Con creciente frecuencia, diversas personas de diferentes sectores y modos de pensar, me preguntan cuál creo que debería ser el papel de la Iglesia Católica en una etapa de transición en Cuba. Como laico e hijo de la Iglesia he meditado mucho en esto y quiero dejar claro que se debe diferenciar el papel de la Iglesia como institución religiosa y el papel de los laicos como ciudadanos que tenemos un compromiso cívico y político de inspiración cristiana con nuestra Patria.
La Iglesia, como comunidad, puede y debe asumir un rol institucional guiada por sus obispos, mientras que cada laico cristiano, siempre siendo fiel a su conciencia e inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia, puede asumir un compromiso político o cívico según sus propias opciones con fidelidad al Evangelio. No todos los laicos o religiosos, como personas libres y responsables, tienen que asumir las mismas opciones cívicas y políticas. Esa es la riqueza del Evangelio que motiva y fecunda la diversidad de carismas válidos y la diferenciación de roles dentro del tejido de la sociedad civil.
La legitimidad de la voz y el testimonio de los laicos en la Iglesia
A lo largo de la historia bimilenaria de la Iglesia, el testimonio, la voz y la acción de los laicos cristianos han sido escuchadas y valoradas en los diferentes niveles de la Iglesia jerárquica. Solamente dos ejemplos: Santa Catalina de Siena (1347-1380), laica, mística, filósofa, diplomática y Doctora de la Iglesia que le escribía directamente al mismísimo Papa Gregorio XI, exiliado en Aviñón, Francia, para que regresara a su sede en Roma y asumiera desde allí la dirección de la Iglesia Universal. No solo logró este propósito, sino que sirvió al Papa como embajadora y negociadora de la paz con Florencia. Escribió también a príncipes y cardenales para defender lo que ella llamaba “el navío de la Iglesia” de las tormentas políticas, las connivencias, las guerras y la corrupción.
Otro ejemplo fue Santo Tomás Moro (1478-1535), laico, filósofo, teólogo, jurista, parlamentario y canciller de Inglaterra. Fue decapitado por mantenerse fiel al Papa y por oponerse éticamente al divorcio del rey Enrique VIII. Es venerado como mártir tanto por la Iglesia Católica como por la Iglesia Anglicana.
Estos son solo dos ejemplos, un hombre y una mujer, pero podemos encontrar, a lo largo de los siglos, con innumerables testimonios, incluso martiriales, del compromiso de los laicos en la Iglesia. Hoy día el tema de la sinodalidad, que es un estilo de ser Iglesia participativa, ha puesto sobre la mesa, otra vez, el papel de los laicos en la comunidad cristiana y en el mundo. Los laicos en la primera línea en el mundo y los pastores, desde la comunidad eclesial, acompañándolos y apoyándolos. Es desde esta perspectiva de comunión y participación que respondo, desde mi vocación y compromiso laical, a la pregunta que me repiten cada vez con mayor insistencia y urgencia:
¿Cuál sería la misión de la Iglesia en tiempos de transición?
Pues mi opinión es la siguiente:
La Iglesia Católica en Cuba también debería tener, como cada cubano, un Plan B. Es decir, pensar, prever, y concretar un plan emergente sobre cuál sería el rol de la Iglesia en el momento que comiencen los cambios verdaderos en cualquiera de los escenarios posibles: el volcán de la violencia, el avión de la estampida, el reloj de la salida biológica, el cambio fraude con su piñata, o la transición pacífica y ordenada. En cualquiera de ellos, la Iglesia podría brindar, por lo menos, tres servicios y cinco actitudes:
Tres servicios de la Iglesia en la transición:
1. Cuidar: La Iglesia está para cuidar la vida. Su cuidado pastoral abarca tanto la asistencia material como el acompañamiento espiritual. Cuidar la vida, tanto de las víctimas como de los victimarios, frente a la violencia, el odio y la venganza. Velar por los presos, los desaparecidos, los reprimidos. Cuidar de las consecuencias del caos y cuidar de la muerte. Su rol principal es sanar el daño antropológico, ella es experta en humanidad. Tiene la vocación, la misión y los medios suficientes para sanar al hombre dañado y sanar el alma de la nación. Ese sería su rol identificativo porque es de carácter espiritual y educativo. Rescatar la memoria histórica y las raíces fundacionales de la nación cubana, porque la Iglesia es memorial vivo de la nación donde vive. Predicar y apoyar la justicia transicional frente al ajuste de cuentas y la revancha. Anunciar el perdón y la reconciliación sin amnesia y sin impunidad. Salir a rescatar a las víctimas de los brazos de las luchas fratricidas. Luchar por la abolición total, definitiva y para siempre, de la pena de muerte.
