Por Madeline Cámara
Esa fue la noche del Maestro, bajo el techo del teatro Cervantes, en Málaga, el 29 de junio del verano del 2007. Los sonidos se dejaban escapar de sus manos, como volando, y la audiencia de inmediato reconoció “Andalucía,” del otro gran cubano: Lecuona, pieza creada por él para honra del Sur de España, tierra que ahora acoge a Bebo Valdés y a su esposa. Importa decir que Bebo reside en Benaldamena, con su compañera de origen sueco, y que han encontrado su casa en este pequeño lugar de la Costa del Sol. Por eso, este concierto es un poco para “los vecinos”, distinto a otros que ha estado ofreciendo en su reciente gira por España.
Bebo ofrecía un concierto auspiciado por CUDECA, fundación sin fines de lucro, que desde hace 15 años se ha establecido en la provincia de Málaga para ocuparse de proveer cuidados paliativos a los enfermos en estado terminal de cáncer. Toda la recaudación del evento, a la que el teatro Cervantes también renunció, fue a parar directamente a la fundación y a su obra benéfica. Con razón, con cariño, los anfitriones del espectáculo lo llamaban con respeto y agradecimiento “Don Bebo Valdés.” Los aplausos tras cada pieza parecían interminables, y Bebo, con esa auténtica modestia suya, no cesaba de agradecer a su audiencia, saludándolos a su vez. “Cuando yo subo al escenario tengo que procurar que al público le agrade mi trabajo, es mi deber,” reza una cita suya en el programa.
Como bien se advertía con elegancia en sus páginas: “las piezas podrían variar en su orden y su contenido según considere el Maestro apropiado”. Y así fue. Buscando eso que solo los grandes artistas logran sin esfuerzo: la comunicación con su público, el recital se iba abriendo en círculos que incluían la de los presentes con palmadas o tarareos, como sucedió durante la interpretación de “La bien pagá” pieza que compartió una vez con el famoso Cigala, bien conocido por los del patio. Para un gusto más internacional, ofreció el “Homenaje a George Gershwin,” y para los exigentes de sonidos experimentales del piano cubano contemporáneo: “Cuba Linda,” y “Oleaje,” esta última de la inspiración del Maestro Valdés y mi preferida entre las que ejecutó esa noche.
No obstante, quizás el momento que más me emocionó fue aquel en que me descubrí cantando bajito “Marta,” vieja canción cubana que Bebo interpretó con una delicadeza solo comparable a la sencillez de la letra de Moisés Simons: “Marta, capullito de rosa,” puedo aun recordarla de labios de mi padre, en una de esa escenas familiares tan hondamente grabadas que se me confunden en esa región donde habitan la infancia y la patria para todo exiliado. Días antes, como parte de la clase de verano que ofrecía a mis estudiantes de University of South Florida, de visita conmigo en tierra andaluza, les explicaba que me era difícil describir qué era “lo cubano:” Bebo esa noche fue simplemente mi mejor respuesta.
Para redondear más esta parte personal de la experiencia, que me he permitido compartir con La habana elegante, portal virtual de la comunidad cubana donde todos podemos encontrarnos, debiera precisar que reconocí en ese momento lo que pueda haber en mí de cubanía en “el sonido Valdés.” En el Cervantes de Málaga también estuvo Chucho Valdés, el hijo, que acompañó al padre en un inolvidable dúo interpretando “El Cumbanchero”. El director de cine español Fernando Trueba, amigo de ambos, y presentador esa noche del espectáculo, supo que Chucho no debía quedarse simplemente en su butaca, acompañando a su esposa, y su pequeño hijo Julián, sino que debía regalarnos a todos con su arte en el escenario.
Para placer de los estudiantes que me acompañaron, cuando como buenos fans fuimos a la escalerita lateral del edificio a saludar a los músicos, Fernando Trueba tuvo la cortesía de llamar a Bebo para que se acercara al grupo. Entonces se abrió una ceiba en la noche malagueña. Y fue el Caribe quien nos reunió por unos instantes: Roberto Jiménez, de Puerto Rico, Ana Cecilia, de Dominicana, y yo de Cuba. Allí con Bebo, su hijo y su nieto: los Valdés, tres generaciones del más simbólico apellido de la cultura cubana, el que nos remite a los orígenes mezclados de nuestra nación. “Soy de Regla”, le conté a Bebo, y él en cambio me mostró la pulsera abacua que siempre le acompaña y protege. “Ojalá este concierto se repita pronto en La Habana,” le dije. Compartiendo la limpia mirada de sus ojos verdeazules, con su voz, igualmente clara y cálida, me contestó: “Dios te oiga.”