Mujer, libertad es tu nombre

Por Miriam Celaya González
Los albores del movimiento femenino cubano
Las luchas por los derechos femeninos en Cuba tienen sus antecedentes en el siglo XIX, cuando algunas mujeres intelectuales de las clases alta y media, muchas de ellas educadas en Europa, trasgredieron los cánones establecidos por siglos de dominio masculino y por las propias tradiciones familiares y comenzaron a proyectar una imagen más independiente y autónoma.

Por Miriam Celaya González

Mariana Grajales (madre de Antonio Maceo)

Mariana Grajales (madre de Antonio Maceo)

Los albores del movimiento femenino cubano
Las luchas por los derechos femeninos en Cuba tienen sus antecedentes en el siglo XIX, cuando algunas mujeres intelectuales de las clases alta y media, muchas de ellas educadas en Europa, trasgredieron los cánones establecidos por siglos de dominio masculino y por las propias tradiciones familiares y comenzaron a proyectar una imagen más independiente y autónoma. Algunas de aquellas mujeres reflejaron las ideas más avanzadas del momento a través de la literatura[1], otras muchas participaron en las luchas independentistas de la segunda mitad de ese siglo, y es célebre el ejemplo de Ana Betancourt, quien participó en la primera Asamblea Constituyente, como la primera mujer cubana que se pronunció por la emancipación femenina desde el derecho, al proponer que este fuese reconocido en las leyes de la República.
La segunda guerra de Independencia (1895-1898) tuvo incluso mayor apoyo femenino que la gesta de los Diez Años. El Partido Revolucionario Cubano, fundado por José Martí para organizar y dirigir la guerra, contaba hacia 1897 con 49 clubes de mujeres, el 25% del total. Sin embargo, los clubes independentistas femeninos eran representados por hombres[2]. Otras mujeres de esa época se destacaron por llevar las ideas del nacionalismo y de la liberación femenina a la educación, como la maestra María Luisa Dolz, considerada la primera feminista moderna de Cuba. Pero la historiografía hace mayor énfasis en la función de estas mujeres como “madres heroicas” que entregaron sus hijos a la libertad de la patria, o como esposas abnegadas que siguieron a sus maridos –verdaderos protagonistas de la contienda– a los rigores de la vida en campaña. La fuerza política que subyacía en la voluntad femenina fue obviada. El ideal de mujer, fuertemente enraizado en los principios de femineidad como sinónimo de belleza, dulzura, obediencia y discreción, fortalecía el estereotipo de un ser creado y educado para el hogar y la familia, por tanto, desvinculado de los procesos sociales y políticos.
No obstante, las experiencias de las mujeres durante las guerras les permitieron demostrar sus propias capacidades y fuerzas a la par del hombre, preparando el terreno para las luchas que habrían de producirse más tarde en pos de numerosas conquistas sociales. Desde esa ruptura que quebró el imaginario de la fragilidad femenina, el tema de la mujer se colocó en una nueva perspectiva y sentó las pautas para el avance de la participación de las féminas en los procesos políticos y sociales ulteriores.
La República es una mujer
Tras la instauración de la República en 1902, las primeras cuatro décadas del siglo XX cubano vieron surgir y desarrollarse un vigoroso movimiento femenino. Resulta sorprendente constatar los logros alcanzados por los sectores más avanzados de las mujeres cubanas en tan corto espacio de tiempo, pese a que la República nacía tardíamente después de casi 400 años de atraso colonial, en un país exhausto y desgastado por los años de guerra.
Sin embargo, todo proceso social está fuertemente condicionado por la historia y por la cultura. Los factores culturales pautados por las tradiciones de subordinación de la mujer al hombre y en las cuales la esencia femenina se magnifica a través de la maternidad –considerada hasta hoy el atributo femenino por excelencia, con una connotación casi sagrada–, han tipificado las luchas por la igualdad de géneros en Cuba, limitándolas.
Esto se comprueba al comparar los movimientos femeninos en la Isla con los que se produjeron en igual período en otras regiones, donde, a diferencia de las feministas del siglo XX en países como Estados Unidos, cuyas protagonistas daban mayor relieve a la participación de las mujeres en la política, las luchas por los derechos femeninos en Cuba estuvieron particularmente matizadas por la importancia de la maternidad y del papel de la mujer dentro de la familia. Las conquistas sociales de la mujer cubana, en general, no perseguían realmente una igualdad de roles con respecto a los hombres, sino lograr mayores espacios, oportunidades laborales, seguridad social en tanto madres de familia e impulsar programas que ayudaran a resolver los problemas de la pobreza[3]. En esencia, lejos de disputar los espacios tradicionalmente masculinos, las feministas cubanas aspiraban a ampliar o mejorar los propios espacios femeninos.
No obstante, las mujeres constituían una fuerza formidable. En fecha tan temprana como 1914 se iniciaron en Cuba los debates sobre la pertinencia de legislar el divorcio. En 1916 se presentó un proyecto de ley que garantizaba a las mujeres casadas la libre gestión de sus bienes, que fue aprobado en mayo de 1918. En ese propio año fue aprobado el proyecto de ley de divorcio. Ya en 1919 las mujeres cubanas habían alcanzado el mismo nivel de alfabetización que los hombres, y en los años 20 se graduaban proporcionalmente tantas mujeres en Cuba como en las universidades norteamericanas[4]. Entre 1923 y 1940 los grupos feministas influyeron en las fuerzas políticas para apoyar la legislación sobre los derechos de la mujer.