2. Mediar: La Iglesia tiene la autoridad moral, la experiencia en solución pacífica de los conflictos y los medios humanos, éticos y espirituales, para brindar un auténtico servicio de mediación entre las diferentes opciones de los cubanos, de la Isla y de la Diáspora. La Iglesia no es neutral, es mediadora. Ella puede ser garante de un clima de seriedad, confianza, probidad, respeto y libertad para garantizar que se pongan sobre la mesa los diferentes conflictos a resolver y las legítimas alternativas a proponer. Ella puede ser testigo y cronista de la veracidad, de la honestidad y del cumplimiento de los acuerdos que salgan como fruto de la negociación entre las partes.
3. Proponer: La Iglesia como institución puede prestar el servicio de proponer actitudes y acciones éticamente aceptables, proponer la preservación de un clima de serenidad y seriedad, en fin, asumir, educar y promover las cinco actitudes indispensables para hacer el tránsito pacífico y auténtico hacia la democracia que proponemos a continuación. Y también, por su parte, desde su identidad e inspiración cristiana, los laicos como Iglesia tenemos la principal vocación y misión de proponer salidas éticamente válidas. Debemos ser profetas de las propuestas, profetas de la esperanza. Profetas de la reconstrucción de Cuba. Nos corresponde pensar en Cuba, prever lo que necesita Cuba, formular propuestas para el tránsito y la reconstrucción de Cuba. Todo eso, asumiendo el sacrificio, incluso el martirio, sea civil o sea cruento, para ofrendar en el ara de la Patria y en el altar de Dios, el precio de la libertad, la responsabilidad, la justicia y la paz. Sin propuestas la Iglesia, y en ella los laicos cristianos, no seríamos fieles ni a Jesucristo, ni a Cuba, ni a la misma Iglesia.
Cinco actitudes de la Iglesia en la transición:
Estos tres servicios, y todos los demás, deberían estar acompañados, por lo menos, por estas cinco actitudes coherentes y complementarias entre sí:
1. Serenidad: Frente al peligro de la crispación, del hartazgo, de la desesperación, de la violencia, de la tentación de devolver el mal con el mal, la serenidad es la garantía de que no escalen los conflictos, de que el desorden de la etapa terminal no cunda, de que no crezca la espiral de la violencia. La serenidad no es debilidad, al contrario, es señal de entereza y autenticidad. Es signo de coherencia y seguridad en uno mismo y en lo que propone.
2. Firmeza: La segunda actitud, por lo tanto, es el aplomo, la firmeza en los principios, en los valores, en la fe. Es la entereza frente a la traición, la endeblez, la inestabilidad, la banalización del mal, las veleidades de los aventureros de última hora. Se necesita una firmeza serena y segura para no ceder a manipulaciones, dilaciones, chantajes, intereses mezquinos, oportunismos y otras consecuencias del daño antropológico y de los intereses del poder. La firmeza no es cerrazón, no es dogmatismo. La firmeza no es ser inflexibles, ni atrincherarse. Es afincarse en los valores y principios y es discernimiento en todo lo demás.
3. Discernimiento: La tercera actitud es, por tanto, la cultura del discernimiento. En tiempos de cambios, de transición y de reconstrucción, el ejercicio del discernimiento es decisivo, es prudente, es indispensable. Cada cambio, cada alternativa, cada propuesta, debe ser analizada con criterios éticos, discernida para evitar las desviaciones y engaños y, sobre todo, cada alternativa debe ser sopesada en cuanto a que contribuya a la dignidad plena de la persona humana y al bien común, criterios de juicio fundamentales para un buen discernimiento. Lo contrario del discernimiento es el relativismo moral del todo vale, del vamos a aceptar esto por ahora y ya veremos después… eso ya sabemos a dónde lleva.
