Fábula campesina basada en un hecho real
Por Luis Cáceres
Era mediados de la década del 70, vivía yo en un caserío cerca del Central Australia, disfrutaba de una propiedad que me hacía feliz, un perrito. Poseía este tan malas pulgas que solo a mí me soportaba. Era negrito como una noche sin luna ni estrellas, sus ojos rojizos le daban la apariencia de una pequeña pantera negra, dormía este al lado de mi cama cerca de mis zapatos, no pude saber si lo hacía por velar mis sueños o a los zapatos cuando se pusieran en mí.
Compartíamos este rústico hogar una humilde pero feliz familia porque teníamos salud.
Ramoncito, mi cuñado, pescaba en aquella ciénaga lo cual era su pasión. Esta vez no pescó (no hubo suerte) pero cazó viva una hermosa jutía a la cual le fabricó su casa, una jaula rústica de madera como la casa que nos cobijaba. Al día siguiente la jutía había abandonado su hogar, buscamos en los alrededores sin dejar de revisar cada árbol y arbusto y nada. Negrito… (pensaron algunos) No… era muy grande no pudo haber sido blanco de negrito (exclamaron otros) y nos olvidamos del asunto. Pero al tercer día, la sorpresa: la jutía estaba dentro de nuestra casa, no se había ido y ya dejaba ver una parte de su cuerpo debajo de una cama que había escogido como refugio. Estoy seguro que mi perro la había descubierto mucho antes que nosotros… habrá querido protegerla con su silencio de un supuesto plan nuestro de llevarla al caldero… algo me olía a solidaridad animal (meditaba). Compartían éstos sus alimentos mucho mejor de lo que fue al inicio. Por esos días había comenzado el invierno, que en esta parte sur matancera de Jagüey ha chiflado el mono pero que esta vez quien chiflaba era la jutía y también mi perrito que gruñía por no chiflar.
En una ocasión ya de madrugada y muy cerca de mis zapatos me despierta una algarabía, era mi genioso perrito que rechazaba a la jutía la cual buscaba el calor imprescindible para pasar aquella larga noche, y cada noche se repetía este diálogo de ladridos y chiflidos que parecía interminable. Había que tolerar los olores del otro. Ambos con defectos y virtudes. Pensé después, que pude haber sido mediador en aquel diálogo, pero aquello me divertía y sus problemas me eran indiferentes. Yo estaba bien tapado y acompañado. A veces olvidamos los problemas que ocurren a nuestro alrededor, hoy me reprocho.
Pasaban los días con sus noches invernales, ya no se oían los ladridos y chiflidos. Me llama Ramoncito. Son las 5 de la madrugada. El día anterior había acordado acompañarle en su pesquería. Enciendo mi lámpara chismosa y veo a mi perrito hinchado y poco animoso para salir. Sólo movía el rabo en señal de que estaba vivo. Me acerco más y esta fue la sorpresa mayor, estaban tan unidos el perro y la jutía que parecían un solo animal.
Terminaba así la agonía de las noches invernales.
Luis M. Cáceres Piñero (Sandino 1937)
Pintor paisajista y rotulista.
Observador meteorológico graduado en la Academia de Ciencias de Cuba
Reside en Pinar del Río, Cuba.