Por Maikel Iglesias
El reggae es el sonido de la gente cuando en su silencio se deja escuchar, el aplauso de la naturaleza. Es el himno privado de los pueblos. El jazz es la liberación. El éxtasis. Una lámpara que encenderá tu vida en las noches oscuras del viernes. Venid, oíd, vivid; libérate en la guerra de los símbolos. Fráguate una paz contigo y siempre. Todo lo que ayer buscabas ahora se resume en ti. Toda la verdad respira con el aire que olvidaste. Nos aguarda un camino trillado por la voz del tiempo, vamos, soy Slancio y te invito a volar, soy nosotros, tú mismo, soy ahora.
Eran tres o cuatro gatos arañando en el tejado y unas ganas infinitas de abrazar la luna, aullando por todos los lugares con sus trastes del 67, siguiendo las notas perdidas en el pentagrama que fue izando en la memoria, el sueño de volver a un mundo nuevo. Eran pocos o bastantes de la escuela al callejón retozando con lo prohibido, entre aquellos cachivaches y el escepticismo popular de entonces, bombardeado a todas horas por la moda, importaciones, souvenir y reciclaje. Érase todo el deseo de unos tipos que pensaban diferente y creían en sus voluntades. Fueron tantos los algunos como el ser que multiplica su firmeza por el corazón, cuando pocos le auguraban buena onda. Ellos apostaron hasta el fin toda la ilusión con que vivían, su presente más adverso e iconoclasta, babélico a la enésima potencia. Mientras unos en pandilla se entregaban a la feria del alma y otros culebrones. Así empezó la historia de esta lucha de contrarios. Sobre asfalto mojado y perfidia. Sin más capital que la suerte, sin otra licencia que la vocación, los sueños, talento, holocausto y tesoros por venir. Tres felinos se hicieron al mar desde un pueblo pequeño y prescindible, desde aquella bahía olvidada que sólo aparece en los mapas, con noticias de muerte, ciclones, tabaco o béisbol, esporádicamente. La que ayer fue un motivo de burlas por su ingenuidad, su esperanza tan verde todavía, y los otros colores humildes en los mismos portales de siempre. Richard era un loco para muchos, una piedra en el zapato de los necios molestando en los juanetes del poder y lo que está de moda. Es hermoso su designio, interesante, promisorio; pero tan condenado hasta morirse de hambre. Aquí no hay cultura para eso, tal vez en La Habana o en Nueva York. Nosotros subsistimos con mentalidad de aldeanos. Recuerdo a los escépticos rifarse estos elogios de estribillo, realistas, pragmáticos; palabras evocadas desde la obediencia, el sentido común o el cansancio. A veces pernicioso, a veces desprendido; cuando apenas soplaba una brisa a favor de los filibusteros, cuando a Slancio aún no le llamaban por su nombre e iban tres en carabelas a la vieja Europa, Oceanía, Paso Real City o cualquier isla original, de vuelta; un rincón en donde izar sus instrumentos, las armas que habrían de bastarle para desafiar a esos ateos de la música, corsarios que luchaban al compás de un ritmo malversado. Bajo, drums y guitarra contra el Sheriff. Bomba, sentimiento y poesía contra el seudorritmo; inquietos, rebeldes y providenciales. Piratas conspirando con su arte contra Babilonia. En un tiempo de fusión o confusiones. Fue así como les conocí en el mar. Guiaba mi chalupa contra la corriente y en el centro de la niebla divisé sus velas. Corríamos un año del siglo de las sombras.