4. Diálogo y negociación: La cuarta actitud es la disponibilidad al diálogo verdadero que desembocaría, si es auténtico, en la acción que le sobreviene en casos de solución pacífica de los conflictos: una negociación seria, profunda, con mediación válida, con garantes y testigos, con una hoja de ruta concreta y evaluable. Diálogo no es complacencia, no es disimulo, no es entretener para ganar tiempo. El auténtico diálogo es conversar con honestidad, transparencia y rectitud para poner sobre la mesa lo que es necesario negociar para avanzar hacia la democracia. La negociación no puede ir ni contra la dignidad y derechos de la persona humana ni contra el bien común de la nación cubana. Todo diálogo y negociación deben ser sistemáticamente evaluados paso a paso, para evitar fraudes y dilaciones.
5. Evaluar y rectificar: La quinta actitud, por tanto, debe ser la de adoptar una cultura de la evaluación paso a paso, sistemática y profunda. Se evalúa para rectificar los fallos y desviaciones de la etapa de negociación o de la transición hacia la democracia. Se evalúa para, si fuera necesario, denunciar y suspender el falso diálogo y la estéril negociación que no tiene adelanto, ni frutos objetivos y comprobables. Se evalúa para evitar el gatopardismo y los cambios cosméticos. Se evalúa para evitar el cambio fraude. Sin evaluar los servicios y las demás actitudes de todos los protagonistas que intervienen en la transición, sea cuidando, sea mediando, sea proponiendo, sucumbiremos a la mentira y a la manipulación. Evaluar con serenidad, con firmeza, con discernimiento para que el diálogo y la negociación conduzca al fin que perseguimos: una Cuba, viviendo en la libertad, la justicia, la democracia y la convivencia pacífica.
El Centro de Estudios Convivencia (CEC-Cuba) (www.centroconvivencia.org), y antes el Centro de Formación Cívica y Religiosa y su revista Vitral de la Diócesis de Pinar del Río, llevan 30 años educando para vivir la ciudadanía y para reconstruir el tejido de la sociedad civil cubana cultivando estas actitudes y preparando para esos servicios. Desde hace 10 años Convivencia viene estudiando y publicando en nuestro sitio web, hasta hoy, 15 informes que conforman el Itinerario de Pensamiento y Propuestas para el futuro de Cuba. En el Séptimo Informe del CEC sobre “Ética, Política y Religión” se abordan los roles de cada una de estas realidades. Se puede leer y descargar el PDF en: https://centroconvivencia.org/category/propuestas/etica-politica-y-religion/
Espero que esta columna sirva para responder a la reiterada pregunta de cuál debería ser el papel de la Iglesia en Cuba durante el cambio y la transición, y que esta reflexión sirva en algo para motivar y animar, sobre todo, a los laicos cristianos de Cuba, en la Isla y en la Diáspora, así como a nuestros pastores, a reflexionar sobre la grave responsabilidad con Cuba que tenemos todos, pastores y laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos. La Iglesia tiene como patrimonio la espiritualidad, los valores, las actitudes y los servicios del Evangelio de Jesucristo. No tener un Plan B, también en la Iglesia, es decir, unas propuestas y servicios, para brindar lo mejor que tenemos en esta hora, la más oscura de toda nuestra historia, y en el tránsito al amanecer de la libertad, sería una grave falta de omisión, a la par que una imprudencia y un empobrecimiento para nosotros mismos, y como Iglesia.
Este patrimonio de la espiritualidad, de los valores, de las actitudes y los servicios que emanan del Evangelio, no solo debemos asumirlos y vivirlos, sino que debemos proponerlos y compartirlos con todo nuestro pueblo, como el mejor regalo espiritual y moral, cívico y religioso, que ciertamente llevamos en vasijas de barro, pero que estamos dispuestos a entregar nuestras pobres vidas, con sencillez y audacia, para que Cuba pueda sanar el alma de la nación, pueda reconstruir la República nueva fiel a sus raíces, y pueda, al fin, gozar de libertad, paz, progreso y democracia.
Por eso vale la pena vivir y permanecer en Cuba.
Ánimo. Pronto amanecerá.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.