Juan Fonseca, mi vecino de litera era un joven triste y solitario del barrio de Jesús María de La Habana Vieja, que expiaba una condena de cuatro años por el delito de peligrosidad, de los cuales había cumplido la mitad. Introvertido y perezoso pasaba la mayor parte del tiempo tirado en la cama descansando sus veinte años de existencia. En gesto habitual se postraba boca arriba en el lecho, con la mirada inmóvil e inexpresiva, fija en el fibrocemento de la barraca. Sus negros ojazos de sapo lacustre parecían inmersos en un laberinto de pensamientos. Muy a menudo acudía a su mente el recuerdo de aquel día en que fue detenido por un policía de cara picada de viruelas y nariz ñata, cuando lo condujeron desde el mercado de Carlos III, en el carro patrullero, hasta la estación de Zanja y Dragones. Los uniformados ni siquiera tomaron en cuenta la presencia de tres turistas canadienses a los cuales les servía de intérprete. Desde hacía algún tiempo Juan ejercía el oficio de guía de turistas, de manera furtiva.
Después de cuatro días en un calabozo inmundo, durmiendo en el piso y con la inseparable compañía de moscas y cucarachas, lo trasladaron a la cárcel, luego de una breve vista oral en la que lo acusaron de asediar al turismo y de ser vago habitual.
Tras dos años vividos en prisión, los rasgos indeseables de su carácter se habían potenciado. La acritud en el trato con los demás era mayor y su ingénita desconfianza habíase transformado en paranoia. Era la influencia de la prisión con sus lacras, ruindades y aberraciones, ese mundo particular de la sociedad humana, marginado del conjunto de los seres vivientes, donde el espacio de la virtud se reduce ilimitadamente mientras el de la vileza y el vicio se ensanchan.
Por estas razones, cuando el padre Francisco, sacerdote católico, le aseguró a Juan que Lourdes Torres, su madre vendría a verlo en la próxima visita, la reacción del jovenfue mezcla de incredulidad y desconcierto. ¿Cómo creer que la autora de sus días pudiera venir a verlo si aún golpeaban con fuerza en sus oídos aquellas lacerantes palabras de su progenitora?
Olvídate de que tienes madre, como yo ya me olvidé de que tengo un hijo.
Pero el anuncio del clérigo era cierto. El padre Francisco, que había conocido el drama de Juan por intermedio de otros reclusos, se dio a la tarea de ejercer sus nobles oficios en pro de la reconciliación familiar. Sin embargo, muchos obstáculos empedraban el camino que conducía al corazón de la madre de Juan.
Con sus cuarenta y cinco años de vida, Lourdes había cosechado no pocos éxitos en la empresa de Comercio Exterior donde se desempeñaba como arquitecta. Su integración política, respaldada por movilizaciones militares y varias misiones internacionalistas (por lo civil y lo militar) le acreditaban un aval a veces envidiado por muchos de sus superiores. Pero ninguna realidad humana está libre de escollos e impurezas, ninguna obra humana cumple el total deseo del autor, y así pues en el sendero de las aspiraciones de Lourdes se interponía un gran obstáculo que empañaba su aureola de revolucionaria intachable y consumada: su hijo Juan, ese “cabeza loca”.
Ese tarambana, bellaco y granuja de quien eludía hablar porque ponía en entre dicho su perfección revolucionaria. Juan, simplemente, no tenía remedio, era un caso perdido y lo mejor era ignorarlo. Su retrato simplemente no tenía cabida en la pared de aquella casa llena de diplomas y medallas, donde resultaba difícil imaginar que alguna vez colgaron los cuadros del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen de la Caridad del Cobre.
La mañana de aquel día de septiembre era magnífica. Era el día de la visita familiar. Los presos formaban filas rumbo al salón de visitas luciendo sus mejores vestimentas y atavíos, de modo que los familiares al marcharse se fueran bien impresionados y libres de preocupaciones.
Luego de las dos horas de visita los presos regresaban a sus celdas. Los prisioneros se iban acercando a la barraca custodiados por el carcelero. Busqué anhelante la figura de Juan. Intercambiamos una sola mirada que hizo innecesarias las palabras. El fulgor de sus ojos satisfechos y un ligero pliegue en la comisura de sus labios lo decían todo: había hablado con su madre. Allá, en el pequeño jardín del patio de la parroquia, el padre Francisco, con la mano izquierda en la cintura para aminorar los dolores reumáticos, sostenía en la diestra un viejo y oxidado jarro metálico con el cual regaba su mata de rosas predilecta porque según afirmaba que en los últimos días parecía triste medio marchita y necesitaba de cuidados.
Oscar Mario González Pérez.
Dirección:Ave. 17 Número: 5009 entre 50 y 52 Reparto Almendares, Playa. Ciudad de la Habana.
Nota de la redacción
La esposa de Oscar Mario, ya fallecida, envió esta nota para el Concurso Vitral del año 2006. Convivencia ha querido publicarla ahora que hemos recibido la autorización del autor al reenviarnos la obra entonces concursante, como un homenaje a esta sufrida y fiel esposa.
Yo, Mirta Wond Sio, soy esposa del autor de esta narrativa, les comunico que Oscar Mario González Pérez se encuentra en estos momentos en la prisión 1580, sita en San Miguel del Padrón en La Habana por ejercer el periodismo independiente. Está preso desde el 22 de Julio de 2005, es ingeniero mecánico graduado en la antigua URSS, tiene 62 años de edad. Cursó los estudios en la especialidad de Medios de Comunicación impartidos por el Instituto Internacional de Teología a Distancia (Madrid).
Recibió el curso básico de Formación Cristiana impartido por el CEFID (Méjico).
A) Grandes Temas de la Fe Católica-
B) Moral Cristiana.
C) Espiritualidad Cristiana.
D) Palabra Viva.
E) Razones de mi fe.
Concluyó en el Plan de Formación Sistemática del IITD la Especialidad de Antropología.
Concluyó el Curso de Introducción a las Filosofía. Concluyó el Curso de Historia de la Filosofía .
Cumplió los requisitos del Curso de “Panorama de la Historia de la Iglesia en Cuba “en la Escuela de Verano 2002.
Ganó premio en el Concurso “Fundación por la Libertad de Expresión “en la Categoría Artículo el 30 de Mayo 2004 creado por el periodismo independiente en Cuba.
Todo esto está acreditado por sus respectivos certificados y diplomas.
Si esta pequeña y sencilla obra literaria no cumple con los requisitos necesarios para participar en este concurso, dada las condiciones inadecuadas de hacinamiento y bullicio en que fue escrita desde la prisión y en el breve plazo de tiempo que se le avisó no importa, solo quiero que se tenga presente para cualquier eventualidad que le sea útil a la Dirección de esta interesante y prestigiosa revista Vitral.
Mi esposo y yo pertenecemos a la Iglesia Católica de Santa Cruz de Jerusalén sita en Ave. 17 y 66 Playa, cuyo Párroco es Fr. F. Pedro Ángel García Chasco y el Vicario Parroquial Fr. Frank José Dumois Ruíz.
La idea de que mi esposo participara en el Concurso: VIII Concurso Literario Vitral 2006, no era para que ganara premio alguno, sino solo para que se entretuviera e invirtiera parte de su tiempo en algo sano y al mismo tiempo despejara su mente colmada de irregularidades producto del mundo que lo rodea.
Playa, 27 de Mayo de 2006.