dibujó una mezcla de sonrisa con dolor infinito.
El mulato llegó corriendo, enredó el pulóver en sus manos e intentó retirar la cabilla.
— ¡Por Dios, David… resiste! — gritó llorando.
— Déjame solo… ya estoy a salvo.
Marlon Guerra Tejera
Médico, poeta y narrador
Compositor y vocalista del Coro Polifónico de Pinar del Río.
Ha ganado numerosos premios en Concursos literarios y musicales, nacionales y extranjeros.