NACIONALISMO EN CUBA CON LA REVOLUCIÓN INICIADA EN 1959 Y HASTA LA ACTUALIDAD

Luego del triunfo de Fidel Castro y la Revolución cubana en 1959, se produce otro tipo de nacionalismo, o el mismo tipo, pero en una fase superior de desarrollo respecto al nacionalismo cubano prerrevolucionario. Es un nacionalismo mucho más ideológico (Kedourie, 2015), extremista, con niveles de radicalidad nunca vividos con tanto fervor y apoyo de los ciudadanos en Cuba. Un nacionalismo, en el que las contradicciones, preocupaciones y discusiones fundamentales dejan de producirse en torno a determinados grupos excluidos, como lo fue la población afrocubana antes del 1959, para centrar la atención en una “rivalidad de vida y muerte con el imperio norteamericano”, con el supuesto enemigo causante de todos los males de la nación cubana, y el que debería ser enfrentado en todos los campos de batalla, con todas las “armas” al alcance, y además se plantea como una lucha de todo el pueblo.

Por un lado, el nacionalismo surgido o profundizado con el triunfo de la revolución cubana, se origina como un resultado de las heridas del pasado, de los males que sofocaban a la Cuba republicana, como pueden ser las profundas desigualdades, el marcado racismo, las divisiones de clases, la corrupción, las heridas de la democracia, la falta de oportunidades, etc. Berlín (2002) hablaba de un tipo de nacionalismo surgido de la “humillación colectiva” y sus distintas formas de expresión, entiéndase violaciones de los derechos y libertades fundamentales de los seres humanos, desprecio de la pluralidad, entre otras realidades que atentan contra la dignidad personal y colectiva, la dignidad de un pueblo. Por otro lado, y a diferencia de lo planteado por Berlín (2002) al asegurar que puede existir un nacionalismo surgido de esta forma y que sea de alguna manera “tolerante y pacífico” en sus métodos, el cubano posterior a 1959 es un nacionalismo radical, violento, excluyente, que pasa por encima de la dignidad de la persona y del pueblo, transformando a los primeros en individuos  y a los segundos en masa moldeable.

Luego del triunfo revolucionario de Fidel, en Cuba comienza un proceso de nacionalizaciones que convierte al Estado -y al partido comunista en la cabeza de este-, en la fuerza superior de dirección de la política, de la economía y de la sociedad. Seguido a las nacionalizaciones, vienen las prohibiciones a la práctica religiosa, de la homosexualidad, de cualquier tipo de disidencia u oposición, de los grupos que seguían el rock, o que usaban tatuajes, de los negocios privados y la iniciativa empresarial. Todas estas prohibiciones absurdas, son expresión de un sistema profundamente ideológico, que basa y reduce su concepción del mundo a unos criterios determinados y todo lo que salga de esos criterios es reconocido como tendencias negativas, o males del pasado. Esta ideología se fundamenta y se expresa en un nacionalismo extremo, que propone el sacrificio de los cubanos como única solución para librarse del imperio, como único camino a la salvación, y como pretexto además para cambiar el concepto de nación y reducirlo a un proceso político: la revolución.

Al respecto, Pérez-Stable (1993) afirma que el motor impulsor o fuerza que puso en movimiento la revolución cubana fue el nacionalismo, el mismo que condicionó el éxito de la revolución, que agrupó mayoritariamente al pueblo cubano en apoyo al proceso político liderado por Fidel Castro. Al mismo tiempo que resultó definitivo en el comienzo de la revolución, este nacionalismo constituye en la actualidad una de las pocas o la única reserva de legitimidad del gobierno cubano, pues este se plantea -ante la amenaza imperial de los Estados Unidos- la defensa del pueblo, de la soberanía y la independencia de los cubanos, como eje central de su política. Ante tal proyecto, se despierta en el pueblo cubano un profundo sentimiento de cambio, una certeza de que era posible romper con el pasado traumático, de que se podía construir un hogar nacional en el que como afirmara José Martí “cupieran todos y fuera para el bien de todos”, una nación basada en los valores de la soberanía y la igualdad (Perez-Stable, 1993).