No estábamos tan solos como un día creímos. Sumaba a este piquete las ideas de un titán infatigable, un sembrador de utopías, el hombre que ha vivido más de medio siglo y pareciera poco, el hombre que ha sobrevivido tres generaciones buscando los orígenes, el hombre que se fue tras la verdad, y se oculta en los anales y abre zanjas en la tierra; no para erigir trincheras contra su enemigo (por eso en los periódicos cabalga inadvertidamente o digamos que se muestra tímido, no es un tipo de los medios, es más bien un médium de los ghettos), no por escaparse hacia la nada, sino tras la semilla, sino a donde el agua. Siempre a la raíz. Joseph, por eso te ganaste un blues y el cariño de todos. Por eso hoy te cantamos gracias por el jazz, caballero honorable del fútbol. Nunca dejaste esperando a la novia del saxo, a la chica delirio de tantos metales. Gracias por tanto sudor, y la sangre que pusiste en tus rugidos; a tu diario de goles le fuiste sumando un efecto sonoro vital. Cuando algunos presagiaban su caída, y hablar de música era un tema tabú. Una trama ante la cual nuestros ancestros, no hacían más que persignarse y cruzaban los dedos antes de pronosticar. Una mano sobraría para transcribir a los reales trovadores, con dos pudiere hacer un cuento gótico. Giraban en el aire mil preguntas, graffitis salpicaban las paredes que se abrían en pedazos con un huracán de lágrimas. Seguía lloviendo a miles sobre asfalto humedecido, llovía siguiendo aquel sendero del abismo, nubes asfaltadas. ¿Dónde están los músicos de esta ciudad? ¿A qué hotel de esta isla se prostituyeron? ¿A qué lado del mar se marchó el periodismo? ¿Por qué gira turística olvidó la crítica su razón de ser? Aquellos que soñaron con decirle verdades a la gente, dejaban la mirada en el mercado, o simplemente obturaban sus oídos para no escuchar, el humilde silencio que se levantaba entre acordes y glisandos contra el Sheriff. A fuerza de un Giant Steps de John Coltrane, los prodigios del Bird Charlie Paker, From África, sambas, Andrea´s Tema, Frizzy, bossas y; otros tantos milagros nacidos en el corazón de Richard: el Padre, el guía; con uñas de marfil o plectros de imaginación. En solos de su vieja guitarra, majestuosa y políglota. Anfitrión de la peña del miércoles, en museos o en el barrio. Antes en las tablas de un teatro cuyo nombre hoy no puedo recordar y que ahora exhibe entre su cartelera, la puesta de una lápida en reposición: cerrado por labores constructivas, el arte está en peligro de derrumbe. Luego en un lugar a cielo abierto cada sábado a la hora en que dormía la mitad de la ciudad. ¿Quién sabe si un poquito menos? Después en una casa de poetas e incansables bebedores, digo, soñadores; donde el Barman pide tiempo a los clientes para aplaudir los disparos, los misiles que el drum le regala a la noche en Tempestad Blues,un himno con marcado stress social, con los signos tribales del pueblo,lacanción que le pide la gente mientras productores, locutora y sonidistas; encogen la cabeza entre los hombros ante la apoteosis del más fiel. Público que exige otra, y ¡otra! Cuando aquellos que organizan la tertulia se tiraban de los ojos para decretar el gong. Inútil, infecundo, ocioso; contrario a las noticias que publica entre doradas letras, el bajo de Yoan Alonso Blanco. Antes en un 4 cuerdas que le quedaría chico, luego con un 5 ó 6 que en el comienzo pareciera enorme para su temperamento, y después le ayudaría a descubrir su condición mayor. El asalto a los montes sagrados, aquel alba de sus temas más originales: Picadillo, una nota de aplomo en el progreso y; Paseo en clave de Fa, una vuelta natural a sus orígenes; sin tanto adorno ni especulaciones, simple y bien almado. Revalorizando en cada célula melódica el dinero de la gente, el peso pinareño, visas y divisas desde el barrio. Será por esta progresiva conexión del bajo, drums, guitarra, que la magia de Slancio no se acaba cuando cierran los tres bares que hay en mi ciudad y reluce en la esperanza de la gente un continuamos y; algún saxo de Yunior que he omitido ex profeso entre mis líneas anteriores porque hablaba bien seguro de que el mismo no precisaría una presentación formal, más allá de su categoría de recién graduado que se estrenaría como espíritu del grupo luego de sus proverbiales interpretaciones sobre el majestuoso Tom Jobim y su virtud loable para componer, temas que harían de Slancio un árbol más frutal que maderable y le valieran una calificación de 5 o súper excelente en su concierto de titulación-y qué hablar del hechizo que conspira contra todos cuando junta su elegancia con aquel aliento cósmico del drums, percutiendo la vida, vendaval que sabe bien a donde va: Diuleisis. No sé si lo logré reproducir correctamente, su nombre se las trae como su talento. Lo único real es que el menor que manda sobre el drums, arranca los aplausos más atómicos, y emana una fuerza que contagia todo el session (con matices de rumba, rock and roll o hip hop; cada vez que desenvaina sus baquetas) o ese patio underground de dormidos y sonámbulos, cuerdos y ebrios; quise decir poetas, trovadores, buena gente, malos tipos, regulares, casa de diversidad, conocida como casa colonial, sita frente a un policlínico; el patio donde un barman se deleita entre canciones y poemas. Y se torna dadivoso con mi amigo cuando sirve un doblete de ron, casi siempre barato, mas por suerte, cubano. Cuando llega el final del concierto junto con aquellas cervecitas polares de diez cañas o diuresis equina. Como dice una abuela de 70 que le sabe varios trucos a la levadura.
El Sheriff vive. Algunos en el pueblo no se han dado cuenta. El jazz es una bomba de fe. Slancio, una esperanza que persiste conspirando.
Maikel Iglesias (1980)
Pinar del Río,
Poeta y músico pinareño