Como en la etapa independentista, fueron mujeres de las clases media y alta las que impulsaron el desarrollo del movimiento feminista cubano en la República y fundaron diversas asociaciones y órganos de prensa para defender los intereses de la mujer. No era un movimiento homogéneo ni tales intereses eran uniformes. Algunos de estos clubes se fundaron sobre ideas que aspiraban a profundas reformas sociales, otros propugnaban la participación de la mujer en la política electoral o destacaban por su carácter eminentemente cultural e intelectual, defendiendo la tesis que consideraba imposible el cambio radical de la situación femenina sin el auxilio de la educación y la cultura. Una organización destacada fue la Unión Laborista de Mujeres, asociación que colocó la cuestión de la mujer de la clase obrera por encima del derecho femenino al sufragio[5].
En este período se incrementó el activismo femenino dirigido a influir en decisiones legislativas, se establecieron alianzas con diversos grupos controlados por hombres, se produjeron manifestaciones callejeras, se divulgaron las ideas pro derechos de las mujeres a través de los periódicos y la radio, se construyeron clínicas de obstetricia, se organizaron escuelas nocturnas para mujeres, se desarrollaron programas de salud para la mujer y se establecieron contactos con grupos feministas en el extranjero[6].
Ciertamente las grandes transformaciones legales que se produjeron en esa primera etapa en torno a los derechos de la mujer fueron impulsadas más por los intereses económicos y políticos de algunos sectores del poder que por las propias luchas emancipadoras de las mujeres, pero es innegable que las movilizaciones organizadas por las activistas ayudaron a modificar el derecho civil y de bienes, reconociendo las relaciones de la mujer dentro de la familia, un significativo avance en materia de derechos femeninos en comparación con otros países de la región en el mismo período.
En 1923 se celebró el Primer Congreso Nacional de Mujeres con 31 asociaciones de diferentes regiones de Cuba. Tampoco en esta ocasión la agenda femenina atacaba las relaciones patriarcales como origen de la opresión sobre la mujer, sino que subordinaba las acciones femeninas a su rol tradicional para alcanzar sus metas. La más importante de estas era “el reconocimiento general de que la maternidad era un derecho divino de la mujer y que justificaba su ejercicio de la autoridad política en la Cuba nacionalista”[7]. En 1925 las mujeres celebraron su Segundo Congreso Nacional, esta vez con 71 asociaciones, en cuyo marco el entonces presidente, Gerardo Machado, prometió que concedería a las mujeres el derecho al voto durante su mandato presidencial[8].
Los reclamos de derecho al voto por parte de un sector del movimiento feminista se convirtieron así en moneda de cambio que sujetaba las aspiraciones de justicia e igualdad de las mujeres a los intereses políticos de grupos de poder representados por hombres.
Sin embargo, este fue un período en que, pese a las limitaciones impuestas por la secular sujeción a la voluntad masculina, por el poder político detentado por los hombres y por la fuerte separación de roles por género en todas las esferas de la vida social refrendadas en los códigos españoles todavía vigentes en las primeras décadas de la República, aquellas cubanas “fueron capaces de articular un nuevo modelo para las relaciones sociales que diera más autoridad y respeto a la mujer, y estaban en condiciones de proyectar una imagen de la mujer emancipada[9]. Surgieron nuevos movimientos y grupos femeninos que reclamaban derechos civiles más radicales, como las jornadas laborales de ocho horas y el cobro de la maternidad.
En 1933, tras ser derrocado Gerardo Machado, una organización femenina reclamó el derecho al voto que se había propuesto desde el siglo anterior por Ana Betancourt. En 1934 fue aprobada una Constitución provisional que reconocía formalmente el voto femenino[10]. En 1939 se celebró el Tercer Congreso Nacional de Mujeres, una de cuyas resoluciones finales exigía “una garantía constitucional para la igualdad de derechos de la mujer”[11]. Este reclamo fue discutido en la Asamblea Constituyente y finalmente reconocido en el artículo 97 de la Constitución de 1940: “Se establece para todos los ciudadanos cubanos, como derecho, deber y función, el sufragio universal, igualitario y secreto”[12]. Paradójicamente, a despecho de la naturaleza tradicionalista del movimiento feminista en la Isla, la mujer cubana podía votar y ser elegida a un cargo público antes que muchas sufragistas de países más desarrollados.
Sin embargo, aunque la Constitución de 1940 declaraba la igualdad de todos los cubanos ante la Ley, no se dictaron leyes complementarias para que esto tuviera efecto; así, el derecho alcanzado en la letra constituyó la meta final del movimiento feminista en pro de las transformaciones legales que supuestamente legitimarían la igualdad de género. Las tradiciones machistas continuaron profundamente arraigadas en la conciencia de la amplia mayoría de las mujeres, quienes permanecieron en estado de subordinación económica y social con relación a los hombres. Así, los poderes políticos y judiciales continuaron en poder de estos y la “igualdad” refrendada en la Constitución fue letra muerta frente a la realidad de una sociedad tradicionalmente machista.