En los primeros años de la revolución se produce un hecho que sorprende a muchos, y es el hecho de que Fidel declara que no tenía intenciones de avanzar hacia el comunismo, que Cuba no sería un país comunista (Castro, 1959; Castro, 1959a). En muchos cubanos de aquella época se albergaba el temor de que la nueva revolución tuviera intenciones de avanzar hacia un sistema comunista, pero la manifestación de Fidel contraria a esta creencia sirvió para despejar dudas y ganar para el gobierno el apoyo mayoritario de los cubanos. Apenas unos años después, el mismo Fidel, en otro de sus emblemáticos discursos declara el carácter socialista de la revolución (Radio Cadena Agramonte, 1961), se produce la alianza con el bloque de países comunistas soviéticos, y el gobierno se contradice al plantear el comunismo como meta del sistema. A pesar de la marcada contradicción mencionada anteriormente, el sentimiento nacionalista despertado en los cubanos, era tan fuerte y caló tan profundo que la gran mayoría de los cubanos, que envueltos en un sentimiento llamado en Cuba como “efervescencia revolucionaria”, mantuvieron su apoyo al proceso. El gobierno supo usar el nacionalismo como bandera para unificar al pueblo en contra del enemigo externo, una bandera capaz de superar el sentimiento anticomunista que tan extendido estaba en la Cuba anterior a 1959 (Perez-Stable, 1993).

Por otro lado, el profundo sentimiento nacionalista que caracterizaba al proceso revolucionario cubano, y que con gran éxito se transmitió al pueblo, o a las masas enardecidas; se ve alimentado de manera decisiva por una política desde los Estados Unidos hostil hacia el proceso que se gestaba en la Isla. Ante la nacionalización de propiedades a ciudadanos americanos por parte del gobierno revolucionario, el norte responde con la política de embarco o sanciones, económicas, financieras, políticas, etc. Luego invasiones como el ataque por Bahía de Cochinos, los intentos de asesinato del líder Fidel, la crisis de los misiles en el marco de la guerra fría, entre otras acciones que lejos de detener al gobierno dictatorial instaurado, lo fortalecían. La imagen de víctima, de país agredido, alimentaba el sentimiento nacionalista, antiimperialista, proveía al gobierno cubano con un argumento/pretexto mediante el cual afianzar su poder, hegemonía, etc.

La institucionalización del sistema imperante, se consolida en los años 1970s y 1980s, y bajo los argumentos mencionados anteriormente se crea una dinámica de amigo y enemigo, no sólo hacia el exterior, sino también al interior del país. Cualquier expresión de diversidad, cualquier cubano que quisiera un camino diferente, o que simplemente no encajara en la idea de hombre nuevo impuesta por el sistema se convirtió en enemigo. Es bajo este contexto que se penalizan las religiones, la orientación sexual, los gustos musicales, la ideología política, etc. Nada podría atentar contra el sentimiento nacionalista, nada podría salirse de la lógica planteada como eslogan: “dentro de la revolución todo, sin la revolución nada”, pues de lo contrario se debilitaría la posición del país en la guerra contra el enemigo externo.

La patria, la nación y la revolución, el discurso las hace coincidir, configurando una conceptualización que sitúa a los tres conceptos como sinónimos. La ideologización de la sociedad, de la mano de los valores nacionalistas en los que se basó la revolución, plantea una lucha maniquea en la que ser enemigo de la revolución (o amigo) equivale a serlo también respecto a la nación y a la patria. Quien apoya el sistema imperante es patriota, y es cubano; mientras que quien se va al exilio, se afilia a otras ideas políticas o simplemente se sale del guion oficial pasa a ser identificado automáticamente con los adjetivos de traidor o mercenario, o contrarrevolucionario, ocupando por tanto desde un punto de vista oficial, una posición menos “digna” o más reprochable a la hora de juzgar el amor a la patria y la pertenencia a la nación.