A partir de ese momento, salvo excepciones, la mayoría de las organizaciones y clubes femeninos olvidaron todo reclamo político para dedicarse a programas y actividades sociales de apoyo a determinados sectores, fundamentalmente mujeres, niños e instituciones caritativas. La relativa autonomía que caracterizó al movimiento feminista de los años anteriores se redujo al someterse a intereses políticos de los grupos de poder (masculinos), lo que trajo como resultado un retroceso en la conciencia de igualdad de género y ralentizó el proceso de emancipación femenina.
No obstante, pese a la insuficiencia de los mecanismos jurídicos para implementar las medidas favorables a las mujeres y a las limitaciones heredadas de la cultura e idiosincrasia, durante la República se lograron importantes avances para los sectores femeninos, tales como el derecho al sufragio, la plena capacidad para decidir sobre sus bienes, la ley de maternidad remunerada (aunque esta no incluía a las trabajadoras domésticas ni a las mujeres agricultoras), el reconocimiento de los derechos de los hijos “ilegítimos” y un incremento gradual de la protección de los derechos de las mujeres trabajadoras.
La revolución de 1959: muerte del movimiento feminista cubano
Basta una mirada al proceso revolucionario que tomó el poder en 1959 para comprobar que en muchos sentidos constituyó una regresión dramática para el movimiento femenino. Desde los inicios, la mujer mantuvo una posición de acatamiento con respecto al liderazgo masculino. La revolución no incluía en sus programas iniciales propuesta alguna a favor de la emancipación femenina. De hecho, ninguna mujer participó en la elaboración del programa revolucionario ni propuso los objetivos o aspiraciones sociales del sector femenino, ya para entonces con una importante representación en los puestos de trabajo y en los centros de estudios, incluyendo las universidades. Al finalizar la etapa insurreccional en la cual participaron numerosas mujeres, ninguna de ellas alcanzó los grados de Comandante, en contraste con los altos grados militares alcanzados por varias mujeres en las guerras de independencia decimonónicas[13] y el prestigio que ganaron entonces.
Las mujeres que subieron con los rebeldes a la Sierra Maestra reprodujeron los patrones sexistas establecidos por la tradición, subordinándose incondicionalmente a las decisiones del mando, siempre masculino, y quedando relegadas a repetir en condiciones de campaña el modelo patriarcal, las funciones domésticas, la sumisión al hombre. Este esquema se mantuvo una vez alcanzado el poder por las fuerzas rebeldes. Ninguna mujer ocupó altos cargos de dirección ni ha detentado hasta hoy responsabilidades políticas de envergadura, pese a que las mujeres revolucionarias cumplieron una función clave en la resistencia urbana sin la cual no hubiese sido posible el sostenimiento de los rebeldes en las montañas, y muchas se habían incorporado a la lucha armada.
La movilización de numerosas mujeres durante el presidio de los asaltantes al cuartel Moncada –con la recogida de 20 mil firmas presentadas al Senado– había sido crucial para la concesión de la amnistía gubernamental para estos, de manera que Fidel Castro comprendía a cabalidad la importancia de esta fuerza. Ya en la guerra, Castro concibió la creación de un frente femenino que respondiera al movimiento 26 de julio, liderado por él. En 1958 se formó el Batallón Femenino “Mariana Grajales”, mientras el Directorio Nacional del Movimiento 26 de Julio tenía una fuerte representación femenina.
Después de enero de 1959 se creó la Unión Femenina Revolucionaria, organización precursora de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), a fin de apoyar los programas sociales de la revolución con la movilización de las mujeres. Todas las organizaciones femeninas que habían existido hasta ese momento fueron desmontadas para evitar tendencias diferentes a las orientadas desde el nuevo poder político. Ninguna mujer, incluyendo las que tuvieron un desempeño destacado durante la guerra, fue tenida en cuenta para ocupar cargos en las esferas de decisiones. Solo una ocupó, efímeramente, la cartera de Educación, y Vilma Espín, en su calidad de cuñada de Fidel Castro, encabezó la Federación de Mujeres Cubanas desde la creación de esta organización hasta su muerte.
Desde su creación por el líder de la revolución, el objetivo principal de la FMC se dirigió a estimular y apoyar la participación de la mujer en la vida política, económica y social, condicionada por la fidelidad a la revolución y a la nueva ideología en el poder. “La FMC se describió a sí misma como una organización femenina, pero no feminista, dado que el feminismo era considerado como un movimiento social que desviaba esfuerzos y atención de la lucha revolucionaria, además de una ideología propia de las ‘burguesas ociosas’”[14].