Luego de la crisis económica, política y social que se genera en Cuba con el colapso de la Unión Soviética, la situación del país pone en juego la seguridad alimentaria y la calidad de vida de todos los cubanos. La caída del Producto Interno Bruto (PIB), fue de alrededor de un 35-40%, el comercio exterior cubano cayó un 80% debido al fin de los suministros del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), la emigración -especialmente a Miami- alcanzó su pico más alto en 60 años, entre muchos otros indicadores (por ejemplo, la inflación) que alcanzaron niveles escandalosos, dejando en evidencia la inviabilidad e insostenibilidad del sistema (CEEC, 1999). La situación de crisis obliga a un replanteo de lo que significaba la revolución, y de sus vínculos e importancia para la Patria y el proyecto de nación cubana.

Según García (2014) la crisis de los noventas conocida por el eufemismo de “período especial”, y las consecuencias que de esta se derivaron, representaron e impusieron la necesidad de un momento de ruptura y cambio para la economía, para la sociedad y también para la vida política cubana. Todos estos cambios y retos que se presentan cuestionaron las discusiones sobre la nación y el futuro, del país. Una de las consecuencias inmediatas de la crisis es que impone una reforma del discurso oficial y de las políticas que hasta ese momento se llevaban a cabo, hasta el punto de que las políticas impulsadas a partir de ese momento se contradicen con lo que por más de treinta años se venía defendiendo. Algunos ejemplos de lo anterior son la legalización de la circulación del dólar americano, incluso cuando era una moneda penada[1] antes de 1993; la apertura la Inversión Extranjera Directa (IED), luego de que todos los negocios en manos foráneas fueran confiscados en 1959 y los primeros años de la revolución, alegando que la inversión extranjera era uno de los males del pasado; se produce también una apertura al turismo, que hasta ese momento era prácticamente inexistente y considerado como peligroso para el desarrollo del socialismo en Cuba; comienza también una época de mayor tolerancia religiosa, sin confiscaciones, expulsiones masivas de religiosos, encarcelamientos por motivos religiosos, disminuyen los ciudadanos con imposibilidad de acceder a la educación superior para desenvolverse en temas relacionados con las ciencias sociales; comienza una etapa de mayor tolerancia hacia gays, y otras personas consideradas anteriormente como escorias sociales.

En este sentido se puede hablar de un proceso de desmontaje parcial, o del inicio de este proceso respecto a la ideología soviética imperante en la Isla, estos cambios expresan una época de “desatanización” en palabras de Acanda (2000) citado en (García, 2014, pp. 113-114). Al mismo tiempo este autor habla de una época de “desacralización”, en la que los grandes mitos o certezas caen en picada, el sueño del socialismo se ve fuertemente comprometido y suplantado por unas reformas de mercado en la que la mayoría de los cubanos pusieron sus esperanzas. Se desmitifica la ideología impuesta, se cuestiona profundamente la realidad, y surgen incentivos para una reconceptualización, aunque en el marco de una gran incertidumbre y crisis que lejos de evolución, ha implicado deterioro económico y humano de profunda magnitud. Situación que agrava la condición humana del cubano, su condición de persona, su capacidad de actuación como ciudadanos libres y responsables, su potencial asociativo en una sociedad civil vigorosa, o como parte de una nación a la que se tiene sentido de pertenencia y por la que se lucha.