A pesar de la resistencia familiar, consecuencia de la secular tradición machista, en sus inicios la mayoría de las mujeres asumieron con entusiasmo la pertenencia a la nueva organización. Con el paso del tiempo, los mecanismos de condicionamiento y control político hicieron de la FMC un mero órgano de transmisión de orientaciones dimanadas desde el poder para ser obedecidas por las féminas, como una manera de legitimar a través de una supuesta “igualdad de género” el modelo “socialista” impuesto. Ya hacia 1995 el 82% de la población femenina estaba formalmente integrada en la organización.
El gobierno revolucionario retomó la vieja estrategia de los políticos de la República tras el logro del sufragio femenino, cuando “la captación del favor de las mujeres fue uno de los objetivos prioritarios para todos los partidos políticos, que utilizaron la inclusión de las demandas de las mujeres en sus programas políticos para intentar decantar la balanza en las luchas entre conservadores y liberales[15]. Nuevamente la fuerza femenina se subordinó a los intereses políticos de una elite machista en el poder, solo que esta vez, con la desaparición de las estructuras cívicas que sustentaron sus luchas en etapas precedentes, desapareció como movimiento social independiente y se perdieron los espacios de autonomía que se habían conquistado. La ideología femenina quedó diluida así en un supuesto pensamiento colectivo revolucionario, y la voluntad de las mujeres fue sujeta al modelo masculino entronizado en el poder, subordinada a los intereses políticos del gobierno.
Es contradictorio que, junto a la pérdida de la autonomía femenina en tanto fuerza política, actualmente más del 60% de los profesionales y técnicos del país son mujeres. En contraste, la casi totalidad de los cargos de dirección son ocupados por hombres, lo que ilustra la preeminencia de los patrones masculinos que mantienen la discriminación de la mujer a contrapelo de las “conquistas” otorgadas desde el poder.
Cuba hoy. Mujer: libertad es tu nombre
En los últimos años Cuba ha estado asistiendo a un nuevo escenario en que las mujeres han venido jugando papeles cívicos y políticos protagónicos desde espacios alternativos. Uno de los más destacados movimientos femeninos de estos tiempos ha sido el de las Damas de Blanco, que si bien no constituye una lucha por espacios propiamente políticos sí ha significado una muestra incuestionable de la fuerza de las mujeres cuando de la defensa de derechos se trata. Lo que se inició como un movimiento femenino aislado, por la liberación de sus familiares presos políticos, ha devenido un visible espacio contra el totalitarismo y en pro de la democracia para los cubanos.
Por su parte, el periodismo independiente que ha estado cobrando fuerzas gracias al uso de las tecnologías de la informática y las comunicaciones aunque todavía con limitado alcance al interior de Cuba, ha ofrecido un espacio protagónico a numerosas voces femeninas críticas al gobierno, que demuestran, a la vez que madurez cívica, la pujanza del talento femenino en función de la democracia. La joven Yoani Sánchez, animadora principal del fenómeno bloguero alternativo en Cuba, creó la plataforma digital Voces Cubanas, que muestra un variado mosaico de rostros femeninos de disímiles generaciones con múltiples intereses y, resueltos a manifestarse sin tutelajes políticos del poder y sin el “amparo” masculino.
Otras muchas acciones femeninas están participando en la lucha por la libertad como no había ocurrido en los últimos 50 años. No se trata de un movimiento feminista propiamente dicho porque la plena emancipación de la mujer solo es posible en condiciones de democracia. Pero es evidente que se está produciendo una sacudida en la conciencia individual femenina y en la autoestima de género, fenómeno que coloca a las mujeres en la vanguardia de las luchas por la libertad en Cuba.
La emancipación plena de la mujer exige también de la responsabilidad cívica plena. La elevada presencia de mujeres en las filas de la disidencia y de la sociedad civil alternativa sugiere un posible repunte de las luchas por la igualdad de género en tiempos venideros. Solo la restauración de la democracia podría ser la oportunidad idónea para el surgimiento de una futura conciencia de género, porque no hay autonomía posible desde la miseria, desde la pobreza, en un totalitarismo.
El futuro en libertad nos mostrará si al calor de estas acciones de hoy la mujer cubana está forjando su definitiva emancipación o si se dejará arrebatar una vez más los espacios tan duramente conquistados. Libertad es un sustantivo femenino que ahora mismo están honrando las mejores mujeres cubanas. Mi apuesta es con ellas y por nosotras; no contra los hombres, sino junto a ellos.
Bibliografía
Astelarra, Judith. ¿Libres e iguales? Sociedad y política desde el feminismo. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2005.
Benítez Pérez, María E. La familia cubana en la segunda mitad del siglo XX. (Cambios sociodemográficos). Colección Sociología, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2003.
Caballero, Armando O. La mujer en el 95. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1982.
Castellanos, Dimas Cecilio. Desentrañando claves. Inédito, 2011.
Holgado Fernández, Isabel. ¡No es fácil! Mujeres cubanas y la crisis revolucionaria. Editorial Icaria-Antrazyt 152, España. 1994.
Stoner, K Lynn. De la casa a la calle. El movimiento cubano de la mujer en favor de la reforma legal (1898-1940). Editorial Colibrí, España, 2003.