En cierto sentido, el sentimiento nacionalista, que existía en los primeros años de la revolución, a nivel de los ciudadanos, del pueblo se ve cuestionado por el brusco cambio que se produce a partir de la crisis de los años 1990. Se ha llegado entonces a una época en la que la apatía, el desinterés, el rechazo, y la banalización de elementos que en un momento configuraron un sentimiento nacionalista, de pertenencia, amor y compromiso con la nación se apoderan del sentir popular y la huida al exilio se convierte en la solución más común, abriéndose una nueva discusión sobre la identidad y la nación cubana, pues la gran comunidad de cubanos (20% de la población) que vive en la diáspora también se sienten cubanos y para muchos pertenecen a una única nación que ahora se conforma por Isla + Diáspora. Por otro lado, para el gobierno cubano, exiliarse o partir a la diáspora es renunciar a la condición de cubano, es renunciar a la nación; oficialmente se hacen coincidir las fronteras de la nación con las fronteras terrenales de la Isla de Cuba, y al mismo tiempo hacer coincidir la nación, la patria y la revolución sigue siendo el centro sobre el que se basa la ideología nacionalista cubana.

No obstante, lo cubano, la cubanidad, en cierto sentido se ha transformado hacia una mayor superficialidad, apariencia, banalización, etc., de modo que resulta determinante una vuelta a las raíces, a la identidad, a la historia y las tradiciones del pueblo cubano, como elementos decisivos para entender y rescatar lo cubano (García, 2014). De cierta manera, ya se viene dando este proceso de redescubrimiento y replanteamiento de lo que significa la cubanidad, específicamente cuando la retórica nacionalista del gobierno cubano para enfrentar al enemigo del norte cada vez queda más en evidencia. La visita del Presidente Barack Obama a Cuba fue un ejemplo perfecto de ello, pues representó el momento en el que el enemigo se transformó en amigo[2], y comenzó a traer al país isleño, turismo americano, empresas interesadas en invertir en disímiles sectores (algunas de las cuales comenzaron a operar en Cuba como parte de las flexibilizaciones del embargo americano), ayuda para potenciar el acceso a internet, flexibilizaciones de envío de remesas desde los Estados Unidos a Cuba, flexibilización de viajes en ambos sentidos, y muchas otras medidas que dejaron totalmente inefectivo el discurso  nacionalista oficial basado en el enfrentamiento con el imperialismo norteamericano.

A pesar de que las políticas de Trump, vuelven a revivir los aires nacionalistas y la dinámica amigo-enemigo en la que el gobierno cubano mantiene sus últimas cuotas de legitimidad y apoyo popular, no cabe duda de que la visión de los cubanos cada día se abre más hacia una verdad que anula ese nacionalismo victimista que por más de 60 años ha permitido al sistema imperante mantenerse en el poder, incluso cuando sobradas son las pruebas sobre el colapso que representa económica, política y socialmente. Si bien es cierto que Cuba, ha de ser un país libre y soberano, y que debe avanzar con pasos firmes y ojos abiertos para que la potencia más grande del mundo -que asecha 90 millas al norte- no pueda adueñarse de este como sucedió en el pasado; también es cierto que el fin no justifica los medios, y que los cubanos deben ser capaces de encontrar un equilibrio que permita una mayor integración con los Estados Unidos sin que ello signifique renunciar a la identidad cubana, a la nación. Más aún, la parte de la nación cubana que por los últimos 60 años se ha de desarrollado y fortalecido en tierras norteamericanas también es parte importante del futuro, y ha de ser incluida inteligente y creativamente en un proyecto de nación, que como soñaba el apóstol nacional José Martí sea “con todos y para el bien de todos”.

En sentido general, en la historia de Cuba el nacionalismo ha sido una variable siempre presente, en dependencia del momento histórico y de las circunstancias concretas de cada época se ha expresado siempre de formas distintas y ha tenido diversas repercusiones. En este sentido es posible encontrar un hilo conductor desde el inicio de las luchas por lograr la independencia de España, pasando por los años de la república y los movimientos revolucionarios que se plantean una mayor independencia y autonomía respecto a la influencia norteamericana, y finalmente con la revolución cubana.

Las luchas por la independencia, y los primeros movimientos organizados para esta causa encuentran en las raíces de su formación y como combustible para la lucha un sentimiento nacionalista, la necesidad de dejar de depender de la metrópoli y de erigirse como república soberana, independiente y con una cultura e identidad lo suficientemente rica y sólidas como para formar una nación libre e independiente. Luego en la época de la república también es el sentimiento nacionalista el que da inicio a la revolución de los años 30, frente a la necesidad de librar al país del dominio norteamericano. Este será el mismo sentimiento que unos años más tarde permitiera el triunfo de la revolución, con un apoyo popular abrumador. La dinámica amigo-enemigo promovida por la revolución cubana respecto al supuesto enemigo (el imperialismo norteamericano) esconde también una ideología nacionalista que por más de sesenta años ha permitido la permanencia en el poder de un mismo gobierno, y la imposición de una ideología y un solo color político a toda una sociedad.

Finalmente, los debates sobre la nación, la identidad, la cultura vuelven a tomar relevancia en la actualidad, luego de una crisis de magnitudes incalculables desde un punto de vista económico, político, social y humano. Entender lo cubano, redefinirlo, enseñarlo a las nuevas generaciones, rescatar símbolos y signos que históricamente han sido borrados por el gobierno totalitario del último medio siglo, son los desafíos actuales que se presentan a los cubanos. También rescatar lo positivo, insistir en la importancia de la soberanía nacional y la independencia, eliminar los parasitismos políticamente condicionados (como en su tiempo sucedió con la unión soviética, y como aún ocurre con la República Bolivariana de Venezuela) que intentan además importar una cultura o unos valores diferentes a los nacionales. Todos estos son retos para la Cuba actual, desafíos que han de ser superados para lograr una construcción nacional en la que quepan todos los cubanos, una patria con virtud y con valores, pues como decía Félix Varela “no hay patria sin virtud ni virtud con impiedad”.

Referencias

  • Acanda, J. L. (2000). Recapitular la Cuba de los años 90. La Gaceta de Cuba, 3(60).
  • Berlin, I. (2002). La apoteosis de la voluntad romántica. Barcelona: Ediciones Península.
  • Castro, F. (1959). DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, EN EL CLUB ROTARIO DE LA HABANA. La Habana.
  • Castro, F. (1959a). DISCURSO PRONUNCIADO EN LA CONCENTRACION CELEBRADA A SU LLEGADA DEL EXTRANJERO, EN LA PLAZA CIVICA. La Habana: OFICINAS DEL PRIMER MINISTRO.
  • CEEC. (1999). Balance de la economía cubana en los noventa. La Habana: Universidad de la Habana, Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC).
  • García, R. (2014). Historia y discurso nacionalista en Cuba. La Habana: Biblioteca Nacional de Cuba.
  • Kedourie, E. (2015). Nacionalismo. Madrid: Alianza Editorial.
  • Perez-Stable, M. (1993). Cuban Revolution: Origins, Course, and Legacy. New York: Oxford University Press.
  • Radio Cadena Agramonte. (16 de Abril de 1961). Proclama Fidel el carácter socialista de la Revolución Cubana. Radio Cadena Agramonte.

[1] Las penalizaciones por posesión de dólares americanos se extinguen en 1993-1994 como parte de las reformas de apertura económica y al mercado que se lleva a cabo por el presidente Fidel Castro para enfrentar el período especial. Estas penalizaciones implicaban años de prisión por la tenencia de dólares americanos (Ruiz & Molina, 2014).

[2] En 2014 los gobiernos cubanos y estadounidenses, luego de largos meses de conversaciones secretas y con la mediación del Vaticano y Canadá, anuncian sorprendentemente que se comenzaría con el proceso de restablecimiento de las relaciones diplomáticas, camino a una normalización definitiva de las mismas (Bolaños, 2015).

Scroll al inicio