[1]En este sentido Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), escritora, poetisa, novelista y dramaturga, es considerada una precursora del feminismo moderno.

[2] K. Lynn Stner. De la casa a la calle, pp. 44-47

[3] Stoner, K. Lynn. De la casa a la calle. El movimiento cubano de la mujer en favor de la reforma legal (1898-1940). Editorial Colibrí, España, 2005.

[4] K. Lynn Stoner. De la casa a la calle, p. 184

[5] Castellanos, Dimas Cecilio. Desentrañando claves (inédito), La Habana, 2011

[6] Castellanos, Dimas Cecilio. Desentrañando claves (inédito), La Habana, 2011

[7] K. Lynn Stner. De la casa a la calle, p. 29

[8]Una vez en el poder, Machado incumplió su promesa y el voto femenino se incorporó entonces a los programas políticos de los partidos de oposición para aprovechar la fuerza femenina en los comicios.

[9] K. Lynn Stner. De la casa a la calle, p.123

[10] El artículo 38 de dicha Constitución rezaba: “Todos los cubanos de ambos sexos poseen el derecho del voto activo o pasivo según las condiciones y excepciones que determina la ley”.

[11] K. Lynn Stoner. De la casa a la calle, p. 259

[12] H. Pichardo. Documentos para la historia de Cuba. Tomo IV, Segunda Parte, p.349

[13] Castellanos, Dimas Cecilio. Desentrañando claves (inédito), La Habana, 2011

[14] Holgado Fernández, Isabel. P. 269

[15] Holgado Fernández, Isabel. ¡No es fácil! Mujeres cubanas y la crisis revolucionaria, p. 263

Scroll al inicio